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Capitulo 4

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bésame, maldita sea!, le suplico, pero no puedo moverme. Un extraño y desconocido deseo me paraliza. Estoy totalmente cautivado. Observo fascinado la boca de Kim Jongin, y él me observa a mí con una mirada velada, con ojos cada vez más impenetrables. Respira más deprisa de lo normal, y yo he dejado de respirar. Estoy entre tus brazos. Bésame, por favor. Cierra los ojos, respira muy hondo y mueve ligeramente la cabeza, como si respondiera a mi silenciosa petición. Cuando vuelve a abrirlos, ha recuperado la determinación, ha tomado una férrea decisión.

—Luhan, deberías mantenerte alejado de mí. No soy un hombre bueno para ti —suspira.

¿Qué? ¿A qué viene esto? Se supone que soy yo el que debería decidirlo. Frunzo el ceño y muevo la cabeza en señal de negación.

—Respira, Luhan, respira. Voy a ayudarte a ponerte en pie y a dejarte marchar —me dice en voz baja.

Y me aparta suavemente.

Me ha subido la adrenalina por todo el cuerpo, por el ciclista que casi me atropella o por la embriagadora proximidad de Jongin, y me siento paralizado y débil. ¡NO!, grita mi mente mientras se aparta dejándome desamparado. Apoya las manos en mis hombros, a cierta distancia, y observa atentamente mi reacción. Y lo único que puedo pensar es que quería que me besara, que era obvio, pero no lo ha hecho. No me desea. La verdad es que no me desea. He fastidiado soberanamente la cita.

—Quiero decirte una cosa —le digo tras recuperar la voz— Gracias —musito hundido en la humillación.

¿Cómo he podido malinterpretar hasta tal punto la situación entre nosotros? Tengo que apartarme de él.

—¿Por qué?

Frunce el ceño. No ha retirado las manos de mis hombros.

—Por salvarme —susurro.

—Ese idiota iba contra dirección. Me alegro de haber estado aquí. Me dan escalofríos solo de pensar lo que podría haberte pasado. ¿Quieres venir a sentarte un momento en el hotel?

Me suelta y baja las manos. Estoy frente a él y me siento como un tonto.

Intento aclararme las ideas. Solo quiero marcharme. Todas mis vagas e incoherentes esperanzas se han frustrado. No me desea. ¿En qué estaba pensando?, me riño a mí mismo. ¿Qué le iba a interesar a Kim Jongin de ti?, se burla mi subconsciente. Me rodeo con los brazos, me giro hacia la carretera y veo aliviado que  el semáforo ha mostrado al hombrecillo verde. Cruzo rápidamente, consciente de que Kim me sigue. Frente al hotel, vuelvo un instante la cara hacia él, pero no puedo mirarlo a los ojos.

—Gracias por el té y por la sesión de fotos —murmuro.

—Luhan… Yo…

Se calla. Su tono angustiado me llama la atención, de modo que lo miro involuntariamente. Se pasa la mano por el pelo con mirada desolada. Parece destrozado, frustrado y con expresión alterada. Su prudente control ha desaparecido.

—¿Qué, Jongin? —le pregunto bruscamente al ver que no dice nada.

Quiero marcharme. Necesito llevarme mi frágil orgullo herido y mimarlo para que se cure.

—Buena suerte en los exámenes —murmura.

¿Cómo? ¿Por eso parece tan desolado? ¿Es esta su fantástica despedida? ¿Desearme suerte en los exámenes?

—Gracias —le contesto sin disimular el sarcasmo—. Adiós, señor Kim.

Doy media vuelta, me sorprende un poco no tropezar y, sin volver a dirigirle la mirada, desaparezco por la acera en dirección al parking subterráneo.

Ya en el oscuro y frío cemento del parking, bajo su débil luz de fluorescente, me apoyo en la pared y me cubro la cara con las manos. ¿En qué estaba pensando? No puedo evitar que se me llenen los ojos de lágrimas. ¿Por qué lloro? Me dejo caer al suelo, enfadado conmigo mismo por esta absurda reacción. Levanto las rodillas y las rodeo con los brazos. Quiero hacerme lo más pequeño posible. Quizá este disparatado dolor sea menor cuanto más pequeño me haga. Apoyo la cabeza en las rodillas y dejo que las irracionales lágrimas fluyan sin freno. Estoy llorando la pérdida de algo que nunca he tenido. Qué ridículo. Lamentando la pérdida de algo que nunca ha existido… mis esperanzas frustradas, mis sueños frustrados y mis expectativas destrozadas.

