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Cap 3

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Lo único bueno de estar sin coche es que, en el autobús que me lleva al trabajo, puedo enchufar los auriculares al iPad que llevo en el bolso y escuchar todas las maravillosas piezas que Jongin me ha grabado. Cuando llego a la oficina, tengo una estúpida sonrisa dibujada en la cara.

Julien levanta los ojos hacia mí, atónito.

—Buenos días, Lu. Estás… radiante.

Su comentario me sonroja. ¡Qué inapropiado!

—He dormido bien, gracias, Julien. Buenos días.

Frunce el ceño.

—¿Puedes leer esto por mí y redactarme los informes correspondientes para la hora de comer, por favor? —Me entrega cuatro manuscritos. Ante mi gesto de horror, añade—: Solo los primeros capítulos.

—Claro.

Sonrío aliviado y él me responde con una gran sonrisa. Conecto el ordenador para empezar a trabajar, mientras me termino el café con leche y me como un plátano. Hay un correo electrónico de Jongin.

 

De: Kim Jongin

Fecha: 10 de julio de 2014 08:05

Para: Xiao Luhan

Asunto: Ayúdame…

Espero que hayas desayunado.

Te eché de menos anoche.

 

Kim Jongin

Presidente de Kim Enterprises Holdings, Inc.

 

De: Xiao Luhan

Fecha: 10 de julio de 2014 08:33

Para: Kim Jongin

Asunto: Libros viejos…

Estoy comiéndome un plátano mientras tecleo. Llevaba varios días sin desayunar, de manera que supone un paso adelante. Me encanta la aplicación de la Biblioteca Británica… he empezado a releer Robinson Crusoe… y, naturalmente, te quiero.

Ahora déjame en paz: intento trabajar.

 

Xiao Luhan

Ayudante de Julien Kang, editor de SIP

 

De: Kim Jongin                

Fecha: 10 de julio de 2014 08:36

Para: Xiao Luhan

Asunto: ¿Eso es lo único que has comido?

Puedes esforzarte más. Necesitarás energía para suplicar.

 

Kim Jongin

Presidente de Kim Enterprises Holdings, Inc.

 

De: Xiao Luhan

Fecha: 10 de julio de 2014 08:39

Para: Kim Jongin

Asunto: Pesado

Señor Kim, intento trabajar para ganarme la vida… y es usted quien suplicará.

 

Xiao Luhan

Ayudante de Julien Kang, editor de SIP

 

De: Kim Jongin

Fecha: 10 de julio de 2014 08:36

Para: Xiao Luhan

Asunto: ¡Vamos!

Vaya, joven Xiao, me encantan los desafíos…

 

Kim Jongin

Presidente de Kim Enterprises Holdings, Inc.

 

Estoy sentado frente a la pantalla sonriendo como un idiota. Pero tengo que leer esos capítulos para Julien y escribir informes sobre todos ellos. Coloco los manuscritos sobre mi mesa y empiezo.

A la hora de comer voy a la tienda a buscar un bocadillo de pastrami mientras escucho la lista de temas de mi iPad. El primero es de Nitin Sawhney, una pieza tradicional titulada «Homelands»… es buena. El señor Kim tiene un gusto musical excelso. Vuelvo hacia atrás y escucho una pieza clásica: «Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis», de Ralph Vaughan Williams. Oh, Cincuenta tiene sentido del humor, y le quiero por eso. ¿Se me borrará esta estúpida sonrisa de la cara alguna vez?

La tarde pasa lentamente. En un momento de inactividad, decido escribirle un correo a Jongin.

 

De: Xiao Luhan

Fecha: 10 de julio de 2014 16:05

Para: Kim Jongin

Asunto: Aburrido…

Estoy mano sobre mano.

¿Cómo estás?

¿Qué estás haciendo?

 

Xiao Luhan

Ayudante de Julien Kang, editor de SIP

 

De: Kim Jongin

Fecha: 10 de julio de 2014 16:15

Para: Kim Jongin

Asunto: Tus manos

Deberías venir a trabajar conmigo.

No estarías mano sobre mano.

Estoy seguro de que yo podría darles mejor uso.

De hecho, se me ocurren varias opciones…

Yo estoy con fusiones y adquisiciones rutinarias.

Todo es muy árido.

Tus correos electrónicos en SIP se monitorizan.

 

Kim Jongin

Presidente distraído de Kim Enterprises Holdings, Inc.

 

Oh, Dios. No tenía ni idea. ¿Cómo demonios lo sabe él? Observo la pantalla con el ceño fruncido, reviso rápidamente los e-mails que he enviado y los voy borrando.

A las cinco y media en punto, Julien se acerca a mi mesa. Lleva un atuendo informal de viernes, es decir, unos tejanos y una camisa negra.

—¿Una copa, Lu? Solemos ir a tomar una rápida al bar de enfrente.

—¿Solemos…? —pregunto, esperanzado.

—Sí, vamos casi todos… ¿vienes?

Por alguna razón desconocida, que no quiero analizar demasiado a fondo, me invade una sensación de alivio.

—Me encantaría. ¿Cómo se llama el bar?

—Fifty’s.

—Me tomas el pelo.

Me mira extrañado.

—No. ¿Tiene algún significado para ti?

—No, perdona. Nos vemos ahora allí.

.—¿Qué te apetecerá beber?

—Una cerveza, por favor.

—Muy bien.

Voy al baño y le mando un e-mail a Jongin desde el BlackBerry.

