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Cap 5

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Boram, ¿con quién está hablando el señor Kim?

Mi rebelde cabellera empieza a picarme y quiere abandonar el edificio, mientras mi subconsciente me grita que le haga caso. Pero yo aparento bastante indiferencia.

—Ah, es la señora Jung. Es la propietaria, junto con el señor Kim.

Boram parece muy dispuesta a hablar.

—¿La señora Jung?

Creía que la señora Park estaba divorciada. Quizá haya vuelto a casarse con algún pobre infeliz.

—Sí. No suele venir, pero hoy uno de nuestros especialistas está enfermo, y ella le sustituye.

—¿Sabe usted el nombre de pila de la señora Jung?

Boram levanta la vista, me mira ceñuda y frunce esos labios rosa brillante, censurando mi curiosidad. Maldita sea, puede que haya ido demasiado lejos.

—Bom —dice de mala gana.

Al verificar que mi sexto sentido no me ha abandonado, me invade una extraña sensación de alivio.

¿Sexto sentido?, se burla mi subconsciente. ¡Sentido pedófilo!

Ellos siguen inmersos en la conversación. Jongin le cuenta algo apresuradamente a Bom.

Ella parece preocupada, asiente, hace muecas y menea la cabeza. Alarga la mano y le acaricia el brazo con dulzura mientras se muerde el labio. Asiente de nuevo, me mira y me dedica una sonrisa tranquilizadora.

Yo solo soy capaz de mirarla con cara de palo. Creo que estoy escandalizado. ¿Cómo se le ha ocurrido traerme aquí?

Ella le susurra algo a Jongin, que dirige la mirada brevemente hacia donde yo estoy, y luego se vuelve hacia Bom y contesta. Ella asiente y creo que le desea suerte, pero mi habilidad para leer los labios no es muy buena.

Cincuenta vuelve con paso firme y la ansiedad marcada en el rostro. Maldita sea, claro. La señora Park vuelve a la trastienda y cierra la puerta.

Jongin frunce el ceño.

—¿Estás bien? —pregunta, tenso y cauto.

—La verdad es que no. ¿No has querido presentarme?

Mi voz suena fría, dura.

Él se queda con la boca abierta, como si hubiera tirado de la alfombra debajo de sus pies.

—Pero yo creía…

—Para ser un hombre tan brillante, a veces… —Me fallan las palabras—. Me gustaría marcharme, por favor.

—¿Por qué?

—Ya sabes por qué —digo, poniendo los ojos en blanco.

Él baja su mirada ardiente hacia mí.

—Lo siento, Lu. No sabía que ella estaría aquí. Nunca está. Ha abierto una sucursal nueva en el Subway Center, y normalmente está allí. Hoy se ha puesto alguien enfermo. Doy media vuelta y me dirijo hacia la puerta.

—Boram, no necesitaremos a Heechul —espeta Jongin cuando cruzamos el umbral.

Tengo que reprimir el impulso de salir corriendo. Quiero huir lejos de aquí. Siento unas irresistibles ganas de llorar. Lo único que necesito es escapar de toda esta jodida situación.

Jongin camina a mi lado sin decir palabra, mientras yo trato de aclararme la mente. Me abrazo el cuerpo como para protegerme y avanzo con la cabeza gacha, esquivando los árboles de la Segunda Avenida. Él, prudente, no intenta tocarme. Mi mente hierve de preguntas sin respuesta. ¿Se dignará hablar el señor Evasivas?

—¿Solías traer aquí a tus sumisos? —le increpo.

—A algunos sí —dice en voz baja y crispada.

—¿A D.O?—Sí.

—El local parece muy nuevo.

—Lo han remodelado hace poco.

—Ya. O sea que la señora Park conocía a todos tus sumisos.

—Sí.

—¿Y ellos conocían su historia?

—No. Ninguno. Solo tú.

—Pero yo no soy tu sumiso.

—No, está clarísimo que no lo eres.

Me paro y le miro. Tiene los ojos muy abiertos, temerosos, y aprieta los labios en una línea  dura e inexpresiva.

—¿No ves lo jodido que es esto? —digo en voz baja, fulminándolo con la mirada.

—Sí. Lo siento.

Y tiene la deferencia de aparentar arrepentimiento.

—Quiero cortarme el pelo, a ser posible en algún sitio donde no te hayas tirado ni al personal ni a la clientela.

No rechista.

—Y ahora, si me perdonas…

—No te marchas, ¿verdad?

—No, solo quiero que me hagan un maldito corte de pelo. En un sitio donde pueda cerrar los ojos, y pueda olvidarme de esta carga tan pesada que va contigo.

Él se pasa la mano por el cabello.

—Puedo hacer que Heechul vaya a mi apartamento, o al tuyo —sugiere.

—Es muy atractiva.

Parpadea, un tanto extrañado.

—Sí, mucho.

—¿Sigue casada?

—No. Se divorció hace unos cinco años.

—¿Por qué no estás con ella?

—Porque lo nuestro se acabó. Ya te lo he contado.

De repente arquea una ceja. Levanta un dedo y se saca el BlackBerry del bolsillo de la americana. Debe de estar en silencio, porque no la he oído sonar.

—Kangin —dice sin más, y luego escucha.

Estamos parados en plena Segunda Avenida y yo me pongo a contemplar el árbol joven que tengo delante, uno verde de hojas ternísimas.

La gente pasa con prisa a nuestro lado, absorta en sus obligaciones propias de un sábado por la mañana. Pensando en sus problemas personales, sin duda. Me pregunto si incluirán el acoso de ex sumisos, a ex amas despampanantes y a un hombre que no tiene ningún respeto por la ley sobre privacidad vigente en Sur Corea.

—¿Que murió en un accidente de coche? ¿Cuándo?

Jongin interrumpe mis ensoñaciones.

Oh, no. ¿Quién? Escucho con más atención.

—Es la segunda vez que ese cabrón no lo ha visto venir. Tiene que saberlo. ¿Es que no siente nada por el? —Jongin, disgustado, menea la cabeza—. Esto empieza a cuadrar… no… explica el porqué, pero no dónde.

Mira a nuestro alrededor como si buscara algo, y, sin darme cuenta, yo hago lo mismo. Nada me llama la atención. Solo hay transeúntes, tráfico y árboles.

