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Cap 4

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando recobro la cordura, abro los ojos y alzo la mirada a la cara del hombre que amo. Jongin tiene una expresión suave, tierna. Frota su nariz contra la mía, se apoya en los codos y, tomando mis manos entre las suyas, las coloca junto a mi cabeza. Sospecho que, por desgracia, lo hace para que no le toque. Me besa los labios con dulzura mientras sale de mí.

—He echado de menos esto —dice en voz baja.

—Yo también —susurro.

Me coge por la barbilla y me besa con fuerza. Un beso apasionado y suplicante, ¿pidiendo qué? No lo sé, y eso me deja sin aliento.

—No vuelvas a dejarme —me implora, mirándome con seriedad a lo más profundo de mis ojos.

—Vale —murmuro, y le sonrío. Me responde con una sonrisa deslumbrante: de alivio, euforia y placer adolescente, combinados en una mirada encantadora que derretiría el más frío de los corazones—. Gracias por el iPad.

—No se merecen, Luhan.

—¿Cuál es tu canción favorita de todas las que hay?

—Eso sería darte demasiada información. —Sonríe satisfecho—. Venga, prepárame algo de comer, muchacho, estoy hambriento —añade, incorporándose de repente en la cama y arrastrándome con él.

—¿Muchacho? —digo con una risita.

—Muchacho. Comida, ahora, por favor.

—Ya que lo pide con tanta amabilidad, señor… Me pondré ahora mismo.

Al levantarme rápidamente de la cama, la almohada se mueve y aparece debajo el globo deshinchado del helicóptero. Jongin lo coge y me mira, desconcertado.

—Ese es mi globo —digo con afán posesivo mientras cojo mi bata y me envuelvo con ella.

Oh, Dios… ¿por qué ha tenido que encontrar eso?

—¿En tu cama? —murmura.

—Sí. —Me ruborizo—. Me ha hecho compañía.

—Qué afortunado, Monggu Janggu —dice con aire sorprendido.

Sí, soy un sentimental, Kim, porque te quiero.

—Mi globo —digo otra vez, doy media vuelta y me encamino hacia la cocina, y él se queda sonriendo de oreja a oreja.

Jongin y yo estamos sentados en la alfombra persa de Tae, comiendo con palillos salteado de pollo con fideos de unos boles blancos de porcelana y bebiendo Pinot Grigio blanco frío.

Jongin está apoyado en el sofá con sus largas piernas estiradas hacia delante. Tiene el pelo alborotado, lleva los vaqueros y la camisa, y nada más. De fondo suena el Buena Vista Social Club del iPod de Jongin.

—Esto está muy bueno —dice elogiosamente mientras ataca la comida.

Yo estoy sentado a su la1   do con las piernas cruzadas, comiendo vorazmente como si estuviera muerto de hambre y admirando sus pies desnudos.

—Casi siempre cocino yo. Tae no sabe cocinar.

—¿Te enseñó tu madre?

—La verdad es que no —digo con sorna—. Cuando empecé a interesarme por la cocina, mi madre estaba viviendo con su marido número tres en Namak, Mokpo. Y Teuk… bueno, él habría sobrevivido a base de tostadas y comida preparada de no ser por mí. Jongin se me queda mirando.

—¿No vivías en Mokpo con tu madre?

—Su marido, Jae Joong, y yo… no nos llevábamos bien. Y yo echaba de menos a Teuk. El matrimonio con Jae Joong no duró mucho. Creo que mi madre acabó recuperando el sentido común. Nunca habla de él —añado en voz baja. Creo que esa es una etapa oscura de su vida de la que nunca hablamos.

—¿Así que te quedaste en Jeolla a vivir con tu padrastro?—Viví muy poco tiempo en Mokpo y luego volví con Teuk.

—Lo dices como si hubieras cuidado de él —observa con ternura.

—Supongo —digo encogiéndome de hombros.

—Estás acostumbrado a cuidar a la gente.

El deje de su voz me llama la atención y levanto la vista.

—¿Qué pasa? —pregunto, sorprendido por su expresión cauta.

—Yo quiero cuidarte.

En sus ojos luminosos brilla una emoción inefable. El ritmo de mi corazón se acelera.

—Ya lo he notado —musito—. Solo que lo haces de una forma extraña. Arquea una ceja.

—No sé hacerlo de otro modo —dice quedamente.

—Sigo enfadado contigo porque compraras SIP.

Sonríe.

—Lo sé, pero no me iba a frenar porque tú te enfadaras, nene.

—¿Qué voy a decirles a mis compañeros de trabajo, a Julien?

Entorna los ojos.

—Ese cabrón más vale que vigile.

—¡Jongin! —le riño—. Es mi jefe.

Jongin aprieta con fuerza los labios, que se convierten en una línea muy fina. Parece un colegial tozudo.

—No se lo digas —dice.

—¿Que no les diga qué?

—Que soy el propietario. El principio de acuerdo se firmó ayer. La noticia no se puede hacer pública hasta dentro de cuatro semanas, durante las cuales habrá algunos cambios en la dirección de SIP.

—Oh… ¿me quedaré sin trabajo? —pregunto, alarmado.

—Sinceramente, lo dudo —dice Jongin con sarcasmo, intentando disimular una sonrisa.

—Si me marcho y encuentro otro trabajo, ¿comprarás esa empresa también? —insinúo burlon.

—No estarás pensando en irte, ¿verdad?

Su expresión cambia, vuelve a ser cautelosa.

—Posiblemente. No creo que me hayas dejado otra opción.

—Sí, compraré esa empresa también —dice categórico.

Yo vuelvo a mirarle ceñudo. Es una situación en la que tengo las de perder.

—¿No crees que estás siendo excesivamente protector?

—Sí, soy perfectamente consciente de que eso es lo que parece.

—Que alguien llame al doctor Flynn —murmuro.

