top of page

Cap 10

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sungi no tardará en volver —dice en voz baja.

—Mmm…

Abro los ojos parpadeantes y me encuentro con su dulce mirada gris. Dios… los suyos tienen un color extraordinario; sobre todo aquí, en mar abierto: reflejan la luz que reverbera en el agua y en el interior de la cabina a través de los pequeños ojos de buey.

—Aunque me encantaría estar aquí tumbado contigo toda la tarde, Sungi necesitará que le ayude con el bote. —Jongi  se inclina sobre mí y me besa dulcemente—. Estás tan hermoso ahora mismo, Lu, todo despeinado y tan sexy. Hace que te desee aún más.

Sonríe y se levanta de la cama. Yo me tumbo boca abajo y admiro las vistas.

—Tú tampoco estás mal, capitán.

Chasqueo los labios admirado y él sonríe satisfecho.

Le veo deambular con elegancia por el camarote mientras se viste. Ese maravilloso hombre acaba de hacerme el amor tiernamente otra vez. Apenas puedo creer la suerte que tengo. Apenas puedo creer que ese hombre sea mío. Se sienta a mi lado para ponerse los zapatos.

—Capitán, ¿eh? —dice con sequedad—. Bueno, soy el amo y señor de este barco.

Ladeo la cabeza.

—Tú eres el amo y señor de mi corazón, señor Kim. Y de mi cuerpo… y de mi alma.

Mueve la cabeza, incrédulo, y se inclina para besarme.

—Estaré en cubierta. Hay una ducha en el baño, si te apetece. ¿Necesitas algo? ¿Una copa? —pregunta solícito, y lo único que soy capaz de hacer es sonreírle.

¿Es este el mismo hombre? ¿Es el mismo Cincuenta?

—¿Qué pasa? —dice como reacción a mi bobalicona sonrisa.

—Tú.

—¿Qué pasa conmigo?

—¿Quién eres tú y qué has hecho con Jongin?

Tuerce la boca y sonríe con tristeza.

—No está muy lejos, nene —dice suavemente, y hay un deje melancólico en su voz que hace que inmediatamente lamente haberle hecho esa pregunta. Pero Jongin sacude la cabeza para desechar la idea—. No tardarás en verle —dice sonriendo—, sobre todo si no te levantas.

Se acerca y me da una palmada fuerte en el culo, y yo chillo y me río al mismo tiempo.

—Ya me tenías preocupado.

—¿Ah, sí? —Jongin arquea una ceja—. Emites señales contradictorias, Luhan. ¿Cómo podría alguien seguirte el ritmo? —Se inclina y vuelve a besarme—. Hasta luego, nene —añade y, con una sonrisa deslumbrante, se levanta y me deja a solas con mis dispersos pensamientos.

Cuando salgo a cubierta, Sungi está de nuevo a bordo, pero enseguida se retira a la cubierta superior en cuanto abro las puertas del salón. Jongin está con su BlackBerry. ¿Hablando con quién?, me pregunto. Se me acerca, me atrae hacia él y me besa el cabello.

—Una noticia estupenda… bien. Sí… ¿De verdad? ¿La escalera de incendios?… Entiendo…

Sí, esta noche.

Aprieta el botón de fin de llamada, y el ruido de los motores al ponerse en marcha me sobresalta. Sungi debe de estar arriba, en el puente de mando.

—Hora de volver —dice Jongin, y me besa una vez más mientras me coloca de nuevo el chaleco salvavidas.

Cuando volvemos al puerto deportivo, con el sol a nuestra espalda poniéndose en el horizonte, pienso en esta tarde maravillosa. Bajo la atenta y paciente tutela de Jongin, he estibado una vela mayor, un foque y una vela balón, y he aprendido a hacer un nudo cuadrado, un ballestrinque y un nudo margarita. Él ha mantenido los labios prietos durante toda la clase.

—Puede que un día de estos te ate a ti —mascullo en tono gruñón.

Él tuerce el gesto, divertido.

—Primero tendrá que atraparme, joven Xiao .Sus palabras me traen a la cabeza la imagen de él persiguiéndome por todo el apartamento, la excitación, y después sus espantosas consecuencias. Frunzo el ceño y me estremezco. Después de aquello, le dejé.

¿Le dejaría otra vez ahora que ha reconocido que me quiere? Levanto la vista hacia sus claros ojos grises. ¿Sería capaz de dejarle otra vez… me hiciera lo que me hiciese? ¿Podría traicionarle de ese modo? No. No creo que pudiera.

Me ha dado otro completo tour por este magnífico barco, explicándome todos los detalles del diseño, las técnicas innovadoras y los materiales de alta calidad que se utilizaron para construirlo. Recuerdo aquella primera entrevista, cuando le conocí. Entonces descubrí ya su pasión por los barcos. Creí que reservaba su entrega incondicional a los cargueros transoceánicos que construye su empresa… pero no, también los elegantes catamaranes de encanto tan sensual.