—El está aquí —continúa Jongin —. Nos está vigilando… Sí… No. Dos o cuatro, las veinticuatro horas del día… Todavía no he abordado eso. Jongin me mira directamente.

¿Abordado qué? Frunzo el ceño y me mira con recelo.—Qué… —murmura y palidece, con los ojos muy abiertos—. Ya veo. ¿Cuándo?… ¿Tan poco hace? Pero ¿cómo?… ¿Sin antecedentes?… Ya. Envíame un e-mail con el nombre, la dirección y fotos si las tienes… las veinticuatro horas del día, a partir de esta tarde. Ponte en contacto con Sungmin.

Cuelga.

—¿Y bien? —pregunto, exasperado.

¿Va a explicármelo?

—Era Kangin.

—¿Quién es Kangin?

—Mi asesor de seguridad.

—Vale. ¿Qué ha pasado?

—D.O dejó a su marido hace unos tres meses y se largó con un tipo que murió en un accidente de coche hace cuatro semanas.

—Oh.

—El imbécil del psiquiatra debería haberlo previsto —dice enfadado—. El dolor… ese es el problema. Vamos.

Me tiende la mano y yo le entrego la mía automáticamente, pero enseguida la retiro.

—Espera un momento. Estábamos en mitad de una conversación sobre «nosotros». Sobre ella, tu señora Park.

Jongin endurece el gesto.

—No es mi señora Park. Podemos hablar de esto en mi casa.

—No quiero ir a tu casa. ¡Quiero cortarme el pelo! —grito.

Si pudiera concentrarme solo en eso…

Él vuelve a sacarse el BlackBerry del bolsillo y marca un número.

—Boram, Kim Jongin. Quiero a Hechul en mi casa dentro de una hora. Consúltalo con la señora Jung… Bien. —Guarda el teléfono—. Vendrá a la una.

—¡Jongin …! —farfullo, exasperado.

—Luhan, es evidente que D.O sufre un brote psicótico. No sé si va detrás de mí o de ti, ni hasta dónde está dispuesto a llegar. Iremos a tu casa, recogeremos tus cosas, y puedes quedarte en la mía hasta que la hayamos localizado.

—¿Por qué iba a querer yo hacer eso?

—Así podré protegerte.

—Pero…

Me mira fijamente.

—Vas a volver a mi apartamento aunque tenga que llevarte arrastrándote de los pelos.

Le miro atónito… esto es alucinante. Cincuenta Sombras en glorioso tecnicolor.

—Creo que estás exagerando.

—No estoy exagerando. Vamos. Podemos seguir nuestra conversación en mi casa.

Me cruzo de brazos y me quedo mirándole. Esto ha ido demasiado lejos.

—No —proclamo tercamente.

Tengo que defender mi postura.

—Puedes ir por tu propio pie o puedo llevarte yo. Lo que tú prefieras, Luhan.

—No te atreverás —le desafío.

No me montará una escenita en plena Segunda Avenida…

Esboza media sonrisa, que sin embargo no alcanza a sus ojos.

—Ay, nene, los dos sabemos que, si me lanzas el guante, estaré encantado de recogerlo.

Nos miramos… y de repente se agacha, me coge por los muslos y me levanta. Y, sin darme cuenta, me carga sobre sus hombros.

—¡Bájame! —chillo.

Oh, qué bien sienta chillar.

Él empieza a recorrer la Segunda Avenida a grandes zancadas, sin hacerme el menor caso.

Me sujeta fuerte con un brazo alrededor de los muslos y, con la mano libre, me va dando palmadas en el trasero.

—¡Jongin! —grito. La gente nos mira. ¿Puede haber algo más humillante?—. ¡Iré andando! ¡Iré andando!

Me baja y, antes de que se incorpore, salgo disparado en dirección a mi apartamento, furioso, sin hacerle caso. Naturalmente al cabo de un momento le tengo al lado, pero sigo ignorándole.

¿Qué voy a hacer? Estoy furioso, aunque no estoy del todo seguro de qué es lo que me enfurece… son tantas cosas.

Mientras camino muy decidido de vuelta a casa, pienso en la lista:

1. Cargarme a hombros: inaceptable para cualquiera mayor de seis años.

2. Llevarme al salón que comparte con su antigua amante: ¿cómo puede ser tan estúpido?

3. El mismo sitio al que llevaba a sus sumisos: de nuevo, tremendamente estúpido.

4. No darse cuenta siquiera de que no era buena idea: y se supone que es un tipo brillante.

5. Tener ex novios locos. ¿Puedo culparle por eso? Estoy tan furioso… Sí, puedo.

6. Saber el número de mi cuenta corriente: eso es acoso, como mínimo.

7. Comprar SIP: tiene más dinero que sentido común.

8. Insistir en que me instale en su casa: la amenaza de D.O debe de ser peor de lo que él temía… ayer no dijo nada de eso.

Y entonces caigo en la cuenta. Algo ha cambiado. ¿Qué puede ser? Me paro en seco, y Jongin se detiene a mi lado.

—¿Qué ha pasado? —pregunto.

Arquea una ceja.

—¿Qué quieres decir?

—Con D.O.

—Ya te lo he contado.

—No, no me lo has contado. Hay algo más. Ayer no me insististe para que fuera a tu casa.

Así que… ¿qué ha pasado?

Se remueve, incómodo.

—¡Jongin! ¡Dímelo! —exijo.

—Ayer consiguió que le dieran un permiso de armas.

Oh, Dios. Le miro fijamente, parpadeo y, en cuanto asimilo la noticia, noto que la sangre deja de circular por mis mejillas. Siento que podría desmayarme. ¿Y si quiere matarle? ¡No!

—Eso solo significa que puede comprarse un arma —musito.

—Lu —dice con un tono de enorme preocupación. Apoya las manos en mis hombros y me atrae hacia él—. No creo que haga ninguna tontería, pero… simplemente no quiero que corras el riesgo.

—Yo no… pero ¿y tú? —murmuro.

Me mira con el ceño fruncido. Le rodeo con los brazos, le abrazo fuerte y apoyo la cara en su pecho. No parece que le importe.

—Vamos a tu casa —susurra.

Se inclina, me besa el cabello, y ya está. Mi furia ha desaparecido por completo, pero no está olvidada. Se disipa ante la amenaza de que pueda pasarle algo a Jongin. La sola idea me resulta insoportable.

