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Cap 1

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

He sobrevivido al tercer día post-Jongin, y a mi primer día en el trabajo. Me ha ido bien distraerme. El tiempo ha pasado volando entre una nebulosa de caras nuevas, trabajo por hacer y el señor Julien Kang. El señor Julien Kang … se apoya en mi mesa, y sus ojos azules brillan cuando

baja la mirada y me sonríe.

—Un trabajo excelente, Lu. Me parece que formaremos un gran equipo.

Yo tuerzo los labios hacia arriba y consigo algo parecido a una sonrisa.

—Yo ya me voy, si te parece bien —murmuro.

—Claro, son las cinco y media. Nos veremos mañana.

—Buenas tardes, Julien.

—Buenas tardes, Lu.

Recojo mi maleta, me pongo la chaqueta y me dirijo a la puerta. Una vez en la calle, aspiro profundamente el aire de Seul a primera hora de la tarde. Eso no basta para llenar el vacío de mi pecho, un vacío que siento desde el sábado por la mañana, una grieta desgarradora que me recuerda lo que he perdido. Camino hacia la parada del autobús con la cabeza gacha, mirándome los pies y pensando cómo será estar sin mi querida Wanda, mi viejo Escarabajo… o sin el Audi. Descarto inmediatamente esa posibilidad. No. No pienso en él. Naturalmente que puedo permitirme un coche; un coche nuevo y bonito. Sospecho que él ha sido muy generoso con el pago, y eso me deja un sabor amargo en la boca, pero aparto esa idea e intento mantener la mente en blanco y tan aturdido como sea posible. No puedo pensar en él. No quiero empezar a llorar otra vez… en plena calle, no.

El apartamento está vacío. Echo de menos a Tae, y lo imagino tumbado en una playa de Hawai bebiendo sorbitos de un combinado frío. Enciendo la pantalla plana del televisor para que el ruido llene el vacío y dé cierta sensación de compañía, pero ni la escucho ni la miro. Me siento y observo fijamente la pared de ladrillo. Estoy entumecido. Solo siento dolor. ¿Cuánto tendré que soportar esto? El timbre de la puerta me saca de golpe de mi abatimiento y siento un brinco en el corazón.

¿Quién puede ser? Pulso el interfono.

—Un paquete para el joven Xiao—contesta una voz monótona e impersonal, y la decepción me parte en dos.

Bajo las escaleras, indiferente, y me encuentro con un chico apoyado en la puerta principal que masca chicle de forma ruidosa y lleva una gran caja de cartón. Firmo la entrega del paquete y me lo llevo arriba. Es una caja enorme y, curiosamente, liviana. Dentro hay dos docenas de rosas de tallo largo y una tarjeta.

 

Felicidades por tu primer día en el trabajo.

Espero que haya ido bien.

Y gracias por el planeador. Has sido muy amable.

Ocupa un lugar preferente en mi mesa.

Jongin

 

Me quedo mirando la tarjeta impresa, la grieta de mi pecho se ensancha. Sin duda, esto lo ha enviado su asistente. Probablemente Jongin ha tenido muy poco que ver. Me duele demasiado pensar eso. Observo las rosas: son preciosas, y no soy capaz de tirarlas a la basura. Voy hacia a la cocina, diligente, a buscar un jarrón. Y así se establece un patrón: despertar, trabajar, llorar, dormir. Bueno, tratar de dormir. No consigo huir de él ni en sueños. Sus ardientes ojos grises, su mirada perdida, su cabello castaño y brillante, todo me persigue. Y la música… tanta música… no soporto oír ningún tipo de música.

Procuro evitarla a toda costa. Incluso las melodías de los anuncios me hacen temblar. No he hablado con nadie, ni siquiera con mi madre, ni con Teuk. Ahora mismo soy incapaz de tener una conversación banal. No, no quiero nada de eso. Me he convertido en mi propia isla independiente. Una tierra saqueada y devastada por la guerra, donde no crece nada y cuyo porvenir es inhóspito. Sí, ese soy yo. Puedo interactuar de forma impersonal en el trabajo, pero nada más. Si hablo con mamá, sé que acabaré más destrozado aún… y ya no me queda nada por destrozar. Me cuesta comer. El miércoles a la hora del almuerzo conseguí comerme una taza de yogur, y era lo primero que había comido desde el viernes. Estoy sobreviviendo gracias a una recién descubierta tolerancia a base de cafés con leche y Coca-Cola light. Lo que me mantiene en marcha es la cafeína, pero me provoca ansiedad.

Julien ha empezado a estar muy encima de mí, me molesta, me hace preguntas personales. ¿Qué quiere? Yo me muestro educado, pero he de mantenerle a distancia. Me siento y reviso un montón de correspondencia dirigida a él, y me gusta distraerme con esa tarea insignificante. Suena un aviso de correo electrónico y rápidamente compruebo de quién es.

Santo cielo. Un correo de Jongin. Oh, no, aquí no… en el trabajo no.

 

De: Kim Jongin

Fecha: 8 de julio de 2014 14:05

Para: Xiao Luhan

Asunto: Mañana

Querido Luhan:

Perdona esta intromisión en el trabajo. Espero que esté yendo bien. ¿Recibiste mis flores?

Me he dado cuenta de que mañana es la inauguración de la exposición de tu amigo en la galería, y estoy seguro de que no has tenido tiempo de comprarte un coche, y eso está lejos. Me encantaría acompañarte… si te apetece. Házmelo saber.

 

Kim Jongin Presidente de Kim Enterprises Holdings, Inc.

 

Mis ojos se llenan de lágrimas. Dejo mi mesa a toda prisa, corro al lavabo y me escondo en uno de los compartimentos. La exposición de Sehun. Maldita sea. La había olvidado por completo y le prometí que iría. Oh, no, Jongin tiene razón, ¿cómo voy a ir hasta allí? Me aprieto las sienes. ¿Por qué no me ha telefoneado Sehun? Ahora que lo pienso… ¿por qué no ha telefoneado nadie? He estado tan absorto que no me he dado cuenta de que mi móvil no sonaba.