Y, por supuesto, me ha hecho el amor con dulzura, sin prisas. Recuerdo mi cuerpo arqueado y anhelante bajo sus expertas manos. Es un amante excepcional, de eso estoy seguro… aunque, claro, no tengo con quién compararle. Pero Tae hubiera alardeado más si esto fuera siempre así: no es propio de el callarse los detalles.

Pero ¿durante cuánto tiempo le bastará con esto? No lo sé, y el pensamiento resulta muy perturbador.

Ahora se sienta y me rodea con sus brazos, y yo permanezco en la seguridad de su abrazo durante horas —o eso me parece—, en un silencio cómodo y fraterno, mientras el Taeyeon se desliza y se acerca más y más a Seul. Yo llevo el timón, y Jongin me avisa cada vez que tengo que ajustar el rumbo.

—Hay una poesía en navegar tan antigua como el mundo —me dice al oído.

—Eso suena a cita.

Noto que sonríe.

—Lo es. Antoine de Saint-Exupéry.

—Oh… me encanta El principito.

—A mí también.

* * *

Comienza a caer la noche cuando Jongin, con sus manos todavía sobre las mías, nos conduce al interior de la bahía. Las luces de los barcos parpadean y se reflejan en el agua oscura, pero todavía hay algo de claridad: el atardecer es agradable y luminoso, el preludio de lo que sin duda será una puesta de sol espectacular.

Una pequeña multitud se congrega en el muelle cuando Jongin hace girar despacio el barco, en un espacio relativamente pequeño. Lo hace con destreza, atracando de nuevo en el. embarcadero del que habíamos zarpado. Sungi salta a tierra y amarra el Taeyeon a un noray.

—Ya estamos de vuelta —murmura Jongin.

—Gracias —susurro tímidamente—. Ha sido una tarde perfecta. Jongin me sonríe.

—Yo pienso lo mismo. Quizá deberíamos matricularte en una escuela náutica, y así podríamos salir durante unos días, tú y yo solos.

—Me encantaría. Podríamos estrenar el dormitorio una y otra vez.

Se inclina y me besa bajo la oreja.

—Mmm… estoy deseándolo, Luhan —susurra, y consigue que se me erice todo el vello del cuerpo.

¿Cómo lo hace?

—Vamos, el apartamento es seguro. Podemos volver.

—¿Y las cosas que tenemos en el hotel?

—Sungmin ya las ha recogido.

¡Oh! ¿Cuándo?

—Hoy a primera hora —contesta Jongin antes de que le plantee la pregunta—, después de haber examinado el Taeyeon con su equipo.

—¿Y ese pobre hombre cuándo duerme?—Duerme. —Jongin, desconcertado, arquea una ceja—. Simplemente cumple con su deber, Luhan, y lo hace muy bien. Es una suerte contar con Sung.

—¿Sung?

—Lee Sungmin.

Pensaba que Sungmin era un nombre de completo. Sung… Es un nombre que le pega: serio y responsable, fiable. Por alguna razón, eso me hace sonreír. Jongin me mira pensativo y comenta:

—Tú aprecias a Sungmin.

—Supongo que sí.

Su comentario me confunde. Él frunce el ceño.

—No me siento atraído por él, si es eso lo que te hace poner mala cara. Déjalo ya.

Jongin hace algo parecido a un mohín, como enfurruñado.

Dios… a veces es como un niño.

—Opino que Sungmin cuida muy bien de ti. Por eso me gusta. Me parece un hombre que inspira confianza, amable y leal. Lo aprecio en un sentido paternal.

—¿Paternal?

—Sí.

—Bien, paternal.

Jongin parece analizar la palabra y su significado. Me echo a reír.

—Oh, Jongin, por favor, madura un poco.

Él abre la boca, sorprendido ante mi salida, pero luego piensa en lo que he dicho y tuerce el gesto.

—Lo intento —dice finalmente.

—Se nota. Y mucho —le digo con cariño, pero después pongo los ojos en blanco.

—Qué buenos recuerdos me trae verte hacer ese gesto, Luhan —dice con una gran sonrisa.

—Bueno, si te portas bien a lo mejor revivimos alguno de esos recuerdos —replico con aire cómplice.

Él hace una mueca irónica.

—¿Portarme bien? —Levanta las cejas—. Francamente, joven Xiao, ¿qué le hace pensar que quiera revivirlos?

—Seguramente porque, cuando lo he dicho, tus ojos han brillado como luces navideñas.

—Qué bien me conoces ya —dice con cierta sequedad.

—Me gustaría conocerte mejor.

Sonríe con dulzura.

—Y a mí a ti, Luhan.

—Jongin, Sungi.

Jongin estrecha la mano de Sung Hye y baja al muelle.

—Siempre es un placer, señor Kim. Adiós. Y, Lu, encantado de conocerte.

Le doy la mano con timidez. Debe de saber a qué nos hemos dedicado Jongin y yo mientras él estaba en tierra.

—Que tengas un buen día, Sungi, y gracias.

Me sonríe y me guiña el ojo, haciendo que me ruborice. Jongin me coge de la mano y subimos por el muelle hacia el paseo marítimo.

—¿De dónde es Sungi? —pregunto, intrigado por su acento.