* * *

Una vez en casa, preparo con cara seria una maleta pequeña, y meto en mi mochila el Mac, el BlackBerry, el iPad y el globo del Monggu Janggu.

—¿El Monggu Janggu también viene? —pregunta Jongin.

Asiento y me dedica una sonrisita indulgente.

 — Onew vuelve el martes —musito.

—¿Onew?

—El hermano de Tae. Se quedará aquí hasta que encuentre algo en Seul. Jongin me mira impasible, pero capto la frialdad que asoma en sus ojos.

—Bueno, entonces está bien que te vengas conmigo. Así él tendrá más espacio —dice tranquilamente.

—No sé si tiene llaves. Tendré que volver cuando llegue.

Jongin no dice nada.

—Ya está todo.

Coge mi maleta y nos dirigimos hacia la puerta. Mientras nos encaminamos a la parte de atrás del edificio para acceder al aparcamiento, noto que no dejo de mirar por encima del hombro. No sé si me he vuelto paranoico o si realmente alguien me vigila. Jongin abre la puerta del copiloto del Audi y me mira, expectante.

—¿Vas a entrar? —pregunta.

—Creía que conduciría yo.

—No. Conduciré yo.

—¿Le pasa algo a mi forma de conducir? No me digas que sabes qué nota me pusieron en el examen de conducir… no me sorprendería, vista tu tendencia al acoso. A lo mejor sabe que pasé por los pelos la prueba teórica.

—Sube al coche, Luhan —espeta, furioso.

—Vale.

Me apresuro a subir. Francamente, ¿quién no lo haría?

Quizá él tenga la misma sensación inquietante de que alguien siniestro nos observa… bueno, un chico pálido de ojos castaños que tiene un aspecto perturbadoramente parecido al mío, y que seguramente esconde un arma. Jongin se incorpora al tráfico.

—¿Todos tus sumisos eran castaños ?

Inmediatamente frunce el ceño y me mira.

—Sí —murmura.

Parece vacilar, y lo imagino pensando: ¿Adónde quiere llegar con esto?

—Solo preguntaba.

—Ya te lo dije. Prefiero a los morenos.

—La señora Park no es castaña.

—Seguramente sea esa la razón —masculla—. Con ella ya tuve bastantes rubias para toda la vida.

—Estás de broma —digo entre dientes.

—Sí, estoy de broma —replica, molesto.

Miro impasible por la ventanilla, en todas direcciones, buscando chicos castaños, pero ninguno es D.O.

Así que solo le gustan castaños… me pregunto por qué. ¿Acaso la extraordinariamente glamurosa (a pesar de ser mayor) señora Park realmente le dejó sin más ganas de personas rubias?

Sacudo la cabeza… El paranoico Kim Jongin.

—Cuéntame cosas de ella.

—¿Qué quieres saber?

Tuerce el gesto, intentando advertirme con su tono de voz.

—Háblame de vuestro acuerdo empresarial.

Se relaja visiblemente, contento de hablar de trabajo.

—Yo soy el socio capitalista. No me interesa especialmente el negocio de la estética, pero ella ha convertido el proyecto en un éxito. Yo me limité a invertir y la ayudé a ponerlo en marcha.

—¿Por qué?

—Se lo debía.

—¿Ah?

—Cuando dejé Harvard, ella me prestó cien mil dólares para empezar mi negocio.

Vaya… Es rica, también.

—¿Lo dejaste?

—No era para mí. Estuve dos años. Por desgracia, mis padres no fueron tan comprensivos. Frunzo el ceño. El señor Kim y la doctora Taeyeon  en actitud reprobadora… soy incapaz de imaginarlo.

—No parece que te haya ido demasiado mal haberlo dejado. ¿Qué asignaturas escogiste?

—Ciencias políticas y Economía.

Mmm… claro.

—¿Así que es rica? —murmuro.

—Era una esposa florero aburrida, Luhan. Su marido era un magnate… de la industria maderera. —Sonríe con aire desdeñoso—. No la dejaba trabajar. Ya sabes, era muy controlador. Algunos hombres son así. Me lanza una rápida sonrisa de soslayo.

—¿En serio? ¿Un hombre controlador? Yo creía que eso era una criatura mítica. —No creo que mi tono pudiera ser más sarcástico.

La sonrisa de Jongin se expande.

—¿El dinero que te prestó era de su marido?

Asiente, y en sus labios aparece una sonrisita maliciosa.

—Eso es horrible.

—Él también tenía sus líos —dice Jongin misteriosamente, mientras entra en el aparcamiento subterráneo del Escala. Ah…

—¿Cuáles?

Jongin mueve la cabeza, como si recordara algo especialmente amargo, y aparca al lado del Audi Quattro SUV.

—Vamos. Heechul no tardará.

* * *

En el ascensor, Jongin me observa.

—¿Sigues enfadado conmigo? —pregunta con naturalidad.

—Mucho.

Asiente.

—Vale —dice, y mira al frente.

Cuando llegamos, Sungmin nos está esperando en el vestíbulo. ¿Cómo consigue anticiparse siempre? Coge mi maleta.

—¿Kangin ha dicho algo? —pregunta Jongin.

—Sí, señor.

—¿Y?

—Todo está arreglado.

—Excelente. ¿Cómo está tu hija?

—Está bien, gracias, señor.

—Bien. El peluquero vendrá a la una: Kim Heechul.

—Joven Xiao  —me saluda Sungmin haciendo un gesto con la cabeza.

—Hola, Sungmin. ¿Tienes una hija?

—Sí, señor.

—¿Cuántos años tiene?

—Siete años.

Jongin me mira con impaciencia.

—Vive con su madre —explica Sungmin.

—Ah, entiendo.

Sungmin me sonríe. Esto es algo inesperado. ¿Sungmin es padre? Sigo a Jongin al gran salón, intrigado por la noticia.

Echo un vistazo alrededor. No había estado aquí desde que me marché.

—¿Tienes hambre?

Niego con la cabeza. Jongin me observa un momento y decide no discutir.

—Tengo que hacer unas llamadas. Ponte cómodo.—De acuerdo.

Desaparece en su estudio, y me deja plantado en la inmensa galería de arte que él considera su casa, preguntándome qué hacer.

