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Cap 2

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De repente estoy totalmente despierto; mi sueño erótico queda olvidado en un abrir y cerrar de ojos.

—Oh, estaba boca arriba… Debo de haberme girado mientras dormía —digo en mi defensa sin demasiado convencimiento.

Le arden los ojos por la furia. Se agacha, coge mi traje de baño de su tumbona y me lo tira.

—¡Póntelo! —ordena entre dientes.

—Jongin, nadie me está mirando.

—Créeme. Te están mirando. ¡Y seguro que Sungmin y los de seguridad están disfrutando mucho del espectáculo! —gruñe.

¡Maldita sea! ¿Por qué nunca me acuerdo de ellos? Me cubro la entrepiernas con las manos preso del pánico.

Desde el sabotaje de Monggu Yanggu, esos malditos guardias de seguridad nos siguen a todas partes como unas sombras.

—Y algún asqueroso paparazzi podría haberte hecho una foto también —continúa Jongin—. ¿Quieres salir en la portada de la revista Star, desnudo esta vez?

¡Mierda! ¡Los paparazzi! ¡Joder! Intento ponerme apresuradamente el biquini, pero los dedos parece que no quieren responderme. Palidezco y noto un escalofrío. El recuerdo desagradable del asedio al que me sometieron los paparazzi al salir del edificio de Seul Independent Publishing el día que se filtró nuestro compromiso me viene a la mente inoportunamente; todo eso es parte de la vida de Kim Jongin, va con el lote.

—L’addition! —grita Jongin a una camarera que pasa—. Nos vamos —me dice.

—¿Ahora?

—Sí. Ahora.

Oh, mierda, mejor no llevarle la contraria en este momento.

Se pone los pantalones, a pesar de que tiene el bañador empapado, y la camiseta gris. La camarera vuelve en un segundo con su tarjeta de crédito y la cuenta.

A regañadientes, me pongo el traje de playa turquesa y las chanclas. Cuando se marcha la camarera, Jongin coge su libro y su BlackBerry y oculta su furia detrás de sus gafas de sol espejadas de aviador. Echa chispas por la tensión y el enfado. El corazón se me cae a los pies. Todas las demás personas de la playa están en topless, no es un crimen tan grave. De hecho soy yo él que se ve raro con el traje de baño puesto.

Suspiro para mí, con el alma hundida. Creía que Jongin le vería el lado divertido o algo así… Tal vez si me hubiera quedado boca abajo… Pero ahora su sentido del humor se ha evaporado.

—Por favor, no te enfades conmigo —le susurro cogiéndole el libro y la BlackBerry y metiéndolos en mi mochila.

—Ya es demasiado tarde —dice en voz baja. Demasiado baja—. Vamos. —Me coge la mano y le hace una señal a Sungmin y a sus dos compañeros, los agentes de seguridad franceses Jong hyun y min ki Por extraño que parezca, son gemelos idénticos. Han estado todo el tiempo vigilando la playa desde una galería. ¿Por qué no dejo de olvidarme de ellos? ¿Cómo es posible? Sungmin tiene la expresión imperturbable bajo las gafas oscuras. Mierda, él también está enfadado conmigo. Todavía no estoy acostumbrado a verle vestido tan informal, con pantalones cortos y un polo negro.

Jongin me lleva hasta el hotel, cruza el vestíbulo y después sale a la calle. Sigue en silencio, pensativo e irritado, y todo es por mi culpa. Sungmin y su equipo nos siguen.

—¿Adónde vamos? —le pregunto tímidamente mirándole.

—Volvemos al barco. —No me mira al decirlo.

No tengo ni idea de qué hora es. Deben de ser las cinco o las seis de la tarde, creo. Cuando llegamos al puerto, Jongin me lleva al muelle en el que están amarradas la lancha motora y la moto acuática del Fair Lady. Mientras Jongin suelta las amarras de la moto de agua, yo le paso mi mochila a Sungmin. Le miro nervioso, pero, igual que Jongin, su expresión no revela nada. Me sonrojo pensando en lo que ha visto en la playa.

—Póngase esto, joven Kim. —Sungmin me pasa un chaleco salvavidas desde la lancha motora y yo me lo pongo obediente. ¿Por qué soy el único que lleva chaleco? Jongin y Sungmin intercambian una mirada.