 

De: Xiao Luhan

Fecha: 10 de julio de 2014 17:36

Para: Kim Jongin

Asunto: Encajarás perfectamente

Vamos a ir a un bar que se llama Fifty’s. Para mí esto es una mina inagotable de bromas y risas. Tengo muchas ganas de encontrarme allí contigo, señor Kim.

 

Lu xx

 

De: Kim Jongin

Fecha: 10 de julio de 2014 17:38

Para: Xiao Luhan Steele

Asunto: Riesgos

Las minas son muy, muy peligrosas.

 

Kim Jongin

Presidente de Kim Enterprises Holdings, Inc.

 

De: Xiao Luhan

Fecha: 10 de julio de 2014 17:40

Para: Kim Jongin

Asunto: ¿Riesgos?

¿Qué quieres decir con eso?

 

De: Kim Jongin

Fecha: 10 de julio de 2014 17:42

Para: Xiao Luhan

Asunto: Simplemente…Era un comentario, joven Xiao .

Hasta pronto. Más pronto que tarde, nene.

 

Kim Jongin

Presidente de Kim Enterprises Holdings, Inc.

 

Me miro en el espejo. Cómo puede cambiar todo en un día. Tengo más color en las mejillas y me brillan los ojos. Es el efecto Kim Jongin. Discutir un poco con él por e-mail provoca eso en un chico. Sonrío ante mi imagen y me aliso la camisa azul claro… la que Sungmin compró para mí. Llevo también mis vaqueros favoritos. La mayoría de los hombres de la oficina llevan tejanos o bermudas anchas. Tendré que invertir también en un par de bermudas anchas. Puede que lo haga este fin de semana e ingrese el talón que Jongin me dio por Wanda, mi Escarabajo. Cuando salgo del edificio, oigo que gritan mi nombre.

—¿joven Xiao?

Me vuelvo, sorprendido, y un chico joven con la piel clara se me acerca con cautela. Parece un fantasma… tan pálido y extrañamente inexpresivo.

—¿joven Xiao Luhan? —repite, y sus facciones permanecen estáticas aunque esté hablando.

—¿Sí?

Se para en la acera y se me queda mirando como a un metro de distancia, y yo, totalmente inmóvil, le devuelvo la mirada. ¿Quién es? ¿Qué quiere?

—¿Puedo ayudarte? —pregunto.

¿Cómo sabe mi nombre?

—No… solo quería verte.

Habla con una voz muy baja, inquietante. Y tiene un pelo oscuro como el mío, que contrasta radicalmente con su piel blanca. Sus ojos son castaños, color whisky. No hay la menor chispa de vida en ellos. La tristeza aparece grabada en su precioso y pálido rostro.

—Lo siento… pero estoy en desventaja —le digo educadamente, intentando ignorar el escalofrío de advertencia que me sube por la columna vertebral. Lo miro de cerca, y tiene un aspecto raro, descuidado y desvalido. La ropa que lleva le va dos tallas grande, incluida la gabardina de marca. Se echa a reír, con un sonido extraño y discordante que incrementa mi ansiedad.

—¿Qué tienes tú que yo no tenga? —pregunta con tristeza.

Mi ansiedad se convierte en miedo.

—Perdona… ¿quién eres?

—¿Yo? No soy nadie.

Levanta un brazo para pasarse la mano por la melena que le llega al hombro, y al hacerlo se le levanta la manga de la gabardina y se le ve un sucio vendaje alrededor de la muñeca.

Dios…

—Que tenga un buen día, joven Xiao.

Da media vuelta y sube andando la calle mientras yo me quedo clavado en el sitio. Veo cómo su delgada silueta desaparece de mi vista, perdiéndose entre los trabajadores que salen en masa de sus despachos.

¿De qué iba eso?

Confuso, cruzo la calle hasta el bar, intentando asimilar lo que acaba de pasar, mientras mi subconsciente levanta su fea cabeza y me dice entre dientes: El tiene algo que ver con Jongin.

El Fifty’s es un bar impersonal y cavernoso, con banderines y pósters de béisbol colgados en las paredes. Julien está en la barra con Na Mi Rae y Seo Hee, la otra ayudante editorial, dos tipos de contabilidad y Sully, de recepción, con sus característicos aros de plata.

—¡Hola, Lu!

Julien me pasa una botella de Bud.

—Salud… gracias —murmuro, afectado todavía por mi encuentro con el Chico Fantasma.

—Salud.

Chocamos las botellas y él sigue conversando con Namirae. Sully me sonríe con simpatía.

—¿Cómo te ha ido tu primera semana? —pregunta.

—Bien, gracias. Todo el mundo ha sido muy amable.

—Hoy se te ve mucho más contento.

—Es viernes —balbuceo enseguida—. ¿Y tú, tienes planes para el fin de semana?

Mi táctica de distracción patentada funciona, estoy salvado. Resulta que Sully tiene seis hermanos y se va a Gyonggi a una gran reunión familiar. Se muestra bastante locuaz y me doy cuenta de que no he hablado con nadie de mi edad desde que Tae se fue a Barbados.

Con aire distraído, me pregunto cómo estará Tae… y Minho. Tengo que acordarme de preguntarle a Jongin si ha sabido algo de ellos. Ah, y Onew, el hermano de Tae, volverá el martes que viene, y se instalará en nuestro apartamento. No creo que a Jongin le guste demasiado eso. Mi encuentro de antes con el extraño Chico Fantasma va desapareciendo de mi mente. Mientras charlo con Sully, Na Mi Rae me pasa otra cerveza.