Nunca me habían rechazado. Bueno, siempre era uno de los últimos a los que elegían para jugar al baloncesto o al voleibol, pero eso lo entendía. Correr y hacer algo más a la vez, como botar o lanzar una pelota, no es lo mío. Soy un auténtico negado para cualquier deporte.

Pero en el plano sentimental, nunca me he expuesto. Toda mi vida he sido muy inseguro. Soy demasiado pálido, demasiado delgado, demasiado desaliñado, torpe y tantos otros defectos más, así que siempre he sido yo el que ha rechazado a cualquier posible admirador. En mi clase de química hubo un tipo al que le gustaba, pero nadie había despertado mi interés… Nadie excepto el maldito de Kim Jongin. Quizá debería ser más agradable con gente como Wu yi fan y Oh Sehun, aunque estoy seguro de que ninguno de ellos ha acabado llorando solo en la oscuridad. Quizá solo necesite pegarme una buena llantera.

¡Basta! ¡Basta ya!, me grita metafóricamente mi subconsciente con los brazos cruzados, apoyado en una pierna y dando golpecitos en el suelo con la otra. Métete en el coche, vete a casa y ponte a estudiar. Olvídalo… ¡Ahora mismo! Y deja ya de auto-compadecerte, de castigarte y toda esta mierda.

Respiro hondo varias veces y me levanto. Ánimo, Xiao. Me dirijo al coche de Tae secándome las lágrimas. No volveré a pensar en él. Anotaré este incidente en la lista de las experiencias de la vida y me centraré en los exámenes.


Cuando llego, Tae está sentado a la mesa del comedor con el portátil. La sonrisa con la que me recibe se desvanece en cuanto me ve.

—Lu, ¿qué pasa?

Oh, no… El santo inquisidor Lee Taemin. Muevo la cabeza como hace él cuando quiere dar a entender que no está para historias, pero no sirve de nada.

—Has llorado.

A veces tiene un don especial para decir lo que es obvio.

—¿Qué te ha hecho ese hijo de puta? —gruñe con una cara que da miedo.

—Nada, Tae.

En realidad, ese es el problema. Al pensarlo, sonrío con ironía.

—¿Y por qué has llorado? Tú nunca lloras —me dice en tono más suave.

Se levanta. Sus ojos cafés me miran preocupados. Me abraza. Tengo que decir lo que sea para quitármelo de encima.

—Casi me atropella un ciclista.

Es lo mejor que se me ocurre decirle para que por un momento se olvide de Kim.

—Dios mío, Lu… ¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño?

Se aparta un poco y me echa un rápido vistazo para comprobar si todo está bien.

—No. Jongin me ha salvado —susurro—. Pero me he pegado un susto de muerte.

—No me extraña. ¿Qué tal el café? Sé que odias el café.

—He tomado un té. Ha ido bien. Nada que comentar, la verdad. No sé por qué me lo ha pedido.

—Le gustas, Lu —me dice soltándome.

—Ya no. No voy a volver a verlo.

Sí, consigo sonar como si no me importara.

—¿Cómo?

Maldita sea. Está intrigado. Me meto en la cocina para que no pueda verme la cara.

—Sí… No tiene demasiado que ver conmigo, Tae —le digo lo más fríamente que puedo.

—¿Qué quieres decir?

—Tae, es obvio.

Me vuelvo y me coloco frente a el, que está de pie en la puerta de la cocina.

—Para mí no —me dice—. Vale, tiene más dinero que tú, pero tiene más dinero que casi todo el mundo en este país.

—Tae, es…

Me encojo de hombros.

—¡Lu, por favor! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Eres un bebe  —me interrumpe.

Oh, no. Ya estamos otra vez con ese rollo.

—Tae, por favor, tengo que estudiar —lo corto.

Pone mala cara.

—¿Quieres ver el artículo? Está acabado. Sehun ha hecho algunas fotos buenísimas.