Vaya, ¿está enfadado también con Sungmin? Después Jongin comprueba las cintas de mi chaleco y me aprieta más la central.

—Así está mejor —murmura resentido, todavía sin mirarme. Mierda.

Sube con agilidad a la moto de agua y me tiende la mano para ayudarme a subir. Agarrándole con fuerza,

 consigo sentarme detrás de él sin caerme al agua. Sungmin y los gemelos suben a la lancha. Jongin empuja con el pie la moto para separarla del muelle y esta se aleja flotando suavemente.

—Agárrate —me ordena y yo le rodeo con los brazos. Esta es mi parte favorita de los viajes en moto acuática. Le abrazo fuerte, con la nariz pegada a su espalda, recordando que hubo un tiempo en que no toleraba que le tocara así. Huele bien… a Jongin y a mar. ¡Perdóname, Jongin, por favor!

Él se pone tenso.

—Prepárate —dice, pero esta vez su tono es más suave. Le doy un beso en la espalda, apoyo la mejilla contra él y miro hacia el muelle, donde se ha congregado un grupo de turistas para ver el espectáculo.

Jongin gira la llave en el contacto y la moto cobra vida con un rugido. Con un giro del acelerador, la moto da un salto hacia delante y sale del puerto deportivo a toda velocidad, cruzando el agua oscura y fría hacia el puerto de yates donde está anclado el Fair Lady. Me agarro más fuerte a Jongin. Me encanta esto… ¡es tan emocionante! Sujetándome de esta forma noto todos los músculos del delgado cuerpo de Jongin.

Sungmin va a nuestro lado en la lancha. Jongin le mira y luego acelera de nuevo. Salimos como una bala hacia delante, saltando sobre la superficie del agua como un guijarro lanzado con precisión experta. Sungmin niega con la cabeza con una exasperación resignada y se dirige directamente al barco, pero Jongin pasa como una centella junto al Fair Lady y sigue hacia mar abierto.

El agua del mar nos salpica, el viento cálido me golpea la cara y me despeina, haciendo que mechones de mi pelo vuelen por todas partes. Esto es realmente divertido. Tal vez la emoción del viaje en la moto acuática mejore el humor de Sungmin. No puedo verle la cara, pero sé que se lo está pasando bien; libre, sin preocupaciones, actuando como una persona de su edad por una vez.

Gira el manillar para trazar un enorme semicírculo y yo contemplo la costa: los barcos en el puerto deportivo y el mosaico de amarillo, blanco y color de arena de las oficinas y apartamentos con las irregulares montañas al fondo. Es algo muy desorganizado, nada que ver con los bloques siempre iguales a los que estoy acostumbrado, pero también muy pintoresco. Sungmin me mira por encima del hombro y veo la sombra de una sonrisa jugueteando en sus labios.

—¿Otra vez? —me grita por encima del sonido del motor.

Asiento entusiasmado. Me responde con una sonrisa deslumbrante. Gira el acelerador otra vez y le da una vuelta al Fair Lady a toda velocidad para después volver a mar abierto… y yo creo que me ha perdonado.

—Te ha cogido el sol —me dice Sungmin con suavidad mientras me desata el chaleco. Ansioso, intento adivinar cuál es su actual estado de ánimo. Estamos en cubierta a bordo del yate y uno de los camareros del barco aguarda de pie en silencio cerca, esperando para recoger el chaleco. Jongin se lo pasa.

—¿Necesita algo más, señor? —le pregunta el joven. Me encanta su acento francés. Jongin lo mira, se quita las gafas y se las cuelga del cuello de la camiseta.

—¿Quieres algo de beber? —me pregunta.

—¿Lo necesito?

Él ladea la cabeza.

—¿Por qué me preguntas eso? —Ha formulado la pregunta en voz baja.

—Ya sabes por qué.

Frunce el ceño como si estuviera sopesando algo en su mente.

Oh, ¿qué estará pensando?

—Dos gin-tonics, por favor. Y frutos secos y aceitunas —le dice al camarero, que asiente y desaparece rápidamente.

—¿Crees que te voy a castigar? —La voz de Jongin es suave como la seda.

—¿Quieres castigarme?

—Sí.

—¿Cómo?

—Ya pensaré algo. Tal vez después de tomarnos esas copas. —Eso es una amenaza sensual. Trago saliva y la diosa que llevo dentro entorna un poco los ojos en su tumbona, donde está intentando coger unos rayos con un reflector plateado desplegado junto a su cuello.