—Gracias —le sonrío.

Resulta muy fácil charlar con Sully —se nota que le gusta hablar—, y me bebo una tercera cerveza sin darme cuenta, cortesía de uno de los chicos de contabilidad.

Cuando Na Mi Rae y Seo Hee se van, Julien se viene con Sully y conmigo. ¿Dónde está Jongin? Uno de los tipos de contabilidad se pone a hablar con Sully.

—Lu, ¿crees que tomaste una buena decisión viniendo a trabajar con nosotros?

Julien habla en un tono suave y está un poco demasiado cerca. Pero he notado que tiene tendencia a hacer eso con todo el mundo, incluso en la oficina.

—Esta semana he estado muy a gusto, gracias, Julien. Sí, creo que tomé la decisión correcta.—Eres un chico muy listo, Lu. Llegarás lejos.

Me ruborizo.

—Gracias —mascullo, porque no sé qué más decir.

—¿Vives lejos?

—En el barrio de Pike Market.

—No muy lejos de mi casa. —Sonriendo, se acerca aún más y se apoya en la barra, casi acorralándome—. ¿Tienes planes este fin de semana?

—Bueno… eh…

Le siento antes de verle. Es como si todo mi cuerpo estuviera sintonizado con el hecho de su presencia. Se relaja y se despierta a la vez, una dualidad interior y rara… y noto esa extraña corriente eléctrica.

Jongin me pasa el brazo alrededor del hombro como una muestra de afecto aparentemente relajada, pero yo sé que no es así. Está reclamando un derecho, y en esta ocasión, es muy bien recibido. Me besa suavemente el pelo.

—Hola, nene —murmura.

Al sentir su brazo que me rodea no puedo evitar sentir alivio, y excitación. Me acerca hacia sí, y yo levanto la vista para mirarle mientras él observa a Julien, impasible. Entonces se gira hacia mí y me dedica una media sonrisa fugaz, seguida de un beso rápido. Lleva una americana azul marino de raya diplomática, con unos vaqueros y una camisa blanca desabrochada. Está para comérselo. Julien se aparta, incómodo.

—Julien, este es Jongin —balbuceo en tono de disculpa. ¿Por qué me estoy disculpando?—.

Jongin, Julien.

—Yo soy el novio —dice Jongin con una sonrisita fría que no alcanza a sus ojos, mientras le estrecha la mano a Julien.

Yo levanto la vista hacia mi jefe, que está evaluando mentalmente al magnífico espécimen varonil que tiene delante.

—Yo soy el jefe —replica Julien, arrogante—. Lu me habló de un ex novio.

Ay, Dios. No te conviene jugar a este juego con Cincuenta.

—Bueno, ya no soy un ex —responde Jongin tranquilamente—. Vamos, nene, hemos de irnos.

—Por favor, quedaos a tomar una copa con nosotros —dice Julien con amabilidad.

No creo que sea buena idea. ¿Por qué resulta tan incómodo esto? Miro de reojo a Sully, que, naturalmente, contempla a Jongin con la boca abierta y franco deleite carnal. ¿Cuándo dejará de preocuparme el efecto que provoca en otras personas?

—Tenemos planes —apunta Jongin con su sonrisa enigmática.

¿Ah, sí? Y un escalofrío de expectación recorre mi cuerpo.

—Quizá en otra ocasión —añade—. Vamos —me dice cogiéndome la mano.

—Hasta el lunes.

Sonrío a Julien, a Sully y al tipo de contabilidad, tratando de ignorar el gesto de disgusto de Julien, y salgo por la puerta detrás de Jongin. Sungmin está al volante del Audi, que espera junto a la acera.

—¿Por qué me ha parecido eso un concurso de a ver quién mea más lejos? —le pregunto a Jongin cuando me abre la puerta del coche.

—Porque lo era —murmura, me dedica su sonrisa enigmática y luego cierra la puerta.

—Hola, Sungmin —le digo, y nuestras miradas se encuentran en el retrovisor.

—Joven Xiao —me saluda Sungmin con una amplia sonrisa.

Jongin se sienta a mi lado, me sujeta la mano y me besa suavemente los nudillos.

—Hola —dice bajito.

Mis mejillas se tiñen de rosa, sé que Sungmin nos oye, y agradezco que no vea la mirada abrasadora y terriblemente excitante que me dedica Jongin. Tengo que echar mano de toda mi contención para no lanzarme sobre él aquí mismo, en el asiento de atrás del coche. Oh, el asiento de atrás del coche… mmm.

—Hola —jadeo, con la boca seca.

—¿Qué te gustaría hacer esta noche?

—Creí que dijiste que teníamos planes.

—Oh, yo sé lo que me gustaría hacer, Luhan. Te pregunto qué quieres hacer tú.

Yo le sonrío radiante.

—Ya veo —dice con una perversa risita—. Pues… a suplicar entonces. ¿Quieres suplicar en mi casa o en la tuya? Inclina la cabeza y me dedica esa sonrisa tan sexy suya.

—Creo que eres muy presuntuoso, señor Kim. Pero, para variar, podríamos hacerlo en mi apartamento. Me muerdo el labio deliberadamente y su expresión se ensombrece.

—Sungmin, a casa del joven Xiao, por favor.

—Señor —asiente Sungmin, y se incorpora al tráfico.

—¿Qué tal ha ido tú día? —pregunta.

—Bien. ¿Y el tuyo?

—Bien, gracias.

Su enorme sonrisa se refleja en la mía, y vuelve a besarme la mano.