—Irlandés… del norte de Irlanda —concreta Jongin.

—¿Es amigo tuyo?

—¿Sungi? Trabaja para mí. Ayudó a construir el Taeyeon.

—¿Tienes muchos amigos?

Frunce el ceño.

—La verdad es que no. Dedicándome a lo que me dedico… no puedo cultivar muchas amistades. Solo está…Se calla y se pone muy serio, y soy consciente de que iba a mencionar a la señora Park.

—¿Tienes hambre? —pregunta para cambiar de tema.

Asiento. La verdad es que estoy hambriento.

—Cenaremos donde dejé el coche. Vamos.

Al lado del SP hay un pequeño bistró italiano llamado Bee’s. Me recuerda al local de Busan: unas pocas mesas y reservados, con una decoración muy moderna y alegre, y una gran fotografía en blanco y negro de una celebración de principios de siglo a modo de mural.

Jongin y yo nos sentamos en un reservado, y echamos un vistazo al menú mientras degustamos un Frascati suave y delicioso. Cuando levanto la vista de la carta, después de haber elegido lo que quiero, Jongin me está mirando fijamente, pensativo.

—¿Qué pasa?

—Estás muy guapo, Luhan. El aire libre te sienta bien.

Me ruborizo.

—Pues la verdad es que me arde la cara por el viento. Pero he pasado una tarde estupenda.

Una tarde perfecta. Gracias.

En sus ojos brilla el cariño.

—Ha sido un placer —musita.

—¿Puedo preguntarte una cosa?

Estoy decidido a obtener información.

—Lo que quieras, Luhan. Ya lo sabes.

Ladea la cabeza. Está encantador.

—No pareces tener muchos amigos. ¿Por qué?

Encoge los hombros y frunce el ceño.

—Ya te lo he dicho, la verdad es que no tengo tiempo. Están mis socios empresariales… aunque eso es muy distinto a tener amigos, supongo. Tengo a mi familia y ya está. Aparte de Bom.

Ignoro que ha mencionado a esa bruja.

—¿Ningún amigo varón de tu misma edad para salir a desahogarte?

—Tú ya sabes cómo me gusta desahogarme, Luhan. —Jongin hace una leve mueca—.

Y me he dedicado a trabajar, a levantar mi empresa. —Parece desconcertado—. No hago nada más; salvo navegar y volar de vez en cuando.

—¿Ni siquiera en la universidad?

—La verdad es que no.

—¿Solo Bom, entonces?

Asiente, con cautela.

—Debes de sentirte solo.

Sus labios esbozan una media sonrisa melancólica.

—¿Qué te apetece comer? —pregunta, volviendo a cambiar de tema.

—Me inclino por el risotto.

—Buena elección.

Jongin avisa al camarero y da por terminada la conversación.

Después de pedir, me revuelvo incómodo en la silla y fijo la mirada en mis manos entrelazadas. Si tiene ganas de hablar, he de aprovecharlo.

Tengo que hablar con él de cuáles son sus expectativas, sus… necesidades.

—Luhan, ¿qué pasa? Dime.

Levanto la vista hacia su rostro preocupado.

—Dime —repite con más contundencia, y su preocupación se convierte ¿en qué… miedo... Ira?

Suspiro profundamente.

—Lo que más me inquieta es que no tengas bastante con esto. Ya sabes… para desahogarte. Tensa la mandíbula y su mirada se endurece.

—¿He manifestado de algún modo que no tenga bastante con esto?—No.

—Entonces, ¿por qué lo piensas?

—Sé cómo eres. Lo que… eh… necesitas —balbuceo.

Cierra los ojos y se masajea la frente con sus largos dedos.

—¿Qué tengo que hacer? —dice en voz tan baja que resulta alarmante, como si estuviera enfadado, y se me encoge el corazón.

—No, me has malinterpretado: te has comportado maravillosamente, y sé que solo han pasado unos días, pero espero no estar obligándote a ser alguien que no eres.

—Sigo siendo yo, Luhan… con todas las cincuenta sombras de mi locura. Sí, tengo que luchar contra el impulso de ser controlador… pero es mi naturaleza, la manera en que me enfrento a la vida. Sí, espero que te comportes de una determinada manera, y cuando no lo haces supone un desafío para mí, pero también es un soplo de aire fresco. Seguimos haciendo lo que me gusta hacer a mí. Dejaste que te golpeara ayer después de aquella espantosa puja. —Esboza una sonrisa placentera al recordarlo—. Yo disfruto castigándote. No creo que ese impulso desaparezca nunca… pero me esfuerzo, y no es tan duro como creía.

Me estremezco y enrojezco al recordar nuestro encuentro clandestino en el dormitorio de su infancia.

—Eso no me importó —musito con timidez.

—Lo sé. —Sus labios se curvan en una sonrisa reacia—. A mí tampoco. Pero te diré una cosa, Luhan: todo esto es nuevo para mí, y estos últimos días han sido los mejores de mi vida. No quiero que cambie nada.

¡Oh!

—También han sido los mejores de mi vida, sin duda —murmuro, y se le ilumina la cara.

