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Cap 12

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

—Hablaste con ella hoy? —le pregunto a Jongin mientras esperamos la llegada de la señora Park.

—Sí.

—¿Qué le dijiste?

—Le dije que tú no querías verla, y que yo entendía perfectamente tus motivos. También le dije que no me gustaba que actuara a mis espaldas.

Tiene una mirada inexpresiva que no trasluce nada.

Ay, Dios.

—¿Y ella qué dijo?

—Eludió la responsabilidad como solo ella sabe hacerlo.

Hace una mueca con los labios.

—¿Para qué crees que ha venido?

—No tengo ni idea —responde Jongin, encogiéndose de hombros.

Sungmin vuelve a entrar en el salón.

—La señora Jung —anuncia.

Y ahí está… ¿Por qué ha de ser tan endiabladamente atractiva? Va toda vestida de negro: vaqueros ajustados, una blusa que realza su silueta perfecta, y el cabello brillante y sedoso como un halo.

Jongin me atrae hacia él.

—Bom —dice, y parece confuso.

Ella me mira estupefacta y se queda paralizada. Le cuesta recuperar la voz y parpadea.

—Lo siento. No sabía que estabas acompañado, Jongin. Es lunes —dice como si eso explicara su presencia aquí.

—Novio —responde Jongin a modo de explicación, mientras ladea la cabeza y le dedica una sonrisa fría.

En la cara de ella aparece lentamente un gesto de inmensa satisfacción. Todo resulta muy desconcertante.

—Claro. Hola, Luhan. No sabía que estabas aquí. Sé que no quieres hablar conmigo, y lo entiendo.

—¿Ah, sí? —respondo en voz baja, y la miro a la cara de un modo que nos sorprende a ambos.

Ella frunce levemente el ceño y avanza un paso más para entrar en la habitación.

—Sí, he captado el mensaje. No he venido a verte a ti. Como he dicho, Jongin no suele tener compañía entre semana. —Hace una pausa—. Tengo un problema y necesito hablarlo con Jongin.

—¿Ah? —Jongin se yergue—. ¿Quieres beber algo?

—Sí, por favor.

Jongin le sirve una copa de vino, mientras Bom y yo seguimos observándonos mutuamente con cierta incomodidad. Ella juguetea con un gran anillo de plata que lleva en el dedo corazón, y yo no sé dónde mirar. Finalmente me dedica una sonrisita crispada, se acerca a la cocina y se sienta en el taburete del extremo de la isla. Es obvio que conoce bien el sitio y que se mueve por él con naturalidad.

¿Me quedo? ¿Me marcho? Oh, qué difícil es esto. Mi subconsciente mira ceñuda a Bom con su expresión más abiertamente hostil.

Hay tantas cosas que quiero decirle a esa mujer, y ninguna es agradable. Pero es amiga de Jongin —su única amiga—, y por mucho odio que sienta por ella, soy educado por naturaleza. Decido quedarme y me siento, con toda la elegancia de la que soy capaz, en el taburete que ocupaba Jongin. Él nos sirve vino en las copas y se sienta entre ambos en la barra del desayuno. ¿Se da cuenta de lo raro que es todo esto?

—¿Qué pasa? —le pregunta a Bom.

Ella me mira nerviosa, y Jongin me coge la mano.

—Luhan está ahora conmigo —dice ante su pregunta implícita, y me aprieta la mano.

Yo me sonrojo y mi subconsciente, olvidada ya la cara de arpía, sonríe radiante. Bom suaviza el gesto como si se alegrara por él. Como si realmente se alegrara por él. Oh, no entiendo en absoluto a esta mujer, y su presencia me incomoda y me pone nervioso. Ella inspira profundamente, se remueve inquieta y se sienta en el borde del taburete. Se mira las manos con nerviosismo, y empieza a dar vueltas sin parar al anillo de plata de su dedo corazón.

¿Cuál es su problema? ¿Que yo esté presente? ¿Provoco ese efecto en ella? Porque yo siento lo mismo: no la quiero aquí. Ella levanta la cabeza y mira a Jongin directamente a los ojos.

—Me están haciendo chantaje.

Por Dios. No es eso lo que esperaba que dijera. Jongin se pone tenso. ¿Alguien ha descubierto su afición por los jóvenes menores de edad maltratados y vapuleados por la vida?

Reprimo mi repulsión, y por un momento acude a mi mente esa frase sobre el burlador burlado.

Mi subconsciente se frota las manos con mal disimulado placer. Bien.

—¿Cómo? —pregunta Jongin, y su voz refleja claramente el espanto. Ella coge su enorme bolso de piel, un diseño exclusivo, saca una nota y se la entrega.

—Ponla aquí y ábrela.

Jongin señala la barra con el mentón.

—¿No quieres tocarla?

—No. Huellas dactilares.