—Estás guapísimo —dice.

—Tú también.

—Tu jefe, Julien Kang, ¿es bueno en su trabajo?

¡Vaya! Esto sí que es un cambio de tema repentino. Frunzo el ceño.

—¿Por qué? ¿Esto tiene algo que ver con vuestro concurso de meadas? Jongin sonríe maliciosamente.

—Ese hombre quiere meterse en tus boxers, Luhan —dice con sequedad. Siento que las mejillas me arden, abro la boca nervioso, y echo un vistazo a Sungmin.

—Bueno, que quiera lo que le dé la gana… ¿por qué estamos hablando de esto? Ya sabes que él no me interesa en absoluto. Solo es mi jefe.

—Esa es la cuestión. Quiere lo que es mío. Necesito saber si hace bien su trabajo.

Me encojo de hombros.

—Creo que sí.

¿Adónde quiere ir a parar con esto?

—Bien, más le vale dejarte en paz, o acabará de patitas en la calle.

—Jongin, ¿de qué hablas? No ha hecho nada malo… Todavía. Solo se acerca demasiado.

—Si hace cualquier intento o acercamiento, me lo dices. Se llama conducta inmoral grave… o acoso sexual.

—Solo ha sido una copa después del trabajo.

—Lo digo en serio. Un movimiento en falso y se va a la calle.

—Tú no tienes poder para eso. —¡Por Dios! Y antes de ponerle los ojos en blanco, caigo en la cuenta, y es como si chocara contra un camión de mercancías a toda velocidad—. ¿O sí, Jongin? Me dedica su sonrisa enigmática.

—Vas a comprar la empresa —murmuro horrorizado. En respuesta al pánico de mi voz aparece su sonrisa.

—No exactamente.

—La has comprado. SIP. Ya.

Me mira cauteloso y pestañea.

—Es posible.

—¿La has comprado o no?

—La he comprado.

¿Qué demonios…?—¿Por qué? —grito, espantado. Oh, sinceramente, esto ya es demasiado.

—Porque puedo, Luhan. Necesito que estés a salvo.

—¡Pero dijiste que no interferirías en mi carrera profesional!

—Y no lo haré.

Aparto mi mano de la suya.

—Jongin …

Me faltan las palabras.

—¿Estás enfadado conmigo?

—Sí. Claro que estoy enfadado contigo. —Estoy furioso—. Quiero decir, ¿qué clase de ejecutivo responsable toma decisiones basadas en quien se esté tirando en ese momento? Palidezco y vuelvo a mirar inquieto y de reojo a Sungmin, que nos ignora estoicamente. Maldición. ¡Vaya un momento para que se estropee el filtro de control cerebro-boca! Jongin abre la suya, luego vuelve a cerrarla y me mira con mala cara. Yo le devuelvo la mirada. Mientras ambos nos fulminamos con la vista, la atmósfera en el interior del coche se degrada de reunión cariñosa a gélida, con palabras implícitas y reproches en potencia. Afortunadamente, nuestro incómodo trayecto en coche no dura mucho, y Sungmin aparca por fin frente a mi apartamento. Yo salgo a toda prisa del vehículo, sin esperar a que nadie me abra la puerta. Oigo que Jongin le dice a Sungmin entre dientes:

—Creo que más vale que esperes aquí.

Noto que le tengo detrás, mientras rebusco en el bolso intentando encontrar las llaves de la puerta principal.

—Luhan —dice con calma, como si yo fuera una especie de animal acorralado.

Suspiro y me giro para mirarle a la cara. Estoy tan enfadado con él que mi rabia es palpable… una criatura tenebrosa que amenaza con ahogarme.

—Primero, hace tiempo que no te follo… mucho tiempo, tal como yo lo siento; y segundo, quería entrar en el negocio editorial. De las cuatro empresas que hay Seul, SIP es la más rentable, pero está pasando por un mal momento y va a estancarse… necesita diversificarse.

Yo le miro fijo, gélidamente. Sus ojos son tan intensos, amenazadores incluso, pero endiabladamente sexys. Podría perderme en sus grises profundidades.

—Así que ahora eres mi jefe —replico.

—Técnicamente, soy el jefe del jefe de tu jefe.

—Y, técnicamente, esto es conducta inmoral grave: el hecho de que me esté tirando al jefe del jefe de mi jefe.

—En este momento, estás discutiendo con él —responde Jongin irritado.

—Eso es porque es un auténtico gilipollas —mascullo.

Jongin, atónito, da un paso hacia atrás. Ay, Dios. ¿He ido demasiado lejos?

—¿Un gilipollas? —murmura mientras su cara adquiere una expresión divertida.

¡Maldita sea! ¡Estoy enfadado contigo, no me hagas reír!

—Sí.

Me esfuerzo por mantener mi actitud de ultraje moral.

—¿Un gilipollas? —repite Jongin.

Esta vez sus labios se tuercen para disimular una sonrisa.

—¡No me hagas reír cuando estoy enfadado contigo! —grito.

Y él sonríe, enseñando toda la dentadura con esa sonrisa deslumbrante de muchachote, y yo no puedo contenerme. Sonrío y me echo a reír también. ¿Cómo podría no afectarme la alegría que veo en su sonrisa?

—El que tenga una maldita sonrisa estúpida en la cara no significa que no esté cabreadísimo contigo —digo sin aliento, intentando reprimir mi risita tonta de adolescente hormonal.