Jongin frunce el ceño una vez más.

—¿Quieres que te castigue?

Pero ¿cómo lo sabe?

—Depende —murmuro sonrojándome.

—¿De qué? —Él oculta una sonrisa.

—De si quieres hacerme daño o no.

Aprieta los labios hasta formar una dura línea, todo rastro de humor olvidado. Se inclina y me da un beso en la frente.

—Luhan, eres mi hombre, no mi sumiso. Nunca voy a querer hacerte daño. Deberías saberlo a estas alturas. Pero… no te quites la ropa en público. No quiero verte desnudo en la prensa amarilla. Y tú tampoco quieres. Además, estoy seguro de que a tu madre y a Teuk tampoco les haría gracia.

¡Oh, Teuk! Dios mío, Teuk padece del corazón. ¿En qué estaría pensando? Me reprendo mentalmente.

Aparece el camarero con las bebidas y los aperitivos, que coloca en la mesa de teca.

—Siéntate —ordena Jongin.

Hago lo que me dice y me acomodo en una silla de tijera. Jongin se sienta a mi lado y me pasa un gin-tonic.

—Salud, joven Kim.

—Salud, señor Kim. —Le doy un sorbo a la copa, que me sienta de maravilla. Esto quita la sed y está frío y delicioso. Cuando miro a Jongin, veo que me observa. Ahora mismo es imposible saber de qué humor está. Es muy frustrante… No sé si sigue enfadado conmigo, por eso despliego mi técnica de distracción patentada—. ¿De quién es este barco? —le pregunto.

—De un noble británico. Sir no sé qué. Su bisabuelo empezó con una tienda de comestibles. Su hija está casada con uno de los príncipes herederos de Europa.

Oh.

—¿Inmensamente rico?

Jongin de repente se muestra receloso.

—Sí.

—Como tú —murmuro.

—Sí.

Oh.

—como tú —susurra Jongin y se mete una aceituna en la boca. Yo parpadeo rápidamente. Acaba de venirme a la mente una imagen de él con el esmoquin y el chaleco plateado; sus ojos estaban llenos de sinceridad al mirarme durante la ceremonia de matrimonio y decir esas palabras: «Todo lo que era mío, es nuestro ahora». Su voz recitando los votos resuena en mi memoria con total claridad.

¿Todo mío?

—Es raro. Pasar de nada a… —Hago un gesto con la mano para abarcar la opulencia de lo que me rodea—. A todo.

—Te acostumbrarás.

—No creo que me acostumbre nunca.

Sungmin aparece en cubierta.

—Señor, tiene una llamada.

Jongin frunce el ceño pero coge la BlackBerry que le está tendiendo.

—Kim —dice y se levanta de donde está sentado para quedarse de pie en la proa del barco.

Me pongo a mirar al mar y desconecto de su conversación con So jin —creo—, su número dos. Soy rico… asquerosamente rico. Y no he hecho nada para ganar ese dinero… solo casarme con un hombre rico. Me estremezco cuando mi mente vuelve a nuestra conversación sobre acuerdos prematrimoniales. Fue el domingo después de su cumpleaños. Estábamos todos sentados a la mesa de la cocina, disfrutando de un desayuno sin prisa. Minho, Tae, Taeyeon y yo estábamos debatiendo sobre los méritos del beicon en comparación con los de las salchichas mientras Yunho y Jongin leían el periódico del domingo…

—Mirad esto —chilla Minam poniendo su ordenador en la mesa de la cocina delante de nosotros—. Hay un cotilleo en la página web del Seul Nooz sobre tu compromiso, Jongin.

—¿Ya? —pregunta Taeyeon sorprendida, luego frunce los labios cuando algo claramente desagradable le cruza por la mente.

Jongin frunce el ceño.

Minam lee la columna en voz alta: «Ha llegado el rumor a la redacción de The Nooz de que al soltero más deseado de Seul, Kim Jongin, al fin le han echado el lazo y que ya suenan campanas de boda. Pero ¿quién es el más que afortunado elegido? The Nooz está tras su pista. ¡Seguro que ya estará leyendo el monstruoso acuerdo prematrimonial que tendrá que firmar!».