La diosa que llevo dentro asiente febril, dándome fuertes codazos. Vale, vale, ya lo sé…

—Entonces, ¿no quieres llevarme a tu cuarto de juegos?

Traga saliva y palidece, con el rostro totalmente serio.

—No, no quiero.

—¿Por qué no? —musito.

No es la respuesta que esperaba.

Y sí, ahí está… esa punzada de decepción. La diosa que llevo dentro hace un mohín y da patadas en el suelo con los brazos cruzados, como una cría enfurruñada.

—La última vez que estuvimos allí me abandonaste —dice en voz baja—. Pienso huir de cualquier cosa que pueda provocar que vuelvas a dejarme. Cuanto te fuiste me quedé destrozado.

Ya te lo he contado. No quiero volver a sentirme así. Ya te he dicho lo que siento por ti. Sus ojos grises, enormes e intensos, rezuman sinceridad.

—Pero no me parece justo. Para ti no puede ser bueno… estar constantemente preocupado por cómo me siento. Tú has hecho todos esos cambios por mí, y yo… creo que debería corresponderte de algún modo. No sé, quizá… intentar… algunos juegos haciendo distintos personajes —tartamudeo, con la cara del color de las paredes del cuarto de juegos.

¿Por qué es tan difícil hablar de esto? He practicado todo tipo de sexo pervertido con este hombre, cosas de las que ni siquiera había oído hablar hace unas semanas, cosas que nunca había creído posibles, y, sin embargo, lo más difícil de todo es hablar de esto con él.

—Ya me correspondes, Lu, más de lo que crees. Por favor, no te sientas así.

El Jongin despreocupado ha desaparecido. Ahora tiene los ojos muy abiertos con expresión alarmada, y verlo así resulta desgarrador.

—Nene, solo ha pasado un fin de semana. Démonos tiempo. Cuando te marchaste, pensé mucho en nosotros. Necesitamos tiempo. Tú necesitas confiar en mí y yo en ti. Quizá más adelante podamos permitírnoslo, pero me gusta cómo eres ahora. Me gusta verte tan contento, tan relajado y despreocupado, sabiendo que yo tengo algo que ver en ello. Yo nunca he… —Se calla y se pasa la mano por el pelo—. Para correr, primero tenemos que aprender a andar.

De repente sonríe.

—¿Qué tiene tanta gracia?—Flynn. Dice eso constantemente. Nunca creí que le citaría.

—Un flynnismo.

Jongin se ríe.

—Exacto.

Llega el camarero con los entrantes y la brocheta, y en cuanto cambiamos de conversación Jongin se relaja.

Cuando nos colocan delante nuestros pantagruélicos platos, no puedo evitar pensar en cómo he visto a Jongin hoy: relajado, feliz y despreocupado. Como mínimo ahora se ríe, vuelve a estar a gusto.

Cuando empieza a interrogarme sobre los lugares donde he estado, suspiro de alivio en mi fuero interno. El tema se acaba enseguida, ya que no he estado en ningún sitio fuera de Corea continental. En cambio, él ha viajado por todo el mundo, e iniciamos una charla más alegre y sencilla sobre todos los lugares que él ha visitado.

* * *

Después de la sabrosa y contundente cena, Jongin conduce de vuelta al Escala. Por los altavoces se oye la voz dulce y melodiosa de Eva Cassidy, y eso me proporciona un apacible interludio para pensar. He tenido un día asombroso; la doctora; nuestra ducha; la admisión de Jongin; hacer el amor en el hotel y en el barco; comprar el coche. Incluso el propio Jongin se ha mostrado tan distinto… Es como si se hubiera desprendido de algo, o hubiera redescubierto algo… no sé.

¿Quién habría imaginado que pudiera ser tan dulce? ¿Lo sabría él?

Cuando le miro, él también parece absorto en sus pensamientos. Y caigo en la cuenta de que él no ha tenido en realidad una adolescencia… una normal, al menos.

Mi mente vaga errática hasta la fiesta de la noche anterior y mi baile con el doctor Flynn, y el miedo de Jongin a que este me lo hubiera contado todo sobre él. Jongin sigue ocultándome algo. ¿Cómo podemos avanzar en nuestra relación si él se siente de ese modo?

Cree que podría dejarle si le conociera. Cree que podría dejarle si fuera tal como es. Oh, este hombre es muy complicado.

A medida que nos acercamos a su casa, empieza a irradiar una tensión que se hace palpable. Desde el coche examina las aceras y los callejones laterales, sus ojos escudriñan todos los rincones, y sé que está buscando a D.o. Yo empiezo también a mirar. Todas los chicos castaños son sospechosos, pero no lo vemos.

Cuando entramos en el garaje, su boca se ha convertido en una línea tensa y adusta. Me pregunto por qué hemos vuelto aquí si va a estar tan nervioso y cauto. Shindong está en el garaje, vigilando, y se acerca a abrirme la puerta en cuanto Jongin aparca al lado del SUV. El Audi destrozado ya no está.

—Hola, Shindong —le saludo.

—Joven Xiao. —Asiente—. Señor Kim.