Él deja en el suelo el bol vacío y me mira impasible. Suspiro. No quiero discutir. Me levanto y lo recojo.

—¿Quieres algo de postre?

—¡Ahora te escucho! —dice con una sonrisa lasciva.

—Yo no. —¿Por qué yo no? La diosa que llevo dentro despierta de su letargo y se sienta erguida, toda oídos—. Tenemos helado. De vainilla —digo con una risita.

—¿En serio? —La sonrisa de Jongin se ensancha—. Creo que podríamos hacer algo con eso.

¿Qué? Me lo quedo mirando estupefacto y él se pone de pie ágilmente.

—¿Puedo quedarme? —pregunta.

—¿Qué quieres decir?

—Toda la noche.

—Lo había dado por sentado —digo ruborizándome.

—Bien. ¿Dónde está el helado?—En el horno.

Le sonrío con dulzura.

Inclina la cabeza a un lado, suspira y cabecea.

—El sarcasmo es la expresión más baja de la inteligencia, joven Xiao.

Sus ojos centellean.

Oh, Dios. ¿Qué planea?

—Todavía puedo tumbarte en mis rodillas.

Yo pongo los boles en el fregadero.

—¿Tienes esas bolas plateadas?

Él se palpa el torso, el estómago y los bolsillos de los vaqueros.

—Muy gracioso. No voy por ahí con un juego de recambio. En el despacho no me sirven de mucho.

—Me alegra mucho oír eso, señor Kim, y creí que habías dicho que el sarcasmo era la expresión más baja de la inteligencia.

—Bien, Luhan, mi nuevo lema es: «Si no puedes vencerles, únete a ellos».

Le miro boquiabierto. No puedo creer que acabe de decir eso. Y él me sonríe satisfecho y por lo visto perversamente encantado consigo mismo. Se da la vuelta, abre el congelador y saca una tarrina del mejor Ben amp; Jerry’s de vainilla.

—Esto servirá. —Me mira con sus ojos turbios—. Ben amp; Jerry’s amp; Lu —añade, diciendo cada palabra muy despacio, pronunciando claramente todas las sílabas.

Ay, madre. Creo que nunca más podré cerrar la boca. Él abre el cajón de los cubiertos y coge una cuchara. Cuando levanta la vista, tiene los ojos entornados y desliza la lengua por encima de los dientes de arriba. Oh, esa lengua. Siento que me falta el aire. Un deseo oscuro, atrayente y lascivo circula abrasador por mis venas. Vamos a divertirnos, con comida.

—Espero que estés calentito —susurra—. Voy a enfriarte con esto. Ven. Me tiende la mano y le entrego la mía. Una vez en mi dormitorio, coloca el helado en la mesita, aparta el edredón de la cama, saca las dos almohadas y las apila en el suelo.

—Tienes sábanas de recambio, ¿verdad?

Asiento, observándole fascinado. Jongin coge el Monggu Janggu.

—No enredes mi globo —le advierto.

Tuerce el labio hacia arriba a modo de media sonrisa.

—Ni se me ocurriría, nene, pero quiero enredarme contigo y esas sábanas. Siento una convulsión en todo el cuerpo.

—Quiero atarte.

Oh.

—De acuerdo —susurro.

—Solo las manos. A la cama. Necesito que estés quieto.

—De acuerdo —asiento otra vez, incapaz de nada más.

Él se acerca a mí, sin dejar de mirarme.

—Usaremos esto.

Coge el cinturón de mi bata con destreza lenta y seductora, deshace el nudo y lo saca de la prenda con delicadeza. Se me abre la bata, y yo permanezco paralizado bajo su ardiente mirada. Al cabo de un momento, me quita la prenda por los hombros. Esta cae a mis pies, de manera que quedo desnudo ante él. Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos, y su roce resuena en lo más profundo de mi entrepierna. Se inclina y me besa los labios fugazmente.

—Túmbate en la cama, boca arriba —murmura, y su mirada se oscurece e incendia la mía. Hago lo que me dice. Mi habitación está sumida en la oscuridad, salvo por la luz tenue y desvaída de mi lamparita. Normalmente odio esas bombillas que ahorran energía, porque son muy débiles, pero estando desnudo aquí, con Jongin, agradezco esa luz vaga. Él está de pie junto a la cama, contemplándome.

—Podría pasarme el día mirándote, Luhan —dice, y se sube a la cama, sobre mi cuerpo, a horcajadas—. Los brazos por encima de la cabeza —ordena. Obedezco y él me ata el extremo del cinturón de mi bata en la muñeca izquierda y pasa el resto entre las barras metálicas del cabezal de la cama. Tensa el cinturón, de forma que mi brazo izquierdo queda flexionado por encima de mí, y luego me ata la mano derecha, y vuelve a tensar la banda. En cuanto me tiene atado, mirándole, se relaja visiblemente. Le gusta amarrarme. Así no puedo tocarle. Se me ocurre entonces que tampoco ninguna de sus sumisos debe de haberle tocado nunca… y lo que es más, nunca deben de haber tenido la posibilidad de hacerlo. Él nunca ha perdido el control y siempre se ha mantenido a distancia. Por eso le gustan sus normas. Se baja de encima de mí y se inclina para darme un besito en los labios. Luego se levanta y se quita la camisa por encima de la cabeza. Se desabrocha los vaqueros y los tira al suelo. Está gloriosamente desnudo. La diosa que llevo dentro hace un triple salto mortal para bajar de las barras asimétricas, y de pronto se me seca la boca. Realmente es extraordinariamente hermoso. Tiene una silueta de trazo clásico. Espaldas anchas y musculosas y caderas estrechas: el triángulo invertido. Es obvio que lo trabaja. Podría pasarme el día entero mirándole. Se desplaza a los pies de la cama, me sujeta los tobillos y tira de mí hacia abajo, bruscamente, de manera que tengo los brazos tirantes y no puedo moverme.