Minam suelta una risita, pero se pone seria bruscamente cuando Jongin la fulmina con la mirada. Se hace el silencio y la temperatura en la cocina de los Kim cae por debajo de cero.

¡Oh, no! ¿Un acuerdo prematrimonial? Ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Trago saliva y siento que toda la sangre ha abandonado mi cara. ¡Tierra, trágame ahora mismo, por favor! Jongin se revuelve incómodo en su silla y yo le miro con aprensión.

—No —me dice.

—Jongin… —intenta Yunho.

—No voy a discutir esto otra vez —le responde a Yunho, que me mira nervioso y abre la boca para decir algo—. ¡Nada de acuerdos prematrimoniales! —dice Jongin casi gritando y vuelve a su periódico, enfadado, ignorando a todos los demás de la mesa. Todos me miran a mí, después a él… y por fin a cualquier sitio que no sea a nosotros dos.

—Jongin —digo en un susurro—. Firmaré lo que tú o el señor Kim queráis que firme. —Bueno, tampoco iba a ser la primera vez que me hiciera firmar algo.

Jongin levanta la vista y me mira.

—¡No! —grita.

Yo me pongo pálido una vez más.

—Es para protegerte.

—Jongin, Lu… Creo que deberías discutir esto en privado —nos aconseja Taeyeon. Mira a Yunho y a Minam. Oh, vaya, parece que ellos también van a tener problemas…

—Lu, esto no es por ti —intenta tranquilizarme Yunho—. Y por favor, llámame Yunho.

Jongin le dedica una mirada glacial a su padre con los ojos entornados y a mí se me cae el alma a los pies. Demonios… Está furioso.

De repente, sin previo aviso, todo el mundo empieza a hablar alegremente y Minam y Tae se levantan de un salto para recoger la mesa.

—Yo sin duda prefiero las salchichas —exclama Onew.

Me quedo mirando mis dedos entrelazados. Mierda. Espero que los señores Kim no crean que soy un caza-fortunas. Jongin extiende la mano y me agarra suavemente las dos manos con la suya.

—Para.

¿Cómo puede saber lo que estoy pensando?

—Ignora a mi padre —dice Jongin con la voz tan baja que solo yo puedo oírle—. Está muy molesto por lo de Bom. Lo que ha dicho iba dirigido a mí. Ojala mi madre hubiera mantenido la boca cerrada.

Sé que Jongin todavía está resentido tras su charla de anoche con Yunho sobre Bom.

—Tiene razón, Jongin. Tú eres muy rico y yo no aporto nada a este matrimonio excepto mis préstamos para la universidad.

Jongin me mira con los ojos sombríos.

—Luhan, si me dejas te lo puedes llevar todo. Ya me has dejado una vez. Ya sé lo que se siente.

Oh, maldita sea…

—Eso no tiene nada que ver con esto —le susurro conmovido por la intensidad de sus palabras—. Pero… puede que seas tú el que quiera dejarme. —Solo de pensarlo me pongo enfermo.

Él ríe entre dientes y niega con la cabeza, indignado.

—Jongin, yo puedo hacer algo excepcionalmente estúpido y tú… —Bajo la vista otra vez hacia mis manos entrelazadas, siento una punzada de dolor y no puedo acabar la frase. Perder a Jongin… Joder.

—Basta. Déjalo ya. Este tema está zanjado, Lu. No vamos a hablar de él ni un minuto más. Nada de acuerdo prematrimonial. Ni ahora… ni nunca. —Me lanza una mirada definitiva que dice claramente «olvídalo ahora mismo» y que consigue que me calle. Después se vuelve hacia Taeyeon—. Mamá, ¿podemos celebrar la boda aquí?

No ha vuelto a mencionarlo. De hecho, en cada oportunidad que tiene no deja de repetirme hasta dónde llega su riqueza… y que también es mía. Me estremezco al recordar la locura de compras con Caroline Acton —la asesora personal de compras de Neiman Marcus— a la que me empujó Jongin para prepararme para la luna de miel. Solo el traje de baño ya costó quinientos cuarenta dólares. Y es bonito, pero vamos a ver… ¡es una cantidad de dinero ridícula por un trozo de tela!

—Te acostumbrarás. —Jongin interrumpe mis pensamientos cuando vuelve a ocupar su sitio.

—¿Me acostumbraré a qué?

—Al dinero —responde poniendo los ojos en blanco.