¡Maldita sea! ¡Soy un idiota! Aún está desviado al BlackBerry. Dios santo. Jongin ha estado recibiendo mis llamadas; a menos que haya tirado el BlackBerry. ¿Cómo ha conseguido mi dirección electrónica? Sabe qué número calzo; no creo que una dirección de correo electrónico le suponga un gran problema. ¿Puedo volver a verle? ¿Puedo soportarlo? ¿Quiero verle? Cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás, mientras la tristeza y la añoranza destrozan mis entrañas. Claro que sí.

Quizá, quizá puedo decirle que he cambiado de idea… No, no, no. No puedo estar con alguien que siente placer haciéndome daño, alguien que no puede quererme. Fogonazos de recuerdos torturan mi mente: el planeador, cogerse las manos, besarse, la bañera, su delicadeza, su humor, y su mirada sexy, oscura, pensativa. Le echo de menos. Hace cinco días, cinco días de agonía que me han parecido eternos. Por las noches lloro hasta quedarme dormido, deseando no haberme marchado, deseando que él fuera diferente, deseando que estuviéramos juntos. ¿Cuánto durará este sentimiento horrible y abrumador? Vivo un calvario. Me rodeo el cuerpo con los brazos, me abrazo fuerte, me sostengo a mí mismo. Le echo de menos. Realmente le echo de menos… le quiero. Sencillamente. ¡Xiao Luhan, estás en el trabajo! He de ser fuerte, pero quiero ir a la exposición de Sehun y, en el fondo, mi lado masoquista quiere ver a Jongin. Inspiro profundamente y vuelvo a mi mesa.

 

De: Xiao Luhan

Fecha: 8 de julio de 2014 14:25

Para: Kim Jongin

Asunto: Mañana

Hola, Jongin:

Gracias por las flores; son preciosas.

Sí, te agradecería que me acompañaras.

Gracias.

 

Xiao Luhan Ayudante de Julien Kang, editor de SIP

 

Reviso mi móvil y veo que las llamadas siguen desviadas al BlackBerry. Julien está en una reunión, así que llamo rápidamente a Sehun.

—Hola, Sehun, soy Lu.

—Hola, desaparecido.

Su tono es tan cariñoso y agradable que casi basta con eso para provocarme otra crisis.

—No puedo hablar mucho. ¿A qué hora he de estar mañana en tu exposición?

—Pero ¿vendrás?

Parece emocionado.

—Sí, claro.

Al imaginar su gesto de satisfacción, sonrío sinceramente por primera vez en cinco días.

—A las siete y media.

—Pues nos vemos allí. Adiós, Sehun.

—Adiós, Lu.

 

De: Kim Jongin

Fecha: 8 de julio de 2014 14:27

Para: Xiao Luhan

Asunto: Mañana

Querido Luhan:

¿A qué hora paso a recogerte?

 

Kim Jongin Presidente de Kim Enterprises Holdings, Inc.

 

 

De: Xiao Luhan

Fecha: 8 de julio de 2014 14:32

Para: Kim Jongin

Asunto: Mañana

La exposición de Sehun se inaugura a las 19.30. ¿A qué hora te parece bien?

 

Xiao Luhan Ayudante de Julien Kang, editor de SIP

 

De: Kim Jongin

Fecha: 8 de julio de 2014 14:34

Para: Xiao Luhan

Asunto: Mañana

Querido Luhan:

Busan está bastante lejos. Debería recogerte a las 17.45.

Tengo muchas ganas de verte.

Kim Jongin

 

Presidente de Kim Enterprises Holdings, Inc.

 

De: Xiao Luhan

Fecha: 8 de julio de 2014 14:38

Para: Kim Jongin

Asunto: Mañana

Hasta entonces, pues.

Xiao Luhan Ayudante de Julien Kang, editor de SIP

 

Oh, Dios. Voy a ver a Jongin, y por primera vez en cinco días, mi estado de ánimo mejora un ápice y me atrevo a preguntarme cómo habrá estado él. ¿Me ha echado de menos? Seguramente no como yo a él. ¿Ha encontrado a un nuevo sumiso de donde quiera que los saque? Esa idea me hace tanto daño que la desecho inmediatamente. Miro el montón de correspondencia que he de clasificar para Julien, y me pongo a ello, mientras lucho por expulsar a Jongin fuera de mi mente una vez más.

Por la noche doy vueltas y vueltas en la cama intentando dormir. Es la primera vez en varios días que no he llorado hasta quedarme dormido. Visualizo mentalmente la cara de Jongin la última vez que le vi, cuando me marché de su apartamento. Su expresión torturada me persigue. Recuerdo que él no quería que me fuera, lo cual me resultó muy extraño. ¿Por qué iba a quedarme si las cosas habían llegado a un punto muerto? Los dos evitábamos nuestros propios conflictos: mi miedo al castigo, su miedo a…

¿qué? ¿Al amor?

Me doy la vuelta, me invade una tristeza insoportable, y me abrazo a la almohada. Él no merece que le quieran. ¿Por qué se siente así? ¿Tiene algo que ver con su infancia? ¿Con su madre biológica, la puta adicta al crack? Esos pensamientos me acechan hasta la madrugada, cuando finalmente caigo agotado en un sueño convulso.

El día pasa muy, muy despacio, y Julien se muestra inusualmente atento. Sospecho que es por el suéter morado, los pantalones negros ajustados y las botas negras altas que le he robado del armario a Tae, pero trato de no pensar demasiado en eso. Decido ir a comprarme ropa con mi primera paga. El pantalón  me queda más holgado de lo debido, pero finjo que no me doy cuenta. Por fin son las cinco y media, recojo mi chaqueta y mi maleta, e intento mantener la calma.