—Así mejor —asegura.

Coge la tarrina de helado, se sube a la cama con delicadeza y vuelve a ponerse a horcajadas encima de mí. Retira la tapa de la tarrina muy despacio y hunde la cuchara en ella.

—Mmm… todavía está bastante duro —dice arqueando una ceja. Saca una cucharada de vainilla y se la mete en la boca—. Delicioso —susurra y se relame—. Es asombroso lo buena que puede estar esta vainilla sosa y aburrida. —Baja la vista hacia mí y sonríe, burlón—.

¿Quieres un poco?

Está tan absolutamente sexy, tan joven y desenfadado… sentado sobre mí y comiendo de una tarrina de helado, con los ojos brillantes y el rostro resplandeciente. Oh, ¿qué demonios va a hacerme? Como si no lo supiera… Asiento, tímido. Saca otra cucharada y me la ofrece, así que abro la boca, y entonces él vuelve a metérsela rápidamente en la suya.

—Está demasiado bueno para compartirlo —dice con una sonrisa pícara.

—Eh —protesto.

—Vaya, joven Xiao, ¿le gusta la vainilla?

—Sí —digo con más energía de la pretendida, e intento en vano quitármelo de encima.

Se echa a reír.

—Tenemos ganas de pelea, ¿eh? Yo que tú no haría eso.

—Helado —ruego.

—Bueno, porque hoy me has complacido mucho, joven Xiao.

Cede y me ofrece otra cucharada. Esta vez me deja comer.

Me entran ganas de reír. Realmente está disfrutando, y su buen humor es contagioso. Coge otra cucharada y me da un poco más, y luego otra vez. Vale, basta.

—Mmm, bueno, este es un modo de asegurarme de que comes: alimentarte a la fuerza.

Podría acostumbrarme a esto.

Coge otra cucharada y me ofrece más. Esta vez mantengo la boca cerrada y muevo la cabeza y él deja que se derrita lentamente en la cuchara, de manera que empieza a gotear sobre mi cuello, sobre mi pecho. Él lo recoge con la lengua, lo lame muy despacio. El anhelo incendia mi cuerpo.

—Mmm… Si viene de ti todavía está mejor, joven Xiao.

Yo tiro de mis ataduras y la cama cruje de forma alarmante, pero no me importa… ardo de deseo, me está consumiendo. Él coge otra cucharada y deja que el helado gotee sobre mi pecho. Luego, con el dorso de la cuchara, lo extiende sobre cada pezón.

Oh… está frío. Ambos pezones se yerguen y endurecen bajo la vainilla fría.

—¿Tienes frío? —pregunta Jongin en voz baja y se inclina para lamerme y chuparme todo el helado, y su boca está caliente comparada con la temperatura de la tarrina.

Es una tortura. A medida que va derritiéndose, el helado se derrama en regueros por mi cuerpo hasta la cama. Sus labios siguen con su pausado martirio, chupando con fuerza, rozando suavemente… ¡Oh, Dios! Estoy jadeando.

—¿Quieres un poco?

Y antes de que pueda negarme o aceptar su oferta, me mete la lengua en la boca, está fría, es hábil, sabe a Jongin y a vainilla. Deliciosa. Y justo cuando me estoy acostumbrando a esa sensación, él vuelve a sentarse y desliza una cucharada de helado por el centro de mi cuerpo, sobre mi vientre y dentro de mi ombligo, donde deposita una gran porción. Oh, está más frío que antes, pero, extrañamente, me arde sobre la piel.

—A ver, no es la primera vez que haces esto. —A Jongin le brillan los ojos—. Vas a tener que quedarte quieto, o toda la cama se llenará de helado. Me besa  y me chupa con fuerza los dos pezones, luego sigue el reguero del helado por mi cuerpo, hacia abajo, chupando y lamiendo por el camino. Y yo lo intento: intento quedarme quieto, pese a la embriagadora combinación del frío y sus caricias que me inflaman. Pero mis caderas empiezan a moverse de forma involuntaria, rotando con su propio ritmo, atrapadas en el embrujo de la vainilla fría. Él baja más y empieza a comer el helado de mi vientre, gira la lengua dentro y alrededor de mi ombligo. Gimo. Dios… Está frío, es tórrido, es tentador, pero él no para. Sigue el rastro del helado por mi cuerpo hasta abajo, hasta mi vello púbico, hasta mi glande. Y grito, fuerte.

—Calla —dice Jongin en voz baja, mientras su lengua mágica procede a lamer la vainilla y ahora lo ansío calladamente.

—Oh… por favor… Jongin.

—Lo sé, nene, lo sé —musita, y su lengua sigue obrando su magia.

No para, simplemente no para, y mi cuerpo asciende… arriba, más arriba. Él desliza un dedo dentro de mí agujero anillado, luego otro, y con lentitud agónica, los mueve dentro y fuera.

—Justo aquí —murmura, y acaricia rítmicamente la pared plegada de mi ano, mientras sigue felando y chupando fuertemente de un modo implacable y exquisito.

E inesperadamente estallo en un orgasmo alucinante que aturde todos mis sentidos y arrasa todo lo que sucede ajeno a mi cuerpo, mientras no paro de retorcerme y gemir. Santo Dios, qué rápido ha sido… lame mi semilla junto a un poco de helado sobre mi torso...

Soy vagamente consciente de que él ha parado. Está sobre mí, poniéndose un condón, y luego me penetra, rápido y enérgico.

—¡Oh, sí! —gruñe al hundirse en mí.

Está pegajoso: los restos de helado derretido y mi semilla se desparraman entre los dos. Es una sensación extrañamente perturbadora, pero en la que no puedo sumergirme más de unos segundos, cuando de pronto Jongin sale de mi cuerpo y me da la vuelta.