Oh, Cincuenta, tal vez con el tiempo. Empujo el platito con almendras saladas y anacardos hacia él.

—Su aperitivo, señor —digo con la cara más seria que puedo lograr, intentando incluir algo de humor en la conversación después de mis sombríos pensamientos y la metedura de pata.

Sonríe pícaro.

—Me gustaría que el aperitivo fueras tú. —Coge una almendra y los ojos le brillan perversos mientras disfruta de su ocurrencia. Se humedece los labios—. Bebe. Nos vamos a la cama.

¿Qué?

—Bebe —me dice y veo que se le están oscureciendo los ojos.

Oh, Dios mío. La mirada que me acaba de dedicar sería suficiente para provocar el calentamiento global por sí sola. Cojo mi copa de gin-tonic y me la bebo de un trago sin apartar mis ojos de él. Se queda con la boca abierta y alcanzo a ver la punta de su lengua entre los dientes. Me sonríe lascivo. En un movimiento fluido se pone de pie y se inclina delante de mí, apoyando las manos en los brazos de la silla.

—Te voy a convertir en un ejemplo. Vamos. No vayas al baño a hacer pis —me susurra al oído.

Doy un respingo. ¿Que no vaya a hacer pis? Qué grosero. Mi subconsciente, alarmada, levanta la vista del libro (Obras completas de Charles Dickens, volumen 1).

—No es lo que piensas. —Jongin sonríe juguetón y me tiende la mano—. Confía en mí.

Está increíblemente sexy, ¿cómo podría resistirme?

—Está bien. —Le cojo la mano. La verdad es que le confiaría mi vida. ¿Qué habrá planeado? El corazón empieza a latirme con fuerza por la anticipación.

Me lleva por la cubierta y a través de las puertas al salón principal, lleno de lujo en todos sus detalles, después por el estrecho pasillo, cruzando el comedor y bajando por las escaleras hasta el camarote principal. Han limpiado el camarote y hecho la cama. Es una habitación preciosa. Tiene dos ojos de buey, uno a

babor y otro a estribor, y está decorado con elegancia y gusto con muebles de madera oscura de nogal, paredes de color crema y complementos rojos y dorados.

Jongin me suelta la mano, se saca la camiseta por la cabeza y la tira a una silla. Después deja a un lado las chanclas y se quita los pantalones y el bañador en un solo movimiento. Oh, madre mía… ¿Me voy a cansar alguna vez de verle desnudo? Es guapísimo y todo mío. Le brilla la piel (a él también le ha cogido el sol), y el pelo, que ahora lleva más largo, le cae sobre la frente. Soy un chico con mucha, mucha suerte.

Me coge la barbilla y tira de mi labio inferior con el pulgar para que deje de mordérmelo y después me lo acaricia.

—Mejor así. —Se gira y camina hasta el impresionante armario en el que guarda su ropa. Saca del cajón inferior dos pares de esposas de metal y un antifaz como los de las aerolíneas.

¡Esposas! Nunca ha usado esposas. Le echo una mirada rápida y nerviosa a la cama. ¿Dónde demonios va a enganchar las esposas? Se vuelve y me mira fijamente con los ojos oscuros y brillantes.

—Estas pueden hacerte daño. Se clavan en la piel si tiras con demasiada fuerza —dice levantando un par para que lo vea—. Pero tengo ganas de usarlas contigo ahora.

Vaya. Se me seca la boca.

—Toma —dice acercándose y pasándome uno de los pares—. ¿Quieres probártelas primero?

Son macizas y el metal está frío. En algún lugar de mi mente pienso que espero no tener que llevar nunca un par de esas en la vida real.

Jongin me observa atentamente.

—¿Dónde están las llaves? —Mi voz tiembla.

Abre la mano y en su palma aparece una pequeña llave metálica.

—Es la misma para los dos juegos. Bueno, de hecho, para todos los juegos.

¿Cuántos juegos tendrá? No recuerdo haber visto ninguno en la cómoda del cuarto de juegos.

Me acaricia la mejilla con el dedo índice y va bajando hasta mi boca. Se acerca como si fuera a besarme.

—¿Quieres jugar? —me dice en voz baja y toda la sangre de mi cuerpo se dirige hacia el sur cuando el deseo empieza a desperezarse en lo más profundo de mi vientre.

—Sí —jadeo.

Él sonríe.