¡Voy a verle!

—¿Sales con alguien esta noche? —pregunta Julien cuando pasa junto a mi mesa al salir.

—Sí. No. La verdad es que no.

Arquea una ceja y me mira, claramente intrigado.

—¿Un novio?

Me ruborizo.

—No, un amigo. Un ex novio.

—A lo mejor mañana te apetece ir a tomar una copa después del trabajo. Has tenido una primera semana magnífica, Lu. Deberíamos celebrarlo. Sonríe, y en su cara aparece una emoción desconocida que me incomoda. Se mete las manos en los bolsillos y sale tranquilamente por la puerta. Veo su espalda que se aleja y frunzo el ceño. ¿Tomar copas con el jefe es buena idea? Meneo la cabeza. Primero he de enfrentarme a una noche con Kim Jongin. ¿Cómo voy a hacerlo? Corro al lavabo a darme los últimos toques.

Me examino la cara con severidad en el enorme espejo de la pared durante un buen rato.

Estoy pálido como siempre, con unos círculos negros alrededor de los ojos demasiado grandes. Se me ve demacrado, angustiado. Ojalá supiera maquillarme. Me pellizco las mejillas, confiando en que cojan un poco de color. Me arreglo el pelo para que me caiga con naturalidad por el cuello, e inspiro profundamente. Tendrá que bastar con eso.

Cruzo nervioso el vestíbulo y, al pasar por recepción, saludo con una sonrisa a Sully. Creo que ella y yo podríamos ser amigos. Julien está hablando con Na Mi Rae mientras yo voy hacia la puerta, y él corre a abrírmela con una sonrisa enorme.

—Pasa, Lu —murmura.

—Gracias —sonrío, avergonzado.

Fuera, junto al bordillo, Sungmin espera. Abre la puerta de atrás del coche. Vacilante, me giro para mirar de reojo a Julien, que ha salido detrás de mí. Está contemplando el Audi SUV, consternado. Me giro de nuevo, me encamino hacia el coche y subo detrás, y allí está él sentado —Kim Jongin—, con su traje gris, sin corbata y el cuello de la camisa blanca desabrochado.

Sus ojos grises brillan. Se me seca la boca. Está soberbio, pero me mira con mala cara. ¿Por qué? —¿Cuánto hace que no has comido? —me suelta en cuanto entro y Sungmin cierra la puerta.

Maldita sea.

—Hola, Jongin. Yo también me alegro de verte.

—No estoy de humor para aguantar tu lengua viperina. Contéstame.

Sus ojos centellean.

Por Dios…

—Mmm… He comido un yogur al mediodía. Ah… y un plátano.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste de verdad? —pregunta, mordaz.

Sungminr ocupa discretamente su puesto al volante, pone en marcha el coche y se incorpora al tráfico. Yo levanto la vista y Julien me hace un gesto, aunque no sé qué ve a través del cristal oscuro.

Le devuelvo el saludo.

—¿Quién es ese? —suelta Jongin.

—Mi jefe.

Miro a hurtadillas al guapísimo hombre que tengo al lado y que contrae los labios con firmeza.

—¿Bueno? ¿Tu última comida?

—Jongin, la verdad es que eso no es asunto tuyo —murmuro, sintiéndome extraordinariamente valiente.

—Todo lo que haces es asunto mío. Dime.

No, no lo es. Yo gruño fastidiado, pongo los ojos en blanco, y Jongin entorna la mirada. Y por primera vez en mucho tiempo tengo ganas de reír. Intento reprimir esa risita que amenaza con escaparse. Jongin suaviza el gesto mientras yo me esfuerzo en poner cara seria, y veo que la sombra de una sonrisa aflora a sus maravillosos labios perfilados.

—¿Bien? —pregunta en un tono más conciliador.

—Pasta ala vongole, el viernes pasado —susurro.

Él cierra los ojos, y la ira, y posiblemente el pesar, barren su rostro.

—Ya —dice con una voz totalmente inexpresiva—. Diría que desde entonces has perdido cinco kilos, seguramente más. Por favor, come, Luhan —me reprende.

Yo bajo la vista hacia los dedos, que mantengo unidos en el regazo. ¿Por qué siempre hace que me sienta como un niño descarriado? Se gira hacia mí.

—¿Cómo estás? —pregunta, todavía con voz suave.

Pues, la verdad, estoy destrozado… Trago saliva.

—Si te dijera que estoy bien, te mentiría.

Él inspira intensamente.

—Yo estoy igual —musita, se inclina hacia mí y me coge la mano—. Te echo de menos —añade.

Oh, no. Piel con piel.

—Jongin, yo…

—Lu, por favor. Tenemos que hablar.

Voy a llorar. No.

—Jongin, yo… por favor… he llorado mucho —añado, intentando controlar mis emociones.

—Oh, cariño, no. —Tira de mi mano y sin darme cuenta estoy sobre su regazo. Me ha rodeado con sus brazos y ha hundido la nariz en mi pelo—. Te he echado tanto de menos, Luhan —susurra.

Yo quiero zafarme de él, mantener cierta distancia, pero me envuelve con sus brazos. Me aprieta contra su pecho. Me derrito. Oh, aquí es donde quiero estar.

Apoyo la cabeza en él y me besa el pelo repetidas veces. Este es mi hogar. Huele a lino, a suavizante, a gel, y a mi aroma favorito… Jongin. Durante un segundo me permito fantasear con que todo irá bien, y eso apacigua mi alma inquieta.

Unos minutos después, Sungmin aparca junto a la acera, aunque todavía no hemos salido de la ciudad.

—Ven —Jongin me aparta de su regazo—, hemos llegado.

¿Qué?