—Jongin, tú sabes que no puedo ir a la policía con esto.

¿Por qué estoy escuchando esto? ¿Es que ella está tirándose a otro pobre chico?

Deja la nota delante de él, que se inclina para leerla.

—Solo piden cinco mil dólares —dice como si no le diera importancia—. ¿Tienes idea de quién puede ser? ¿Alguien de la comunidad?

—No —contesta ella con su voz dulce y melosa.

—¿Linc?

¿Linc? ¿Quién es ese?

—¿Qué? ¿Después de tanto tiempo? No creo —masculla ella.

—¿Lo sabe Jong?

—No se lo he dicho.

¿Quién es Jong?

—Creo que él debería saberlo —dice Jongin.

Ella niega con la cabeza, y ahora me siento fuera de lugar. No quiero saber nada de esto. Intento soltar mi mano de la de Jongin, pero él me retiene con fuerza y se vuelve a mirarme.

—¿Qué pasa? —pregunta.

—Estoy cansado. Creo que me voy a la cama.

Sus ojos escrutan los míos… ¿buscando acaso qué? ¿Censura? ¿Aprobación? ¿Hostilidad?

Yo intento mantenerme impertérrito.

—De acuerdo —dice—. Yo no tardaré.

Me suelta y me pongo de pie. Bom me mira con cautela. Yo sigo impasible y le devuelvo la mirada sin expresar nada.

—Buenas noches, Luhan —me dice con una leve sonrisa.

—Buenas noches —musito con frialdad.

Me doy la vuelta para marcharme. La tensión me resulta insoportable. En cuanto salgo de la estancia ellos reanudan la conversación.

—No creo que yo pueda hacer gran cosa, Bom —le dice Jongin—. Si es una cuestión de dinero… —Se interrumpe—. Puedo pedirle a Kangin que investigue.

—No, Jongin, solo quería que lo supieras —dice ella.

Desde fuera del salón la oigo comentar:

—Se te ve muy feliz.

—Lo soy —contesta Jongin.

—Mereces serlo.

—Ojalá eso fuera verdad.

—Jongin… —replica en tono reprobador.

Yo me quedo paralizado y escucho atentamente sin poder evitarlo.

—¿Sabe él lo negativo que eres contigo mismo? ¿En todos los aspectos?

—Él me conoce mejor que nadie.

—¡Vaya! Eso me ha dolido.

—Es la verdad, Bom. Con él no necesito jueguecitos. Y lo digo en serio, déjalo en paz.

—¿Cuál es su problema?

—Tú… lo que fuimos. Lo que hicimos. Él no lo entiende.

—Haz que lo entienda.

—Eso es el pasado, Bom, ¿y por qué voy a querer contaminarlo con nuestra jodida relación? Él es bueno y dulce e inocente, y, milagrosamente, me quiere.

—Eso no es un milagro, Jongin —le replica ella con afecto—. Confía un poco en ti mismo. Eres una auténtica joya. Ya te lo he dicho muchas veces. Y él parece encantador también. Fuerte. Alguien que te hará frente.

No oigo la respuesta de Jongin. Así que soy fuerte… ¿en serio? La verdad es que no me siento así.

—¿Lo echas de menos? —continúa Bom.

—¿El qué?

—Tu cuarto de juegos.

Se me corta la respiración.

—La verdad es que eso no es asunto tuyo, maldita sea —le espeta Jongin.

Oh.

—Perdona —replica Bom sin sentirlo realmente.

—Creo que deberías irte. Y, por favor, otra vez llama antes de venir.

—Lo siento, Jongin —dice, y a juzgar por el tono, esta vez es de verdad—. ¿Desde cuándo eres tan sensible? —vuelve a reprenderle.

—Bom, nosotros tenemos una relación de negocios que ha sido enormemente provechosa para ambos. Dejémoslo así. Lo que hubo entre los dos forma parte del pasado. Luhan es mi futuro, y no quiero ponerlo en peligro de ningún modo, así que ahórrate toda esa mierda.

¡Su futuro!

—Ya veo.

—Mira, siento que tengas problemas. Quizá deberías enfrentarte directamente y plantarles cara.

Ahora su tono es más suave.

—No quiero perderte, Jongin.

—Para eso debería ser tuyo, Bom —le espeta de nuevo.

—No quería decir eso.

—¿Qué querías decir?

Está enfadado, su tono es brusco.

—Oye, no quiero discutir contigo. Tu amistad es muy importante para mí. Me alejaré de Luhan. Pero si me necesitas, aquí estaré. Siempre.

—Luhan cree que estuvimos juntos el sábado pasado. En realidad tú me llamaste por teléfono y nada más. ¿Por qué le dijiste lo contrario?

—Quería que supiera cuánto te afectó que se marchara. No quiero que te haga daño.