—Bien. —Me da un beso en la frente que es poco más que un roce—. Vamos a necesitar una palabra de seguridad.

¿Qué?

—«Para» no nos sirve porque lo vas a decir varias veces, pero seguramente no querrás que lo haga. —Me acaricia la nariz con la suya, el único contacto entre nosotros.

El corazón se me acelera. Mierda… ¿Cómo puede ponerme así solo con las palabras?

—Esto no va a doler. Pero va a ser intenso. Muy intenso, porque no te voy a dejar moverte. ¿Vale?

Oh, Dios mío. Eso suena excitante. Mi respiración se oye muy fuerte. Joder, ya estoy jadeando. Gracias a Dios que estoy casado con este hombre, de lo contrario esto me resultaría muy embarazoso. Bajo la mirada y noto su erección.

—Vale. —Apenas se oye mi voz cuando lo digo.

—Elige una palabra, Lu.

Oh…

—Una palabra de seguridad —repite en voz baja.

—Pirulí —digo jadeando.

—¿Pirulí? —pregunta divertido.

—Sí.

Sonríe y se inclina sobre mí.

—Interesante elección. Levanta los brazos.

Obedezco y Jongin agarra el borde de mi traje playero, me quita la camisa por la cabeza, baja la bermuda y los tira al suelo.

Extiende la mano y le devuelvo las esposas. Pone los dos juegos en la mesita de noche junto con el antifaz y retira la colcha de la cama de un tirón, arrojándola luego al suelo.

—Vuélvete.

Me giro y me quita el traje de baño, que cae al suelo.

—Mañana te voy a grapar esto a la piel —murmura. Después me quita la goma del pelo para soltarlo. Me lo agarra con una mano y tira suavemente para que dé un paso atrás hasta quedar contra su cuerpo. Contra su pecho. Y contra su erección.

Gimo cuando me ladea la cabeza y me besa el cuello.

—Has sido muy desobediente —me dice al oído provocándome estremecimientos por todo el cuerpo.

—Sí —respondo en un susurro.

—Mmm. ¿Y qué vamos a hacer con eso?

—Aprender a vivir con ello —digo en un jadeo. Sus besos suaves y lánguidos me están volviendo loco.

Sonríe con la boca contra mi cuello.

—Ah, joven Kim. Siempre tan optimista.

Se yergue. Me divide con atención el pelo en tres mechones, me lo trenza lentamente y lo sujeta lo corto de mi cabello con la goma al final. Me tira un poco de esta  y se acerca a mi oído.

—Te voy a dar una lección —murmura.

Con un movimiento repentino me agarra de la cintura, se sienta en la cama y me tumba sobre su regazo. En esta postura siento la presión de su erección contra mi vientre y rosando a penas mi erección. Me da un azote en el culo, fuerte. Chillo y al segundo siguiente estoy boca arriba en la cama y él me mira fijamente con sus ojos de un gris líquido. Estoy a punto de empezar a arder.

—¿Sabes lo precioso que eres? —Me roza el muslo con las puntas de los dedos de forma que me cosquillea… todo. Sin apartar los ojos de mí, se levanta de la cama y coge los dos juegos de esposas. Me agarra la pierna izquierda y cierra una de las esposas alrededor de mi tobillo.

¡Oh!

Me levanta la pierna derecha y repite el proceso; ahora tengo un par de esposas colgando de cada tobillo.

Sigo sin tener ni idea de dónde las va a enganchar.

—Siéntate —me ordena y yo obedezco inmediatamente—. Ahora abrázate las rodillas.

Parpadeo, subo las piernas hasta que quedan dobladas delante de mí y las rodeo con los brazos. Me coge la barbilla y me da un beso suave y húmedo en los labios antes de ponerme el antifaz sobre los ojos. No veo nada y solo oigo mi respiración acelerada y el agua chocando contra los costados del yate, que cabecea suavemente en el mar.

Oh, madre mía. Estoy muy excitado… ya.

—¿Cuál es la palabra de seguridad, Luhan?

—Pirulí.

—Bien.

Me coge la mano izquierda y cierra las esposas alrededor de la muñeca. Después repite el proceso con la derecha. Tengo la mano izquierda esposada al tobillo izquierdo y la derecha al derecho. No puedo estirar las piernas. Oh, maldita sea…

—Ahora —dice Jongin con un jadeo— te voy a follar hasta que grites.