—¿Ni rastro? —pregunta Jongin.

—No, señor.

Jongin asiente, me coge la mano y vamos hacia el ascensor. Sé que su cerebro no para de trabajar; está totalmente abstraído. En cuanto entramos se vuelve hacia mí.

—No tienes permiso para salir de aquí solo bajo ningún concepto. ¿Entendido? —me espeta.

—De acuerdo.

Vaya… tranquilo. Sin embargo, su actitud me hace sonreír. Tengo ganas de abrazarme a mí mismo: este hombre, tan dominante y brusco conmigo… Me asombra que hace solo una semana me pareciera tan amenazador cuando me hablaba de ese modo. Pero ahora le comprendo mucho mejor. Ese es su mecanismo para afrontar las situaciones. Está muy preocupado por lo de D.o, me quiere y quiere protegerme.

—¿Qué te hace tanta gracia? —murmura con un deje de ironía en la voz.

—Tú.

—¿Yo,joven Xiao? ¿Por qué le hago gracia? —dice con un mohín. Los mohines de Jongin son tan… sensuales.

—No pongas morritos.

—¿Por qué? —pregunta, cada vez más divertido.

—Porque provoca el mismo efecto en mí que el que tiene en ti que yo haga esto.

Y me muerdo el labio inferior.

Él arquea las cejas, sorprendido y complacido al mismo tiempo.

—¿En serio?

Vuelve a hacer un mohín y se inclina para darme un beso fugaz y casto.

Yo alzo los labios para unirlos a los suyos, y durante la milésima de segundo en que se rozan nuestras bocas, la naturaleza de su beso cambia, y un fuego arrasador originado en ese íntimo punto de contacto se expande por mis venas y me impulsa hacia él.

De pronto mis dedos se enredan en sus cabellos y él me empuja contra la pared del ascensor, sujeta mi cara entre sus manos y nuestras lenguas se entrelazan. Y no sé si los confines del ascensor hacen que todo sea más real, pero noto su necesidad, su ansiedad, su pasión. Dios… Le deseo, aquí, ahora.

El ascensor se detiene con un sonido metálico, las puertas se abren y Jongin aparta ligeramente su cara de la mía, sus caderas aún inmovilizándome contra la pared y su erección presionando contra mi cuerpo.

—Vaya —murmura sin aliento.

—Vaya —repito, e inspiro una bocanada de aire para llenar mis pulmones.

Me mira con ojos ardientes.

—Qué efecto tienes en mí, Lu.

Y con el pulgar resigue mi labio inferior.

Por el rabillo del ojo veo a Sungmin, que da un paso atrás y queda fuera de mi vista. Me alzo para besar a Jongin en la comisura de esos labios maravillosamente perfilados.

—El que tú tienes en mí, Jongin.

Se aparta y me da la mano. Ahora tiene los ojos más oscuros, entornados.

—Ven —ordena.

Sungmin sigue en la entrada, esperándonos con discreción.

—Buenas noches, Sungmin —dice Jongin en tono cordial.

—Señor Kim, joven Xiao.

—Ayer fui el joven Lee —le digo sonriendo, y él se pone rojo.

—También suena bien, joven Xiao —dice Sungmin con total naturalidad.

—Yo pienso lo mismo.

Jongin me coge la mano con más fuerza, y pone mala cara.

—Si ya habéis terminado los dos, me gustaría un informe rápido.

Mira fijamente a Sungmin, que ahora parece incómodo, y a mí se me encogen las entrañas. He sobrepasado el límite.

—Lo siento —le digo en silencio a Sungmin, que se encoge de hombros y me sonríe con amabilidad antes de darme la vuelta para seguir a Jongin.

—Ahora vuelvo contigo. Antes tengo que decirle una cosa al  joven Xiao —le dice Jongin a Sungmin, y sé que tengo problemas.

Jongin me lleva a su dormitorio y cierra la puerta.

—No coquetees con el personal, Luhan —me reprende.

Abro la boca para defenderme, luego la cierro y vuelvo a abrirla otra vez.

—No coqueteaba. Era amigable… hay una diferencia.

—No seas amigable con el personal ni coquetees con ellos. No me gusta.

Oh. Adiós al Jongin despreocupado.

—Lo siento —musito y me miro las manos.

No me había hecho sentir como un niño pequeño en todo el día. Me coge la barbilla y me levanta la cabeza para que le mire a los ojos.

—Ya sabes lo celoso que soy —murmura.—No tienes motivos para ser celoso, Jongin. Soy tuyo en cuerpo y alma.

Pestañea varias veces como si le costara procesar ese hecho. Se inclina y me besa fugazmente, pero sin la pasión que sentíamos hace un momento en el ascensor.

—No tardaré. Ponte cómodo —dice de mal humor, da media vuelta y me deja ahí plantado en el dormitorio, aturdido y confuso.

¿Por qué demonios podría tener celos de Sungmin? Niego con la cabeza, sin poder dar crédito.