—Él ya lo sabe. Se lo he dicho. Deja de entrometerte. Francamente, te estás comportando como una madraza muy pesada. Jongin parece más resignado y Bom se ríe, pero su risa tiene un deje triste.

—Lo sé. Lo siento. Ya sabes que me preocupo por ti. Nunca pensé que acabarías enamorándote, Jongin y verlo es muy gratificante. Pero no podría soportar que él te hiciera daño.

—Correré el riesgo —dice con sequedad—. ¿Seguro que no quieres que Kangin investigue un poco?

Bom lanza un gran suspiro.

—Supongo que eso no perjudicaría a nadie.

—De acuerdo. Le llamaré mañana por la mañana.

Les oigo hablar un poco más del tema. Como viejos amigos, como dice Jongin. Solo amigos. Y ella se preocupa por él… quizá demasiado. Bueno, como haría cualquiera que le conociera bien.

—Gracias, Jongin. Y lo siento. No pretendía entrometerme. Me voy. La próxima vez llamaré.

—Bien.

¡Se marcha! ¡Oh, maldita sea! Recorro a toda prisa el pasillo hasta el dormitorio de Jongin y me siento en la cama. Jongin entra poco después.

—Se ha ido —dice cauteloso, pendiente de mi reacción.

Yo levanto la vista, le miro e intento formular mi pregunta.

—¿Me lo contarás todo sobre ella? Intento entender por qué crees que te ayudó. —Me callo y pienso a fondo mi siguiente frase—. Yo la odio, Jongin. Creo que te hizo un daño indecible.

Tú no tienes amigos. ¿Fue ella quien los alejó de ti?

Él suspira y se pasa la mano por el pelo.

—¿Por qué coño quieres saber cosas de ella? Tuvimos una historia hace mucho tiempo, ella solía darme unas palizas de muerte y yo me la tiraba de formas que tú ni siquiera imaginas, fin de la historia.

Me pongo pálido. Oh, no, está enfadado… conmigo.

—¿Por qué estás tan enfadado?

—¡Porque toda esa mierda se acabó! —grita, ceñudo.

Suspira exasperado y menea la cabeza. Estoy blanco como la cera. Dios. Me miro las manos unidas en mi regazo. Yo solo pretendo entenderlo.

Se sienta a mi lado.

—¿Qué quieres saber? —pregunta con aire cansado.

—No tienes que contármelo. No quiero entrometerme.

—No es eso, Luhan. No me gusta hablar de todo aquello. He vivido en una burbuja durante años, sin que nada me afectara y sin tener que justificarme ante nadie. Ella siempre ha sido mi confidente. Y ahora mi pasado y mi futuro colisionan de una forma que nunca creí posible.

Le miro, y él me está observando con los ojos muy abiertos.

—Nunca imaginé mi futuro con nadie, Luhan. Tú me das esperanza y haces que me plantee todo tipo de posibilidades —se queda pensando.

—Os he estado escuchando —susurro, y vuelvo a mirarme las manos.

—¿Qué? ¿Nuestra conversación?

—Sí.

—¿Y? —dice en tono resignado.

—Ella se preocupa por ti.

—Sí, es verdad. Y yo por ella, a mi manera, pero eso no se puede ni comparar siquiera a lo que siento por ti. Si es que se trata de eso…

—No estoy celoso. —Me duele que piense eso… ¿o sí lo estoy? Maldita sea. Quizá sea eso—. Tú no la quieres —murmuro.

Él vuelve a suspirar. Se le nota de nuevo enfadado.

—Hace mucho tiempo creí que la quería —dice con los dientes apretados.

Oh.

—Cuando estábamos en Incheon … dijiste que no la querías.

—Es verdad.

Frunzo el ceño.

—Entonces te amaba a ti, Luhan —susurra—. He volado cinco mil kilómetros solo para verte. Eres la única persona por la que he hecho algo así.

Oh, Dios… No lo entiendo, en aquel momento él todavía me quería como sumiso. Frunzo más el ceño.

—Mis sentimientos por ti son muy diferentes de los que sentí nunca por Bom —dice a modo de explicación.

—¿Cuándo lo supiste?

Se encoge de hombros.

—Es irónico, pero fue Bom quien me lo hizo notar. Ella me animó a ir a  Incheon.

¡Lo sabía! Lo supe en Ongjigun. Le miro, impasible.

¿Y ahora qué? Quizá ella está realmente de mi parte y solo le preocupa que yo pueda hacerle daño a Jongin. Pensar en eso me duele. Yo nunca desearía hacerle daño. Ella tiene razón: ya le han herido bastante.

Puede que no sea tan mala, después de todo. Niego con la cabeza. No quiero aceptar su relación con Jongin. La desapruebo. Sí, eso es. Es un personaje despreciable que se aprovechó de un adolescente vulnerable y le arrebató esa etapa de su vida, diga lo que diga él.