—Así —murmura, y bruscamente vuelve a estar en mi interior, pero no inicia su habitual ritmo de castigo inmediatamente.

Se inclina sobre mí, me desata las manos y me incorpora con un movimiento enérgico, de manera que quedo prácticamente sentado encima de él. Sube las manos, cubre con ellas mis pezones y tira levemente de ellos. Yo gimo y echo la cabeza hacia atrás, sobre su hombro. Me roza el cuello con la boca, me muerde, y flexiona las caderas, deliciosamente despacio, colmándome una y otra vez.

—¿Sabes cuánto significas para mí? —me jadea otra vez al oído.

—No —digo sin aliento.

Él sonríe de nuevo pegado a mi cuello, me rodea la barbilla y el cuello con los dedos, y me retiene con fuerza durante un momento.

—Sí, lo sabes. No te dejaré marchar. Gruño cuando él incrementa el ritmo.

—Eres mío, Luhan.

—Sí, tuyo —jadeo.

—Yo cuido de lo que es mío —sisea, y me muerde la oreja.

Grito.

—Eso es, nene, quiero oírte.

Me pasa una mano por la cintura mientras con la otra me sujeta la cadera y me penetra con más fuerza, obligándome a gritar otra vez. Y empieza su ritmo de castigo. Se le acelera la respiración, es más brusca, entrecortada, acompasada con la mía. Siento en las entrañas esa sensación apremiante y familiar. ¡Otra vez!

Solo soy sensaciones. Esto es lo que él me provoca: toma mi cuerpo y lo posee totalmente, de modo que solo puedo pensar en él. Su magia es poderosa, arrebatadora. Yo soy una mariposa presa en su red, sin capacidad ni ganas de escapar. Soy suyo… absolutamente suyo.

—Vamos, nene —gruñe entre dientes cuando llega el momento y, como el aprendiz de brujo que soy, me libero y nos dejamos ir juntos. Estoy acurrucado en sus brazos sobre sábanas pegajosas. Él tiene la frente pegada a mi espalda y la nariz hundida en mi pelo.

—Lo que siento por ti me asusta —susurro.

—A mí también —dice en voz baja y sin moverse.

—¿Y si me dejas?

Es una idea terrorífica.

—No me voy a ir a ninguna parte. No creo que nunca me canse de ti, Luhan.

Me doy la vuelta y le miro. Tiene una expresión seria, sincera. Me inclino y le beso con cariño. Él sonríe y extiende la mano para recogerme el pelo detrás de la oreja.

—Nunca había sentido lo que sentí cuando te fuiste, Luhan. Removería cielo y tierra para no volver a sentirme así.

Suena muy triste, abrumado incluso. Vuelvo a besarle. Quiero animarnos de algún modo, pero Jongin lo hace por mí.

—¿Vendrás mañana a la fiesta de verano de mi padre? Es una velada benéfica anual. Yo dije que iría.

Sonrío, con repentina timidez.

—Claro que iré.

Oh, no. No tengo nada que ponerme.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—Dime —insiste.

—No tengo nada que ponerme.

Jongin parece momentáneamente incómodo.

—No te enfades, pero sigo teniendo toda esa ropa para ti en casa. Estoy seguro de que hay un par de trajes. Frunzo los labios.

—¿Ah, sí? —comento en tono sardónico.

No quiero pelearme con él esta noche. Necesito una ducha. El chico que se parece a mí espera fuera frente a la puerta de SIP. Un momento… el soy yo.

Estoy pálido y sucio, y la ropa que llevo me viene grande. Lo estoy mirando a él, que viste mi ropa… saludable y feliz.

—¿Qué tienes tú que yo no tenga? —le pregunto.

—¿Quién eres?

—No soy nadie… ¿Quién eres tú? ¿También eres nadie…?

—Pues ya somos dos…no lo digas, nos harían desaparecer, sabes…

Sonríe despacio, con una mueca diabólica que se extiende por toda su cara, y es tan escalofriante que me pongo a chillar.—¡Por Dios, Lu!

Jongin me zarandea para que despierte. Estoy tan desorientado. Estoy en casa… a oscuras… en la cama con Jongin. Sacudo la cabeza, intentando despejar la mente.

—Nene, ¿estás bien? Has tenido una pesadilla.

—Ah.

Enciende la lámpara y nos baña con su luz tenue. Él baja la vista hacia mí con cara de preocupación.

—El chico —murmuro.

—¿Qué pasa? ¿Qué chico? —pregunta con dulzura.

—Había un chico en la puerta de SIP cuando salí esta tarde. Se parecía a mí… bueno, no.

Jongin se queda inmóvil, y cuando la luz de la lámpara de la mesita se intensifica, veo que está lívido.

—¿Cuándo fue eso? —susurra consternado.

Se sienta y me mira fijamente.

—Cuando salí de trabajar esta tarde. ¿Tú sabes quién es?

—Sí.

Se pasa la mano por el pelo.

—¿Quién?

Sus labios se convierten en una línea tensa, pero no dice nada.

—¿Quién? —insisto.

—Es  D.O.

Yo trago saliva. ¡El ex sumiso! Recuerdo que Jongin habló de él antes de que voláramos en el planeador. De pronto, su cuerpo emana tensión. Algo pasa.

—¿El chico que puso «Toxic» en tu iPod?

Me mira angustiado.

—Sí. ¿Dijo algo?

—Dijo: «¿Qué tienes tú que yo no tenga?», y cuando le pregunté quién era, dijo: «Nadie».

Jongin cierra los ojos, como si le doliera. ¿Qué ha pasado? ¿Qué significa el para él?

Me pica el cuero cabelludo mientras la adrenalina me recorre el cuerpo. ¿Y si le importa mucho? ¿Quizá la echa de menos? Sé tan poco de sus anteriores… esto… relaciones. Seguro que el firmó un contrato, e hizo lo que él quería, encantado de darle lo que necesitaba.