—Al helipuerto… en lo alto de este edificio.

Jongin mira hacia la alta torre a modo de explicación.

Claro. El Monggu Janggu. Sungmin abre la puerta y salgo. Me dedica una sonrisa afectuosa y paternal que hace que me sienta seguro. Yo le sonrío a mi vez.

—Debería devolverte el pañuelo.

—Quédeselo, joven Xiao, con mis mejores deseos.

Me ruborizo mientras Jongin rodea el coche y me coge de la mano. Intrigado, mira a Sungmin, que le devuelve una mirada impasible que no trasluce nada.

—¿A las nueve? —le dice Jongin.

—Sí, señor.

Jongin asiente, se da la vuelta y me conduce a través de la puerta doble al majestuoso vestíbulo. Yo me deleito con el tacto de su mano ancha y sus dedos largos y hábiles, curvados sobre los míos. Noto ese tirón familiar… me siento atraído, como Ícaro hacia su sol. Yo ya me he quemado, y sin embargo aquí estoy otra vez.

Al llegar al ascensor, él pulsa el botón de llamada. Yo le observo a hurtadillas y él exhibe su enigmática media sonrisa. Cuando se abren las puertas, me suelta la mano y me hace pasar. Las puertas se cierran y me atrevo a mirarle otra vez. Él baja los ojos hacia mí, esos vívidos ojos grises, y ahí está, esa electricidad en el aire que nos rodea. Palpable. Casi puedo saborear cómo late entre nosotros y nos atrae mutuamente.

—Oh, Dios —jadeo, y disfruto un segundo de la intensidad de esta atracción primitiva y visceral.

—Yo también lo noto —dice con ojos intensos y turbios.

Un deseo oscuro y letal inunda mi entrepierna. Él me sujeta la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar, y todos los músculos de mis entrañas se tensan deliciosa e intensamente.

¿Cómo puede seguir provocándome esto?

—Por favor, no te muerdas el labio, Luhan —susurra.

Levanto la mirada hacia él y me suelto el labio. Le deseo. Aquí, ahora, en el ascensor.

¿Cómo iba a ser de otro modo?

—Ya sabes qué efecto tiene eso en mí —murmura.

Oh, todavía ejerzo efecto sobre él. La diosa que llevo dentro despierta de sus cinco días de enfurruñamiento. De golpe se abren las puertas, se rompe el hechizo y estamos en la azotea. Hace viento y, a pesar de la chaqueta negra, tengo frío. Jongin me rodea con el brazo, me atrae hacia él y vamos a toda prisa hasta el centro del helipuerto, donde está el Monggu Janggu con sus hélices girando despacio.

Un hombre alto y rubio, de mandíbula cuadrada y con traje oscuro, baja de un salto, se agacha y corre hacia nosotros. Le estrecha la mano a Jongin y grita por encima del ruido de las hélices.

—Listo para despegar, señor. ¡Todo suyo!

—¿Lo has revisado todo?

—Sí, señor.

—¿Lo recogerás hacia las ocho y media?

—Sí, señor.

—Sungmin te espera en la entrada.

—Gracias, señor Kim. Que tenga un vuelo agradable hasta Busan. Señor —me saluda. Jongin asiente sin soltarme, se agacha y me lleva hasta la puerta del helicóptero. Una vez dentro me abrocha fuerte el arnés, y tensa las correas. Me dedica una mirada de complicidad y esa sonrisa secreta suya.

—Esto debería impedir que te muevas del sitio —murmura—. Debo decir que me gusta cómo te queda el arnés. No toques nada. Yo me pongo muy colorado, y él desliza el dedo índice por mi mejilla antes de pasarme los cascos. A mí también me gustaría tocarte, pero no me dejarás. Frunzo el ceño. Además, ha apretado tanto las correas que apenas puedo moverme. Ocupa su asiento y se ata también, luego empieza a hacer todas las comprobaciones previas al despegue. Es tan competente… Resulta muy seductor. Se pone los cascos, gira un mando y las hélices cogen velocidad, ensordeciéndome. Se vuelve hacia mí y me mira.

—¿Listo, cariño?

Su voz resuena a través de los cascos.

—Sí.

Esboza esa sonrisa juvenil… que llevo tanto tiempo sin ver.

—Torre de Seu-Tac, aquí Monggu Janggu Golf… Golf Echo Hotel, listo para despegar hacia Busan PDX. Solicito confirmación, corto.

La voz impersonal del controlador aéreo contesta con las instrucciones.

—Roger, torre, Monggu Janggu preparado.

Jongin gira dos mandos, sujeta la palanca, y el helicóptero se eleva suave y lentamente hacia el cielo crepuscular.

Seul y mi estómago quedan allá abajo, y hay tanto que ver…

—Nosotros ya hemos perseguido el amanecer, Luhan, ahora el anochecer.

Su voz me llega a través de los cascos. Me giro para mirarle, boquiabierto.

¿Qué significa eso? ¿Cómo es capaz de decir cosas tan románticas? Sonríe, y no puedo evitar corresponderle con timidez.

—Esta vez se ven más cosas aparte de la puesta de sol —dice.

La última vez que volamos a Seul era de noche, pero la vista de este atardecer es espectacular, de otro mundo, literalmente. Sobrevolamos los edificios más altos, y subimos más y más.

—El Escala está por ahí. —Señala hacia el edificio—. Boeing allá, y ahora verás la Aguja Espacial. Estiro el cuello.

—Nunca he estado allí.

—Yo te llevaré… podemos ir a comer.

—Jongin, lo hemos dejado.

—Ya lo sé. Pero de todos modos puedo llevarte allí y alimentarte.

Me mira fijamente. Yo muevo la cabeza, enrojezco, y opto por una actitud algo menos beligerante.

—Esto de aquí arriba es precioso, gracias.