Aunque yo nunca fui un adolescente hormonal, pienso con amargura. Se inclina y creo que va a besarme, pero no lo hace. Me huele el pelo e inspira profundamente.

—Eres imprevisible, joven  Xiao, como siempre. —Se incorpora de nuevo y me observa, con una chispa de humor en los ojos—. ¿Piensas invitarme o vas a enviarme a casa por ejercer mi derecho democrático, como ciudadano americano, empresario y consumidor, de comprar lo que me dé la real gana?

—¿Has hablado con el doctor Flynn de eso?

Se ríe.

—¿Vas a dejarme entrar o no, Luhan?

Yo intento ponerle mala cara —morderme el labio ayuda—, pero sonrío al abrir la puerta.

Jongin se da la vuelta, le hace un gesto a Sungmin, y el Audi se marcha. Es raro estar con Kim Jongin en el apartamento. Parece un sitio muy pequeño para él.

Sigo enfadado: su acoso no tiene límites, y ahora caigo que es así como supo que los correos de SIP estaban monitorizados. Seguramente sabe más de SIP que yo. Esa idea me resulta desagradable.

¿Qué puedo hacer? ¿Por qué tiene esa necesidad de mantenerme a salvo? Soy un adulto —más o menos—, por el amor de Dios… ¿Qué puedo hacer para tranquilizarle? Observo su cara mientras se pasea por la habitación como un animal enjaulado, y mi rabia disminuye. Verle aquí, en mi espacio, cuando creí que habíamos terminado, es reconfortante. Más que reconfortante… le quiero, y mi corazón se expande con un júbilo exaltado y embriagador. Él echa un vistazo por todas partes, examinando el entorno.

—Es bonito —dice.

—Los padres de Tae lo compraron para el.

Asiente abstraído y sus vivaces ojos grises descansan en los míos, me miran.

—Esto… ¿quieres beber algo? —susurro, ruborizado por los nervios.

—No, gracias, Luhan.

Su mirada se ensombrece.

¿Por qué estoy tan nervioso?

—¿Qué te gustaría hacer, Luhan? —pregunta dulcemente mientras camina hacia mí, salvaje y ardiente—. Yo sé lo que quiero hacer —añade en voz baja. Me echo hacia atrás y choco contra el cemento de la cocina tipo isla.

—Sigo enfadado contigo.

—Lo sé.

Me sonríe con un amago de disculpa y yo me derrito… bueno, quizá no esté tan enfadado.

—¿Te apetece comer algo? —pregunto.

Él asiente despacio.

—Sí, a ti —murmura.

Mi cuerpo se tensa de cintura para abajo. Solo su voz basta para seducirme, pero esa mirada, esa hambrienta mirada de deseo urgente… Oh, Dios. Está de pie delante de mí, sin llegar a tocarme. Baja la vista, me mira a los ojos y el calor que irradia su cuerpo me inunda. Siento un ardor sofocante que me aturde y las piernas como si fueran de gelatina, mientras un deseo oscuro me recorre las entrañas. Le deseo.

—¿Has comido hoy? —murmura.

—Un bocadillo al mediodía —susurro.

No quiero hablar de comida.

Entorna los ojos.

—Tienes que comer.

—La verdad es que ahora no tengo hambre… de comida.

—¿De qué tiene hambre, joven Xiao?

—Creo que ya lo sabe, señor Kim.

Se inclina y nuevamente creo que va a besarme, pero no lo hace.

—¿Quieres que te bese, Luhan? —me susurra bajito al oído.

—Sí —digo sin aliento.—¿Dónde?

—Por todas partes.

—Vas a tener que especificar un poco más. Ya te dije que no pienso tocarte hasta que me supliques y me digas qué debo hacer.

Estoy perdido, no está jugando limpio.

—Por favor —murmuro.

—Por favor, ¿qué?

—Tócame.

—¿Dónde, nene?

Está tan tentadoramente cerca, su aroma es tan embriagador… Alargo la mano, y él se aparta inmediatamente.

—No, no —me recrimina, y abre los ojos con una repentina expresión de alarma.

—¿Qué?

No… vuelve.

—No.

Niega con la cabeza.

—¿Nada de nada?

No puedo reprimir el anhelo de mi voz. Me mira desconcertado y su duda me envalentona. Doy un paso hacia él, y se aparta, levanta las manos para defenderse, pero sonriendo.

—Oye, Lu…

Es una advertencia, y se pasa la mano por el pelo, exasperado.

—A veces no te importa —comento quejoso—. Quizá debería ir a buscar un rotulador y podríamos hacer un mapa de las zonas prohibidas. Arquea una ceja.

—No es mala idea. ¿Dónde está tu dormitorio?

Señalo con la cabeza. ¿Está cambiando de tema aposta?

—¿Has seguido tomando la píldora?

Maldita sea. La píldora.

Al ver mi gesto le cambia la cara.

—No —mascullo.

—Ya —dice, y junta los labios en una fina línea—. Ven, comamos algo.

—¡Creía que íbamos a acostarnos! Yo quiero acostarme contigo.

—Lo sé, nene.

Sonríe y de repente viene hacia mí, me sujeta las muñecas, me atrae a sus brazos y me estrecha contra su cuerpo.

—Tú tienes que comer, y yo también —murmura, y baja hacia mí sus ardientes ojos grises—. Además… la expectación es clave en la seducción, y la verdad es que ahora mismo estoy muy interesado en posponer la gratificación.

Ah… ¿desde cuándo?

—Yo ya he sido seducido y quiero mi gratificación ahora. Te suplicaré, por favor —digo casi gimoteante. Me sonríe con ternura.