¡Ropa! Cojo mi mochila, subo las escaleras hasta mi dormitorio y reviso el vestidor. Sigue lleno de ropa: toda por estrenar y todavía con las etiquetas de los precios. Tres vestidos largos de noche. Tres de cóctel, y tres más de diario. Todo esto debe de haber costado una fortuna. Miro la etiqueta de uno de los vestidos de noche: 2.998 wongs. Madre mía. Me siento en el suelo.

Este no soy yo. Me cojo la cabeza entre las manos e intento procesar todo lo ocurrido en las últimas horas. Es agotador. ¿Por qué, ay, por qué me he enamorado de alguien que está tan loco… guapísimo, terriblemente sexy, más rico que Creso, pero que está como una cabra?

Saco el BlackBerry de la mochila y llamo a mi madre.

—¡Lu, cariño! Hace mucho que no sabía nada de ti. ¿Cómo estás, cielo?

—Oh, ya sabes…

—¿Qué pasa? ¿Sigue sin funcionar lo de Jongin?

—Es complicado, mamá. Creo que está loco. Ese es el problema.

—Dímelo a mí. Hombres… a veces no hay quién les entienda. Yunsu está pensando ahora si ha sido buena idea que nos hayamos mudado a Incheon.

—¿Qué?

—Sí, empieza a hablar de volver a Appujeon.

Ah, hay alguien más que tiene problemas. No soy el único. Jongin aparece en el umbral.

—Estás aquí. Creí que te habías marchado.

Levanto la mano para indicarle que estoy al teléfono.

—Lo siento, mamá, tengo que colgar. Te volveré a llamar pronto.

—Muy bien, cariño… Cuídate. ¡Te quiero!

—Yo también te quiero, mamá.

Cuelgo y observo a Cincuenta, que tuerce el gesto, extrañamente incómodo.

—¿Por qué te escondes aquí? —pregunta.

—No me escondo. Me desespero.

—¿Te desesperas?

—Por todo esto, Jongin.

Hago un gesto vago en dirección a toda esa ropa.

—¿Puedo pasar?

—Es tu vestidor.

Vuelve a poner mala cara y se sienta, con las piernas cruzadas, frente a mí.

—Solo son vestidos. Si no te gustan, los devolveré.

—Es muy complicado tratar contigo, ¿sabes?

Él parpadea y se rasca la barbilla… la barbilla sin afeitar. Mis dedos se mueren por tocarla.

—Lo sé. Me estoy esforzando —murmura.

—Eres muy difícil.

—Tú también, joven Xiao.

—¿Por qué haces esto?

Abre mucho los ojos y reaparece esa mirada de cautela.

—Ya sabes por qué.

—No, no lo sé.

Se pasa una mano por el pelo.

—Eres un hombre frustrante.

—Podrías tener a un precioso sumiso castaño. Uno que, si le pidieras que saltara, te preguntaría: «¿Desde qué altura?», suponiendo, claro, que tuviera permiso para hablar. Así que,

¿por qué yo, Jongin? Simplemente no lo entiendo.

Me mira un momento, y no tengo ni idea de qué está pensando.—Tú haces que mire el mundo de forma distinta, Luhan. No me quieres por mi dinero. Tú me das… esperanza —dice en voz baja.

¿Qué? El señor Críptico ha vuelto.

—¿Esperanza de qué?

Se encoge de hombros.

—De más. —Habla con voz queda y tranquila—. Y tienes razón: estoy acostumbrado a que las  personas hagan exactamente lo que yo digo, cuando yo lo digo, y estrictamente lo que yo quiero que hagan. Eso pierde interés enseguida. Tú tienes algo, Luhan, que me atrae a un nivel profundo que no entiendo. Es como el canto de sirena. No soy capaz de resistirme a ti y no quiero perderte. —Alarga la mano y toma la mía—. No te vayas, por favor… Ten un poco de fe en mí y un poco de paciencia. Por favor. Parece tan vulnerable… Es perturbador. Me arrodillo, me inclino y le beso suavemente en los labios.

—De acuerdo, fe y paciencia. Eso puedo soportarlo.

—Bien. Porque Heechul ha llegado.

Heechul es alto, palido y gay. Me encanta.

—¡Qué pelo tan bonito! —exclama con un acento  escandaloso y probablemente falso.

Apuesto a que es de Sejong o de un sitio parecido, pero su entusiasmo es contagioso. Jongin nos conduce a ambos a su cuarto de baño, sale a toda prisa y vuelve a entrar con una silla de su habitación.

—Os dejo solos —masculla.

—Grazie, señor Kim. —Hechul se vuelve hacia mí—. Bene, Luhan, ¿qué haremos contigo?

Jongin está sentado en su sofá, revisando algo que parecen hojas de cálculo con mucha concentración. Una melodiosa pieza de música clásica suena de fondo en la habitación. Una mujer canta apasionadamente, vertiendo su alma en la canción. Es desgarrador. Jongin levanta la mirada y sonríe, distrayéndome de la música.

—¡Ves! Te dije que le gustaría —comenta Heechul, entusiasmado.

—Estás precioso, Lu —dice Jongin, visiblemente complacido.

—Mi trabajo aquí ya ha acabado —exclama Heechul.

Jongin se levanta y se acerca a nosotros.

—Gracias, Heechul.

Heechul se gira, me da un abrazo exagerado y me besa en ambas mejillas.

—¡No vuelvas a dejar que nadie más te corte el pelo, bellissimo Lu!

Me echo a reír, ligeramente avergonzado por esa familiaridad. Jongin le acompaña a la puerta del vestíbulo y vuelve al cabo de un momento.

—Me alegro de que te lo hayas dejado largo —dice mientras avanza hacia mí con una mirada centelleante.

Coge un mechón entre los dedos.

—Qué suave —murmura, y baja los ojos hacia mí—. ¿Sigues enfadado conmigo?

Asiento y sonríe.

—¿Por qué estás enfadado, concretamente?

Pongo los ojos en blanco.

—¿Quieres una lista?

—¿Hay una lista?

—Una muy larga.

—¿Podemos hablarlo en la cama?

—No —digo con un mohín infantil.

—Durante el almuerzo, pues. Tengo hambre, y no solo de comida —añade con una sonrisa lasciva.

—No voy a dejar que me encandiles con tu destreza sexual. Él reprime una sonrisa.

—¿Qué te molesta concretamente, joven Xiao? Suéltalo.