—Es impresionante, ¿verdad?

—Es impresionante que puedas hacer esto.

—¿Un halago de su parte, joven Xiao? Es que soy un hombre con muy diversos talentos.

—Soy muy consciente de ello, señor Kim.

Se vuelve y sonríe satisfecho, y por primera vez en cinco días me tranquilizo un poco. A lo mejor esto no estará tan mal.

—¿Qué tal el nuevo trabajo?

—Bien, gracias. Interesante.

—¿Cómo es tu jefe?

—Ah, está bien.

¿Cómo voy a decirle a Jongin que Julien me incomoda? Se gira hacia mí y se me queda mirando.

—¿Qué pasa?

—Aparte de lo obvio, nada.

—¿Lo obvio?

—Ay, Jongin, la verdad es que a veces eres realmente obtuso.

—¿Obtuso? ¿Yo? Tengo la impresión de que no me gusta ese tono, joven Xiao.

—Vale, pues entonces olvídalo.

Tuerce los labios a modo de sonrisa.

—He echado de menos esa lengua viperina.

Ahogo un jadeo y quiero chillar: ¡Yo he echado de menos… todo lo tuyo, no solo tu lengua!

Pero me quedo callado, y miro a través de la pecera de vidrio que es el parabrisas del Monggu Janggu, mientras seguimos hacia el sur. A nuestra derecha se ve el crepúsculo y el sol que se hunde en el horizonte —una naranja enorme, resplandeciente y abrasadora—, y es evidente que yo, Ícaro otra vez, vuelo demasiado cerca.

* * *

El crepúsculo nos ha seguido desde Seul, y el cielo está repleto de ópalos, rosas y aguamarinas perfectamente mezclados, como solo sabe hacerlo la madre naturaleza. La tarde es clara y fría, y las luces de Busan centellean y parpadean para darnos la bienvenida cuando Jongin aterriza en el helipuerto. Estamos en lo alto de ese extraño edificio de Busan de ladrillo marrón del que partimos por primera vez hace menos de tres semanas.

La verdad es que hace muy poco. Sin embargo, siento que conozco a Jongin de toda la vida. Él maniobra para detener el Monggu Janggu, y finalmente las hélices se paran, y lo único que oigo por los auriculares es mi propia respiración. Mmm. Esto me recuerda por un momento la experiencia Thomas Tallis. Palidezco. Ahora mismo no tengo ningunas ganas de pensar en eso.

Jongin se desata el arnés y se inclina para desabrocharme el mío.

—¿Ha tenido buen viaje, joven Xiao? —pregunta con voz amable y un brillo en sus ojos grises.

—Sí, gracias, señor Kim —contesto, educado.

—Bueno, vayamos a ver las fotos del chico.

Tiende la mano, coge la mía y bajo del Monggu Yanggu.

Un hombre de pelo canoso con barba se acerca para recibirnos con una enorme sonrisa. Le reconozco: es el mismo anciano de la última vez que estuvimos aquí.

—Joe.

Jongin sonríe y me suelta la mano para estrechar la del hombre con afecto.

—Vigílalo para Max. Llegará hacia las ocho o las nueve.

—Eso haré, señor Kim. Señor —dice, y me hace un gesto con la cabeza—. El coche espera abajo, señor. Ah, y el ascensor está estropeado, tendrán que bajar por las escaleras.

—Gracias, Joe.

Jongin me coge de la mano, y vamos hacia las escaleras de emergencia.

—Con esos zapatos tienes suerte de que solo haya tres pisos —masculla con tono de reproche.

No me digas.

—¿No te gustan las botas?

—Me gustan mucho, Luhan. —Se le enturbia la mirada y creo que va a añadir algo, pero se calla—. Ven. Iremos despacio. No quiero que te caigas y te rompas la crisma.

Permanecemos sentados en silencio mientras nuestro chófer nos conduce a la galería. Mi ansiedad ha vuelto en plena forma, y me doy cuenta de que el rato que hemos pasado en el Monggu Yanggu ha sido la calma que precede a la tormenta. Jongin está callado y pensativo…inquieto incluso; la atmósfera relajada que había entre ambos ha desaparecido. Hay tantas cosas que quiero decir, pero el trayecto es demasiado corto. Jongin mira meditabundo por la ventanilla.

—Sehun es solo un amigo —murmuro.

Jongin se gira y me mira, pero sus ojos oscuros y cautelosos no dejan entrever nada. Su boca… ay, su boca es provocativa y perturbadora. La recuerdo sobre mí… por todas partes. Me arde la piel. Él se revuelve en el asiento y frunce el ceño.

—Tienes unos ojos preciosos, que ahora parecen demasiado grandes para tu cara, Luhan.

Por favor, dime que comerás.

—Sí, Jongin, comeré —contesto de forma automática y displicente.

—Lo digo en serio.

—¿Ah, sí?

No puedo reprimir el tono desdeñoso. Sinceramente, qué cínico es este hombre… este hombre que me ha hecho pasar un calvario estos últimos días. No, eso no es verdad, yo mismo me he sometido al calvario. No. Ha sido él. Muevo la cabeza, confuso.

—No quiero pelearme contigo, Luhan. Quiero que vuelvas, y te quiero sano —dice en voz baja.

—Pero no ha cambiado nada.

Tú sigues siendo Cincuenta Sombras.

—Hablaremos a la vuelta. Ya hemos llegado.

El coche aparca frente a la galería, y Jongin baja y me deja con la palabra en la boca. Me abre la puerta del coche y salgo.

—¿Por qué haces eso? —digo, en voz más alta de lo que pretendía.

—¿Hacer qué? —replica sorprendido.

—Decir algo como eso y luego callarte.

—Luhan, estamos aquí, donde tú quieres estar. Ahora centrémonos en esto y después hablamos. No me apetece demasiado montar un numerito en la calle.

