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Capitulo 23

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Miro nervioso por todo el bar, pero no lo veo.

—Lu, ¿qué pasa? Parece que has visto un fantasma.

—Es Jongin; está aquí.

—¿Qué? ¿En serio?

Mira también por todo el bar.

No le he hablado a mi madre de la tendencia al acoso de Jongin.

Lo veo. El corazón me da un brinco y empieza a agitarse violentamente en mi pecho cuando se acerca a nosotros. Ha venido… por mí. La diosa que llevo dentro se levanta como una loca de su chaise longue.  Jongin se desliza entre la multitud; los halógenos empotrados reflejan en su pelo destellos de cobre bruñido y rojo. En sus luminosos ojos grises veo brillar… ¿rabia? ¿Tensión? Aprieta la boca, la mandíbula tensa. Oh, mierda… no. Ahora mismo estoy tan furioso con él, y encima está aquí. ¿Cómo me voy a enfadar con él delante de mi madre?

Llega a nuestra mesa, mirándome con recelo. Viste, como de costumbre, camisa de lino blanco y vaqueros.

—Hola —chillo, incapaz de ocultar mi asombro por verlo aquí en carne y hueso.

—Hola —responde, e inclinándose me besa en la mejilla, pillándome por sorpresa.

—Jongin, esta es mi madre, BoA.

Mis arraigados modales toman el mando.

Se gira para saludar a mi madre.

—Encantado de conocerla, señora Kwon.

¿Cómo sabe el apellido de mi madre? Le dedica esa sonrisa de infarto, cosecha Kim Jongin , destinada a la rendición total sin rehenes. Mi madre no tiene escapatoria. La mandíbula se le descuelga hasta la mesa. Por Dios, controla un poco, mamá. Ella acepta la mano que le tiende y se la estrecha. No le contesta. Vaya, lo de quedarse mudo de asombro es genético; no tenía ni idea.

—Jongin —consigue decir por fin, sin aliento.

Él le dedica una sonrisa de complicidad, sus ojos grises centelleantes. Los miro con el gesto fruncido.

—¿Qué haces aquí?

La pregunta suena más frágil de lo que pretendía, y su sonrisa desaparece, y su expresión se vuelve cautelosa. Estoy emocionado de verlo, pero completamente descolocado, y la rabia por lo de la señora Park aún me hierve en las venas. No sé si quiero ponerme a gritarle o arrojarme a sus brazos (aunque no creo que le gustara ninguna de las dos opciones), y quiero saber cuánto tiempo lleva vigilándonos. Además, estoy algo nervioso por el e-mail que acabo de enviarle.

—He venido a verte, claro. —Me mira impasible. Huy, ¿qué estará pensando?—. Me alojo en este hotel.

—¿Te alojas aquí?

Sueno como un universitario de segundo año colocado de anfetas, demasiado estridente hasta para mis oídos.

—Bueno, ayer me dijiste que ojalá estuviera aquí. —Hace una pausa para evaluar mi reacción—. Nos proponemos complacer, señorito Xiao —dice en voz baja sin rastro alguno de humor.

Mierda, ¿está furioso? ¿Será por los comentarios sobre la señora Park? ¿O tal vez porque estoy a punto de tomarme el cuarto Cosmo? Mi madre nos mira nerviosa.

—¿Por qué no te tomas una copa con nosotros, Jongin?

Le hace una seña al camarero, que se planta a nuestro lado en un nanosegundo.

—Tomaré un gin-tonic —dice Jongin —. Hendricks si tienen, o Bombay Sapphire. Pepino con el Hendricks, lima con el Bombay.

Madre mía… Solo Jongin podría pedir una copa como si fuera un plato elaborado.

—Y otros dos Cosmos, por favor —añado, mirando nervioso a Jongin.

He salido de copas con mi madre; no se puede enfadar por eso.

—Acércate una silla, Jongin.

—Gracias, señora Kwon.

Jongin coge una silla y se sienta con elegancia a mi lado.

—¿Así que casualmente te alojas en el hotel donde estamos tomando unas copas? —digo, esforzándome por sonar desenfadado.

—O casualmente estáis tomando unas copas en el hotel donde yo me alojo —me contesta él—. Acabo de cenar, he venido aquí y te he visto. Andaba distraído pensando en tu último correo, levanto la vista y ahí estabas. Menuda coincidencia, ¿verdad?

Ladea la cabeza y detecto un amago de sonrisa. Gracias a Dios… puede que al final hasta salvemos la noche.

—Mi madre y yo hemos ido de compras esta mañana y a la playa por la tarde. Luego hemos decidido salir de copas esta noche —murmuro, porque tengo la sensación de que le debo una explicación.

—¿Esa camisa es nueva? —Señala mi blusón de seda verde recién estrenado—. Te sienta bien ese color. Y te ha dado un poco el sol. Estás precioso.

Me ruborizo. El cumplido me deja sin habla.

—Bueno, pensaba hacerte una visita mañana, pero mira por dónde…

Alarga el brazo y me coge la mano, me la aprieta con suavidad, me acaricia los nudillos con el pulgar… y siento de nuevo el tirón. Esa descarga eléctrica que corre bajo mi piel bajo la suave presión de su pulgar se dispara a mi torrente sanguíneo y me recorre el cuerpo entero, calentándolo todo a su paso. Hacía más de dos días que no lo veía. Madre mía… cómo lo deseo. Se me entrecorta la respiración. Lo miro pestañeando, sonrío tímidamente, y veo dibujarse una sonrisa en sus labios.

—Quería darte una sorpresa. Pero, como siempre, me la has dado tú a mí, Luhan, cuando te he visto aquí.

Miro de reojo a mi madre, que tiene los ojos clavados en Jongin … ¡sí, clavados! Vale ya, mamá. Ni que fuera una criatura exótica nunca vista. A ver, ya sé que hasta ahora no había tenido novio y que a Jongin solo lo llamo así por llamarlo de alguna manera, pero ¿tan increíble es que yo haya podido atraer a un hombre? ¿A este hombre? Pues sí, francamente… tú míralo bien, me suelta mi subconsciente. ¡Oh, cállate! ¿Quién te ha dado vela en este entierro? Miro ceñudo a mi madre, pero ella no parece darse por enterada.