Oh, no… y yo no puedo. La idea me da náuseas. Jongin sale de la cama, se pone los vaqueros y va al salón. Echo un vistazo al despertador y veo que son las cinco de la mañana. Me levanto, me pongo su camisa blanca y le sigo.

Vaya, está al teléfono.

—Sí, en la puerta de SIP, ayer… por la tarde —dice en voz baja. Se vuelve hacia mí y, mientras me dirijo hacia la cocina, me pregunta—: ¿A qué hora exactamente?

—Hacia… ¿las seis menos diez? —balbuceo.

¿A quién demonios llama a estas horas? ¿Qué ha hecho  D.O? Jongin transmite esa información a quien sea que esté al aparato, sin apartar los ojos de mí, con expresión grave y sombría.

—Averigua cómo… Sí… No me lo parecía, pero tampoco habría pensado que él haría eso.

—Cierra los ojos, como si sintiera dolor—. No sé cómo acabará esto… Sí, hablaré con él …Sí… Lo sé… Averigua cuanto puedas y házmelo saber. Y encuéntrale, Kangin… tiene problemas. Encuéntralo.

Cuelga.

—¿Quieres un té? —pregunto.

Té, la respuesta de Teuk a cualquier crisis y la única cosa que sabe hacer en la cocina. Lleno el hervidor de agua.

—La verdad es que me gustaría volver a la cama.

Su mirada me dice que no es para dormir.—Bueno, yo necesito un poco de té. ¿Te tomarías una taza conmigo?

Quiero saber qué está pasando. No conseguirás despistarme con sexo. El se pasa la mano por el pelo, exasperado.

—Sí, por favor —dice, pero veo que esto le irrita. Pongo el hervidor al fuego y me ocupo de las tazas y la tetera. Mi ansiedad ha superado el nivel de ataque inminente. ¿Va a explicarme el problema? ¿O voy a tener que sonsacárselo? Percibo que me está mirando: capto su incertidumbre, y su rabia es palpable. Levanto la vista, y sus ojos brillan de aprensión.

—¿Qué pasa? —pregunto con cariño.

Él sacude la cabeza.

—¿No piensas contármelo?

Suspira y cierra los ojos.

—No.

—¿Por qué?

—Porque no debería importarte. No quiero que te veas involucrado en esto.

—No debería importarme, pero me importa. El me encontró y me abordó a la puerta de mi oficina. ¿Cómo es que me conoce? ¿Cómo es que sabe dónde trabajo? Me parece que tengo derecho a saber qué está pasando.

Él vuelve a pasarse la mano por el pelo, con evidente frustración, como si librara una batalla interior.

—¿Por favor? —pregunto bajito.

Su boca se convierte en una línea tensa, y me mira poniendo los ojos en blanco.

—De acuerdo —dice, resignado—. No tengo ni idea de cómo te encontró. A lo mejor por la fotografía de nosotros en Busan, no sé. Vuelve a suspirar y noto que dirige su frustración hacia sí mismo.

Espero con paciencia y vierto el agua hirviendo en la tetera, mientras él camina nervioso de un lado para otro. Al cabo de un momento, continúa:

—Mientras yo estaba contigo en Incheon, D.O se presentó sin avisar en mi apartamento y le montó una escena a Gail.

—¿Gail?

—La señora Jones.

—¿Qué quieres decir con que «le montó una escena»?

Me mira, tanteando.

—Dime. Te estás guardando algo.

Mi tono suena más contundente de lo que pretendía. Él parpadea, sorprendido.

—Lu, yo…

Se calla.

—¿Por favor?

Suspira, derrotado.

—Hizo un torpe intento de cortarse las venas.

—¡Oh, Dios!

Eso explica el vendaje de la muñeca.

—Gail la llevó al hospital. Pero  D.O se marchó antes de que yo llegara.

Santo Dios. ¿Qué significa eso? ¿Suicida? ¿Por qué?

—El psiquiatra que la examinó dijo que era la típica llamada de auxilio. No creía que corriera auténtico peligro. Dijo que en realidad no quería suicidarse. Pero yo no estoy tan seguro. Desde entonces he intentado localizarlo para proporcionarle ayuda.

—¿Le dijo algo a la señora Jones?

Me mira fijamente. Se le ve muy incómodo.

—No mucho —admite finalmente, pero sé bien que me oculta algo.

Intento tranquilizarme sirviendo el té en las tazas. ¿Así que  D.O quiere volver a la vida de Jongin y opta por un intento de suicidio para llamar su atención? Santo cielo… resulta aterrador. Pero efectivo. ¿Jongin se va de Incheon para estar a su lado, pero el desaparece antes de que él llegue? Qué extraño…

—¿No puedes localizarlo? ¿Y qué hay de su familia?

—No sabe dónde está. Ni su marido tampoco.

—¿Marido?

—Sí —dice en tono abstraído—, lleva unos dos años casado.

¿Qué?

—¿Así que estaba casado cuando estuvo contigo?

Dios. Realmente, Jongin no tiene escrúpulos.

—¡No! Por Dios, no. Estuvo conmigo hace casi tres años. Luego se marchó y se casó con ese tipo poco después.

—Oh. Entonces, ¿por qué trata de llamar tu atención ahora?

Mueve la cabeza con pesar.

—No lo sé. Lo único que hemos conseguido averiguar es que hace unos meses abandonó a su marido.

—A ver si lo entiendo. ¿No fue tu sumiso hace unos tres años?

—Dos años y medio más o menos.

—Y quería más.

—Sí.

—Pero ¿tu no querías?

—Eso ya lo sabes.

—Así que te dejó.

—Sí.

—Entonces, ¿por qué quiere volver contigo ahora?

—No lo sé.