Me ruborizo y miro alrededor. Tiene razón. Es demasiado público. Me mira y aprieto los labios.

—De acuerdo —acepto de mal humor.

Me da la mano y me conduce al interior del edificio. Estamos en un almacén rehabilitado: paredes de ladrillo, suelos de madera oscura, techos blancos y tuberías del mismo color. Es espacioso y moderno, y hay bastantes personas deambulando por la galería, bebiendo vino y admirando la obra de Sehun. Al darme cuenta de que Sehun ha cumplido su sueño, mis problemas se desvanecen por un momento. ¡Así se hace, Sehun!

—Buenas noches y bienvenidos a la exposición de Oh Sehun —nos da la bienvenida un hombre joven vestido de negro, con el pelo castaño muy corto, los labios pintados con brillo y un  pendiente de oro.

Me echa un breve vistazo, luego otro a Jongin, mucho más prolongado de lo estrictamente necesario, después vuelve a mirarme, pestañea y se ruboriza. Arqueo una ceja. Es mío… o lo era. Me esfuerzo por no mirarlo mal, y cuando sus ojos vuelven a centrarse, pestañea de nuevo.

—Ah, eres tú, Lu. Nos encanta que tú también formes parte de todo esto. Sonríe, me entrega un folleto y me lleva a una mesa con bebidas y un refrigerio.

—¿La conoces?

Jongin frunce el ceño. Yo digo que no con la cabeza, igualmente desconcertado. Él encoge los hombros, con aire distraído.

—¿Qué quieres beber?

—Una copa de vino blanco, gracias.

Hace un gesto de contrariedad, pero se muerde la lengua y se dirige al servicio de bar.

—¡Lu!

Sehun se acerca presuroso a través de un nutrido grupo de gente. ¡Madre mía! Lleva traje. Tiene buen aspecto y me sonríe. Me abre los brazos, me estrecha con fuerza. Y hago cuanto puedo para no echarme a llorar. Mi amigo, mi único amigo ahora que Tae está fuera. Tengo los ojos llenos de lágrimas.

—Lu, me alegro muchísimo de que hayas venido —me susurra al oído, y de pronto se calla,me aparta un poco y me observa.

—¿Qué?

—Oye, ¿estás bien? Pareces… bueno, raro. Dios mío, ¿has perdido peso?

Parpadeo para no llorar. Él también… no.

—Estoy bien, Sehun. Y muy contento por ti. Felicidades por la exposición. Al ver la preocupación reflejada en su cara tan familiar, se me quiebra la voz, pero he de guardar la compostura.

—¿Cómo has venido? —pregunta.

—Me ha traído Jongin —digo con repentino recelo.

—Ah. —A Sehun le cambia la cara, se le ensombrece el gesto y me suelta—. ¿Dónde está?

—Por ahí, pidiendo las bebidas.

Cabeceo en dirección a Jongin, y veo que está charlando tranquilamente con alguien en la cola. Cuando dirijo los ojos hacia él, levanta la vista y nos sostenemos la mirada. Y durante ese breve instante me quedo paralizado, contemplando a ese hombre increíblemente guapo que me observa con cierta emoción mal disimulada. Su expresión ardiente me abrasa por dentro y por un momento ambos nos perdemos en nuestras miradas. Dios… Ese maravilloso hombre quiere que vuelva con él, y en lo más profundo de mi ser una dulce sensación de felicidad se abre lentamente como una campánula al amanecer.

—¡Lu! —Sehun me distrae y me siento arrastrado otra vez al aquí y ahora—. Estoy encantado de que hayas venido… Escucha, tengo que avisarte…

De repente, el joven de cabello muy corto y carmín rojo le interrumpe.

—Sehun, la periodista del Busan Printz ha venido a verte. Vamos.

Me dedica una sonrisa cortés.

—¿Has visto cómo mola esto? La fama. —Sehun sonríe de oreja a oreja, y es tan feliz que no puedo evitar hacer lo mismo—. Luego te veo, Lu.

Me besa la mejilla y veo cómo se acerca con paso resuelto a una mujer que está al lado de un fotógrafo alto y desgarbado.

Hay obras fotográficas de Sehun por todas partes, algunas de ellas colocadas sobre unos lienzos enormes. Las hay monocromas y en color. Muchos de los paisajes poseen una belleza etérea. Hay una fotografía del lago de Vancouver tomada a primera hora de la tarde, en la que unas nubes rosadas se reflejan en la quietud del agua. Y durante un segundo, me siento transportado por esa tranquilidad y esa paz. Es algo extraordinario.

Jongin aparece a mi lado, inspiro profundamente y trago saliva, intentando recuperar parte del equilibrio perdido. Me pasa mi copa de vino blanco.

—¿Está a la altura?

Mi voz tiene un tono más normal. Él me mira desconcertado.

—El vino.

—No. No suele estarlo en este tipo de eventos. El chico tiene bastante talento, ¿verdad?

Jongin está contemplando la foto del lago.

—¿Por qué crees que le pedí que te hiciera un retrato? —digo, sin poder evitar un deje de orgullo.

Él, impasible, aparta los ojos de la fotografía y me mira.

—¿Kim Jongin? —El fotógrafo del Busan Printz se acerca a Jongin—. ¿Puedo hacerle una fotografía, señor?

—Claro.

Jongin esconde el rictus. Yo doy un paso atrás, pero él me sujeta la mano y me pone a su lado. El fotógrafo nos mira a ambos, incapaz de disimular la sorpresa.

—Gracias, señor Kim. —Dispara un par de fotos—. ¿joven …? —pregunta.

—Xiao —contesto.

—Gracias, joven Xiao.

Y se marcha a toda prisa.—Busqué en internet fotos tuyas con alguien y menos una chica. No hay ninguna. Por eso Tae penso que eras gay. Los labios de Jongin esbozan una sonrisa.