¿Tengo ahora que ver al guapo de Kim Jongin, quien no siente el menor interés por mí?

—Claro.

Me saco una sonrisa de la manga y me acerco al portátil. Y ahí está, mirándome en blanco y negro, mirándome y encontrándome indigno de su interés.

Finjo leer el artículo, pero no aparto los ojos de su firme mirada gris. Busco en la foto alguna pista de por qué no es un hombre para mí, como me ha dicho. Y de repente me parece obvio. Es demasiado guapo. Somos polos opuestos, y de dos mundos muy diferentes. Me veo a mí mismo como a Ícaro cuando se acerca demasiado al sol, se quema y se estrella. Tiene razón. No es un hombre para mí. Es lo que ha querido decirme, y eso hace más fácil aceptar su rechazo… Bueno, casi. Podré soportarlo. Lo entiendo.

—Muy bueno, Tae —logro decirle—. Me voy a estudiar.

Me propongo no volver a pensar en él de momento. Abro los apuntes y empiezo a leer.


Solo cuando estoy en la cama, intentando dormir, permito que mis pensamientos se trasladen a mi extraña mañana. No dejo de pensar en lo que me ha dicho de que no tiene parejas, y me enfado por no haber tenido en cuenta esa información antes de estar entre sus brazos, suplicándole mentalmente con todos los poros de mi piel que me besara. Lo había dicho. No me quería como pareja. Me tumbo de lado. Me pregunto si quizá no tiene relaciones sexuales. Cierro los ojos y empiezo a quedarme dormido. Quizá esté reservándose. Bueno, no para ti. Mi adormilado subconsciente me da un último golpe antes de sumergirse en mis sueños.

Y esa noche sueño con ojos grises y dibujos de hojas en la espuma de la leche, y corro por lugares apenas iluminados por una luz fantasmagórica, y no sé si corro en dirección a algo o huyendo de algo… No queda claro.


  

Suelto el bolígrafo. Se acabó. He terminado mi último examen. Sonrío de oreja a oreja. Probablemente sea la primera vez que sonrío en toda la semana. Es viernes, y esta noche lo celebraremos. Lo celebraremos por todo lo alto. Seguramente hasta me emborracharé. Nunca me he emborrachado. Miro a Tae, que está en el otro extremo de la clase, todavía escribiendo como un loco. Faltan cinco minutos para que se acabe el examen. Esto es todo. Se acabó mi carrera académica. Ya no tendré que volver a sentarme en filas de alumnos nerviosos. En mi mente doy graciosas volteretas, aunque sé de sobra que mis volteretas solo pueden ser graciosas en mi mente. Tae deja de escribir y suelta el bolígrafo. Me mira también con una sonrisa de oreja a oreja.

De camino a casa, en su Mercedes, nos negamos a hablar del examen. Tae está mucho más preocupado por lo que va a ponerse esta noche. Yo intento encontrar las llaves en la maleta.

—Lu, hay un paquete para ti.

Tae está en la escalera, frente a la puerta de la calle, con un paquete envuelto en papel de embalar. Qué raro. No recuerdo haber encargado nada en Amazon. Tae me da el paquete y coge mis llaves para abrir la puerta. El paquete está dirigido al joven Luhan Xiao. No lleva remitente. Quizá sea de mi madre o de LeeTeuk.

—Seguramente será de mis padres.

—¡Ábrelo! —exclama Tae nervioso.

Se mete en la cocina para ir a buscar el champán con el que vamos a celebrar que hemos terminado los exámenes.

Abro el paquete y encuentro un estuche de piel que contiene tres libros viejos, aparentemente idénticos, con cubiertas de tela, en perfecto estado, y una tarjeta de color blanco. En una cara, en tinta negra y una bonita caligrafía, se lee:

¿Por qué no me dijiste que era peligroso? ¿Por qué no me lo advertiste? Las mujeres saben de los que tienen que protegerse, porque leen novelas que les cuentas como hacerlo…


Reconozco la cita de Tess. Me sorprende la casualidad de que hace un momento haya pasado tres horas escribiendo sobre las novelas de Thomas Hardy en mi examen final. Quizá no sea casualidad… quizá sea deliberado. Miro los libros con atención. Tres volúmenes de Tess, la de los d’Urberville. Abro la cubierta de uno. En la primera página, en una tipografía antigua, leo:


 London: Jack R. Olgoo, Mc Alvaine and Co., 1891.