¿Qué? Todo el aire abandona mi cuerpo.

Me agarra los dos tobillos y me empuja hacia atrás hasta que caigo de espaldas sobre la cama. Las esposas me obligan a mantener las piernas dobladas y me aprietan la carne si tiro de ellas. Tiene razón, se me clavan casi hasta el punto del dolor… Me siento muy raro, atado, indefenso y en un barco. Jongin me separa los tobillos y yo suelto un gruñido.

Me besa el interior de los muslos y quiero retorcerme, pero no puedo. No tengo posibilidad de mover la cadera. Mis pies están suspendidos en el aire. No puedo moverme.

—Tendrás que absorber todo el placer, Luhan. No te muevas —murmura mientras sube por mi cuerpo y me besa a lo largo de la cintura. Ahora estoy desnudo y a su merced. Me besa el vientre y me muerde el ombligo.

—Ah —suspiro. Esto va a ser duro… No tenía ni idea. Va subiendo con besos suaves y mordisquitos hasta mis pechos.

—Jong… —Intenta calmarme—. Eres precioso, Lu.

Vuelvo a gruñir de frustración. Normalmente estaría moviendo las caderas, respondiendo a su contacto con un ritmo propio, pero no puedo moverme. Gimo y tiro de las esposas. El metal se me clava en la piel.

—¡Ah! —grito, aunque realmente no me importa.

—Me vuelves loco —me susurra—. Así que te voy a volver loco yo a ti.

Está sobre mí ahora, el peso apoyado en los codos, y centra su atención en mis pezones. Morder, chupar, hacerlos rodar entre los índices y los pulgares… todo para sacarme de mis casillas. No se detiene. Es enloquecedor. Oh. Por favor. Su erección se aprieta contra mí.

—Jongin… —le suplico, y siento su sonrisa triunfante contra mi piel.

—¿Quieres que te haga correrte así? —me pregunta contra mi pezón, haciendo que se ponga aún más duro —. Sabes que puedo. —Succiona el pezón con fuerza y yo grito porque un relámpago de placer sale de mi pecho y va directo a mi entrepierna irguiendola totalmente. Tiro indefenso de las esposas, abrumado por la sensación.

—Sí —gimoteo.

—Oh, nene, eso sería demasiado fácil.

—Oh… por favor.

—Jongin.

Me araña la piel con los dientes mientras se acerca con los labios a mi boca y yo suelto un grito ahogado.

Me besa. Su hábil lengua me invade la boca saboreando, explorando, dominando, pero mi lengua responde a su desafío retorciéndose contra la suya. Sabe a ginebra fría y a Kim Jongin, que huele a mar. Me coge la barbilla para sujetarme la cabeza.

—Quieto, nene. Quiero que estés quieto —me susurra contra la boca.

—Quiero verte.

—Oh, no, Lu. Sentirás más así. —Y de una forma agónicamente lenta flexiona la cadera y entra parcialmente en mi interior. En otras circunstancias inclinaría la pelvis para ir a su encuentro, pero no puedo moverme. Él sale de mí.

—¡Oh! ¡Jongin, por favor!

—¿Otra vez? —me tienta con la voz ronca.

—¡Jongin!

Empuja un poco para volver a entrar y se retira a la vez que me besa y sus dedos me tiran del pezón. Es una sobrecarga de placer.

—¡No!

—¿Me deseas, Luhan?

—Sí —gimo.

—Dímelo —murmura con la respiración trabajosa mientras vuelve a provocarme: dentro… y fuera.

—Te deseo —lloriqueo—. Por favor.

Oigo un suspiro suave junto a mi oreja.

—Y me vas a tener, Luhan.

Se yergue sobre las rodillas y entra bruscamente en mí. Grito echando atrás la cabeza y tirando de las esposas cuando me toca ese punto tan dulce. Soy todo sensación en todas partes; una dulce agonía, pero sigo sin poder moverme. Se queda quieto y después hace un círculo con la cadera. Su movimiento se expande por todo mi interior.

—¿Por qué me desafías, Lu?

—Jongin, para…

Vuelve a hacer ese círculo en mi interior, ignorando mi súplica, y luego sale muy despacio para volver a entrar con brusquedad.

—Dime por qué. —Habla con dificultad y me doy cuenta vagamente de que es porque tiene los dientes apretados.