Miro el despertador y observo que acaban de dar las ocho. Decido preparar la ropa que llevaré mañana al trabajo. Subo a mi habitación y abro el vestidor. Está vacío. Todos los trajes han desaparecido. ¡Oh, no! Jongin me ha tomado la palabra y se ha deshecho de toda la ropa. Maldita sea…

Mi subconsciente me fulmina con la mirada. Bien, te lo mereces, por bocazas.

¿Por qué me ha tomado la palabra? Las advertencias de mi madre vuelven a resonar en mi cabeza: «Los hombres son muy cuadriculados, cielo, se lo toman todo al pie de la letra».

Observo el espacio vacío con desolación. Había prendas muy bonitas, como el vestido plateado que llevé al baile.

Paseo desconsolado por la habitación. Un momento… ¿qué está pasando aquí? También ha desaparecido el iPad. ¿Y dónde está mi Mac? Oh, no. Lo primero que pienso, de forma poco compasiva, es que quizá los haya robado D.o.

Bajo las escaleras corriendo y vuelvo al cuarto de Jongin. Sobre la mesita están mi Mac mi iPad y mi mochila. Está todo aquí.

Abro la puerta del vestidor. Toda mi ropa está aquí también, compartiendo espacio con la de Jongin. ¿Cuándo ha ocurrido todo esto? ¿Por qué nunca me avisa cuando hace estas cosas?

Me doy la vuelta y él está de pie en el umbral.

—Ah, ya lo han traído todo —comenta con aire distraído.

—¿Qué pasa? —pregunto.

Tiene el semblante sombrío.

—Sungmin cree que D.o entró por la escalera de emergencia. Debía de tener una llave. Ya han cambiado todas las cerraduras. El equipo de Sungmin ha registrado todas las estancias del apartamento. No está aquí. —Hace una pausa y se pasa una mano por el pelo—. Ojalá hubiera sabido dónde estaba. Está esquivando todos nuestros intentos de encontrarlo, y necesita ayuda. Frunce el ceño, y mi anterior enfado desaparece. Le abrazo. Él me envuelve con su cuerpo y me besa la cabeza.

—¿Qué harás cuando la encuentres? —pregunto.

—El doctor Flynn tiene una plaza para él.

—¿Y qué pasa con su marido?

—No quiere saber nada de él —contesta Jongin con amargura—. Su familia vive en Gwangju. Creo que ahora anda por ahí solo.

—Qué triste…

—¿Te parece bien que haya hecho que traigan tus cosas aquí? Quería compartir la habitación contigo —murmura.

Vaya, otro rápido cambio de tema.

—Sí.

—Quiero que duermas conmigo. Cuando estás conmigo no tengo pesadillas.

—¿Tienes pesadillas?

—Sí.

Le abrazo más fuerte. Por Dios… Más cargas del pasado. Se me encoge el corazón por este hombre.

—Iba a prepararme la ropa para ir a trabajar mañana —aclaro.

—¡A trabajar! —exclama Jongin como si hubiera dicho una palabrota, me suelta y me fulmina con la mirada.

—Sí, a trabajar —replico, desconcertado ante su reacción.

Se me queda mirando sin dar crédito.—Pero D.o aún anda suelto por ahí. —Hace una breve pausa—. No quiero que vayas a trabajar.

¿Qué?

—Eso es una tontería, Jongin. He de ir a trabajar.

—No, no tienes por qué.

—Tengo un trabajo nuevo, que me gusta. Claro que he de ir a trabajar.

¿A qué se refiere?

—No, no tienes por qué —repite con énfasis.

—¿Te crees que me voy a quedar aquí sin hacer nada mientras tú andas por ahí salvando al mundo?

—La verdad… sí.

Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… dame fuerzas.

—Jongin, yo necesito trabajar.

—No, no lo necesitas.

—Sí… lo… necesito. —le repito despacio, como si fuera un crío.

—Es peligroso —dice torciendo el gesto.

—Jongin… yo necesito trabajar para ganarme la vida, y además no me pasará nada.

—No, tú no necesitas trabajar para ganarte la vida… ¿y cómo puedes estar tan seguro de que no te pasará nada?

Está prácticamente gritando.

¿Qué quiere decir? ¿Acaso piensa mantenerme? Oh, esto es totalmente ridículo. ¿Cuánto hace que le conozco… cinco semanas?

Ahora está muy enfadado. Sus tormentosos ojos centellean, pero no me importa en absoluto.

—Por Dios santo, Jongin, D.o estaba a los pies de tu cama y no me hizo ningún daño. Y sí, yo necesito trabajar. No quiero deberte nada. Tengo que pagar el préstamo de la universidad. Aprieta los labios y yo pongo los brazos en jarras. No pienso ceder en esto. ¿Quién se cree que es?

—No quiero que vayas a trabajar.

—No depende de ti, Jongin. La decisión no es tuya.

Se pasa la mano por el pelo mientras sus ojos me fulminan. Pasamos segundos, minutos, sin dejar de retarnos con la mirada.

—Shindong te acompañará.

—Jongin, no es necesario. No tiene ninguna lógica.

—¿Lógica? —gruñe—. O te acompaña, o verás lo ilógico que puedo ser para retenerte aquí.