—¿Así que la deseabas? Cuando eras más joven.

—Sí.

Ah.

—Me enseñó muchísimas cosas. Me enseñó a creer en mí mismo.

Ah.

—Pero ella también te daba unas palizas terribles.

Él sonríe con cariño.

—Sí, es verdad.

—¿Y a ti te gustaba?

—En aquella época, sí.

—¿Tanto que querías hacérselo a otros?

Abre los ojos de par en par y se pone serio.

—Sí.

—¿Ella te ayudó con eso?

—Sí.

—¿Fue también tu sumisa?

—Sí.

Por Dios…

—¿Y esperas que me caiga bien? —digo con voz amarga y quebradiza.

—No. Aunque eso me facilitaría muchísimo la vida —dice con cautela—. Comprendo tu reticencia.

—¡Reticencia! Dios, Jongin… si se hubiera tratado de tu hijo, ¿qué sentirías?

Se me queda mirando, como si no comprendiera del todo la pregunta. Tuerce el gesto.

—Nadie me obligó a estar con ella. Lo elegí yo, Luhan —murmura.

Así no voy a llegar a ninguna parte.

—¿Quién es Linc?

—Su ex marido.

—¿Jung el maderero?

—El mismo —dice sonriendo.

—¿Y Jong?

—Jong Min, su actual sumiso.

Oh, no.

—Tiene veintimuchos años, Luhan. Ya sabes, es un adulto que sabe lo que hace —añade enseguida, al interpretar correctamente mi expresión de repugnancia.

—Tu edad —musito.

—Mira, Luhan, como le he dicho a Bom, ella forma parte de mi pasado. Tú eres mi futuro. No permitas que se entrometa entre nosotros, por favor. Y la verdad, ya estoy harto de este tema. Voy a trabajar un poco. —Se pone de pie y me mira—. Déjalo estar, por favor.

Yo levanto la vista y le observo, tozudo.

—Ah, casi me olvido —añade—. Tu coche ha llegado un día antes. Está en el garaje. Sungmin tiene la llave.

Wow… ¿el Saab?

—¿Podré conducirlo mañana?

—No.

—¿Por qué no?

—Ya sabes por qué no. Y eso me recuerda que, si vas a salir de la oficina, me lo hagas saber. Shindong estaba allí, vigilándote. Por lo visto, no puedo fiarme de que cuides de ti mismo —dice en tono de reproche, y consigue que vuelva a sentirme como un niño descarriado… otra vez.

Y me dan ganas de volver a plantarle cara, pero ya está bastante exaltado por lo de Bom y no quiero presionarle más. Sin embargo no puedo evitar comentar:

—Por lo visto, yo tampoco puedo fiarme de ti —digo entre dientes—. Podrías haberme dicho que Shindong me estaba vigilando.

—¿Quieres discutir por eso también? —replica.

—No sabía que estuviéramos discutiendo. Creía que nos estábamos comunicando —mascullo malhumorado.

Él cierra los ojos un segundo y hace esfuerzos para reprimir el mal genio. Yo trago saliva y le miro, ansioso. No sé cómo acabará esto.

—Tengo trabajo —dice en voz baja, y seguidamente sale de la habitación.

Exhalo con fuerza. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Me tumbo otra vez en la cama, mirando el techo.

¿Alguna vez podremos tener una conversación que no termine en discusión? Resulta agotador. Simplemente, aún no nos conocemos bien. ¿Realmente quiero venirme a vivir con él? Ni siquiera sé si debería prepararle una taza de té o de café mientras está trabajando. ¿Debería interrumpirle? No tengo ni idea de qué le gusta y qué no.

Es evidente que está harto de todo el tema de Bom… y tiene razón: tengo que olvidarlo. Dejarlo correr. Bien, al menos no espera que me haga amigo de ella, y confío en que ahora Bom deje de acosarme para que nos veamos.

Salgo de la cama y voy hacia el ventanal. Abro la puerta del balcón y me acerco a la barandilla de vidrio. Su transparencia me pone nervioso. Está muy alto, y el aire es fresco, frío. Contemplo las luces de Seul centelleando allá fuera. Jongin está tan lejos de todo, aquí arriba en su fortaleza. No tiene que rendir cuentas ante nadie. Acababa de decirme que me quería, y entonces vuelve a interponerse toda esa porquería por culpa de esa espantosa mujer.

Pongo los ojos en blanco. Su vida es muy complicada. Él es muy complicado. Respiro hondo, echo un último vistazo a la ciudad que se extiende a mis pies como un manto dorado, y decido telefonear a Teuk. Hace tiempo que no hablo con él. Tenemos una conversación breve, como de costumbre, pero me cuenta que está bien y que estoy interrumpiendo un partido de fútbol importante.

—Espero que vaya todo bien con Jongin —dice con naturalidad, y sé que su intención es obtener información, pero que en realidad no lo quiere saber.