—No quiero robarte tiempo con tu madre. Me tomaré una copa y me retiraré. Tengo trabajo pendiente —declara muy serio.

—Jongin, me alegro mucho de conocerte —interviene mi madre, recuperando al fin el habla—. Lu me ha hablado muy bien de ti.

Él le sonríe.

—¿En serio?

Jongin arquea una ceja, con una expresión risueña en el rostro, y yo vuelvo a ruborizarme.

Llega el camarero con nuestras copas.

—Hendricks, señor —declara con una floritura triunfante.

—Gracias —murmura Jongin en reconocimiento.

Sorbo nervioso mi nuevo Cosmo.

—¿Cuánto tiempo vas a estar en Incheon, Jongin? —pregunta mamá.

—Hasta el viernes, señora Kwon.

—¿Cenarás con nosotros mañana? Y, por favor, llámame BoA.

—Me encantaría, BoA.

—Estupendo. Si me disculpáis un momento, tengo que ir al lavabo.

Pero si acabas de ir, mamá. La miro desesperado cuando se levanta y se marcha, dejándonos solos.

—Así que te has enfadado conmigo por cenar con una vieja amiga.

Jongin vuelve su mirada ardiente y recelosa hacia mí y, llevándose mi mano a los labios, me besa suavemente los nudillos uno por uno.

Dios… ¿tiene que hacer esto ahora?

—Sí —mascullo mientras la sangre me recorre ardiente el cuerpo entero.

—Nuestra relación sexual terminó hace tiempo, Luhan —me susurra—. Yo solo te deseo a ti. ¿Aún no te has dado cuenta?

Lo miro extrañado.

—Para mí es una pederasta, Jongin.

Contengo el aliento a la espera de su reacción.

Jongin palidece.

—Eso es muy crítico por tu parte. No fue así —susurra conmocionado, soltándome la mano.

¿Crítico?

—Ah, ¿cómo fue entonces? —pregunto.

Los Cosmos me envalentonan.

Me mira ceñudo, desconcertado. Prosigo:

—Se aprovechó de un chico vulnerable de quince años. Si hubieras sido una chiquilla de quince años y la señora Park un señor Park que la hubiera arrastrado al sadomasoquismo, ¿te parecería bien? ¿Si hubiera sido Mia, por ejemplo?

Da un respingo y me mira ceñudo.

—Lu, no fue así.

Le lanzo una mirada feroz.

—Vale, yo no lo sentí así —prosigue en voz baja—. Ella fue una fuerza positiva. Lo que necesitaba.

—No lo entiendo.

Ahora me toca a mí mostrarme desconcertado.

—Luhan, tu madre no tardará en volver. No me apetece hablar de esto ahora. Más adelante, quizá. Si no quieres que esté aquí, tengo un avión esperándome en Hilton Head. Me puedo ir.

Se ha enfadado conmigo… no.

—No, no te vayas. Por favor. Me encanta que hayas venido. Solo quiero que entiendas que me enfurece que, en cuanto me voy, quedes con ella para cenar. Piensa en cómo te pones tú cuando me acerco a Sehun. Sehun es un buen amigo. Nunca he tenido una relación sexual con él. Mientras que tú y ella…

Me interrumpo, no queriendo concederle más espacio a ese pensamiento.

—¿Estás celoso?

Me mira atónito, y sus ojos se ablandan un poco, se enternecen.

—Sí, y furioso por lo que te hizo.

—Luhan, ella me ayudó. Y eso es todo lo que voy a decir al respecto. En cuanto a tus celos, ponte en mi lugar. No he tenido que justificar mis actos delante de nadie en los últimos siete años. De nadie en absoluto. Hago lo que me place, Luhan. Me gusta mi independencia. No he ido a ver a la señora Park para fastidiarte. He ido porque, de vez en cuando, salimos a cenar. Es amiga y socia.

¿Socia? Dios mío. Esto es nuevo.

Me mira y analiza mi expresión.

—Sí, somos socios. Ya no hay sexo entre nosotros. Desde hace años.

—¿Por qué terminó vuestra relación?

Frunce la boca y le brillan los ojos.

—Su marido se enteró.

¡Madre mía!

—¿Te importa que hablemos de esto en otro momento, en un sitio más discreto? —gruñe.

—Dudo que consigas convencerme de que no es una especie de pedófila.

—Yo no la veo así. Nunca lo he hecho. ¡Y basta ya! —espeta.

—¿La querías?

—¿Cómo vais?

Mi madre reaparece sin que ninguno de los dos nos hayamos percatado.

Me planto una falsa sonrisa en los labios mientras Jongin y yo nos enderezamos precipitadamente en el asiento, como si estuviéramos haciendo algo malo. Mi madre me mira.

—Bien, mamá.

Jongin sorbe su copa, observándome detenidamente con expresión cautelosa. ¿Qué estará pensando? ¿La quiso? Me parece que, como diga que sí, me voy a enfadar, y mucho.

—Bueno, os dejo disfrutar de vuestra velada.

No, no, no me puede dejar así, con la duda.

—Por favor, que carguen estas copas en mi cuenta, habitación 612. Te llamo por la mañana, Luhan. Hasta mañana, BoA.

—Oh, me encanta que alguien te llame por tu nombre completo, hijo.

—Un nombre precioso para un chico precioso —murmura Jongin, estrechando la mano que mi madre le tiende, y ella sonríe con afectación.

Ay, mamá… ¿tú también, traidora? Me levanto y lo miro, implorándole que responda a mi pregunta, y él me da un casto beso en la mejilla.

—Hasta luego, nene —me susurra al oído.

Y se va.

Maldito capullo controlador. La rabia retorna con plena fuerza. Me dejo caer en la silla y me vuelvo hacia mi madre.

—Vaya, me has dejado anonadado, Lu. Menudo partidazo. Eso sí, no sé qué os traéis entre manos. Me parece que tenéis que hablar. Uf, la tensión subyacente… es insoportable.

Se abanica exageradamente.

—¡MAMÁ!