¿No sería capaz? ¿O sí?

—¿Qué harías exactamente?

—Ah, ya se me ocurriría algo, Luhan. No me provoques.

—¡De acuerdo! —acepto, levantando las dos manos para apaciguarle.

Maldita sea… Cincuenta ha vuelto para vengarse.

Permanecemos ahí de pie, fulminándonos con la mirada.

—Muy bien: Shindong puede venir conmigo, si así te quedas más tranquilo —cedo finalmente y pongo los ojos en blanco.

Jongin entorna los suyos y avanza hacia mí, amenazante. Inmediatamente, doy un paso atrás. Él se detiene y suspira profundamente, cierra los ojos y se mesa el cabello con las dos manos. Oh, no. Cincuenta sigue en plena forma.

—¿Quieres que te enseñe el resto del apartamento?

¿Enseñarme el…? ¿Es una broma?

—Vale —musito cauteloso.

Nuevo cambio de rumbo: el señor Voluble ha vuelto. Me tiende la mano y, cuando la acepto, aprieta la mía con suavidad.

—No quería asustarte.

—No me has asustado. Solo estaba a punto de salir corriendo —bromeo.—¿Salir corriendo? —dice Jongin, abriendo mucho los ojos.

—¡Es una broma!

Por Dios…

Salimos del vestidor y aprovecho el momento para calmarme, pero la adrenalina sigue circulando a raudales por mi cuerpo. Una pelea con Cincuenta no es algo que pueda tomarse a la ligera.

Me da una vuelta por todo el apartamento, enseñándome las distintas habitaciones. Aparte del cuarto de juegos y tres dormitorios más en el piso de arriba, descubro con sorpresa que Sungmin y la señora Jones disponen de un ala para ellos solos: una cocina, un espacioso salón y un cuarto para cada uno. La señora Jones todavía no ha vuelto de visitar a su hermana, que vive en Busan.

En la planta baja me llama la atención un cuarto situado enfrente de su estudio: una sala con una inmensa pantalla de televisión de plasma y varias videoconsolas. Resulta muy acogedora.

—¿Así que tienes una Xbox? —bromeo.

—Sí, pero soy malísimo. Minho siempre me gana. Tuvo gracia cuando creíste que mi cuarto de juegos era algo como esto.

Me sonríe divertido, su arrebato ya olvidado. Gracias a Dios que ha recobrado el buen humor.

—Me alegra que me considere gracioso señor Kim —contesto con altanería.

—Pues lo es usted, joven Xiao… cuando no se muestra exasperante, claro.

—Suelo mostrarme exasperante cuando usted es irracional.

—¿Yo? ¿Irracional?

—Sí, señor Kim, irracional podría ser perfectamente su segundo nombre.

—Yo no tengo segundo nombre.

—Pues irracional le quedaría muy bien.

—Creo que eso es opinable, joven Xiao.

—Me interesaría conocer la opinión profesional del doctor Flynn.

Jongin sonríe.

Ven —ordena.

Salgo de la sala de la televisión detrás de él, cruzamos el gran salón hasta el pasillo principal, pasamos por un cuarto de servicio y una bodega impresionante, y llegamos al despacho de Sungmin, muy amplio y bien equipado. Sungmin se pone de pie cuando entramos. Hay espacio suficiente para albergar una mesa de reuniones para seis. Sobre un gran escritorio hay una serie de monitores. No tenía ni idea de que el apartamento tuviera circuito cerrado de televisión. Por lo visto controla la terraza, la escalera, el ascensor de servicio y el vestíbulo.

—Hola, Sungmin. Le estoy enseñando el apartamento a Luhan.

Sungmin asiente pero no sonríe. Me pregunto si le habrán amonestado también. ¿Y por qué sigue trabajando todavía? Cuando le sonrío, asiente educadamente. Jongin me coge otra vez de la mano y me lleva a la biblioteca.

—Y, por supuesto, aquí ya has estado.

Jongin abre la puerta. Señalo con la cabeza el tapete verde de la mesa de billar.

—¿Jugamos? —pregunto.

Jongin sonríe, sorprendido.

—Vale. ¿Has jugado alguna vez?

—Un par de veces —miento, y él entorna los ojos y ladea la cabeza.

—Eres un mentiroso sin remedio, Luhan. Ni has jugado nunca ni…

—¿Te da miedo competir? —pregunto, pasándome la lengua por los labios.

—¿Miedo de un crío como tú? —se burla Jongin con buen humor.

—Una apuesta, señor Kim.—¿Tan seguro está, joven Xiao? —Sonríe divertido e incrédulo al mismo tiempo—.

¿Qué le gustaría apostar?

—Si gano yo, vuelves a llevarme al cuarto de juegos.

Se me queda mirando, como si no acabara de entender lo que he dicho.

—¿Y si gano yo? —pregunta, una vez recuperado de su estupefacción.

—Entonces, escoges tú.

Tuerce el gesto mientras medita la respuesta.

—Vale, de acuerdo. ¿A qué quieres jugar: billar americano, inglés o a tres bandas?

—Americano, por favor. Los otros no los conozco.