—Sí. Estamos muy bien.

Más o menos, y me voy a vivir con él. Aunque no hemos concretado fechas.

—Te quiero, papá.

—Yo también te quiero, Luhani.

Cuelgo y miro el reloj. Solo son las diez. Estoy inquieto y tenso. Me doy una ducha rápida y, cuando vuelvo a la habitación, decido ponerme uno de las pijamas de Neiman Marcus que me envió Caroline Acton. Jongin siempre se queja de mis camisetas. Hay tres. Escojo el azul pálido y me lo pongo por la cabeza. La pijama es una camisa y una pantaloneta de un satén finísimo y buenísimo, que transmite una sensación de lujo. ¡wow! Me miro en el espejo y parezco una estrella de cine de los años treinta. Es suave y elegante… y tan impropio de mí.

Cojo la bata a juego y decido ir a buscar un libro a la biblioteca. Puedo leer con mi iPad, pero en este momento me apetece la comodidad y la solidez física de un libro. Dejaré tranquilo a Jongin. Quizá recupere el buen humor cuando haya terminado de trabajar.

En la biblioteca de Jongin hay una cantidad ingente de libros. Tardaría una eternidad en revisarlos título por título. Le echo un vistazo a la mesa de billar y, al recordar la noche anterior, me ruborizo. Sonrío al ver que la regla sigue en el suelo. La recojo y me golpeo en la mano. ¡Ay! Escuece.

¿Por qué no puedo aceptar un poco más de dolor como un hombre? Dejo la regla sobre la mesa con cierto abatimiento y sigo buscando un buen libro para leer.

La mayoría son primeras ediciones. ¿Cómo puede haber reunido una colección como esta en tan poco tiempo? Quizá el trabajo de Sungmin incluya la adquisición de libros. Me decido por Rebecca, de Daphne du Maurier. Lo leí hace mucho tiempo. Sonrío, me acurruco en una de las mullidas butacas y leo la primera frase:

Anoche soñé que había vuelto a Manderley…

* * *

Me despierto de golpe cuando Jongin me coge en brazos.

—Hola —murmura—, te has quedado dormido. No te encontraba. Hunde la nariz en mi pelo. Adormecido, le echo los brazos al cuello y aspiro su aroma —oh, qué bien huele—, mientras él me lleva otra vez al dormitorio. Me tumba en la cama y me arropa.

—Duerme, nene —susurra, y me besa en la frente.

* * *

Me despierto sobresaltado de un sueño convulso y me quedo momentáneamente desorientado. Reacciono mirando con ansiedad a los pies de la cama, pero allí no hay nadie. Del salón llega el tenue sonido de una compleja melodía de piano.

¿Qué hora es? Miro el despertador: las dos de la madrugada. ¿Habrá dormido algo Jongin? Apartando la bata que todavía llevo puesta y que se me enreda en las piernas, bajo de la cama. Me quedo de pie en la penumbra del salón, escuchando. Jongin está absorto en la música. Parece tranquilo y a salvo en su burbuja de luz. Y la pieza que interpreta es una melodía cadenciosa, con partes que me resultan familiares. Pero es muy compleja. Es un intérprete maravilloso. ¿Por qué siempre me sorprendo ante ello?

La escena en conjunto parece diferente de algún modo, y entonces me doy cuenta de que la tapa del piano está bajada y el entorno parece más diáfano. Él levanta la vista y nuestras miradas se encuentran. Sus ojos grises se iluminan bajo el difuso resplandor de la lámpara. Sigue tocando, sin la menor vacilación ni fallo, mientras yo me voy acercando. Me sigue con sus ojos, que se embeben de mí, arden y resplandecen. Cuando llego a su lado, deja de tocar.

—¿Por qué paras? Era precioso.

—¿Tienes idea de lo deseable que estás en este momento? —dice en voz baja.

Oh.

—Ven a la cama —susurro, y sus ojos refulgen cuando me tiende la mano. La acepto, él tira repentinamente de mí y caigo en su regazo. Me rodea con sus brazos y me acaricia la nuca con la nariz, por detrás de la oreja, y un escalofrío me recorre la columna.

—¿Por qué nos peleamos? —murmura, y sus dientes me rozan el lóbulo.

Mi corazón late con fuerza y empieza a palpitar desbocado, y mi cuerpo se enardece.

—Porque nos estamos conociendo, y tú eres tozudo y cascarrabias y gruñón y difícil —murmuro sin aliento, y ladeo la cabeza para facilitarle el acceso a mi cuello.

Él baja la nariz por mi garganta, y noto que sonríe.—Soy todas esas cosas, joven Xiao. Me asombra que me soporte. —Me mordisquea el lóbulo y yo gimo—. ¿Es siempre así? —suspira.

—No tengo ni idea.