Muy bien.

—¿Qué me molesta? Bueno, está tu flagrante invasión de mi vida privada, el hecho de que me llevaras a un sitio donde trabaja tu ex amante y donde solías llevar a todos tus amantes para que los depilaran, el que me cargaras a hombros en plena calle como si tuviera seis años… y, por encima de todo, ¡que dejaras que tu señora Park te tocara!

Mi voz ha ido subiendo en un crescendo.

Él levanta las cejas, y su buen humor desaparece.

—Menuda lista. Pero te lo aclararé una vez más: ella no es mi señora Park.

—Ella puede tocarte —repito.

Tuerce los labios.

—Ella sabe dónde.

—¿Eso qué quiere decir?

Se pasa ambas manos por el pelo y cierra un segundo los ojos, como si buscara algún tipo de consejo divino. Traga saliva.

—Tú y yo no tenemos ninguna norma. Yo nunca he tenido ninguna relación sin normas, y nunca sé cuándo vas a tocarme. Eso me pone nervioso. Tus caricias son completamente… —Se para, buscando las palabras—. Significan más… mucho más.

¿Más? Su respuesta es absolutamente inesperada, me deja perplejo, y esa palabrita con un significado enorme queda suspendida entre los dos.

Mis caricias significan… más. Ay, Dios. ¿Cómo voy a resistirme si me dice esas cosas? Sus ojos grises buscan los míos y me observan con aprensión.

Alargo la mano con cuidado y esa aprensión se convierte en alarma. Jongin da un paso atrás y yo bajo la mano.

—Límite infranqueable —murmura, con una expresión dolida y aterrorizada.

No puedo evitar sentir una decepción aplastante.

—¿Cómo te sentirías tú si no pudieras tocarme?

—Destrozado y despojado —contesta inmediatamente.

Oh, mi Cincuenta Sombras. Sacudo la cabeza, le dedico una leve sonrisa tranquilizadora y se relaja.

—Algún día tendrás que contarme exactamente por qué esto es un límite infranqueable, por favor.

—Algún día —murmura, y se diría que en una milésima de segundo ha superado su vulnerabilidad.

¿Cómo puede cambiar tan deprisa? Es la persona más voluble que conozco.

—Veamos el resto de tu lista… Invadir tu privacidad. —Al considerar este tema, tuerce el gesto—. ¿Por qué sé tu número de cuenta?

—Sí, es indignante.

—Yo investigo el historial y los datos de todos mis sumisos. Te lo enseñaré.

Da media vuelta y se dirige a su estudio.

Yo le sigo obediente, aturdido. De un archivador cerrado con llave, saca una carpeta. Con una etiqueta impresa: XIAO LUHAN.

Madre mía. Le miro fijamente.

Él se encoge de hombros a modo de disculpa.

—Puedes quedártelo —dice tranquilamente.

—Bueno, vaya, gracias —replico.

Hojeo el contenido. Tiene una copia de mi certificado de nacimiento, por Dios santo, mis límites infranqueables, el acuerdo de confidencialidad, el contrato —Dios…—, mi número de la seguridad social, mi currículo, informes laborales…

—¿Así que sabías que trabajaba en Min's?

—Sí.—No fue una coincidencia. No pasabas por allí…

—No.

No sé si enfadarme o sentirme halagado.

—Esto es muy jodido. ¿Sabes?

—Yo no lo veo así. He de ser cuidadoso con lo que hago.

—Pero esto es privado.

—No hago un uso indebido de la información. Esto es algo que puede conseguir cualquiera que esté medianamente interesado, Luhan. Yo necesito información para tener el control.

Siempre he actuado así.

Me mira inescrutable, con cierta cautela.

—Sí haces un uso indebido de la información. Ingresaste en mi cuenta veinticuatro mil dólares que yo no quería.

Sus labios se convierten en una fina línea.

—Ya te lo dije. Es lo que Sungmin consiguió por tu coche. Increíble, ya lo sé, pero así es.

—Pero el Audi…

—Luhan, ¿tienes idea del dinero que gano?

Me ruborizo.

—¿Por qué debería saberlo? No tengo por qué saber las cifras de tu cuenta bancaria, Jongin.

Su mirada se dulcifica.

—Lo sé. Esa es una de las cosas que adoro de ti.

Me lo quedo mirando, sorprendido. ¿Que adora de mí?

—Luhan, yo gano unos cien mil dólares a la hora.

Abro la boca. Eso es una cantidad de dinero obscena.

—Veinticuatro mil dólares no es nada. El coche, los libros de Tess, la ropa, no son nada.

Su tono es dulce.

Le observo. Realmente no tiene ni idea. Es extraordinario.

—Si fueras yo, ¿cómo te sentirías si te obsequiaran con toda esta… generosidad?

Me mira inexpresivo y ahí está, en pocas palabras, la raíz de su problema: empatía o carencia de la misma. Entre nosotros se hace el silencio.

Al final, se encoge de hombros.

—No sé —dice, y parece sinceramente perplejo.

Se me encoge el corazón. Este es, seguramente, el quid de sus cincuenta sombras: no puede ponerse en mi lugar. Bien, ahora lo sé.

—Pues no es agradable. Quiero decir… que eres muy generoso, pero me incomoda. Ya te lo he dicho muchas veces.

Suspira.

—Yo quiero darte el mundo entero, Luhan.

—Yo solo te quiero a ti, Jongin. Lo demás me sobra.

—Es parte del trato. Parte de lo que soy.

Ah, esto no va a ninguna parte.

—¿Comemos? —pregunto.

La tensión entre los dos es agotadora.

Tuerce el gesto.

—Claro.

—Cocino yo.

—Bien. Si no, hay comida en la nevera.

—¿La señora Jones libra los fines de semana? ¿O sea que la mayoría de los fines de semana comes platos fríos?

—No.

—¿Ah, no?

Suspira.—Mis sumisos cocinan, Luhan.

—Ah, claro. —Me sonrojo. ¿Cómo puedo ser tan tonto? Le sonrío con dulzura—. ¿Qué le gustaría comer al señor?

—Lo que el señor encuentre —dice con malicia.

Inspecciono el impresionante contenido del frigorífico. Me decido por una tortilla española. Incluso hay patatas congeladas, perfecto. Es rápido y fácil. Jongin sigue en su estudio, sin duda invadiendo la privacidad de algún pobre e ingenuo idiota y recopilando información. La idea es desagradable y me deja mal sabor de boca. La cabeza me da vueltas. Realmente no tiene límites.