¡Son primeras ediciones! Deben de valer una fortuna. E inmediatamente sé quién me las ha mandado. Tae observa los libros por encima de mi hombro. Coge la tarjeta.

—Primeras ediciones —susurro.

—No… —dice abriendo los ojos incrédulo—. ¿Kim?

Asiento.

—No se me ocurre nadie más.

—¿Qué quiere decir la tarjeta?

—No tengo ni idea. Creo que es una advertencia… La verdad es que sigue previniéndome. No tengo ni idea de por qué. No es que me haya dedicado a tirarle la puerta abajo precisamente —digo frunciendo el ceño.

—Sé que no quieres hablar de él, Lu, pero no hay duda de que le interesas, te advierta o no.

No me he permitido pensar demasiado en Kim Jongin en la última semana. Bueno… sus ojos grises siguen invadiendo mis sueños, y sé que tardaré una eternidad en eliminar de mi cerebro la sensación de sus brazos rodeándome y su maravilloso olor. ¿Por qué me ha mandado estos libros? Me dijo que yo no era para él.

—He encontrado una primera edición de Tess en venta, en Nueva York, por catorce mil dólares, pero los tuyos están en mucho mejor estado. Deben de haber costado más —me dice Tae consultando a su buen amigo Google.

—La cita… Tess se lo dice a su madre después de lo que le hace Alec d’Urberville.

—Lo sé —me contesta Tae, pensativo—. ¿Qué intenta decir?

—Ni lo sé, ni me importa. No puedo aceptarlos. Se los devolveré con otra cita tan desconcertante como esta de alguna parte confusa del libro.

—¿El pasaje en el que Angel Clare la manda a la mierda? —me pregunta Tae muy serio.

—Sí, ese —le contesto riéndome.

Quiero a Tae. Es leal y me apoya. Envuelvo los libros y los dejo en la mesa del comedor. Tae me ofrece una copa de champán.

—Por el final de los exámenes y nuestra nueva vida en Seul —dice con una sonrisa.

—Por el final de los exámenes, nuestra nueva vida en Seul y por que todo nos vaya bien.

Chocamos las copas y bebemos.


El bar es ruidoso y está lleno de gente, de futuros licenciados que han salido a pillar una buena borrachera. Sehun ha venido con nosotros. No se graduará hasta el año que viene, pero le apetecía salir. Nos trae una jarra de margaritas para ponernos en la onda de nuestra recién estrenada libertad. Mientras me bebo la quinta copa, pienso que no es buena idea beber tantos margaritas después del champán.

—¿Y ahora qué, Lu? —me grita Sehun.

—Tae y yo nos vamos a vivir a Seul. Los padres de Tae le han comprado un piso.

—Dios mío, cómo viven algunos… Pero volveréis para mi exposición, ¿no?

—Por supuesto, Sehun. No me la perdería por nada del mundo —le contesto sonriendo.

Me pasa el brazo por la cintura y me acerca a él.

—Es muy importante para mí que vengas, Lu —me susurra al oído—. ¿Otro margarita?

—Oh Sehun… ¿estás intentando emborracharme? Porque creo que lo estás consiguiendo —le digo riéndome—. Creo que mejor me tomo una cerveza. Voy a buscar una jarra para todos.

—¡Más bebida, Lu! —grita Tae.

Tae es fuerte como un toro. Ha pasado el brazo por los hombros de Levi, un compañero de la clase de inglés y su fotógrafo habitual en la revista de la facultad, que ha dejado de hacer fotos de los borrachos que lo rodean. Solo tiene ojos para Tae, que se ha puesto una camisa demasiado señida al cuerpo, vaqueros ajustados y sus zapatos de baile. Lleva el pelo bien peinado, con unos mechones que le caen con gracia alrededor de la cara. Se ve apuesto, como siempre. Yo soy más bien de Converse y camisetas, pero me he puesto los vaqueros que más me favorecen. Me aparto de Sehun y me levanto de nuestra mesa.

Uf, me da vueltas la cabeza.