—Come. Estás demasiado delgado. Me besa la frente y me suelta. Esto es un juego, parte de algún plan diabólico. Le frunzo el ceño.

—Sigo enfadado porque compraras SIP, y ahora estoy enfadado porque me haces esperar—digo haciendo un puchero.

—El caballerito está enfadado, ¿eh? Después de comer te sentirás mejor.

—Ya sé después de qué me sentiré mejor.

—Xiao Luhan, estoy escandalizado —dice en tono burlón.

—Deja de burlarte de mí. No estás jugando limpio. Disimula la sonrisa mordiéndose el labio inferior. Tiene un aspecto sencillamente adorable… de Jongin travieso que juega con mi libido. Si mis armas de seducción fueran mejores, sabría qué hacer, pero no poder tocarle lo hace aún más difícil. La diosa que llevo dentro entorna los ojos y parece pensativa. Hemos de trabajar en eso. Mientras Jongin y yo nos miramos fijamente —yo ardiente, molesto y anhelante, y él, relajado, divirtiéndose a mi costa—, caigo en la cuenta de que no tengo comida en el piso.

—Podría cocinar algo… pero tendremos que ir a comprar.

—¿A comprar?

—La comida.

—¿No tienes nada aquí?

Se le endurece el gesto.

Yo niego con la cabeza. Dios, parece bastante enfadado.

—Pues vamos a comprar —dice en tono severo y, girando sobre sus talones, va hacia la puerta y me la abre de par en par.

—¿Cuándo fue la última vez que estuviste en un supermercado?

Jongin parece fuera de lugar, pero me sigue diligentemente, cargando con la cesta de la compra.

—No me acuerdo.

—¿La señora Jones se encarga de todas las compras?

—Creo que Sungmin la ayuda. No estoy seguro.

—¿Te parece bien algo salteado? Es rápido.

—Un salteado suena bien.

Jongin sonríe, sin duda imaginando qué hay detrás de mi deseo de preparar algo rápido.

—¿Hace mucho que trabajan para ti?

—Sungmin, cuatro años, me parece. La señora Jones más o menos lo mismo. ¿Por qué no tenías comida en el apartamento?

—Ya sabes por qué —murmuro, ruborizado.

—Fuiste tú quien me dejó —masculla, molesto.

—Ya lo sé —replico en voz muy baja; no quiero que me lo recuerde.

Llegamos a la caja y nos ponemos en la cola sin hablar. Si no me hubiera ido, ¿me habrías ofrecido la alternativa vainilla?, me pregunto vagamente.

—¿Tienes algo para beber? —dice, devolviéndome al presente.

—Cerveza… creo.

—Compraré un poco de vino.

Ay, Dios. No estoy seguro de qué tipo de vino tienen en el supermercado Ernie’s. Jongin  vuelve con las manos vacías y una mueca de disgusto.

—Aquí al lado hay una buena licorería —digo enseguida.

—Veré qué tienen.

Quizá deberíamos ir a su piso, y así no pasaríamos por todo este lío. Le veo salir por la puerta muy decidido, con su elegancia natural. Dos mujeres que entran se paran y se quedan mirando. Ah, sí, mirad a mi Cincuenta Sombras, pienso con cierto desaliento. Le deseo tal como le recuerdo, en mi cama, pero se está haciendo mucho de rogar. A lo mejor yo debería hacer lo mismo. La diosa que llevo dentro asiente frenéticamente. Y mientras hago cola, se nos ocurre un plan. Mmm... Jongin entra las bolsas de la compra al apartamento. Ha cargado con ellas todo el camino desde que salimos de la tienda. Se le ve muy raro, muy distinto de su porte habitual de presidente.

—Se te ve muy… doméstico.

—Nadie me había acusado de eso antes —dice con sequedad.

Coloca las bolsas sobre la encimera de la isla de la cocina. Mientras yo empiezo a vaciarlas, él saca una botella de vino y busca un sacacorchos.

—Este sitio aún es nuevo para mí. Me parece que el abridor está en ese cajón de allí —digo, señalando con la barbilla.

Esto parece tan… normal. Dos personas que se están conociendo, que se disponen a comer. Y, sin embargo, es tan raro. El miedo que siempre sentía en su presencia ha desaparecido. Ya hemos hecho tantas cosas juntos que me ruborizo solo de pensarlo, y aun así apenas le conozco.

—¿En qué estás pensando?

Jongin interrumpe mis fantasías mientras se quita la americana de rayas y la deja sobre el sofá.

—En lo poco que te conozco, en realidad. Se me queda mirando y sus ojos se apaciguan.

—Me conoces mejor que nadie.

—No creo que eso sea verdad.

De pronto, y totalmente en contra de mi voluntad, la señora Park aparece en mi mente.

—La cuestión, Luhan, es que soy una persona muy, muy cerrada. Me ofrece una copa de vino blanco.

—Salud —dice.

—Salud —contesto, y bebo un sorbo mientras él mete la botella en la nevera.

—¿Puedo ayudarte con eso? —pregunta.

—No, no hace falta… siéntate.

—Me gustaría ayudar.

Parece sincero.

—Puedes picar las verduras.

—No sé cocinar —dice, mirando con suspicacia el cuchillo que le doy.

—Supongo que no lo necesitas.

Le pongo delante una tabla para cortar y unos pimientos rojos. Los mira, confundido.

—¿Nunca has picado una verdura?

—No.

Lo miro riendo.