Si voy a cocinar necesito música, ¡y voy a cocinar de forma insumisa! Me acerco al equipo que hay junto a la chimenea y cojo el iPod de Jongin. Apuesto a que aquí hay más temas seleccionados por D.O, y me da terror pensarlo.

¿Dónde estará el?, me pregunto. ¿Qué quiere?

Me estremezco. Menudo legado, no me cabe en la cabeza.

Repaso la larga lista. Quiero algo animado. Mmm. Beyoncé… no parece muy del gusto de Jongin. «Crazy in Love.» ¡Oh, sí! Muy apropiado. Aprieto el botón y subo el volumen. Vuelvo dando pasitos de baile hasta la cocina, encuentro un bol, abro la nevera y saco los huevos. Los casco y empiezo a batir, sin parar de bailar.

Vuelvo a repasar el contenido del frigorífico, cojo patatas, jamón y —¡sí!— guisantes del congelador. Todo esto irá bien. Localizo una sartén, la pongo sobre el fuego, añado un poco de aceite de oliva y vuelvo a batir. Empatía cero, medito. ¿Eso solo le pasa a Jongin? Quizá todos son así. No lo sé. Puede que no sea una revelación tan importante.

Ojalá Tae estuviera en casa; el lo sabría. Lleva demasiado tiempo en Hawai. Debería estar de vuelta el fin de semana próximo, después de esas vacaciones extra con Minho. Me pregunto si seguirán sintiendo la misma atracción sexual mutua.

«Una de las cosas que adoro de ti.»

Dejo de batir. Lo dijo. ¿Quiere decir eso que hay otras cosas? Sonrío por primera vez desde que vi a la señora Park… una sonrisa genuina, de corazón, de oreja a oreja.

Jongin me rodea con sus brazos sigilosamente y doy un respingo.

—Interesante elección musical —ronronea, y me besa detrás de la oreja—. Qué bien huele tu pelo.

Hunde la nariz e inspira profundamente.

El deseo se desata en mi vientre. No. Rechazo su abrazo.

—Sigo enfadado.

Frunce el ceño.

—¿Cuánto más va a durar esto? —pregunta, pasándose una mano por el pelo.

Me encojo de hombros.

—Por lo menos hasta que comamos.

Un gesto risueño se dibuja en su boca. Se da la vuelta, coge el mando de la encimera y apaga la música.

—¿Pusiste tú eso en tu iPod? —pregunto.

Niega con la cabeza, con expresión lúgubre, y entonces sé que fue el: el Chico Fantasma.

—¿No crees que en aquel momento intentaba decirte algo?

—Bueno, visto  posteriormente, es probable —dice en tono inexpresivo.

Lo cual demuestra mi teoría: empatía cero. Mi subconsciente cruza los brazos y chasquea los labios con gesto de disgusto.

—¿Por qué la tienes todavía?

—Me gusta bastante la canción. Pero si te incomoda la borro.

—No, no pasa nada. Me gusta cocinar con música.

—¿Qué te gustaría oír?

—Sorpréndeme. Sonríe satisfecho y se dirige hacia el iPod mientras yo continúo batiendo.

Al cabo de un momento la voz dulce, celestial y conmovedora de Nina Simone inunda el salón. Es una de las preferidas de Teuk: «I Put a Spell on You». Te he lanzado un hechizo…

Me ruborizo y me vuelvo a mirar a Jongin. ¿Qué intenta decirme? Él me lanzó un hechizo hace mucho tiempo. Oh, Dios… su mirada ha cambiado, la levedad del momento ha desaparecido, sus ojos son más oscuros, más intensos.

Le miro, embelesado, mientras despacio, como el depredador que es, me acecha al ritmo de la lenta y sensual cadencia de la música. Va descalzo, solo lleva una camisa blanca por fuera de los vaqueros, y tiene una actitud provocativa. Nina canta «Tú eres mío» mientras él se pone a mi lado, con intenciones claras.

—Jongin, por favor —susurro, con el batidor ya inútil en mi mano.

—¿Por favor qué?

—No hagas eso.

—¿Hacer qué?

—Esto.

Se planta frente a mí y baja la vista para mirarme.

—¿Estás seguro?

Exhala y alarga la mano, me coge el batidor y lo vuelve a dejar en el bol con los huevos. Mi corazón da un vuelco. No quiero esto… Sí quiero esto… desesperadamente.

Resulta tan frustrante. Es tan atractivo y deseable… Aparto la mirada de su embrujador aspecto.

—Te deseo, Luhan —musita—. Lo adoro y lo odio, y adoro discutir contigo. Esto es muy nuevo para mí. Necesito saber que estamos bien. Solo sé hacerlo de esta forma.

—Mis sentimientos por ti no han cambiado —murmuro.

Su proximidad es irresistible, excitante. Esa atracción familiar está ahí, todas mis terminaciones nerviosas me empujan hacia él, la diosa que llevo dentro se siente de lo más libidinosa. Contemplo la sombra del vello asomando por su camisa y me muerdo el labio, indefenso, dominado por el deseo… quiero saborearle, justo ahí.

Está muy cerca, pero no me toca. Su ardor calienta mi piel.

—No voy a tocarte hasta que me digas que sí, que lo haga —murmura—. Pero ahora mismo, después de una mañana realmente espantosa, quiero hundirme en ti y olvidarme de todo excepto de nosotros.

Oh… Nosotros. Una combinación mágica, un pequeño y potente pronombre que zanja el asunto. Levanto la cabeza para contemplar su hermoso aunque grave semblante.

—Voy a tocarte la cara —suspiro.

Y veo la sorpresa reflejada brevemente en sus ojos antes de percibir que lo acepta. Levanto la mano, le acaricio la mejilla, y paso los dedos por su barba incipiente. Él cierra los ojos, suspira y acerca la cara a mi caricia.

Se inclina despacio, y automáticamente mis labios ascienden para unirse a los suyos. Se cierne sobre mí.

—Sí o no, Luhan.

—Sí.

Su boca se cierra suavemente sobre la mía, logra separar mis labios mientras sus brazos me rodean y me atrae hacia sí. Me pasa la mano por la espalda, enreda los dedos en el cabello de mi nuca y tira con delicadeza, mientras pone la otra mano sobre mi trasero y me aprieta contra él.