—Yo tampoco.

Tira del cinturón de mi bata, la abre, y desliza una mano que me acaricia el cuerpo, el pecho. Mis pezones se endurecen con sus tiernas caricias y se yerguen bajo el satén. Él sigue bajando hacia la cintura, hasta la cadera.

—Es muy agradable tocarte bajo esta tela, y se trasluce todo, incluso esto.

Tira suavemente de mi miembro y me provoca un gemido, mientras con la otra mano me agarra el pelo de la nuca. Me echa la cabeza hacia atrás y me besa con una lengua anhelante, despiadada, hambrienta. Yo respondo con un quejido y acaricio ese rostro tan querido. Con una mano tira hacia arriba de mi esqueleto, con delicadeza, despacio, seductor y baja rápidamente la pantaloneta. Me acaricia el trasero desnudo y luego baja el pulgar hasta el interior del muslo.

De repente se levanta, sobresaltándome. Me coloca sobre el piano con los pies apoyados en las teclas, que emiten notas discordantes e inconexas, mientras sus manos suben por mis piernas y me separan las rodillas. Me sujeta las manos.

—Túmbate —ordena, sin soltarme las manos mientras yo me recuesto sobre el piano.

Noto en la espalda la tapa dura y rígida. Me libera las manos y me separa mucho las piernas. Mis pies bailan sobre las teclas, sobre las notas más graves y agudas.

Ay, Dios. Sé qué va a hacer, y la expectativa… Cuando me besa el interior de la rodilla gimo con fuerza. Luego me mordisquea mientras sube por la pierna hasta el muslo. Aparta la suave tela de la bata y poco a poco va subiendome mas lo de arriba, que se desliza hacia sobre mi piel electrizada. Yo flexiono los pies y vuelven a sonar los acordes discordantes. Cierro los ojos y, cuando su mano alcanza el vértice de mis muslos, me rindo a él.

Me besa… ahí… Oh, Dios… ahora sopla ligeramente antes de trazar círculos con la lengua en mi glande. Empuja para separarme más las piernas, y yo me siento tan abierto… tan vulnerable. Me coloca bien, apoya las manos encima de mis rodillas, y su lengua sigue torturándome, sin cuartel, sin descanso… sin piedad. Yo alzo las caderas para unirme y acompasarme a su ritmo.

—Oh, Jongin, por favor —gimo.

—Ah, no, nene, todavía no —dice con un deje burlón, pero noto que me acelero al ritmo de él, y entonces presiona sutilmente la cabeza de mi pene.

—No —gimoteo.

—Esta es mi venganza, Lu —gruñe suavemente—. Si discutes conmigo, encontraré el modo de desquitarme con tu cuerpo.

Dibuja un rastro de besos a través de mi vientre, sus manos recorren mis muslos hacia arriba, rozando, masajeando, seduciendo. Me rodea el ombligo con la lengua, mientras sus manos —y sus pulgares… oh, sus pulgares— llegan a la cúspide de mis muslos.

—¡Ah! —grito cuando uno de ellos penetra en mi interior.

El otro me acosa, despacio, de forma agónica, trazando círculos una y otra vez, sobre mi erección.  Mi espalda se arquea y se separa de la tapa del piano, y me retuerzo bajo sus caricias. Es casi insoportable.

—¡Jongin! —grito, y me sumerjo en una espiral descontrolada de deseo.

Él se apiada de mí y se para. Me levanta los pies del teclado, me empuja y me desliza sobre la tapa del piano. El satén resbala con suavidad, y él también se sube. Se arrodilla un momento para ponerse un condón. Se cierne sobre mí y yo jadeo, le miro con anhelo febril, y me doy cuenta de que está desnudo. ¿Cuándo se ha quitado la ropa? Él baja la mirada hacia mí con ojos asombrados, maravillados de amor y pasión, y resulta embriagador.

—Te deseo tanto —dice y muy despacio, de forma exquisita, se hunde en mí.

Estoy tumbado sobre él, exhausto, siento las extremidades pesadas y lánguidas. Ambos estamos encima del piano. Oh, Dios. Es mucho más cómodo estar encima de Jongin que sobre el piano. Con cuidado de no tocarle el torso, apoyo la mejilla en él y me quedo inmóvil. No protesta, y escucho su respiración, que se ralentiza como la mía. Me acaricia con ternura el pelo.

—¿Tomas té o café por las noches? —pregunto, medio dormido.

—Qué pregunta tan rara —dice también adormilado.

—Se me ocurrió llevarte un té al estudio, y entonces caí en la cuenta de que no sabía si te apetecería.

—Ah, ya. Por las noches agua o vino, Lu. Aunque a lo mejor debería probar el té. Baja la mano cadenciosamente por mi espalda y me acaricia con ternura.

—La verdad es que sabemos muy poco uno del otro —murmuro.