—Eso explica tu insólita y directa pregunta. No. Yo no salgo con nadie, Luhan… solo contigo. Pero eso ya lo sabes —dice con ojos vehementes, sinceros.

—¿Así que nunca sales por ahí con tus… —miro alrededor inquieto para comprobar que nadie puede oírnos—… sumisos?

—A veces. Pero eso no son citas. De compras, ya sabes. Encoge los hombros sin dejar de mirarme a los ojos. Ah, o sea que solo en el cuarto de juegos… su cuarto rojo del dolor y su apartamento. No sé qué sentir ante eso.

—Solo contigo, Luhan —susurra.

Yo enrojezco y me miro los dedos. A su manera, le importo.

—Este amigo tuyo parece más un fotógrafo de paisajes que de retratos. Vamos a ver. Me tiende la mano y yo la acepto. Damos una vuelta, vemos varias obras más, y me fijo en una pareja que me saluda con un gesto de la cabeza y una sonrisa enorme, como si me conocieran. Debe de ser porque estoy con Jongin, pero el chico me mira con total descaro. Es extraño. Damos la vuelta a la esquina y entonces veo por qué la gente me ha estado mirando de esa forma tan rara. En la pared del fondo hay colgados siete enormes retratos… míos.

Empalidezco de golpe y me los quedo mirando atónito, estupefacto. Yo: haciendo pucheros, riendo, frunciendo el ceño, serio, risueño. Son todos primeros planos enormes, todos en blanco y negro.

¡Vaya! Recuerdo a Sehun trajinando por ahí con la cámara cuando vino a verme un par de veces, y cuando había ido con él para hacer de chófer y de ayudante. Yo creía que eran simples instantáneas. No fotos ingenuamente robadas. Petrificado, Jongin mira fijamente todas las fotografías, una por una.

—Por lo visto no soy el único —musita en tono enigmático, con los labios apretados.

Creo que está enfadado.

—Perdona —dice, y su centellante mirada gris me deja paralizado momentáneamente.

Se da la vuelta y se dirige al mostrador de recepción.

¿Qué le pasa ahora? Anonadado, le veo charlar animadamente con la señorita de cabello muy corto y carmín rojo. Saca la cartera y entrega una tarjeta de crédito. Dios mío. Debe de haber comprado una de las fotografías.

—Hola, tú eres la inspiración de el. Son unas fotos fantásticas.

Es un chico con una melena rubia y brillante, que me sobresalta. Noto una mano en el codo: es Jongin, ha vuelto.

—Eres un tipo con suerte.

El melenas rubio sonríe a Jongin, que le mira con frialdad.

—Pues sí —masculla de mal humor, y me lleva aparte.

—¿Acabas de comprar una de estas?

—¿Una de estas? —replica, sin dejar de mirarlas.

—¿Has comprado más de una?

Pone los ojos en blanco.

—Las he comprado todas, Luhan. No quiero que un desconocido  te coma con los ojos en la intimidad de su casa.

Mi primera reacción es reírme.

—¿Prefieres ser tú? —inquiero.

Se me queda mirando. Mi audacia le ha cogido desprevenido, creo, pero intenta disimular que le hace gracia.

—Francamente, sí.

—Pervertido —le digo, y me muerdo el labio inferior para no sonreír. Se queda con la boca abierta; ahora es obvio que esto le divierte. Se rasca la barbilla, pensativo.

—Eso no puedo negarlo, Luhan.

Mueve la cabeza con una mirada más dulce, risueña.

—Me gustaría hablarlo contigo luego, pero he firmado un acuerdo de confidencialidad.

Suspira, y su expresión se ensombrece al mirarme.

—Lo que me gustaría hacerle a esa lengua tan viperina.

Jadeo, sé muy bien a qué se refiere.

—Eres muy grosero.

Intento parecer escandalizado y lo consigo. ¿Es que no conoce límites? Me sonríe con ironía, y después tuerce el gesto.

—Se te ve muy relajado en esas fotos, Luhan. Yo no suelo verte así.

¿Qué? ¡Vaya! Cambio de tema —sin la menor lógica— de las bromas a la seriedad. Me ruborizo y bajo la mirada. Me echa la cabeza hacia atrás, e inspiro profundamente al sentir el tacto de sus dedos.

—Yo quiero que te relajes conmigo —susurra.

Ha desaparecido cualquier rastro de broma.

Vuelvo a sentir un aleteo de felicidad interior. Pero ¿cómo puede ser esto? Creo que tenemos problemas.

—Si quieres eso, tienes que dejar de intimidarme —replico.

—Tú tienes que aprender a expresarte y a decirme cómo te sientes —replica a su vez con los ojos centelleantes.

Suspiro.

—Jongin, tú me querías sumiso. Ahí está el problema. En la definición de sumiso… me lo dijiste una vez en un correo electrónico. —Hago una pausa para tratar de recordar las palabras—.

Me parece que los sinónimos eran, y cito: «obediente, complaciente, humilde, pasivo, resignado, paciente, dócil, contenido». No debía mirarte. Ni hablarte a menos que me dieras permiso. ¿Qué esperabas? —digo entre dientes. Continúo, y él frunce aún más el ceño.

—Estar contigo es muy desconcertante. No quieres que te desafíe, pero es lo que  te gusta mi.

«lengua viperina». Exiges obediencia, menos cuando no la quieres, para así poder castigarme.

Cuando estoy contigo nunca sé a qué atenerme, sencillamente. Entorna los ojos.

—Bien expresado, joven Xiao, como siempre. —Su voz es gélida—. Venga, vamos a comer.

—Solo hace media hora que hemos llegado.

—Ya has visto las fotos, ya has hablado con el chico.

—Se llama Sehun.