—Ve a hablar con él.

—No puedo. He venido aquí a verte a ti.

—Lu, has venido aquí porque estás hecho un lío con ese chico. Es evidente que estáis locos el uno por el otro. Tienes que hablar con él. Ha volado cinco mil kilómetros para verte, por el amor de Dios. Y ya sabes lo horroroso que es volar.

Me ruborizo. No le he dicho que tiene un avión privado.

—¿Qué? —me suelta.

—Tiene su propio avión —mascullo, avergonzado—, y son menos de cinco mil kilómetros, mamá.

¿Por qué me avergüenzo? Mi madre arquea ambas cejas.

—wow —exclama—. Lu, os pasa algo. Llevo intentando averiguar lo que es desde que llegaste. Pero el único modo de solucionar el problema, sea cual sea, es hablarlo con él. Piensa todo lo que quieras, pero hasta que no hables con él no vas a conseguir nada.

La miro ceñudo.

—Lu, cielo, siempre le has dado muchas vueltas a todo. Fíate de tu instinto. ¿Qué te dice, cariño?

Me miro los dedos.

—Creo que estoy enamorado de él —murmuro.

—Lo sé, cariño. Y él de ti.

—¡No!

—Sí, Lu. Dios… ¿qué más necesitas? ¿Un rótulo luminoso en su frente?

La miro aturdido y se me llenan los ojos de lágrimas.

—No llores, cielo.

—Yo no creo que me quiera.

—Independientemente de lo rico que sea, uno no lo deja todo, se sube en su avión privado y cruza el país para tomar el té de la tarde. ¡Ve con él! Este sitio es muy bonito, muy romántico. Además, es territorio neutral.

Me revuelvo incómodo bajo su mirada. Quiero y no quiero ir.

—Cariño, no te preocupes por tener que volver conmigo. Quiero que seas feliz, y ahora mismo creo que la clave de tu felicidad está arriba, en la habitación 612. Si quieres venir a casa luego, la llave está debajo de la yuca del porche principal. Si te quedas… bueno, ya eres mayorcito. Pero toma precauciones.

Me pongo rojo como un tomate. Por Dios, mamá.

—Vamos a terminarnos los Cosmos primero.

—Ese es mi chico.

Y sonríe.


Llamo tímidamente a la puerta de la habitación 612 y espero. Jongin abre la puerta. Está hablando por el móvil. Me mira extrañado, completamente sorprendido, sostiene la puerta abierta y me invita a entrar en su habitación.

—¿Están listas todas las indemnizaciones? ¿Y el coste? —Silba entre dientes—. Uf, nos ha salido caro el error. ¿Y Ki Tae?

Echo un vistazo a la habitación. Es una suite, como la del Heathman. La decoración de esta es ultramoderna, muy actual. Todo púrpura y dorado mate con motivos en bronce en las paredes. Jongin se acerca a un mueble de madera noble, tira y abre una puerta tras la que se oculta el minibar. Me hace una señal para que me sirva, luego entra en el dormitorio. Supongo que para que no pueda oír la conversación. Me encojo de hombros. No dejó de hablar cuando entré en su estudio el otro día. Oigo correr el agua; está llenando la bañera. Me sirvo un zumo de naranja. Vuelve al salón.

—Que Nana me mande las gráficas. Soo  Bin me dijo que había resuelto el problema. —Jongin ríe—. No, el viernes. Estoy interesado en un terreno de por aquí. Sí, que me llame Ki sang. No, mañana. Quiero ver lo que podría ofrecernos Incheon si nos instalamos aquí.

Jongin no me quita los ojos de encima. Me da un vaso y me indica dónde hay una cubitera.

—Si los incentivos son lo bastante atractivos, creo que deberíamos considerarlo, aunque aquí hace un calor de mil demonios.  Daegun tiene sus ventajas, sí, y es más fresco. —Su rostro se oscurece un instante—. ¿Por qué? Que me llame Ki sang. Mañana. No demasiado temprano.

Cuelga y se me queda mirando con una expresión indescifrable, y se hace el silencio entre nosotros.

Muy bien… me toca hablar.

—No has respondido a mi pregunta —murmuro.

—No —dice en voz baja, y me mira con una mezcla de asombro y recelo.

—¿No has respondido a mi pregunta o no, no la querías?

Se cruza de brazos y se apoya en la pared; una leve sonrisa se dibuja en sus labios.

—¿A qué has venido, Luhan?

—Ya te lo he dicho.

Suspira hondo.

—No, no la quería.

Me mira ceñudo, divertido pero perplejo.

Acabo de darme cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Al soltar el aire, me desinflo como un saco viejo. Uf, gracias a Dios… ¿Cómo me habría sentido si me hubiera dicho que quería a esa bruja?

—Tú eres mi dios de ojos marrones, Luhan. ¿Quién lo habría dicho?

—¿Se burla de mí, señor Kim?

—No me atrevería.

Niega con la cabeza, solemne, pero veo un destello de picardía en sus ojos.

—Huy, claro que sí, y de hecho lo haces, a menudo.

Sonríe satisfecho al ver que le devuelvo las palabras que me ha dicho él antes. Su mirada se oscurece.

—Por favor, deja de morderte el labio. Estás en mi habitación, hace casi tres días que no te veo y he hecho un largo viaje en avión para verte.

Su tono pasa de suave a sensual.

Le suena el BlackBerry, distrayéndonos a los dos, y lo apaga sin mirar siquiera quién es. Se me entrecorta la respiración. Sé cómo va a terminar esto… pero se supone que íbamos a hablar. Se acerca a mí con su mirada sexy de depredador.

—Quiero hacerlo, Luhan. Ahora. Y tú también. Por eso has venido.

—Quería saber la respuesta, de verdad —alego en mi defensa.

—Bueno, ahora que lo sabes, ¿te quedas o te vas?

Me ruborizo cuando se planta delante de mí.

—Me quedo —murmuro, mirándolo nervioso.

—Me alegro. —Me mira fijamente—. Con lo enfadado que estabas conmigo… —dice.

—Sí.

—No recuerdo que nadie se haya enfadado nunca conmigo, salvo mi familia. Me gusta.