—Lo sé —dice en tono afligido.

Me siento y le miro fijamente.

—¿Qué pasa? —pregunto.

Él mueve la cabeza, como si quisiera deshacerse de una idea desagradable. Levanta una mano y me acaricia la mejilla, con los ojos brillantes, muy serio.

—Te quiero, Xiao Luhan —dice.

* * *

A las seis en punto suena la alarma con la información del tráfico, y me despierta bruscamente de un perturbador sueño sobre rubias de intensa cabellera y hombres de pelo oscuro. No entiendo de qué va todo esto, pero me olvido al momento porque Kim Jongin me envuelve el cuerpo como la seda, con su mata de pelo rebelde sobre mi pecho, una mano sobre mi pecho y una pierna echada por encima de mí, sujetándome. Él sigue durmiendo y yo tengo demasiado calor. Pero no hago caso de esa incómoda sensación, e intento pasarle los dedos por el pelo con suavidad. Se mueve, levanta sus brillantes ojos grises y sonríe adormilado. Oh, Dios… es adorable.

—Buenos días, precioso —dice.

—Buenos días, precioso tú también.

Le devuelvo la sonrisa. Me besa, se desenreda para incorporarse, se apoya en un codo y me mira.

—¿Has dormido bien?

—Sí, a pesar de esa interrupción de anoche.

Su sonrisa se ensancha.

—Mmm. Tú puedes interrumpirme así siempre que quieras.

Vuelve a besarme.

—¿Y tú? ¿Has dormido bien?

—Contigo siempre duermo bien, Luhan.

—¿Ya no tienes pesadillas?

—No.

Frunzo el ceño y me atrevo a preguntar:

—¿Sobre qué son tus pesadillas?

Él arquea una ceja y su sonrisa se desvanece. Maldita sea… mi estúpida curiosidad.

—Son imágenes de cuando era muy pequeño, según dice el doctor Flynn. Algunas muy claras, otras menos.

Se le quiebra la voz y aparece en su rostro una mirada distante y atormentada. Con aire ausente, resigue con el dedo el perfil de mi clavícula, tratando de desviar mi atención.

—¿Te despiertas llorando y gritando? —intento bromear, en vano.

Él me mira, perplejo.

—No, Luhan. Nunca he llorado, que yo recuerde.

Frunce el ceño, como si se asomara al abismo de su memoria. Oh, no… probablemente sea un lugar demasiado siniestro para visitarlo en este momento.

—¿Tienes algún recuerdo feliz de tu infancia? —pregunto enseguida, básicamente para distraerle. Se queda pensativo un momento, sin dejar de acariciarme la piel con el pulgar. —Recuerdo a la puta adicta al crack preparando algo en el horno. Recuerdo el olor. Creo que era un pastel de cumpleaños. Para mí. Y luego recuerdo la llegada de Minam, cuando ya estaba con mis padres. A mi madre le preocupaba mi reacción, pero yo adoré a aquel bebé desde el primer momento. La primera palabra que dije fue «Minam». Recuerdo mi primera clase de piano. La señorita Kathie, la profesora, era extraordinaria. Y también criaba caballos.

Sonríe con nostalgia.

—Dijiste que tu madre te salvó la vida. ¿Cómo?

Su expresión soñadora desaparece, y me mira como si yo fuera incapaz de sumar dos más dos.

—Me adoptó —dice sin más—. La primera vez que la vi creí que era un ángel. Iba vestida de blanco, y fue tan dulce y tranquilizadora mientras me examinaba… Nunca lo olvidaré. Si ella me hubiera rechazado, o si Yunho me hubiera rechazado… —Se encoge de hombros y echa un vistazo al despertador a su espalda—. Todo esto es un poco demasiado profundo para esta hora de la mañana —musita. —Me he prometido a mí mismo que te conocería mejor.

—¿Ah, sí, joven Xiao? Yo creía que solo quería saber si prefería café o té. —Sonríe—.

De todas formas, se me ocurre una forma mejor de que me conozcas —dice, empujando las caderas hacia mí sugerentemente. —Creo que en ese sentido ya te conozco bastante —replico con altivez, haciéndole sonreír aún más.

—Pues yo creo que nunca te conoceré bastante en ese sentido —murmura—. Está claro que despertarse contigo tiene ventajas —dice en un tono seductor que me derrite por dentro.

—¿Tienes que levantarte ya? —pregunto con voz baja y ronca. Oh… lo que provoca en mí…

—Esta mañana no. Ahora mismo solo deseo estar en un sitio, joven Xiao —dice con un brillo lascivo en los ojos.

—¡Jongin! —jadeo sobresaltado cuando, de pronto, le tengo encima, sujetándome contra la cama.

Me coge las manos, me las coloca sobre la cabeza y empieza a besarme el cuello.