—¿Te estás riendo de mí?

—Por lo visto hay algo que yo sé hacer y tú no. Reconozcámoslo, Jongin, creo que esto es nuevo. Ven, te enseñaré. Le rozo y se aparta. La diosa que llevo dentro se incorpora y observa.

—Así —digo, mientras corto el pimiento rojo y aparto las semillas con cuidado.

—Parece bastante fácil.

—No deberías tener ningún problema para conseguirlo —le aseguro con ironía.

Él me observa impasible un momento y después se pone a ello, mientras yo comienzo a preparar los dados de pollo. Empieza a cortar, con cuidado, despacio. Por favor… así estaremos aquí todo el día.

Me lavo las manos y busco el wok, el aceite y los demás ingredientes que necesito, rozándole repetidas veces: con la cadera, el brazo, la espalda, las manos. Toquecitos inocentes. Cada vez que lo hago, él se queda muy quieto.

—Sé lo que estás haciendo, Luhan —murmura sombrío, mientras sigue aún con el primer pimiento.

—Creo que se llama cocinar —digo, moviendo las pestañas.

Cojo otro cuchillo y me coloco a su lado para pelar y cortar el ajo, las chalotas y las judías verdes, chocando con él a cada momento.

—Lo haces bastante bien —musita mientras empieza con el segundo pimiento rojo.

—¿Picar? —Le miro y aleteo las pestañas—. Son años de práctica. Vuelvo a rozarle, está vez con el trasero. Él se queda inmóvil otra vez.

—Si vuelves a hacer eso, Luhan, te follaré en el suelo de la cocina.

Oh, vaya, esto funciona.

—Primero tendrás que suplicarme.

—¿Me estás desafiando?—Puede.

Deja el cuchillo y, lentamente, da un paso hacia mí. Le arden los ojos. Se inclina a mi lado, apaga el gas. El aceite del wok deja de crepitar casi al instante.

—Creo que comeremos después —dice—. Mete el pollo en la nevera. Esta es una frase que nunca habría esperado oír de labios de Kim Jongin, y solo él puede hacer que suene erótica, muy erótica. Cojo el bol con los dados de pollo, le pongo un plato encima con manos algo temblorosas y lo guardo en la nevera. Cuando me doy la vuelta, él está a mi lado.

—¿Así que vas a suplicar? —susurro, mirando audazmente sus ojos turbios.

—No, Luhan. —Menea la cabeza—. Nada de súplicas.

Su voz es tenue y seductora.

Y nos quedamos mirándonos el uno al otro, embebiéndonos el uno del otro… el ambiente se va cargando, casi saltan chispas, sin que ninguno diga nada, solo mirando. Me muerdo el labio cuando el deseo por ese hombre me domina con ánimo de venganza, incendia mi cuerpo, me roba el aliento, me inunda de cintura para abajo. Veo mis reacciones reflejadas en su semblante, en sus ojos.

De golpe, me agarra por las caderas y me arrastra hacia él, mientras yo hundo las manos en su cabello y su boca me reclama. Me empuja contra la nevera, y oigo la vaga protesta de la hilera de botellas y tarros en el interior, mientras su lengua encuentra la mía. Yo jadeo en su boca, y una de sus manos me sujeta el pelo y me echa hacia atrás la cabeza mientras nos besamos salvajemente.

—¿Qué quieres, Luhan? —jadea.

—A ti —gimo.

—¿Dónde?

—En la cama.

Me suelta, me coge en brazos y me lleva deprisa y sin aparente esfuerzo a mi dormitorio. Me deja de pie junto a la cama, se inclina y enciende la luz de la mesita. Echa una ojeada rápida a la habitación y se apresura a correr las cortinas beis.

—¿Ahora qué? —dice en voz baja.

—Hazme el amor.

—¿Cómo?

Madre mía.

—Tienes que decírmelo, nene.

Por Dios…

—Desnúdame —digo ya jadeando.

Él sonríe, mete el dedo índice en el cuello de mi camisa y tira hacia él.

—Buen chico —murmura, y sin apartar sus ardientes ojos de mí, empieza a desabrocharme despacio.

Con cuidado, apoyo las manos en sus brazos para mantener el equilibrio. Él no protesta. Sus brazos son una zona segura. Cuando ha terminado con los botones, me saca la camisa por encima de los hombros, y yo le suelto para dejar que la prenda caiga al suelo. Él se inclina hasta la cintura de mis vaqueros, desabrocha el botón y baja la cremallera.

—Dime lo que quieres, Luhan.

Le centellean los ojos. Separa los labios y respira entrecortadamente.

—Bésame desde aquí hasta aquí —susurro deslizando un dedo desde la base de la oreja hasta la  garganta.

Él me aparta el pelo de esa línea de fuego y se inclina, dejando un rastro de besos suaves y cariñosos por el trazado de mi dedo, y luego de vuelta.

—Mis vaqueros y los boxer —murmuro, y él, pegado a mi cuello, sonríe antes de dejarse caer de rodillas ante mí.

Oh, me siento tan poderoso. Mete los pulgares en mis pantalones y me los quita con cuidado por las piernas junto con mis boxer. Yo doy un paso al lado para librarme de los zapatos y la ropa. Él se para y alza la mirada expectante, pero no se levanta.

—¿Ahora qué, Luhan?

—Bésame —musito.

—¿Dónde?

—Ya sabes dónde.

—¿Dónde?

Ah, es implacable. Avergonzado, señalo rápidamente la cúspide de mis muslos y él sonríe de par en par. Cierro los ojos, mortificado pero al mismo tiempo increíblemente excitado.