Me acaricia la mejilla con las yemas de los dedos. Madre mía, esa proximidad, ese aroma a Jongin. Se supone que íbamos a hablar, pero tengo el corazón desbocado y la sangre me corre como loca por todo el cuerpo; el deseo crece, se expande… por todo mi ser. Jongin se inclina y me pasea la nariz por el hombro hasta la base de la oreja, hundiendo despacio los dedos en mi pelo.

—Deberíamos hablar —susurro.

—Luego.

—Quiero decirte tantas cosas.

—Yo también.

Me planta un suave beso debajo del lóbulo de la oreja mientras aprieta el puño enredado en mi pelo. Me echa la cabeza hacia atrás para tener acceso a mi cuello. Me araña la barbilla con los dientes y me besa el cuello.

—Te deseo —dice.

Gimo, subo las manos y me aferro a sus brazos.

—¿Estás con la regla?

Sigue besándome.

Maldita sea. ¿No se le escapa nada?

—Sí —susurro, cortado.

—¿Tienes dolor?

—No.

Me sonrojo. Dios…

Para y me mira.

—¿Te has tomado la píldora?

—Sí.

Qué vergüenza, por favor.

—Vamos a darnos un baño.

¿Eh?

Me coge de la mano y me lleva al dormitorio. Dominan la estancia la cama inmensa y unas cortinas de lo más recargado. Pero no nos detenemos ahí. Me lleva al baño que tiene dos zonas, todo de color verde mar y crudo. Es enorme. En la segunda zona, una bañera encastrada lo bastante grande para cuatro personas, con escalones de piedra al interior, se está llenando de agua. El vapor se eleva suavemente por encima de la espuma y veo que hay un asiento de piedra por todo su perímetro. En los bordes titilan unas velas. Wow… ha hecho todo esto mientras hablaba por teléfono.

—¿Llevas una goma para el pelo?

Lo miro extrañado, me busco en el bolsillo de los vaqueros y saco una.

—Recógetelo —me ordena con delicadeza.

Hago lo que me pide.

Hace un calor sofocante junto a la bañera y el blusón se me empieza a pegar. Se agacha y cierra el grifo. Me lleva a la primera zona del baño, se coloca detrás de mí y los dos nos miramos en el espejo mural que hay sobre los dos lavabos de vidrio.

—Quítate las sandalias —murmura, y yo lo complazco enseguida y las dejo en el suelo de arenisca—. Levanta los brazos —me dice.

Obedezco y me saca la camisa por la cabeza de forma que me quedo desnudo de cintura para arriba ante él. Sin quitarme los ojos de encima, alarga la mano por delante, me desabrocha el botón de los vaqueros y me baja la cremallera.

—Te lo voy a hacer en el baño, Luhan.

Se inclina y me besa el cuello. Ladeo la cabeza y le facilito el acceso. Engancha los pulgares en mis vaqueros y me los baja poco a poco, agachándose detrás de mí al tiempo que me los baja, junto con los boxer, hasta el suelo, dejando expuesto mi sexo.

—Saca los pies de los vaqueros.

Agarrándome al borde del lavabo, hago lo que me dice. Ahora estoy desnudo, mirándome, y él está arrodillado a mi espalda. Me besa y luego me mordisquea el trasero, haciéndome gemir. Se levanta y vuelve a mirarme fijamente en el espejo. Procuro estarme quieto, ignorando mi natural inclinación a taparme. Me planta las manos en el vientre; son tan grandes que casi me llegan de cadera a cadera.

—Mírate. Eres precioso —murmura—. Siéntete. —Me coge ambas manos con las suyas, las palmas pegadas al dorso de las mías, los dedos trenzados con los míos para mantenerlos estirados. Me las posa en el vientre—. Siente lo suave que es tu piel —me dice en voz baja y grave. Me mueve las manos lentamente, en círculos, luego asciende hasta mi pecho—. Siente lo liso y suave que es tu pecho.

Me pone las manos de forma que me  acaricie suavemente los pezones con los pulgares, una y otra vez.

Gimo con la boca entreabierta y arqueo la espalda de forma que los dedos precionan mas. Me pellizca los pezones con sus pulgares y los míos, tirando con delicadeza, para que se alarguen más. Observo fascinado a la criatura lasciva que se retuerce delante de mí. Oh, qué sensación tan deliciosa… Gruño y cierro los ojos, porque no quiero seguir viendo cómo se excita ese hombre libidinoso del espejo con sus propias manos, con las manos de él, acariciándome como lo haría él, sintiendo lo excitante que es. Solo siento sus manos y sus órdenes suaves y serenas.

—Muy bien, nene —murmura.

Me lleva las manos por los costados, desde la cintura hasta las caderas, por el vello púbico. Desliza una pierna entre las mías, separándome los pies, abriéndome, y me pasa mis manos por mi sexo, primero una mano y luego la otra, marcando un ritmo. Es tan erótico… Soy una auténtico titere y él es el maestro titiritero.

—Mira cómo resplandeces, Luhan —me susurra mientras me riega de besos y mordisquitos el hombro.

Gimo. De pronto me suelta.

—Sigue tú —me ordena, y se aparta para observarme.

Me acaricio y aprieto mi miembro. No… Quiero que lo haga él. No es lo mismo. Estoy perdido sin él. Se saca la camisa por la cabeza y se quita rápidamente los vaqueros.

—¿Prefieres que lo haga yo?

Sus ojos grises abrasan los míos en el espejo.

—Sí, por favor —digo.

Vuelve a rodearme con los brazos, me coge las manos otra vez y continúa apretandome el sexo y la punta. El vello de su pecho me raspa, su erección presiona contra mí. Hazlo ya, por favor. Me mordisquea la nuca y cierro los ojos, disfrutando de las múltiples sensaciones: el cuello, la entrepierna, su cuerpo pegado a mí. Para de pronto y me da la vuelta, me apresa con una mano ambas muñecas a la espalda y me tira de la coleta con la otra. Me acaloro al contacto con su cuerpo; él me besa apasionadamente, devorando mi boca con la suya, inmovilizándome, rozando mutuamente nuestras erecciones.