Solo me sale un quejido incoherente… Esto es demasiado.

—Jongin.

—Jongin…

—Lu, necesito saberlo.

Vuelve a dar una embestida brusca, hundiéndose profundamente. La sensación es tan intensa… Me envuelve, forma espirales en mi interior, en el vientre, en cada una de las extremidades y en los sitios donde se me clavan las esposas.

—¡No lo sé! —chillo—. ¡Porque puedo! ¡Porque te quiero! Por favor, Jongin.

Gruñe con fuerza y se hunde profundamente, una y otra vez, y otra y otra, y yo me pierdo intentando absorber el placer. Es para perder la cabeza… y el cuerpo… Quiero estirar las piernas para controlar el inminente orgasmo pero no puedo. Estoy indefenso. Soy suyo, solo suyo para que haga conmigo lo que él quiera… Se me llenan los ojos de lágrimas. Es demasiado intenso. No puedo pararle. No quiero pararle…

Quiero… Quiero… Oh, no, oh, no… es demasiado…

—Eso es —dice Jongin—. ¡Siéntelo, nene!

Estallo a su alrededor, una y otra vez, sin parar, chillando a todo pulmón cuando el orgasmo me parte por la mitad y me quema como un incendio que lo consume todo. Estoy retorcido de una forma extraña, me caen lágrimas por la cara y siento que mi cuerpo late y se estremece.

Noto que Jongin se arrodilla, todavía dentro de mí, y me incorpora sobre su regazo. Me agarra la cabeza con una mano y la espalda con la otra y se corre con violencia en mi interior. Mi cuerpo todavía sigue temblando por las últimas convulsiones. Es demoledor, agotador, es el infierno… y el cielo a la vez. Es el hedonismo elevado a la enésima potencia.

Jongin me arranca el antifaz y me besa. Me da besos en los ojos, en la nariz, en las mejillas. Me enjuga las lágrimas con besos y me coge la cara entre las manos.

—Te quiero, joven Kim —dice jadeando—. Aunque me pongas hecho una furia, me siento tan vivo contigo… —No tengo energía suficiente para abrir los ojos o la boca para responder. Con mucho cuidado me tumba en la cama y sale de mí.

Intento protestar pero no puedo. Se baja de la cama y me suelta las esposas. Cuando me libera, me masajea las muñecas y los tobillos y después se tumba a mi lado otra vez, arropándome entre sus brazos. Estiro las piernas. Oh, Dios mío. Qué gusto. Qué bien me siento. Ese ha sido, sin duda, el orgasmo más intenso que he experimentado en mi vida. Mmm… Así es un polvo de castigo de Kim Jongin… Cincuenta Sombras.

Tengo que portarme mal más a menudo. Una necesidad imperiosa de mi vejiga me despierta. Al abrir los ojos me siento desorientado. Fuera está oscuro. ¿Dónde estoy? ¿En Londres? ¿En París? No… en el barco. Noto el cabeceo y oigo el ronroneo suave de los motores. Nos estamos moviendo. ¡Qué raro! Jongin está a mi lado, trabajando en su portátil, vestido informal con una camisa blanca de lino y unos pantalones chinos y descalzo. Todavía tiene el pelo húmedo y huelo el jabón de la ducha reciente en su cuerpo y el olor a Jongin… Mmm.

—Hola —susurra mirándome con ojos tiernos.

—Hola —le sonrió sintiéndome tímido de repente—. ¿Cuánto tiempo llevo dormido?

—Una hora más o menos.

—¿Nos movemos?

—He pensado que como ayer salimos a cenar y fuimos al ballet y al casino, esta noche podíamos cenar a bordo. Una noche tranquila à deux.

Le sonrío.

—¿Y adónde vamos?

—A Cannes.

—Vale. —Me estiro porque me siento entumecido. Por mucho que me haya entrenado con Jae Whon, nada podía haberme preparado para lo de esta tarde.

Me levanto porque necesito ir al baño. Cojo mi bata de seda y me la pongo apresuradamente. ¿Por qué me siento tan tímido? Siento sus ojos sobre mí. Le miro, pero él vuelve a su ordenador con el ceño fruncido.

Mientras me lavo las manos distraídamente en el lavabo recordando la velada en el casino, se me abre la bata. Me quedo mirándome en el espejo, alucinado.

Dios Santo, pero ¿qué me ha hecho?

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