—Oh, encantado —dice entre risas.

Me besa y despliega la lengua, su lengua experta en dar placer. Yo gimo y me agarro a su cabello. Él no para, me rodearme el glande con la lengua y me vuelve loco, una vez y otra, una vuelta y otra. Ahhh… solo hace… ¿cuánto? Oh… luego toma dos de sus dedos, lentamente los ensaliba y en un pestañear ya están dentro de mi aro muscular trasero, solo exalo...

—Jongin, por favor —suplico.

No quiero correrme de pie. No tengo fuerzas.

—¿Por favor qué, Luhan?

—Hazme el amor.

—Es lo que hago —susurra, exhalando suavemente en la punta de mi entrepierna.

—No. Te quiero dentro de mí.

—¿Estás seguro?

—Por favor.

No ceja en su exquisita y dulce tortura y el delicioso empuje de sus dedos. Gimo en voz alta.

—Jongin … por favor.

Se levanta, retira sus dedos de mi y me mira de arriba abajo, y en sus labios brilla la prueba de mi excitación.

Es tan erótico…

—¿Y bien? —pregunta.

—¿Y bien, qué? —digo sin aliento y mirándole con un ansia febril.

—Yo sigo vestido.

Le miro boquiabierto y confundido.

¿Desnudarle? Sí, eso puedo hacerlo. Me acerco a su camisa y él da un paso atrás.

—Ah, no —me riñe.

Por Dios, quiere decir los vaqueros.

Uf… y eso me da una idea. La diosa que llevo dentro me aclama a gritos y me pongo de rodillas ante él. Con dedos temblorosos y bastante torpeza, le desabrocho el cinturón y la bragueta, después tiro de sus vaqueros y sus calzoncillos hacia abajo, y lo libero. Wow.

Alzo la vista a través de las pestañas, y él me está mirando con… ¿qué? ¿Inquietud? ¿Asombro? ¿Sorpresa? Da un paso a un lado para zafarse de los pantalones, pienso devolverle el favor, se quita los calcetines, y yo lo tomo en mi mano, y aprieto y tiro hacia atrás como él me ha enseñado. Gime y se tensa, respirando con dificultad entre los dientes apretados. Con mucho tiento, me meto su miembro en mi boca y chupo… fuerte. Mmm, sabe tan bien…

—Ah. Lu… oh, despacio.

Me coge la cabeza tiernamente, y yo le empujo más al fondo de mi boca, y junto los labios, tan fuerte como puedo, me cubro los dientes y chupo fuerte.

—Joder —masculla.

Oh, es un sonido agradable, sugerente y sexy, así que vuelvo a hacerlo, hundo la boca hasta el fondo y hago girar la lengua alrededor de la punta. Mmm… me siento como Afrodita.

—Lu, ya basta. Para.

Vuelvo a hacerlo (suplica, Kim, suplica), y otra vez.

—Lu, ya has demostrado lo que querías —gruñe entre dientes—. No quiero correrme en tu boca.

Lo hago otra vez, y él se inclina, me agarra por los hombros, me pone en pie de golpe y me tira sobre la cama. Se quita la camisa por la cabeza, y luego, como un buen chico, se agacha para sacar un paquetito plateado del bolsillo de sus vaqueros tirados en el suelo. Está jadeando, como yo.

—Túmbate. Quiero mirarte.

Me tumbo, y alzo la vista hacia él mientras saca el condón. Le deseo tanto. Me mira y se relame.

—Eres precioso, Xiao Luhan.

Se inclina sobre la cama, y lentamente se arrastra sobre mí, besándome al hacerlo. Besa mis pezones y juguetea con ellos por turnos, mientras yo jadeo y me retuerzo debajo de él, pero no se detiene.

No… Para. Te deseo.

—Jongin, por favor.

—¿Por favor, qué? —murmura entre mis pezones.

—Te quiero dentro de mí.

—¿Ah, sí?

—Por favor.

Sin dejar de mirarme, me separa las piernas con las suyas y se mueve hasta quedar suspendido sobre mí. Sin apartar sus ojos de los míos, posiciona su miembro en mi orificio trasero y se hunde en mi interior con un ritmo deliciosamente lento.

Cierro los ojos, deleitándome en la lentitud, en la sensación exquisita de su posesión, e instintivamente me empujo hacia el, para unirme a él, gimiendo en voz alta. Él se retira suavemente y vuelve a colmarme muy despacio. Mis dedos encuentran el camino hasta su pelo sedoso y rebelde, y él sigue moviéndose muy despacio, dentro y fuera una y otra vez.

—Más rápido, Jongin, más rápido… por favor.

Baja la vista, me mira triunfante y me besa con dureza, y luego empieza a moverse de verdad, toca mi punto dulce — Oh... Dios — luego con su mano empieza a bombear mi pene con la misma intensidad con la que me penetra.

—catigador, implacable… oh, Dios—, y sé que esto no durará mucho. Adopta un ritmo palpitante. Yo empiezo a acelerarme, mis piernas se tensan debajo de él.

—Vamos, nene —gime—. Dámelo.

Sus palabras son mi detonante, y estallo de forma escandalosa, arrolladora, en un millón de pedazos en torno a él, y él me sigue gritando mi nombre, cuando mis paredes se contraen y lo aprietan fuertemente.

—¡Lu! ¡Oh, joder, Lu!

Se derrumba encima de mí, hundiendo la cabeza en mi cuello.

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