Su respiración es entrecortada, como la mía.

—¿Cuándo te ha venido la regla, Luhan? —me pregunta de repente, mirándome.

—Eh… ayer —mascullo, excitadísimo.

—Bien.

Me suelta y me da la vuelta.

—Agárrate al lavabo —me ordena y vuelve a echarme hacia atrás las caderas, como hizo en el cuarto de juegos, de forma que estoy doblado.

Me pasa la mano entre las piernas y tira del cordón azul. ¿Qué? Me quita el tampón especial que uso para el flujo,con  cuidado lo tira al váter que tiene cerca. Dios mío. La madre del… Y de golpe me penetra… ¡ah! Piel con piel, moviéndose despacio al principio, suavemente, probándome, empujando… madre mía. Me agarro con fuerza al lavabo, jadeando, pegándome a él, sintiéndolo dentro de mí. Oh, esa dulce agonía… sus manos ancladas a mis caderas. Imprime un ritmo castigador, dentro, fuera, luego me pasa la mano por delante, a la cabeza de mi pene, y me lo masajea… oh, Dios. Noto que me acelero.

—Muy bien, nene —dice con voz ronca mientras empuja con vehemencia, ladeando las caderas, y eso basta para catapultarme a lo más alto.

Wow…toca con la punta de su pene mi próstata y me corro escandalosamente, aferrado al lavabo mientras me dejo arrastrar por el orgasmo y suelto hilos de mi semilla,  todo se revuelve y se tensa a la vez. Él me sigue, agarrándome con fuerza, pegándose a mi cuerpo cuando llega al clímax, pronunciando mi nombre como si fuera un ensalmo o una invocación.

—¡Oh, Lu! —me jadea al oído, su respiración entrecortada en perfecta sin ergia con la mía—. Oh, nene, ¿alguna vez me saciaré de ti? —susurra.

Nos dejamos caer despacio al suelo y él me envuelve con sus brazos, apresándome. ¿Será siempre así? Tan incontenible, devorador, desconcertante, seductor. Yo quería hablar, pero hacer el amor con él me agota y me aturde, y también yo me pregunto si algún día llegaré a saciarme de él.

Me acurruco en su regazo, con la cabeza pegada a su pecho, mientras nos serenamos. Con disimulo, inhalo su aroma a Jongin, dulce y embriagador. No debo acariciarlo. No debo acariciarlo. Repito mentalmente el mantra, aunque me siento tentado de hacerlo. Quiero alzar la mano y trazar figuras en su pecho con las yemas de los dedos, pero me contengo, porque sé que le fastidiaría que lo hiciera. Guardamos silencio los dos, absortos en nuestros pensamientos. Yo estoy absorto en él, entregado a él.

De repente, me acuerdo de que tengo la regla.

—Estoy manchando —murmuro.

—A mí no me molesta —me dice.

—Ya lo he notado —digo sin poder controlar el tono seco de mi voz.

Se tensa.

—¿Te molesta a ti? —me pregunta en voz baja.

¿Que si me molesta? Quizá debería… ¿o no? No, no me molesta. Me echo hacia atrás y levanto la vista, y él me mira desde arriba, con esos ojos grises algo nebulosos.

—No, en absoluto.

Sonríe satisfecho.

—Bien. Vamos a darnos un baño.

Me libera y me deja en el suelo a fin de ponerse de pie. Mientras se mueve a mi lado, vuelvo a reparar en esas pequeñas cicatrices redondas y blancas de su pecho. No son de varicela, me digo distraída. Taeyeon dijo que a él casi no le había afectado. Por Dios… tienen que ser quemaduras. ¿Quemaduras de qué? Palidezco al caer en la cuenta, presa de la conmoción y la repugnancia que me produce. A lo mejor existe una explicación razonable y yo estoy exagerando. Brota feroz en mi pecho una esperanza: la esperanza de estar equivocada.

—¿Qué pasa? —me pregunta Jongin alarmado.

—Tus cicatrices —le susurro—. No son de varicela.

Lo veo cerrarse como una ostra en milésimas de segundo; su actitud, antes relajada, serena y tranquila, se vuelve defensiva, furiosa incluso. Frunce el ceño, su rostro se oscurece y su boca se convierte en una fina línea prieta.

—No, no lo son —espeta, pero no me da más explicaciones.

Se pone en pie, me tiende la mano y me ayuda a levantarme.

—No me mires así —me dice con frialdad, como reprendiéndome, y me suelta la mano.

Me sonrojo, arrepentido, y me miro los dedos, y entonces sé, tengo claro, que alguien le apagaba cigarrillos sobre la piel. Siento náuseas.

—¿Te lo hizo ella? —susurro sin apenas darme cuenta.

No dice nada, así que me obligo a mirarlo. Él me clava los ojos, furibundo.

—¿Ella? ¿La señora Park? No es una salvaje, Luhan. Claro que no fue ella. No entiendo por qué te empeñas en demonizarla.

Ahí lo tengo, desnudo, espléndidamente desnudo, manchado de mi sangre… y por fin vamos a tener esa conversación. Yo también estoy desnudo, ninguno de los dos tiene donde esconderse, salvo quizá en la bañera. Respiro hondo, paso por delante de él y me meto en el agua. La encuentro deliciosamente templada, relajante y profunda. Me disuelvo en la espuma fragante y lo miro, oculto entre las pompas.

—Solo me pregunto cómo serías si no la hubieras conocido, si ella no te hubiera introducido en ese… estilo de vida.

Suspira y se mete en la bañera, enfrente de mí, con la mandíbula apretada por la tensión, los ojos vidriosos. Cuando sumerge con elegancia su cuerpo en el agua, procura no rozarme siquiera. Dios… ¿tanto lo he enojado?

Me mira impasible, con expresión insondable, sin decir nada. De nuevo se hace el silencio entre nosotros, pero yo no voy a romperlo. Te toca ti, Kim… esta vez no voy a ceder. Mi subconsciente está nerviosa, se muerde las uñas con desesperación. A ver quién puede más. Jongin y yo nos miramos; no pienso claudicar. Al final, tras lo que parece una eternidad, mueve la cabeza y sonríe.