Tengo que agarrarme al respaldo de la silla. Los cócteles con tequila no son una buena idea.

Me dirijo a la barra y decido que debería ir al baño, ahora que todavía me mantengo en pie. Bien pensado, Lu. Me abro camino entre el gentío tambaleándome. Por supuesto hay cola, pero al menos el pasillo está tranquilo y fresco. Saco el móvil para pasar el rato mientras espero. A ver… ¿cuál ha sido mi última llamada? ¿A Sehun? Antes hay un número que no sé de quién es. Ah, sí. Kim. Creo que es su número. Me río. No tengo ni idea de la hora que es. Quizá lo despierte. Quizá pueda explicarme por qué me ha mandado esos libros y el críptico mensaje. Si quiere que me mantenga alejado de él, debería dejarme en paz. Reprimo una sonrisa de borracho y pulso el botón de llamar. Contesta a la segunda señal.

—¿Luhan?

Le ha sorprendido que lo llamara. Bueno, la verdad es que a mí me sorprende estar llamándolo. A continuación mi ofuscado cerebro se pregunta cómo sabe que soy yo.

—¿Por qué me has mandado esos libros? —le pregunto arrastrando las palabras.

—Luhan, ¿estás bien? Tienes una voz rara —me dice en tono muy preocupado.

—El raro no soy yo, sino tú —le digo animado por el alcohol.

—Luhan, ¿has bebido?

—¿A ti qué te importa?

—Tengo… curiosidad. ¿Dónde estás?

—En un bar.

—¿En qué bar? —me pregunta nervioso.

—Un bar de Busan.

—¿Cómo vas a volver a casa?

—Ya me las apañaré.

La conversación no está yendo como esperaba.

—¿En qué bar estás?

—¿Por qué me has mandado esos libros, Jongin?

—Luhan, ¿dónde estás? Dímelo ahora mismo.

Su tono es tan… tan dictatorial. El controlador obsesivo de siempre. Lo imagino como a un director de cine de los viejos tiempos, con pantalones de montar y un megáfono pasado de moda. La imagen me provoca una carcajada.

—Eres tan… dominante —le digo riéndome.

—Lu, contéstame: ¿dónde rayos estás?

Kim Jongin diciendo palabrotas. Vuelvo a reírme.

—En Busan… Bastante lejos de Seul.

—¿Dónde exactamente?

—Buenas noches, Jongin.

—¡Lu!

Cuelgo. Vaya, no me ha dicho nada de los libros. Frunzo el ceño. Misión no cumplida. Estoy bastante borracho, la verdad. La cabeza me da vueltas mientras avanzo en la cola. Bueno, el objetivo era emborracharse, y lo he conseguido. Ya veo lo que es… Me temo que no merece la pena repetirlo. La cola ha avanzado y ya me toca. Observo embobado el póster de la puerta del cuarto de baño, que ensalza las virtudes del sexo seguro. Maldita sea, ¿acabo de llamar a Kim Jongin? Mierda. Me suena el teléfono, pego un salto y grito del susto.

—Hola —digo en voz baja.

No había previsto que me llamara.

—Voy a buscarte —me dice.

Y cuelga.  Solo Kim Jongin podría hablar con tanta tranquilidad y parecer tan amenazador a la vez.

Maldita sea. Me abrocho los vaqueros. El corazón me late a toda prisa. ¿Viene a buscarme? Oh, no. Voy a vomitar… no… Estoy bien. Espera. Me estoy montando una película. No le he dicho dónde estaba. No puede encontrarme. Además, tardaría horas en llegar desde Seul, y para entonces haría mucho que nos habríamos marchado. Me lavo las manos y me miro en el espejo. Estoy rojo y ligeramente desenfocado. Uf… tequila.

Espero una eternidad en la barra, hasta que me dan una jarra grande de cerveza, y por fin vuelvo a la mesa.

—Has tardado un siglo —me riñe Tae—. ¿Dónde estabas?

—Haciendo cola para el baño.

Sehun y Levi discuten acaloradamente sobre el equipo de béisbol de nuestra ciudad. Sehun interrumpe su diatriba para servirnos cerveza, y doy un trago largo.

—Tae, creo que saldré un momento a tomar el aire.

—Lu, no aguantas nada…

—Solo cinco minutos.