Yo gimo bajito.

—Señor Kim.

Sungmin tose y Jongin me suelta inmediatamente.

—Sungmin —dice con voz gélida.

Me doy la vuelta y veo a Sungmin, incómodo, de pie en el umbral. Jongin y Sungmin se miran y se comunican de algún modo, sin palabras.

—En mi estudio —espeta Jongin.Y Sungmin cruza con brío el salón.

—Lo dejaremos para otro momento —me susurra Jongin, antes de salir detrás de Sungmin.

Yo respiro profundamente para tranquilizarme. ¿Es que no soy capaz de resistirme a él ni un minuto? Sacudo la cabeza, indignado conmigo mismo, agradeciendo la interrupción de Sungmin, y me avergüenza pensarlo.

Me pregunto qué haría Sungmin para interrumpir en el pasado. ¿Qué habrá visto? No quiero pensar en eso. Comida. Haré la comida. Me dedico a cortar las patatas. ¿Qué querría Sungmin? Mi mente se acelera… ¿tendrá que ver con D.O?

Diez minutos después, reaparecen, justo cuando la tortilla está lista. Jongin me mira; parece preocupado.

—Les informaré en diez minutos —le dice a Sungmin.

—Estaremos listos —contesta Sungmin, y sale de la estancia.

Yo saco dos platos calientes y los coloco sobre la encimera de la isla de la cocina.

—¿Comemos?

—Por favor —dice Jongin, y se sienta en uno de los taburetes de la barra.

Ahora me observa detenidamente.

—¿Problemas?

—No.

Tuerzo el gesto. No va a contármelo. Sirvo la comida y me siento a su lado, resignado a seguir sin saberlo. Jongin da un mordisco y dice, complacido:

—Está muy buena. ¿Te apetece una copa de vino?

—No, gracias.

He de mantener la cabeza clara contigo, Kim.

La tortilla sabe bien, pero no tengo mucha hambre. Sin embargo, como, sabiendo que si no Jongin me dará la lata. Al final él interrumpe nuestro silencio reflexivo y pone la pieza clásica que oí antes.

—¿Qué es? —pregunto.

—Canteloube, Canciones de la Auvernia. Esta se llama «Bailero».

—Es preciosa. ¿Qué idioma es?

—Francés antiguo; occitano, de hecho.

—Tú hablas francés. ¿Entiendes lo que dice?

Recuerdo el francés perfecto que habló durante la cena con sus padres…

—Algunas palabras, sí. —Jongin sonríe, visiblemente relajado—. Mi madre tenía un mantra: «un instrumento musical, un idioma extranjero, un arte marcial». Minho habla español; Minam y yo, francés, Minho toca la guitarra, yo el piano, y Minam el violonchelo.

—wow. ¿Y las artes marciales?

—Minho hace yudo. Minam se plantó a los doce años y se negó.

Sonríe al recordarlo.

—Ojalá mi madre hubiera sido tan organizada.

—La doctora Taeyeon es formidable en lo que se refiere a los logros de sus hijos.

—Debe de estar muy orgullosa de ti. Yo lo estaría.

En la cara de Jongin aparece un destello sombrío, y parece momentáneamente incómodo.

Me mira receloso, como si estuviera en un territorio ignoto.

—¿Has decidido qué te pondrás esta noche? ¿O he de escoger yo algo por ti? —dice en un tono repentinamente brusco.

¡Uf! Parece enfadado. ¿Por qué? ¿Qué he dicho?

—Eh… aún no. ¿Tú escogiste toda esa ropa?

—No, Luhan, no. Le di una lista y tu talla a una asesora personal de compras de Neiman. Debería quedarte bien. Para tu información, he contratado seguridad adicional para esta noche y los próximos días. D.O anda deambulando por las calles de Seul y es impredecible, así que lo más sensato es ser precavido. No quiero que salgas solo. ¿De acuerdo? Pestañeo.

—De acuerdo.

¿Qué ha pasado con lo de «Tengo que poseerte ahora», Kim?

—Bien. Voy a informarles. No tardaré mucho.

—¿Están aquí?

—Sí.

¿Dónde?

Recoge su plato, lo deja en el fregadero y sale de la estancia. ¿De qué demonios ha ido todo eso? Es como si hubiera varias personas distintas en un mismo cuerpo. ¿No es eso un síntoma de esquizofrenia? Tengo que buscarlo en Google.

Recojo mi plato, lo lavo rápidamente, y vuelvo a mi dormitorio llevando conmigo el dossier XIAO LUHAN. Entro en el vestidor y saco los tres trajes  de noche. A ver… ¿cuál?

Tumbado en la cama, contemplo mi Mac, mi iPad y mi BlackBerry. Estoy abrumado con tanta tecnología. Empiezo a transferir la lista de temas de Jongin del iPad al Mac, luego abro Google para navegar por la red.

Estoy echado sobre la cama enfrascada en la pantalla del Mac cuando entra Jongin.

—¿Qué estás haciendo? —inquiere con dulzura.

Paso un momento de pánico, preguntándome si debo dejarle ver la web que estoy consultando: «Trastorno de personalidad múltiple: los síntomas».

Se tumba a mi lado y echa un vistazo a la página, divertido.

—¿Esta web es por algún motivo? —pregunta en tono despreocupado.

El brusco Jongin ha desaparecido; el juguetón Jongin ha vuelto. ¿Cómo voy a seguir este ritmo?

—Investigo. Sobre una personalidad difícil.

Le dedico mi mirada más inexpresiva. Tuerce el labio reprimiendo una sonrisa.

—¿Una personalidad difícil?

—Mi proyecto favorito.

—¿Ahora soy un proyecto? Una actividad suplementaria. Un experimento científico, quizá. Y yo que creía que lo era todo. Joven Xiao, está hiriendo mis sentimientos.

—¿Cómo sabes que eres tú?

—Mera suposición.

—Es verdad que tú eres el único jodido y volátil controlador obsesivo que conozco íntimamente.

—Creía que era la única persona que conocías íntimamente —dice arqueando una ceja.

Me ruborizo.

—Sí, eso también.

—¿Has llegado ya a alguna conclusión?