—De no haber sido por la señora Park, probablemente habría seguido los pasos de mi madre biológica.

¡Uf…! Lo miro extrañado. ¿En la adicción al crack o en la prostitución? ¿En ambas, quizá?

—Ella me quería de una forma que yo encontraba… aceptable —añade encogiéndose de hombros.

¿Qué coño significa eso?

—¿Aceptable? —susurro.

—Sí. —Me mira fijamente—. Me apartó del camino de autodestrucción que yo había empezado a seguir sin darme cuenta. Resulta muy difícil crecer en una familia perfecta cuando tú no eres perfecto.

Oh, no. Se me seca la boca mientras digiero esas palabras. Me mira con una expresión indescifrable. No me va a contar más. Qué frustrante. Mi mente no para de dar vueltas… lo veo tan lleno de desprecio por sí mismo. Y la señora Park lo quería. Maldita sea… ¿lo seguirá queriendo? Me siento como si me hubieran dado una patada en el estómago.

—¿Aún te quiere?

—No lo creo, no de ese modo. —Frunce el ceño como si nunca se le hubiera ocurrido—. Ya te digo que fue hace mucho. Es algo del pasado. No podría cambiarlo aunque quisiera, que no quiero. Ella me salvó de mí mismo. —Está exasperado y se pasa una mano mojada por el pelo—. Nunca he hablado de esto con nadie. —Hace una pausa—. Salvo con el doctor Flynn, claro. Y la única razón por la que te lo cuento a ti ahora es que quiero que confíes en mí.

—Yo ya confío en ti, pero quiero conocerte mejor, y siempre que intento hablar contigo, me distraes. Hay muchísimas cosas que quiero saber.

—Oh, por el amor de Dios, Luhan. ¿Qué quieres saber? ¿Qué tengo que hacer?

Le arden los ojos y, aunque no alza la voz, sé que está haciendo un esfuerzo por controlar su genio.

Me miro las manos, perfectamente visibles debajo del agua ahora que la espuma ha empezado a dispersarse.

—Solo pretendo entenderlo; eres todo un enigma. No te pareces a nadie que haya conocido. Me alegro de que me cuentes lo que quiero saber.

Uf… quizá sean los Cosmopolitan que me envalentonan, pero de repente no soporto la distancia que nos separa. Me muevo por el agua hasta su lado y me pego a él, de forma que estamos piel con piel. Se tensa y me mira con recelo, como si fuera a morderle. Vaya, qué cambio tan inesperado… La diva que llevo dentro lo escudriña en silencio, asombrada.

—No te enfades conmigo, anda —le susurro.

—No estoy enfadado contigo, Luhan. Es que no estoy acostumbrado a este tipo de conversación, a este interrogatorio. Esto solo lo hago con el doctor Flynn y con…

Se calla y frunce el ceño.

—Con ella. Con la señora Park. ¿Hablas con ella? —inquiero, procurando controlar mi genio yo también.

—Sí, hablo con ella.

—¿De qué?

Se recoloca para poder mirarme, haciendo que el agua se derrame por los bordes hasta el suelo. Me pasa el brazo por los hombros y lo apoya en el borde de la bañera.

—Eres insistente, ¿eh? —murmura algo irritado—. De la vida, del universo… de negocios. La señora Park y yo hace tiempo que nos conocemos, Luhan. Hablamos de todo.

—¿De mí? —susurro.

—Sí.

Sus ojos grises me observan con atención.

Me muerdo el labio inferior en un intento de contener el súbito ataque de rabia que se apodera de mí.

—¿Por qué habláis de mí?

Me esfuerzo por no sonar consternado ni malhumorado, pero no lo consigo. Sé que debería parar. Lo estoy presionando demasiado. Mi subconsciente está poniendo otra vez la cara de El grito de Munch.

—Nunca he conocido a nadie como tú, Luhan.

—¿Qué quieres decir? ¿Te refieres a que nunca has conocido a nadie que no firmara automáticamente todo tu papeleo sin preguntar primero?

Menea la cabeza.

—Necesito consejo.

—¿Y te lo da doña Pedófila? —espeto.

El control de mi genio es menos fuerte de lo que pensaba.

—Luhan… basta ya —me suelta muy serio, frunciendo los ojos.

Piso terreno cenagoso; me estoy metiendo en la boca del lobo.

—O te voy a tener que tumbar en mis rodillas. No tengo ningún interés romántico o sexual en ella. Ninguno. Es una amiga querida y apreciada, y socia mía. Nada más. Tenemos un pasado en común, hubo algo entre nosotros que a mí me benefició muchísimo, aunque a ella le destrozara el matrimonio, pero esa parte de nuestra relación ya terminó.

Dios, otra cosa que no entiendo. Ella encima estaba casada. ¿Cómo pudieron mantener lo suyo tanto tiempo?

—¿Y tus padres nunca se enteraron?

—No —gruñe—. Ya te lo he dicho.

Y sé que he llegado al límite. No puedo preguntarle nada más de ella porque va a perder los nervios conmigo.

—¿Has terminado? —espeta.

—De momento.

Respira hondo y se relaja visiblemente delante de mí, como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

—Vale, ahora me toca a mí —murmura, y su mirada feroz se vuelve gélida, especulativa—. No has contestado a mi e-mail.

Me ruborizo. Ay, odio cuando el foco se dirige contra mí, y tengo la sensación de que se va a enfadar cada vez que hablemos de algo. Meneo la cabeza. Igual es así como le hacen sentirse mis preguntas; no está acostumbrado a que lo desafíen. La idea resulta reveladora, perturbadora e inquietante.

—Iba a contestar. Pero has venido.

—¿Habrías preferido que no viniera? —dice, de nuevo impasible.

—No, me encanta que hayas venido —murmuro.

—Bien. —Me dedica una sincera sonrisa de alivio—. A mí me encanta haber venido, a pesar de tu interrogatorio. Aunque acepte que me acribilles a preguntas, no creas que disfrutas de algún tipo de inmunidad diplomática solo porque haya venido hasta aquí para verte. Para nada, joven Xiao. Quiero saber lo que sientes.