Vuelvo a abrirme camino entre el gentío. Empiezo a sentir náuseas, la cabeza me da vueltas y me siento inestable. Más inestable de lo habitual.

Mientras bebo al aire libre, en la zona de aparcamiento, soy consciente de lo borracho que estoy. No veo bien. La verdad es que lo veo todo doble, como en las viejas reposiciones de los dibujos animados de Tom y Jerry. Creo que voy a vomitar. ¿Cómo he podido acabar así?

—Lu, ¿estás bien?

Sehun ha salido del bar y se ha acercado a mí.

—Creo que he bebido un poco más de la cuenta —le contesto sonriendo.

—Yo también —murmura. Sus ojos oscuros me miran fijamente—. ¿Te echo una mano? —me pregunta avanzando hasta mí y rodeándome con sus brazos.

—Sehun, estoy bien. No pasa nada.

Intento apartarlo sin demasiada energía.

—Lu, por favor —me susurra.

Me agarra y me acerca a él.

—Sehun, ¿qué estás haciendo?

—Sabes que me gustas, Lu. Por favor.

Con una mano me mantiene pegado a él, y con la otra me agarra de la barbilla y me levanta la cara. ¡Va a besarme…!

—No, Sehun, para… No.

Lo empujo, pero es todo músculos, así que no consigo moverlo. Me ha metido la mano por el pelo y me sujeta la cabeza para que no la mueva.

—Por favor, Lu, cariño —me susurra con los labios muy cerca de los míos.

Respira entrecortadamente y su aliento es demasiado dulzón. Huele a margarita y a cerveza. Empieza a recorrerme la mandíbula con los labios, acercándose a la comisura de mi boca. Estoy muy nervioso, borracho y fuera de control. Me siento agobiado.

—Sehun, no —le suplico.

No quiero. Eres mi amigo y creo que voy a vomitar.

—Creo que el joven ha dicho que no —dice una voz tranquila en la oscuridad.

¡Dios mío! Kim Jongin. Está aquí. ¿Cómo? Sehun me suelta.

—Kim —dice Sehun lacónicamente.

Miro angustiado a Jongin, que observa furioso a Sehun. Mierda. Siento una arcada y me inclino hacia delante. Mi cuerpo no puede seguir tolerando el alcohol y vomito en el suelo aparatosamente.

—¡Uf, Dios mío, Lu!

Sehun se aparta de un salto con asco. Kim me sujeta unos mechones largos de pelo, me lo aparta de la cara y suavemente me lleva hacia una zona verde al fondo del aparcamiento. Observo agradecido que está relativamente oscuro.

—Si vas a volver a vomitar, hazlo aquí. Yo te agarro.

Ha pasado un brazo por encima de mis hombros, y con la otra mano me sujeta el pelo, como si quisiera hacerme una coleta, para que no se me vaya a la cara. Intento apartarlo torpemente, pero vuelvo a vomitar… y otra vez. Oh, mierda… ¿Cuánto va a durar esto? Aunque tengo el estómago vacío y no sale nada, espantosas arcadas me sacuden el cuerpo. Me prometo a mí mismo que jamás volveré a beber. Es demasiado vergonzoso para explicarlo. Por fin dejo de sentir arcadas.

He apoyado las manos en el pasto, pero apenas me sujetan. Vomitar tanto es agotador. Kim me suelta y me ofrece un pañuelo. Solo él podría tener un pañuelo de lino recién lavado y con sus iniciales bordadas. KJ. No sabía que todavía podían comprarse estas cosas. Por un instante, mientras me limpio la boca. No me atrevo a mirarlo. Estoy muerto de vergüenza. Me doy asco. Quiero que los arbustos del pasto me engullan y desaparecer de aquí.

Sehun sigue merodeando junto a la puerta del bar, mirándonos. Me lamento y apoyo la cabeza en las manos. Debe de ser el peor momento de mi vida. La cabeza sigue dándome vueltas mientras intento recordar un momento peor, y solo se me ocurre el del rechazo de Jongin, pero este es cincuenta veces más humillante. Me arriesgo a lanzarle una rápida mirada. Me observa fijamente con semblante sereno, inexpresivo. Me giro y miro a Sehun, que también parece bastante avergonzado e intimidado por Kim, como yo. Lo fulmino con la mirada. Se me ocurren unas cuantas palabras para calificar a mi supuesto amigo, pero no puedo decirlas delante del empresario Kim Jongin. Lu, ¿a quién pretendes engañar? Acaba de verte vomitando en el suelo y en la flora local. Tu conducta poco refinada ha sido más que evidente.