Sin embargo, el tono de su voz me dice que, como mínimo, tiene una teoría.

—Pero sospechas…

Entorna los ojos con rabia evidente.

—Sospecho que tiene algo que ver contigo.

¿Conmigo? ¿Qué puede querer de mí? «¿Qué tienes tú que yo no tenga?»

Miro fijamente a Cincuenta, esplendorosamente desnudo de cintura para arriba. Le tengo: es mío. Esto es lo que tengo, y sin embargo el se parecía a mí: el mismo cabello oscuro y la misma piel pálida. Frunzo el ceño al pensar en eso. Sí… ¿Qué tengo yo que el no tenga?

—¿Por qué no me lo contaste ayer? —pregunta con dulzura.

—Me olvidé de el. —Encojo los hombros en un gesto de disculpa—. Ya sabes, la copa después del trabajo para celebrar mi primera semana. Luego llegaste al bar con tu… arranque de testosterona con Julien y luego nos vinimos aquí. Se me fue de la cabeza. Tú sueles hacer que me olvide de las cosas.

—¿Arranque de testosterona? —dice torciendo el gesto.

—Sí. El concurso de meadas.

—Ya te enseñaré yo lo que es un arranque de testosterona.

—¿No preferirías una taza de té?

—No, Luhan, no lo prefiero.

Sus ojos encienden mis entrañas, me abrasa con esa mirada de «Te deseo y te deseo ahora». Dios… es tan excitante.

—Olvídate de el. Ven.

Me tiende la mano. Cuando le doy la mano, la diosa que llevo dentro da tres volteretas sobre el suelo del gimnasio.

* * *

Me despierto, tengo demasiado calor, y estoy abrazado a Kim Jongin, desnudo. Aunque esta profundamente dormido, me tiene sujeto entre sus brazos. La débil luz de la mañana se filtra por las cortinas. Tengo la cabeza apoyada en su pecho, la pierna entrelazada con la suya y el brazo sobre su vientre.

Levanto un poco la cabeza, temeroso de despertarle. Parece tan joven, y duerme tan relajado, tan absolutamente bello. No puedo creer que este Adonis sea mío, todo mío.

Mmm… Alargo la mano y le acaricio el torso con cuidado, deslizando los dedos sobre su vello, y él no se mueve. Dios santo. Casi no puedo creerlo. Es realmente mío… durante estos preciosos momentos. Me inclino sobre él y beso tiernamente una de sus cicatrices. Él gime bajito, pero no se despierta, y sonrío. Le beso otra y abre los ojos.

—Hola —digo con una sonrisita culpable.

—Hola —contesta receloso—. ¿Qué estás haciendo?

—Mirarte.

Deslizo los dedos siguiendo el rastro hacia su vello púbico. Él atrapa mi mano, entorna los ojos y luego sonríe con su deslumbrante sonrisa de Jongin satisfecho. Entonces me relajo. Mis caricias secretas siguen siendo secretas.

Oh… ¿por qué no me dejarás tocarte?

De pronto se coloca encima de mí, apoyando mi espalda contra el colchón y sujetándome las manos, a modo de advertencia. Me roza la nariz con la suya.

—Me parece que ha estado haciendo algo malo, joven Xiao —me acusa, pero sin perder la sonrisa.

—Me encanta hacer cosas malas cuando estoy contigo.

—¿Te encanta? —pregunta, y me besa levemente los labios—. ¿Sexo o desayuno?

—pregunta con sus ojos oscuros, pero rebosantes de humor.

Clava su erección en mí y yo levanto la pelvis para acogerla.

—Buena elección —murmura con los labios pegados a mi cuello, y sus besos empiezan a trazar un sendero hasta mi pecho.

* * *

Estoy de pie delante de la cómoda, mirándome al espejo e intentando dar algo de forma a mi pelo… pero es demasiado largo. Llevo unos vaqueros y una camiseta, y detrás de mí Jongin, recién duchado, se está vistiendo. Contemplo ávidamente su cuerpo.

—¿Con qué frecuencia haces ejercicio? —pregunto.

—Todos los días laborables —dice mientras se abrocha la bragueta.

—¿Qué haces?

—Correr, pesas, kickboxing…

Se encoge de hombros.

—¿Kickboxing?

—Sí, tengo un entrenador personal, un ex atleta olímpico que me enseña. Se llama Sungkyu.

Es muy bueno. Te gustará.

Me doy la vuelta para mirarle, mientras empieza a abotonarse la camisa blanca.

—¿Qué quieres decir con que me gustará?

—Te gustará como entrenador.

—¿Para qué iba a necesitar yo un entrenador personal? Tú ya me mantienes en forma —le digo en broma.

Se acerca con andar pausado, me rodea con sus brazos, y sus ojos turbios se encuentran con los míos en el espejo.

—Pero, nene, yo quiero que estés en forma para lo que tengo pensado.

Recuerdos del cuarto de juegos invaden mi mente y me ruborizo. Sí… el cuarto rojo del dolor es agotador. ¿Va a llevarme allí otra vez? ¿Quiero yo volver allí?

¡Pues claro que quieres!, me grita la diosa que llevo dentro.

Yo miro fijamente esos ojos grises fascinantes e indescifrables.

—Sé que tienes ganas —me susurra.

Enrojezco, y la desagradable idea de que probablemente D.O era capaz de hacerlo se cuela de forma involuntaria e inoportuna en mi mente. Aprieto los labios y Jongin me mira inquieto.

—¿Qué? —pregunta preocupado.

—Nada. —Niego con la cabeza—. Está bien, conoceré a Sungkyu.

—¿En serio?

El rostro de Jongin se ilumina con incrédulo asombro. Su expresión me hace sonreír.

Parece que le ha tocado la lotería, aunque seguramente él nunca ha comprado un billete… no lo necesita.

—Sí, vaya… Si te hace tan feliz… —digo en tono burlón.