Oh, no…

—Ya te lo he dicho. Me gusta que estés conmigo. Gracias por venir hasta aquí —digo, poco convincente.

—Ha sido un placer.

Le brillan los ojos cuando se inclina y me besa suavemente. Noto que reacciono enseguida. El agua aún está tibia y en el baño sigue habiendo vapor. Para, se aparta y me mira.

—No. Me parece que necesito algunas respuestas antes de que hagamos más.

¿Más? Ya estamos otra vez con la palabrita. Y quiere respuestas… ¿a qué? Yo no tengo un pasado plagado de secretos, ni una infancia terrible. ¿Qué podría querer saber de mí que no sepa ya?

Suspiro, resignado.

—¿Qué quieres saber?

—Bueno, para empezar, qué piensas de nuestro contrato.

Lo miro extrañado. Hora de decir verdades. Mi subconsciente y la diosa que llevo dentro se miran nerviosas. Venga, vamos a decir la verdad.

—No creo que pueda firmar por un periodo mayor de tiempo. Un fin de semana entero siendo alguien que no soy.

Me ruborizo y me miro las manos.

Me levanta la barbilla y veo que me sonríe, divertido.

—No, yo tampoco creo que pudieras.

En cierta medida, me siento ofendido y desafiado.

—¿Te estás riendo de mí?

—Sí, pero sin mala intención —dice, sonriendo apenas.

Se inclina y me besa suave, brevemente.

—No eres muy buen sumiso —susurra sosteniéndome la barbilla, con un brillo jocoso en los ojos.

Me lo quedo mirando, asombrado, y empiezo a reír… y él ríe también.

—A lo mejor no tengo un buen maestro.

Suelta un bufido.

—A lo mejor. Igual debería ser más estricto contigo.

Ladea la cabeza y me sonríe ladino.

Trago saliva. Dios, no. Pero, al mismo tiempo, los músculos del vientre se me contraen de forma deliciosa. Esa es su forma de demostrarme que le importo. Quizá, comprendo de pronto, su única forma de demostrar que le importo. Me mira fijamente, estudiando mi reacción.

—¿Tan mal lo pasaste cuando te di los primeros azotes?

Lo miro extrañado. ¿Lo pasé mal? Recuerdo que mi reacción me confundió. Me dolió, pero, pensándolo bien, no fue para tanto. Él no paraba de decirme que estaba todo en mi cabeza. Y la segunda vez… Uf, esa estuvo bien… fue muy excitante.

—No, la verdad es que no —susurro.

—¿Es más por lo que implica? —inquiere.

—Supongo. Lo de sentir placer cuando uno no debería.

—Recuerdo que a mí me pasaba lo mismo. Lleva un tiempo procesarlo.

Dios mío. Eso fue cuando él era un chaval.

—Siempre puedes usar las palabras de seguridad, Luhan. No lo olvides. Y si sigues las normas, que satisfacen mi íntima necesidad de controlarte y protegerte, quizá logremos avanzar.

—¿Por qué necesitas controlarme?

—Porque satisface una necesidad íntima mía que no fue satisfecha en mis años de formación.

—Entonces, ¿es una especie de terapia?

—No me lo había planteado así, pero sí, supongo que sí.

Eso sí puedo entenderlo. Me será de ayuda.

—Pero el caso es que en un momento me dices «No me desafíes», y al siguiente me dices que te gusta que te desafíe. Resulta difícil traspasar con éxito esa línea tan fina.

Me mira un instante, luego frunce el ceño.

—Lo entiendo. Pero, hasta la fecha, lo has hecho estupendamente.

—Pero ¿a qué coste personal? Estoy hecho un auténtico lío, me veo atado de pies y manos.

—Me gusta eso de atarte de pies y manos.

Sonríe maliciosamente.

—¡No lo decía en sentido literal!

Y le salpico agua, exasperado.

Me mira, arqueando una ceja.

—¿Me has salpicado?

—Sí.

Oh, no… esa mirada.

—Ay, joven Xiao . —Me agarra y me sube a su regazo, derramando agua por todo el suelo—. Creo que ya hemos hablado bastante por hoy.

Me planta una mano a cada lado de la cabeza y me besa. Apasionadamente. Se apodera de mi boca. Girándome la cabeza, controlándome. Gimo en sus labios. Esto es lo que le gusta. Lo que se le da bien. Me enciendo por dentro y hundo los dedos en su pelo, amarrándolo a mí, y le devuelvo el beso y le digo que yo también lo deseo de la única forma que sé. Gruñe, me coge y me sube a horcajadas, arrodillado sobre él, con su erección rozando la mia. Se echa hacia atrás y me mira, con los ojos entrecerrados, brillantes y lascivos. Bajo las manos para agarrarme al borde de la bañera, pero él me coge por las muñecas y me las sujeta a la espalda con una sola mano.

—Te la voy a meter —me susurra, y me levanta de forma que quedo suspendida encima de él—. ¿Listo?

—Sí —le susurro y me monta en su miembro, despacio, deliciosamente despacio… entrando hasta el fondo… observándome mientras me toma.

Gruño, cerrando los ojos, y saboreo la sensación, la absoluta penetración. Él mueve las caderas y yo gimo, inclinándome hacia delante y descansando la frente en la suya.

—Suéltame las manos, por favor —le susurro.

—No me toques —me suplica y, soltándome las manos, me agarra las caderas.

Me aferro al borde de la bañera, subo y luego bajo despacio, abriendo los ojos para verlo. Me observa, con la boca entreabierta, la respiración entrecortada, contenida, la lengua entre los dientes. Resulta tan… excitante. Estamos mojados y resbaladizos, frotándonos el uno contra el otro. Me inclino y lo beso. Él cierra los ojos. Tímidamente, subo las manos a su cabeza y le acaricio el pelo, sin apartar mi boca de la suya. Eso sí está permitido. Le gusta. Y a mí también. Nos movemos al unísono. Tirándole del pelo, le echo la cabeza hacia atrás y lo beso más apasionadamente, montándolo, cada vez más rápido, siguiendo su ritmo. Gimo en su boca. Él empieza a subirme más y más deprisa, agarrándome por las caderas. Me devuelve el beso. Somos todo bocas y lenguas húmedas, pelos revueltos, miembros rozando y balanceo de caderas. Todo sensación… devorándolo todo una vez más. Estoy a punto… Empiezo a reconocer esa deliciosa contracción… acelerándose. Y el agua gira a nuestro alrededor, formando nuestro propio remolino, un torbellino de emoción, a medida que nuestros movimientos se vuelven más frenéticos… salpicando agua por todas partes, reflejando lo que sucede en mi interior… pero me da igual.