—Bueno… Nos vemos dentro —masculla Sehun.

Pero no le hacemos caso, así que vuelve a entrar en el bar. Estoy solo con Kim. Mierda, mierda. ¿Qué puedo decirle? Puedo disculparme por haberlo llamado.

—Lo siento —susurro mirando fijamente el pañuelo, que no dejo de retorcer entre los dedos.

Qué suave es.

—¿Qué sientes, Luhan?

Maldita sea, quiere su recompensa.

—Sobre todo haberte llamado. Estar mareado. Uf, la lista es interminable —murmuro sintiendo que me pongo rojo.

Por favor, por favor, que me muera ahora mismo.

—A todos nos ha pasado alguna vez, quizá no de manera tan dramática como a ti —me contesta secamente—. Es cuestión de saber cuáles son tus límites, Luhan. Bueno, a mí me gusta traspasar los límites, pero la verdad es que esto es demasiado. ¿Sueles comportarte así?

Me zumba la cabeza por el exceso de alcohol y el enfado. ¿Qué narices le importa? No lo he invitado a venir. Parece un hombre maduro riñéndome como si fuera un niño descarriado. A una parte de mí le apetece decirle que si quiero emborracharme cada noche es cosa mía y que a él no le importa, pero no tengo valor. No ahora, cuando acabo de vomitar delante de él. ¿Por qué sigue aquí?

—No —le digo arrepentido—. Nunca me había emborrachado, y ahora mismo no me apetece nada que se repita.

De verdad que no entiendo por qué está aquí. Empiezo a marearme. Se da cuenta, me agarra antes de que me caiga, me levanta y me apoya contra su pecho, como si fuera un niño.

—Vamos, te llevaré a casa —murmura.

—Tengo que decírselo a Tae.

Vuelvo a estar en sus brazos.

—Puede decírselo mi hermano.

—¿Qué?

—Mi hermano Minho está hablando con el joven Lee.

—¿Cómo?

No lo entiendo.

—Estaba conmigo cuando me has llamado.

—¿En Seúl? —le pregunto confundido.

—No. Estoy en el Heathman.

¿Todavía? ¿Por qué?

—¿Cómo me has encontrado?

—He rastreado la localización de tu móvil, Luhan.

Claro. ¿Cómo es posible? ¿Es legal? Acosador, me susurra mi subconsciente entre la nube de tequila que sigue flotándome en el cerebro, pero por alguna razón, porque es él, no me importa.

—¿Has traído chaqueta o bolso?

—Sí, las dos cosas. Jongin, por favor, tengo que decírselo a Tae. Se preocupará.

Aprieta los labios y suspira ruidosamente.

—Si no hay más remedio…

Me suelta, me coge de la mano y se dirige hacia el bar. Me siento débil, todavía borracho, incómodo, agotado, avergonzado y, por extraño que parezca, encantado de la vida. Me lleva de la mano. Es un confuso abanico de emociones. Necesitaré al menos una semana para procesarlas.

En el bar hay mucho ruido, está lleno de gente y ha empezado a sonar la música, así que la pista de baile está llena. Tae no está en nuestra mesa, y Sehun ha desaparecido. Levi, que está solo, parece perdido y desamparado.

—¿Dónde está Tae? —grito a Levi.

La cabeza empieza a martillearme al ritmo del potente bajo de la música.

—Bailando —me contesta Levi.

Me doy cuenta de que está enfadado y de que mira a Jongin con recelo. Busco mi chaqueta negra y me cuelgo el pequeño bolso cruzado, que me queda a la altura de la cadera. Estoy listo para marcharme en cuanto haya hablado con Tae.

Toco el brazo de Jongin, me inclino hacia él y le grito al oído que Tae está en la pista. Le rozo el pelo con la nariz y respiro su aroma limpio y fresco. Todas las sensaciones prohibidas y desconocidas que he intentado negarme salen a la superficie y recorren mi cuerpo agotado. Me ruborizo, y en lo más profundo de mi cuerpo los músculos se tensan agradablemente.