—Has hablado con Sehun… ese hombre que la última vez que le vi intentaba meterte la lengua en la boca a la fuerza cuando estabas borracho y mareado —gruñe.

—Él nunca me ha pegado —le replico.

Jongin me mira enfadado, la ira saliéndole por todos los poros.

—Esto es un golpe bajo, Luhan —me susurra, amenazante.

Me pongo pálido, y Jongin, crispado de rabia apenas contenida, se pasa las manos por el pelo. Le sostengo la mirada.

—Te llevo a comer algo. Parece que estés a punto de desmayarte. Busca a ese chico y despídete.

—¿Podemos quedarnos un rato más, por favor?

—No. Ve… ahora… a despedirte.

Me hierve la sangre y le miro fijamente. Señor Maldito Obseso del Control. La ira es buena. La ira es mejor que los lloriqueos. Desvío la mirada despacio y recorro la sala en busca de Sehun. Está hablando con un grupo de chicas. Camino hacia él y me alejo de Cincuenta. ¿Solo porque me ha acompañado hasta aquí tengo que hacer lo que me diga? ¿Quién demonios se cree que es?

Las jóvenes están embebidas en la conversación de Sehun, en todas y cada una de sus palabras. Una de ellas reprime un gritito cuando me acerco, sin duda me reconoce de los retratos.

—Sehun.

—Lu. Perdonadme, chicas.

Sehun les sonríe y me pasa un brazo sobre los hombros. En cierto sentido tiene gracia: Sehun, siempre tan tranquilo y discreto, impresionando a las damas.

—Pareces enfadado —dice.

—Tengo que irme —musito ofuscado.

—Acabas de llegar.

—Ya lo sé, pero Jongin tiene que volver. Las fotos son fantásticas, Sehun… eres muy bueno.

Él sonríe de oreja a oreja.

—Me ha encantado verte.

Me da un abrazo enorme, me coge en volandas y me da una vuelta, de manera que veo a Jongin al fondo de la galería. Pone mala cara, y me doy cuenta de que es porque estoy en brazos de Sehun. Así que, con un movimiento perfectamente calculado, le echo los brazos alrededor del cuello. Me parece que Jongin está a punto de tener un ataque. Se le oscurecen los ojos hasta un punto bastante siniestro, y se acerca muy despacio hacia nosotros.

—Gracias por avisarme de lo de mis retratos —mascullo.

—Oh por dios!. Lo siento, Lu. Debería habértelo dicho. ¿Te gustan?

Su pregunta me deja momentáneamente desconcertado.

—Mmm… no lo sé —contesto con franqueza.

—Bueno, están todos vendidos, así que a alguien le gustan. ¿A que es fantástico? Eres un chico de póster.

Y me abraza más fuerte. Cuando Jongin llega me fulmina con la mirada, aunque por suerte Sehun no le ve.

Sehun me suelta.

—No seas tan cara de ver, Lu. Ah, señor Kim, buenas noches.

—Señor Oh, realmente impresionante. Lo siento pero no podemos quedarnos, hemos de volver a Seul —dice Jongin con educada frialdad, enfatizando sutilmente el plural mientras me coge de la mano—. ¿Luhan?

—Adiós, Sehun. Felicidades otra vez.

Le doy un beso fugaz en la mejilla y, sin que apenas me dé cuenta, Jongin me saca a rastras del edificio. Sé que arde de rabia en silencio, pero yo también.

Echa un vistazo arriba y abajo de la calle; luego, de pronto, se dirige hacia la izquierda y me lleva hasta un callejón silencioso, y me empuja bruscamente contra la pared. Me sujeta la cara entre las manos, obligándome a alzar la vista hacia sus ojos fervientes y decididos. Yo jadeo y su boca se abate sobre la mía. Me besa con violencia. Nuestros dientes chocan un segundo y luego me mete la lengua entre los labios.

El deseo estalla en todo mi cuerpo como en el Cuatro de Julio, y respondo a sus besos con idéntico ardor, entrelazo las manos en su pelo y tiro de él con fuerza. Él gruñe, y ese sonido sordo y sexy del fondo de su garganta reverbera en mi interior, y Jongin desliza la mano por mi cuerpo, hasta la parte de arriba del muslo, y sus dedos hurgan en mi piel a través del pantalón apretado.

Yo vierto toda la angustia y el desengaño de los últimos días en nuestro beso, le ato a mí… y en ese momento de pasión ciega, me doy cuenta de que él hace lo mismo, de que siente lo mismo.

Jongin interrumpe el beso, jadeante. Sus ojos hierven de deseo, encendiendo la sangre ya ardiente que palpita por todo mi cuerpo. Tengo la boca entreabierta e intento recuperar un aire precioso, hacer que vuelva a mis pulmones.

—Tú… eres… mío —gruñe, enfatizando cada palabra. Me aparta de un empujón y se dobla con las manos apoyadas en las rodillas, como si hubiera corrido una maratón—. Por Dios santo, Lu.

Yo me apoyo en la pared jadeando e intento controlar la desatada reacción de mi cuerpo, trato de recuperar el equilibrio.

—Lo siento —balbuceo en cuanto recobro el aliento.

—Más te vale. Sé lo que estabas haciendo. ¿Deseas al fotógrafo, Luhan? Es evidente que él siente algo por ti. Muevo la cabeza con aire culpable.

—No. Solo es un amigo.

—Durante toda mi vida adulta he intentado evitar cualquier tipo de emoción intensa. Y sin embargo tú… tú me provocas sentimientos que me son totalmente ajenos. Es muy… —arruga la frente, buscando la palabra—… perturbador. A mí me gusta el control, Lu, y contigo eso…

—se incorpora, me mira intensamente—… simplemente se evapora.

Hace un gesto vago con la mano, luego se la pasa por el pelo y respira profundamente. Me coge la mano.

—Vamos, tenemos que hablar, y tú tienes que comer.

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