De un armario situado bajo una de las estanterías, Jongin saca un estuche de piel alargado.

En el interior forrado en terciopelo están las bolas de billar. Con rapidez y eficiencia, coloca las bolas sobre el tapete. Creo que nunca he jugado en una mesa tan grande. Jongin me da un taco y un poco de tiza.

—¿Quieres sacar?

Finge cortesía. Está disfrutando: cree que va a ganar.

—Vale.

Froto la punta del taco con la tiza, y soplo para eliminar la sobrante. Miro a Jongin a través de las pestañas y su semblante se ensombrece.

Me coloco en línea con la bola blanca y, con un toque rápido y limpio, impacto en el centro del triángulo con tanta fuerza que una bola listada sale rodando y cae en la tornera superior derecha. El resto de las bolas han quedado diseminadas.

—Escojo las listadas —digo con ingenuidad y sonrío a Jongin con timidez.

Él asiente divertido.

—Adelante —dice educadamente.

Consigo que entren en las troneras otras tres bolas en rápida sucesión. Estoy dando saltos de alegría por dentro. En este momento siento una gratitud enorme hacia Sehun por haberme enseñado a jugar a billar, y a jugar tan bien. Jongin observa impasible, sin expresar nada, pero parece que ya no se divierte tanto. Fallo la bola listada verde por un pelo.

—¿Sabes, Luhan?, podría estar todo el día viendo cómo te inclinas y te estiras sobre esta mesa de billar —dice con pícara galantería.

Me ruborizo. Él sonríe satisfecho. Intenta despistarme del juego, el muy cabrón. Se quita el jersey beis, lo tira sobre el respaldo de una silla, me mira sonriente y se dispone a hacer la primera tirada.

Se inclina sobre la mesa. Se me seca la boca. Oh, ahora sé a qué ese refería. Jongin, con vaqueros ajustados y una camiseta blanca, inclinándose así… es algo digno de ver. Casi pierdo el hilo de mis pensamientos. Mete cuatro bolas rápidamente, y luego falla al intentar introducir la blanca.

—Un error de principiante, señor Kim —me burlo.

Sonríe con suficiencia.

—Ah, joven Xiao, yo no soy más que un pobre mortal. Su turno, creo —dice, señalando la mesa.

—No estarás intentando perder a propósito, ¿verdad?

—No, no, Luhan. Con el premio que tengo pensado, quiero ganar. —Se encoge de hombros con aire despreocupado—. Pero también es verdad que siempre quiero ganar.

Le miro desfiante con los ojos entornados. Muy bien, entonces… Me alegro de llevar la blusa azul, que es bastante escotada. Me paseo alrededor de la mesa, agachándome a la menor oportunidad y dejando que Jongin le eche un vistazo a mi escote. A este juego pueden jugar dos. Le miro.

—Sé lo que estás haciendo —murmura con ojos sombríos.

Ladeo la cabeza con coquetería, acaricio el taco y deslizo la mano arriba y abajo muy despacio.

—Oh, estoy decidiendo cuál será mi siguiente tirada —señalo con aire distraído. Me inclino sobre la mesa y golpeo la bola naranja para dejarla en una posición mejor. Me planto directamente delante de Jongin y cojo el resto de debajo de la mesa. Me coloco para la próxima tirada, recostado sobre el tapete. Oigo que Jongin inspira con fuerza y, naturalmente, fallo el tiro. Maldición…

Él se coloca detrás de mí mientras todavía estoy inclinado sobre la mesa, y pone las manos en mis nalgas. Mmm…

—¿Está contoneando esto para provocarme, joven Xiao ?

Y me da una palmada, fuerte.

Jadeo.

—Sí —contesto en un susurro, porque es verdad.

—Ten cuidado con lo que deseas, nene.

Me masajeo el trasero mientras él se dirige hacia el otro extremo de la mesa, se inclina sobre el tapete y hace su tirada. Golpea la bola roja, y la mete en la tronera izquierda. Apunta a la amarilla, superior derecha, y falla por poco. Sonrío.

—Cuarto rojo, allá vamos —le provoco.

Él apenas arquea una ceja y me indica que continúe. Yo apunto a la bola verde y, por pura chiripa, consigo meter la última bola naranja.

—Escoge la tronera —murmura Jongin, y es como si estuviera hablando de otra cosa, de algo oscuro y desagradable.

—Superior izquierda.

Apunto a la bola negra y le doy, pero fallo. Por mucho. Maldita sea.

Jongin sonríe con malicia, se inclina sobre la mesa y, con un par de tiradas, se deshace de las dos lisas restantes. Casi estoy jadeando al ver su cuerpo ágil y flexible reclinándose sobre el tapete. Se levanta, pone tiza al taco y me clava sus ojos ardientes.

—Si gano yo…

¿Oh, sí?

—Voy a darte unos azotes y después te follaré sobre esta mesa.

Dios… Todos los músculos de mi vientre se contraen.

—Superior derecha —dice en voz baja, apunta a la bola negra y se inclina para tirar.

Ir al cap. anterior

Ir al cap siguiente

bottom of page