Él tensa los brazos que me rodean y me besa el cuello.

—No tienes ni idea —susurra—. ¿Y qué te gustaría hacer hoy?

Me acaricia con la boca, provocándome un delicioso cosquilleo por todo el cuerpo.

—Me gustaría cortarme el pelo y… mmm… tengo que ingresar un talón y comprarme un coche.

—Ah —dice con cierto deje de sufuciencia, y se muerde el labio.

Aparta una mano de mí, la mete en el bolsillo de sus vaqueros y me entrega las llaves de mi pequeño Audi.

—Aquí tienes —dice en voz baja con gesto incierto.

—¿Qué quieres decir con «Aquí tienes»?

Vaya. Parezco enfadado. Maldita sea. Estoy enfadado. ¡Cómo se atreve!

—Sungmin lo trajo ayer.

Abro la boca y la cierro, y repito dos veces el proceso, pero me he quedado sin palabras. Me está devolviendo el coche. Maldición, maldición… ¿Por qué no lo he visto venir? Bueno, yo también puedo jugar a este juego. Rebusco en el bolsillo de mis pantalones y saco el sobre con su talón.

—Toma, esto es tuyo.

Jongin me mira intrigado, y al reconocer el sobre levanta ambas manos y se separa de mí.

—No, no. Ese dinero es tuyo.

—No. Me gustaría comprarte el coche.

Cambia completamente de expresión. La furia —sí, la furia— se apodera de su rostro.

—No, Luhan. Tu dinero, tu coche —replica.

—No, Jongin. Mi dinero, tu coche. Te lo compraré.

—Yo te regalé ese coche por tu graduación.

—Si me hubieras comprado una pluma… eso hubiera sido un regalo de graduación apropiado. Tú me compraste un Audi.

—¿De verdad quieres discutir esto?

—No.

—Bien… pues aquí tienes las llaves.

Las deja sobre la cómoda.

—¡No me refería a esto!

—Fin de la discusión, Luhan. No me presiones.

Le miro airado y entonces se me ocurre una cosa. Cojo el sobre y lo parto en dos trozos, y luego en dos más, y lo tiro a la papelera. Ah, qué bien sienta esto. Jongin me observa impasible, pero sé que acabo de prender la mecha y que debería retroceder. Él se acaricia la barbilla.

—Desafiante como siempre, joven Xiao —dice con sequedad.

Gira sobre sus talones y se va a la otra habitación. Esta no es la reacción que esperaba. Yo me imaginaba una catástrofe a gran escala. Me miro al espejo, encojo los hombros y decido hacerme una pequeña cola de caballo.

Me pica la curiosidad. ¿Qué estará haciendo Cincuenta? Le sigo a la otra habitación, y veo que está hablando por teléfono.

—Sí, veinticuatro mil dólares. Directamente.

Me mira, sigue impasible.—Bien… ¿El lunes? Estupendo… No, eso es todo, Nana.

Cuelga el teléfono.

—Ingresado en tu cuenta, el lunes. No juegues conmigo.

Está enfurecido, pero no me importa.

—¡Veinticuatro mil dólares! —casi grito—. ¿Y tú cómo sabes mi número de cuenta?

Mi ira coge a Jongin por sorpresa.

—Yo lo sé todo de ti, Luhan —dice tranquilamente.

—Es imposible que mi coche costara veinticuatro mil dólares.

—En principio te daría la razón, pero tanto si vendes como si compras, la clave está en conocer el mercado. Había un lunático por ahí que quería ese cacharro, y estaba dispuesto a pagar esa cantidad de dinero. Por lo visto, es un clásico. Pregúntale a Sungmin si no me crees. Lo fulmino con la mirada y él me responde del mismo modo, dos tontos tozudos y enfadados desafiándose con los ojos.

Y entonces lo noto: el tirón, esa electricidad entre nosotros, tangible, que nos arrastra a ambos. De pronto él me agarra y me empuja contra la puerta, con su boca sobre la mía, reclamándome con ansia. Con una mano en mi trasero apretándome contra su entrepierna y rozandola con la mia, con la otra en la nuca tirándome del pelo y la cabeza hacia atrás. Yo enredo los dedos en su cabello y me aferro a él con fuerza. Con la respiración entrecortada, Jongin presiona su cuerpo contra el mío, me aprisiona. Le siento. Me desea, y al notar que me necesita, la excitación se proyecta como corriente eléctrica a lo largo de mi glande y la cabeza empieza a darme vueltas.

—¿Por qué… por qué me desafías? —masculla entre sus apasionados besos.

La sangre bulle en mis venas. ¿Siempre tendrá ese efecto sobre mí? ¿Y yo sobre él?

—Porque puedo —digo sin aliento.

Siento más que veo su sonrisa pegada a mi cuello, y entonces apoya su frente contra la mía.

—Dios, quiero poseerte ahora, pero ya no me quedan condones. Nunca me canso de ti. Eres un hombre desquiciante, enloquecedor.

—Y tú me vuelves loco —murmuro—. En todos los sentidos.

Sacude la cabeza.

—Ven. Vamos a desayunar. Y conozco un local donde puedes cortarte el pelo.

—Vale —asiento, y sin más se acaba nuestra pelea.

—Pago yo.

Y cojo la cuenta del desayuno antes que él.

Me pone mala cara.

—Hay que ser más rápido, Kim.

—Tienes razón —dice en tono agrio, pero me parece que está bromeando.

—No pongas esa cara. Tengo veinticuatro mil dólares más que esta mañana. Puedo permitírmelo. —Echo un vistazo a la cuenta—. Veintidós dólares con sesenta y siete centavos por desayunar.

—Gracias —dice a regañadientes.

Oh, el colegial tozudo ha vuelto.

—¿Y ahora adónde?

—¿De verdad quieres cortarte el pelo?