Pone los ojos en blanco, vuelve a cogerme de la mano y se dirige a la barra. Lo atienden inmediatamente. El señor Kim, el obseso del control, no tiene que esperar. ¿Todo le resulta tan fácil? No oigo lo que pide. Me ofrece un vaso grande de agua con hielo.

—Bebe —me ordena.

Los focos giran al ritmo de la música creando extrañas luces y sombras de colores por el bar y sobre los clientes. Kim pasa del verde al azul, el blanco y el rojo demoniaco. Me mira fijamente. Doy un pequeño sorbo.

—Bébetela toda —me grita.

Qué autoritario. Se pasa la mano por el pelo rebelde. Parece nervioso, enfadado. ¿Qué le pasa aparte de que un estúpido chico borracho lo haya llamado en plena noche y haya pensado que tenía que ir a rescatarlo? Y ha resultado que sí tenía que rescatarlo de su excesivamente cariñoso amigo. Y luego ha tenido que ver cómo el chico se mareaba. Oh, Lu… ¿conseguirás olvidar esto algún día? Mi subconsciente chasquea la lengua y me observa por encima de sus gafas de media luna. Me tambaleo un poco, y Kim apoya la mano en mi hombro para sujetarme. Le hago caso y me bebo el vaso entero. Hace que me maree. Me quita el vaso y lo deja en la barra. Observo a través de una especie de nebulosa cómo va vestido: una ancha camisa blanca de lino, vaqueros ajustados, Converse negras y americana oscura de raya diplomática. Lleva el cuello de la camisa desabrochado, y veo asomar algunos pelos dispersos. Aun en mi aturdido estado, me parece que es guapísimo.

Vuelve a cogerme de la mano y me lleva hacia la pista. Mierda. Yo no bailo. Se da cuenta de que no quiero, y bajo las luces de colores veo su sonrisa divertida y burlona. Tira fuerte de mi mano y vuelvo a caer entre sus brazos. Empieza a moverse y me arrastra en su movimiento. Vaya, sabe bailar, y no puedo creerme que esté siguiendo sus pasos. Quizá sigo el ritmo porque estoy borracho. Me aprieta contra su cuerpo… Si no me sujetara con tanta fuerza, seguro que me desplomaría a sus pies. Desde el fondo de mi mente resuena lo que suele advertirme mi madre: «Nunca te fíes de un hombre que baile bien».

Atravesamos la multitud de gente que baila hasta el otro extremo de la pista y encontramos a Tae y a Minho, el hermano de Jongin. La música retumba a todo volumen fuera y dentro de mi cabeza. Oh, no. Tae está moviendo ficha. Baila sacando el culo, y eso solo lo hace cuando alguien le gusta. Cuando alguien le gusta mucho. Eso quiere decir que mañana seremos tres a la hora del desayuno. ¡Tae!

Jongin se inclina y grita a Minho al oído. No oigo lo que le dice. Minho es alto, ancho de hombros, pelo castaño y rizado, y con ojos perversamente brillantes. El parpadeo de los focos me impide ver de qué color. Minho se ríe, tira de Tae y lo arrastra hasta sus brazos, donde él parece estar encantado de la vida… ¡Tae! Aun en mi etílico estado, me escandalizo. Acaba de conocerlo. Asiente a lo que Minho le dice, me sonríe y se despide de mí con la mano. Jongin nos saca de la pista moviéndose con prisa.

Pero no he hablado con Tae. ¿Está bien? Ya veo cómo van a acabar las cosas entre esos dos. Tengo que darle una charla sobre sexo seguro. Espero que lea el póster de la puerta de los lavabos. Los pensamientos me estallan en el cerebro, luchan contra la confusa sensación de borrachera. Aquí hace mucho calor, hay mucho ruido, demasiados colores… demasiadas luces. Me da vueltas la cabeza. Oh, no… Siento que el suelo sube al encuentro de mi cara, o eso parece. Lo último que oigo antes de desmayarme en los brazos de Kim Jongin es la palabrota que suelta:

—¡Joder!

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