Me giro y le miro. Está tumbado de lado junto a mí, con la cabeza apoyada en el codo y con una expresión tierna, alegre.

—Creo que necesitas terapia intensiva.

Alarga la mano y me recoge cariñosamente un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Yo creo que te necesito a ti. Aquí.

Me entrega una barra de lápiz labial.

Yo frunzo el ceño, perplejo. Son de un color fulana.

 Se que tengo rasgos delicados, pero no soy una chica y me niego a utilizar esto.

—¿Quieres que me ponga esto? —grito desconcertado

Se echa a reír.

—No, Luhan, si no quieres, no. Además, no creo que necesites labial para desear tus labios —añade con sequedad.

Se sienta en la cama con las piernas cruzadas y se quita la camisa. Oh, Dios…

—Me gusta tu idea de un mapa de ruta.

Le miro desconcertado. ¿Mapa de ruta?—De zonas restringidas —dice a modo de explicación.

—Oh. Lo dije en broma.

—Yo lo digo en serio.

—¿Quieres que te las dibuje, con carmín?

—Luego se limpia. Al final.

Eso significa que puedo tocarle donde quiera. Una sonrisita maravillada asoma en mis labios.

—¿Y con algo más permanente, como un rotulador?

—Podría hacerme un tatuaje.

Hay una chispa de ironía en sus ojos.

¿Kim Jongin con un tatuaje? ¿Estropear su precioso cuerpo que ya tiene tantas marcas?

¡Ni hablar!

—¡Nada de tatuajes! —digo riendo, para disimular mi horror.

—Pintalabios, pues.

Sonríe.

Apago el Mac, lo dejo a un lado. Esto puede ser divertido.

—Ven. —Me tiende la mano—. Siéntate encima de mí.

Me quito los zapatos, me siento y me arrastro hacia él. Jongin se tumba en la cama, pero mantiene las rodillas dobladas.

—Apóyate en mis piernas.

Me siento encima de él a horcajadas, como me ha dicho. Tiene los ojos muy abiertos y cautos. Pero también divertidos.

—Pareces… entusiasmado con esto —comenta con ironía.

—Siempre me encanta obtener información, señor Kim, y más si eso significa que podrás relajarte, porque yo ya sabré dónde están los límites.

Menea la cabeza, como si no pudiera creer que está a punto de dejarme dibujar por todo su cuerpo.

—Destapa el pintalabios —ordena.

Oh, está en plan super-mandón, pero no me importa.

—Dame la mano.

Yo le doy la otra mano.

—La del pintalabios —dice poniendo los ojos en blanco.

—¿Vas a ponerme esa cara?

—Sí.

—Eres muy maleducado, señor Kim. Yo sé de alguien que se pone muy violento cuando le hacen eso.

—¿Ah, sí? —replica irónico.

Le doy la mano con el pintalabios, y de repente se incorpora y estamos frente a frente.

—¿Preparado? —pregunta con un murmullo quedo y ronco, que tensa y comprime todas mis entrañas.

Oh, Dios.

—Sí —musito.

Su proximidad es seductora, su cuerpo torneado tan cerca, ese aroma a Jongin mezclado con  gel. Conduce mi mano hasta la curva de su hombro.

—Aprieta —susurra.

Me lleva desde el contorno de su hombro, alrededor del hueco del brazo y después hacia un lado de su torso, y a mí se me seca la boca. El pintalabios deja a su paso una franja ancha, de un rojo intenso. Jongin se detiene bajo sus costillas y me conduce por encima del estómago. Se tensa y me mira a los ojos, aparentemente impasible, pero, bajo esa expresión pretendidamente neutra, detecto autocontrol.

Contiene su aversión, aprieta la mandíbula, y aparece tensión alrededor de sus ojos. En mitad del estómago murmura:

—Y sube por el otro lado. Y me suelta la mano.

Yo copio la línea que he trazado sobre su costado izquierdo. La confianza que me está dando es embriagadora, pero la atempera el hecho de que llevo la cuenta de su dolor. Siete pequeñas marcas blancas y redondas salpican su torso, y es profundamente mortificador contemplar esa diabólica y odiosa profanación de su maravilloso cuerpo. ¿Quién le haría eso a un niño?

—Bueno, ya estoy —murmuro, reprimiendo la emoción.

—No, no estás —replica, y dibuja una línea con el dedo índice alrededor de la base de su cuello.

Yo resigo la línea del dedo con una franja escarlata. Al acabar, miro la inmensidad gris de sus ojos.

—Ahora la espalda —susurra.

Se remueve, de manera que he de bajarme de él, luego se da la vuelta y se sienta en la cama con las piernas cruzadas, de espaldas a mí.

—Sigue la línea desde mi pecho, y da toda la vuelta hasta el otro lado —dice con voz baja y ronca.

Hago lo que dice hasta que una línea púrpura divide su espalda por la mitad, y al hacerlo cuento más cicatrices que mancillan su precioso cuerpo. Nueve en total. Santo cielo. Tengo que reprimir un abrumador impulso de besar cada una de ellas, y evitar que el llanto inunde mis ojos. ¿Qué clase de animal haría esto? Mientras completo el circuito alrededor de su espalda, él mantiene la cabeza gacha y el cuerpo rígido.

—¿Alrededor del cuello también? —musito.

Asiente, y dibujo otra franja que converge con la primera que le rodea la base del cuello, por debajo del pelo.

—Ya está —susurro, y parece que lleve un peculiar chaleco de color piel con un ribete de rojo fulana.

Baja los hombros y se relaja, y se da la vuelta para mirarme otra vez.

—Estos son los límites —dice en voz baja.

Las pupilas de sus ojos oscuros se dilatan… ¿de miedo? ¿De lujuria? Yo quiero caer en sus brazos, pero me reprimo y le miro asombrado.

—Me parece muy bien. Ahora mismo quiero lanzarme en tus brazos —susurro.

Me sonríe con malicia y levanta las manos en un gesto de consentimiento.

—Bien, joven Xiao , soy todo tuyo.

Yo grito con placer infantil, me arrojo a sus brazos y le tumbo en la cama. Se gira y suelta una carcajada juvenil llena de alivio, ahora que la pesadilla ha terminado. Y, sin saber cómo, acabo debajo de él.

—Y ahora, lo que habíamos dejado para otro momento… —murmura, y su boca reclama la mía una vez más.

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