Amo a este hombre. Amo su pasión, el efecto que tengo en él. Adoro que haya volado hasta aquí para verme. Adoro que se preocupe por mí… que le importe. Es algo tan inesperado, tan satisfactorio. Él es mío y yo soy suyo.

—Eso es, nene —jadea.

Y me corro; el orgasmo me arrasa, un clímax turbulento y apasionado que me devora entero. De pronto, me estrecha contra su cuerpo, enrosca los brazos a mi cintura y se corre él también.

—¡Lu, nene! —grita, y la suya es una invocación feroz, que me llega a lo más hondo del alma.


Estamos tumbados, mirándonos, de ojos grises a marrones, cara a cara, en la inmensa cama, los dos abrazados a nuestras almohadas. Desnudos. Sin tocarnos. Solo mirándonos y admirándonos, tapados con la sábana.

—¿Quieres dormir? —pregunta Jongin con voz tierna y llena de preocupación.

—No. No estoy cansado.

Me siento extrañamente revigorizado. Me ha venido tan bien hablar que no quiero parar.

—¿Qué quieres hacer? —pregunta.

—Hablar.

Sonríe.

—¿De qué?

—De cosas.

—¿De qué cosas?

—De ti.

—De mí ¿qué?

—¿Cuál es tu película favorita?

Sonríe.

—Actualmente, El piano.

Su sonrisa es contagiosa.

—Por supuesto. Qué bobo soy. ¿Por esa banda sonora triste y emotiva que sin duda sabes interpretar? Cuántos logros, señor Kim.

—Y el mayor eres tú, joven Xiao.

—Entonces soy el número diecisiete.

Me mira ceñudo, sin comprender.

—¿Diecisiete?

—El número de parejas con las que… has tenido sexo.

Esboza una sonrisa y los ojos le brillan de incredulidad.

—No exactamente.

—Tú me dijiste que habían sido quince.

Mi confusión es obvia.

—Me refería al número de personas que habían estado en mi cuarto de juegos. Pensé que era eso lo que querías saber. No me preguntaste con cuántas personas había tenido sexo.

—Ah. —Madre mía. Hay más… ¿Cuántas? Lo miro intrigado—. ¿Vainilla?

—No. Tú eres mi única relación vainilla —dice negando con la cabeza y sin dejar de sonreírme.

¿Por qué lo encuentra tan divertido? ¿Y por qué le sonrío yo también como un idiota?

—No puedo darte una cifra. No he ido haciendo muescas en el poste de la cama ni nada parecido.

—¿De cuántas hablamos: decenas, cientos… miles?

Voy abriendo los ojos a mediada que la cifra aumenta.

—Decenas. Nos quedamos en las decenas, por desgracia.

—¿Todos sumisos?

—Sí.

—Deja de sonreírme —finjo reprenderlo, tratando en vano de mantenerme serio.

—No puedo. Eres divertido.

—¿Divertido por peculiar o por gracioso?

—Un poco de ambos, creo —contesta, como le contesté yo a él.

—Eso es bastante insolente, viniendo de ti.

Se acerca y me besa la punta de la nariz.

—Esto te va a sorprender, Luhan. ¿Preparado?

Asiento, con los ojos como platos y sin poder quitarme la sonrisa bobalicona de la cara.

—Todos eran sumisos en prácticas, cuando yo estaba haciendo mis prácticas. Hay sitios en Seul y alrededores a los que se puede ir a practicar. A aprender a hacer lo que yo hago —dice.

¿Qué?

—Ah.

Lo miro extrañado.

—Pues sí, yo he pagado por sexo, Luhan.

—Eso no es algo de lo que estar orgulloso —murmuro con cierta arrogancia—. Y tienes razón, me has dejado pasmado. Y enfadado por no poder dejarte pasmado yo.

—Te pusiste mis calzoncillos.

—¿Eso te sorprendió?

—Sí.

La diosa que llevo dentro hace un salto con pértiga de cinco metros.

—Y fuiste sin bóxer a conocer a mis padres.

—¿Eso te sorprendió?

—Sí.

Uf, acaba de batir la marca de los cinco metros.

—Parece que solo puedo sorprenderte en el ámbito de la ropa interior.

—Me dijiste que eras virgen. Esa es la mayor sorpresa que me han dado nunca.

—Sí, tu cara era un poema. De foto —digo riendo como un bobo.

—Me dejaste que te excitara con una fusta.

—¿Eso te sorprendió?

—Pues sí.

—Bueno, igual te dejo que lo vuelvas a hacer.

—Huy, eso espero, joven Xiao. ¿Este fin de semana?

—Vale —accedo tímidamente.

—¿Vale?

—Sí. Volveré al cuarto rojo del dolor.

—Me llamas por mi nombre.

—¿Eso te sorprende?

—Me sorprende lo mucho que me gusta.

—Jongin.

Sonríe.

—Mañana quiero hacer una cosa —dice con los ojos brillantes de emoción.

—¿El qué?

—Una sorpresa. Para ti —añade en voz baja y suave.

Arqueo una ceja y contengo un bostezo, todo a la vez.

—¿Lo aburro, joven Xiao? —me pregunta socarrón.

—Nunca.

Se acerca y me besa suavemente los labios.

—Duerme —me ordena, y luego apaga la luz.

Y en ese momento tranquilo en que cierro los ojos, agotado y satisfecho, pienso que estoy en el ojo del huracán. Y, pese a todo lo que me ha dicho, y lo que no me ha dicho, dudo que alguna vez haya sido tan feliz.

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