—Sí, míralo.

—Yo te veo guapísimo. Como siempre.

Me ruborizo y bajo la mirada a mis dedos, entrelazados en el regazo.

—Y esta noche es la gala benéfica de tu padre.

—Recuerda que es de etiqueta.

—¿Dónde es?

—En casa de mis padres. Hay una carpa. Ya sabes, con toda la parafernalia.

—¿Para qué fundación benéfica es?

Jongin se pasa las manos por los muslos, parece incómodo.

—Se llama «Afrontarlo Juntos». Es una fundación que ayuda a los padres con hijos jóvenes drogadictos a que estos se rehabiliten.

—Parece una buena causa —comento.

—Venga, vamos.

Se levanta. Consigue eludir el tema de conversación y me tiende la mano. Cuando se la acepto, entrelaza sus dedos con los míos, fuerte.

Resulta tan extraño… Es tan abierto en ciertos aspectos y tan cerrado en otros… Me lleva fuera del restaurante y caminamos por la calle. Hace una mañana cálida, preciosa. Brilla el sol y el aire huele a café y a pan recién hecho.

—¿Adónde vamos?

—Sorpresa.

Ah, vale. No me gustan nada las sorpresas.

Recorremos dos manzanas y las tiendas empiezan a ser claramente más exclusivas. Aún no he tenido oportunidad de explorar los alrededores, pero la verdad es que esto está a la vuelta de la esquina de donde yo vivo. A Tae le encantará. Está lleno de pequeñas boutiques que colmarán su pasión por la moda. De hecho, yo necesito un par de bermudas holgadas para el trabajo. Jongin se para frente a un gran salón de belleza de aspecto refinado, y me abre la puerta.

Se llama Esclavo. El interior es todo blanco y tapicería de piel. En la blanca y austera recepción hay sentada una chica rubia con un uniforme blanco impoluto. Nos mira cuando entramos.

—Buenos días, señor Kim —dice vivaz, y el color aflora a sus mejillas mientras le mira arrobada. Es el usual efecto Kim, ¡pero ella le conoce! ¿De qué?

—Hola, Boram.

Y él la conoce a ella. ¿Qué pasa aquí?

—¿Lo de siempre, señor? —pregunta educadamente.

Lleva un pintalabios muy rosa.

—No —dice él enseguida, y me mira de reojo, nervioso.

¿Lo de siempre? ¿Qué significa eso?

Santo Dios. ¡Es la regla número seis, el puñetero salón de belleza! ¡Toda esa tontería de la depilación… maldita sea!

¿Aquí es donde traía a todas sus sumisos? ¿Quizá también a D.O? ¿Cómo demonios se supone que tengo que reaccionar a esto?

—El joven Xiao te dirá lo que quiere.

Le miro airado. Está endilgándome las normas disimuladamente. He aceptado lo del entrenador personal… ¿y ahora esto?

—¿Por qué aquí? —le siseo.

—El local es mío, y tengo tres más como este.

—¿Es tuyo? —farfullo, sorprendido.

Vaya, esto no me lo esperaba.

—Sí. Es como actividad suplementaria. Cualquier cosa, todo lo que quieras, te lo pueden hacer aquí, por cuenta de la casa. Todo tipo de masajes: sueco, shiatsu, con piedras volcánicas, reflexología, baños de algas, tratamientos faciales, todas esas cosas que te pueden gustar… todo. Aquí te lo harán.

Agita con aire displicente su mano de dedos largos.

—¿Depilación?

Se echa a reír.

—Sí, depilación también. Completa —susurra en tono conspiratorio, disfrutando de mi incomodidad.

Me ruborizo y miro a Boram, que me observa expectante.

—Querría cortarme el pelo, por favor.

—Por supuesto, joven Xiao.

Boram, toda ella carmín rosa y resolutiva eficiencia germánica, consulta la pantalla de su ordenador.—Heechul estará libre en cinco minutos.

—Heechul es muy bueno —dice Jongin para tranquilizarme.

Yo intento asimilar todo esto. Kim Jongin, presidente ejecutivo, posee una cadena de salones de belleza. Le miro y de repente le veo palidecer: algo, o alguien, ha llamado su atención. Me doy la vuelta para ver qué está mirando. Por una puerta del fondo del salón acaba de aparecer una sofisticada rubia platino. La cierra y se pone a hablar con una de las estilistas. La rubia platino es alta y encantadora, está muy bronceada y tendrá unos treinta y cinco o cuarenta años, resulta difícil de decir. Lleva el mismo uniforme que Boram, pero en negro. Es despampanante. Su cabello, cortado, brilla como un halo. Al darse la vuelta, ve a Jongin y le dedica una sonrisa, una sonrisa cálida y resplandeciente.

—Perdona —balbucea Jongin, apurado.

Cruza el salón con zancadas rápidas, pasa junto a las estilistas, todas de blanco, junto a las aprendizas de los lava cabezas, hasta llegar junto a ella. Estoy demasiado lejos para oír la conversación. La rubia platino le saluda con evidentes muestras de afecto, le besa en ambas mejillas, apoya las manos en sus antebrazos, y los dos hablan animadamente.

—¿joven Xiao?

Boram, la recepcionista, intenta que le haga caso.

—Un momento, por favor.

Observo a Jongin, fascinado.

La rubia platino se da la vuelta y me mira. Él está explicándole algo, y ella asiente, levanta las manos entrelazadas y le sonríe. Él le devuelve la sonrisa: está claro que se conocen bien.

¿Quizá trabajaron juntos durante un tiempo? Tal vez ella regente el local; al fin y al cabo, desprende cierto aire de autoridad. Entonces caigo en la cuenta. Resulta obvio, demoledor, y lo comprendo de un modo visceral en el fondo de mis entrañas. Es ella. Despampanante, mayor, preciosa. Es la señora Park

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