—Oh, joven Xiao. —Sonríe con su boca contra mi piel, y su mano recorre mi cuerpo y empieza a levantar despacio el esqqueleto de satén, provocándome unos calambres deliciosos—. Ah, lo que me gustaría hacerte —murmura. Y el interrogatorio se acaba, y yo estoy perdido.

 

 La señora Jones me sirve tortitas y beicon para desayunar, y una tortilla y beicon para Jongin. Estamos sentados de lado frente a la barra, cómodos y en silencio.

—¿Cuándo conoceré a Jae Hwon, tu entrenador, para ponerle a prueba? —pregunto.

Jongin me mira y sonríe.

—Depende de si quieres ir a Namdaemun este fin de semana o no; a menos que quieras verle entre semana, a primera hora de la mañana. Le pediré a Nana que consulte su horario y te lo diga.

—¿Nana?

—Mi asistente personal.

Ah, sí.

—Una de tus muchas rubias —bromeo.

—No es mía. Trabaja para mí. Tú eres mío.

—Yo trabajo para ti —murmuro en tono mordaz.

Él sonríe, como si lo hubiera olvidado. —Eso también —replica, y su sonrisa se ensancha de forma contagiosa. —Quizá Jae Hwon pueda enseñarme kickboxing —le advierto. —¿Ah, sí? ¿Para enfrentarte a mí con más garantías? —Jongin levanta una ceja, divertido—. Pues adelante, joven Xiao. Ahora se le ve tan condenadamente feliz, comparado con el mal humor de anoche cuando se fue Bom, que me desarma totalmente. A lo mejor es por todo el sexo… a lo mejor es eso lo que le pone tan contento. Echo un vistazo al piano a nuestra espalda, y me deleito en el recuerdo de anoche.

—Has vuelto a levantar la tapa del piano.

—La bajé anoche para no molestarte. Por lo visto no funcionó, pero me alegro. Jongin esboza una sonrisa lasciva mientras se lleva un trozo de tortilla a los labios. Yo me pongo de todos los colores y le devuelvo la sonrisa. Oh sí… esos gloriosos momentos sobre el piano. La señora Jones se inclina sobre la barra y me coloca delante una bolsa de papel con mi almuerzo, y yo me sonrojo, avergonzada.

—Para después, Lu. De atún, ¿vale?

—Sí, sí. Gracias, señora Jones.

Le sonrió con timidez.

Ella me devuelve una sonrisa afectuosa y abandona la estancia. Para proporcionarnos un poco de intimidad, supongo. Me vuelvo hacia Jongin.

—¿Puedo preguntarte una cosa? Su expresión divertida se esfuma.

—Claro.

—¿Y no te enfadarás?

—¿Es sobre Bom?

—No.

—Entonces no me enfadaré.

—Pero ahora tengo una pregunta adicional.

—¿Ah?

—Que sí es sobre ella. Él pone los ojos en blanco.

—¿Qué? —dice, ahora ya exasperado.

—¿Por qué te enfadas tanto cuando te pregunto por ella?

—¿Sinceramente?

—Creía que siempre eras sincero conmigo —replico.

—Procuro serlo. Le miro con los ojos entornados.

—Eso suena a evasiva.

—Yo siempre soy sincero contigo, Lu. No me interesan los jueguecitos. Bueno, no ese tipo de jueguecitos —matiza, y su mirada se enardece.

—¿Qué tipo de jueguecitos te interesan? Inclina la cabeza hacia un lado y me sonríe con complicidad.

—Joven Xiao, se distrae usted con mucha facilidad. Me echo a reír. Tiene razón.

—Usted es una distracción en muchos sentidos, señor Kim. Veo bailar en sus ojos grises una chispa jocosa.

—La canción que más me gusta del mundo es tu risa, Luhan. Dime, ¿cuál era tu primera pregunta? —dice suavemente, y creo que se está riendo de mí. Intento torcer el gesto para expresar mi desagrado, pero me gusta el Cincuenta juguetón… es divertido. Me encantan estas bromas matutinas. Arrugo la frente, intentando recordar mi pregunta.

—Ah, sí. ¿Solo veías a tus sumisos los fines de semana?

—Sí, eso es —contesta, y me mira nervioso. Le sonrío.

—Así que nada de sexo entre semana. Se ríe.

—Ah, ahí querías ir a parar. —Parece vagamente aliviado—. ¿Por qué crees que hago ejercicio todos los días laborables? Ahora se está riendo claramente de mí, pero no me importa. Soy tan feliz que tengo ganas de abrazarme. Otra primera vez… bueno, varias primeras veces.

—Parece muy satisfecho de sí mismo, Joven Xiao.

—Lo estoy, señor Kim.

—Tienes motivos. —Sonríe—. Ahora cómete el desayuno.

Oh, el dominante Cincuenta… siempre al acecho.

* * *

 

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