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Cap 11 b

 

Oh, no… ¡la señora Park, no! ¿Cómo demonios ha conseguido mi dirección de correo electrónico? Me cojo la cabeza entre las manos. ¿Qué más puede pasar hoy? Suena mi teléfono, levanto cansinamente la cabeza y contesto mirando el reloj. Solo son las diez y veinte, y ya desearía no haber salido de la cama de Jongin.

 

—Despacho de Julien kang , soy Xiao Luhan.

Una voz dolorosamente familiar me increpa:

—¿Podrías, por favor, borrar el último e-mail que me has enviado e intentar ser un poco más prudente con el lenguaje que utilizas en los correos de trabajo? Ya te lo dije, el sistema está monitorizado. Yo haré todo lo posible para minimizar los daños desde aquí.

Y cuelga.

 

Santo Dios… Me quedo mirando el teléfono. Jongin me ha colgado. Este hombre está pisoteando mi incipiente carrera profesional… ¿y va y me cuelga? Fulmino el auricular con la mirada, y si no estuviera completamente paralizado, sé que mi mirada terrorífica lo pulverizaría. 

Accedo a mis correos electrónicos, y borro el último que le he enviado. No es tan grave. Solo mencionaba los azotes y, bueno, los latigazos. Vaya, si le avergüenza tanto no debería hacerlo, maldita sea. Cojo el BlackBerry y le llamo al móvil.

 

—¿Qué? —gruñe.

—Me voy a Namdaemun tanto si te gusta como si no —le digo entre dientes.

—Ni se te ocurra…

 

Cuelgo, dejándole a mitad de la frase. Siento una descarga de adrenalina por todo el cuerpo.

Ya está… para que se entere. Estoy muy enfadado. Respiro profundamente, intentando recuperar la compostura. Cierro los ojos, e imagino que estoy en mi lugar soñado. Mmm… el camarote de un barco, con Jongin. Rechazo la imagen porque ahora mismo estoy tan enfadado con él que no puede estar presente en mi lugar soñado.

 

Abro los ojos, cojo tranquilamente mi libreta de notas y repaso con cuidado mi lista de cosas por hacer. Inspiro larga y profundamente: he recobrado el equilibrio.

 

—¡Lu! —grita Julien, y me sobresalto—. ¡No reserves ese vuelo!

—Oh, ya es demasiado tarde. Ya lo he hecho —contesto.

Él sale de su despacho y se me acerca con paso enérgico. Parece disgustado.

—Mira, ha pasado una cosa. Por la razón que sea, de repente todos los gastos de viajes y hoteles han de tener la aprobación de la dirección. La orden viene de muy arriba. Voy a subir a ver a Roach. Al parecer, acaba de implementarse una moratoria de todos los gastos. No lo entiendo.

Julien se pellizca el puente de la nariz y cierra los ojos.

La sangre prácticamente deja de circular por mis venas, me pongo pálido y se me hace un nudo en el estómago. ¡Cincuenta!

—Coge mis llamadas. Voy a ver qué tiene que decir Roach.

Me guiña el ojo y se va a ver a su jefe… no al jefe de su jefe. Maldito seas, Kim Jongin … De nuevo me hierve la sangre.

 

De: Xiao Luhan

Fecha: 13 de junio de 2011 10:43

Para: Kim Jongin

Asunto: ¿Qué has hecho?

Por favor, no interfieras en mi trabajo. Tengo verdaderas ganas de ir a ese congreso.

No debería habértelo preguntado. He borrado el e-mail problemático. 

 

Xiao Luhan

Ayudante de Julien Kang, editor de SIP

 

De: Kim Jongin

Fecha: 13 de junio de 2011 10:43

Para: Xiao Luhan

Asunto: ¿Qué has hecho? 

Solo protejo lo que es mío.

Ese e-mail que enviaste en un arrebato se ha eliminado del servidor de SIP, igual que los emails que yo te mando.

Por cierto, en ti confío totalmente. En él no.

 

Kim Jongin

Presidente de Kim  Enterprises Holdings, Inc.

 

Compruebo si aún tengo sus correos, y han desaparecido. La influencia de este hombre no tiene límites. ¿Cómo lo hace? ¿A quién conoce que pueda acceder subrepticiamente a las profundidades de los servidores de SIP y eliminar e-mails? Estoy jugando en una liga muy superior a la mía

 

De: Xiao Luhan

Fecha: 13 de junio de 2011 10:46

Para: Kim Jongin

Asunto: Madura un poco

Jongin:

No necesito que me protejan de mi propio jefe. Quizá él intente algo, pero yo me negaré.

Tú no puedes interferir. No está bien, y supone ejercer un control a demasiados niveles.

 

Xiao Luhan

Ayudante de Julien Kang, editor de SIP

 

De: Kim Jongin

Fecha: 13 de junio de 2011 10:50

Para: Xiao Luhan

Asunto: La respuesta es NO

Lu:

Yo he presenciado lo «eficaz» que eres para librarte de una atención que no deseas.

Recuerdo que fue así como tuve el placer de pasar mi primera noche contigo. Ese fotógrafo, como mínimo, siente algo por ti. Ese canalla, en cambio, no. Es un conquistador profesional e intentará seducirte. Pregúntale qué pasó con la última ayudante, y con la anterior.

No quiero discutir por esto.

Si quieres ir a Namdaemun, yo te llevaré. Podemos ir este fin de semana. Tengo un apartamento allí.

 

Kim Jongin

Presidente de Kim  Enterprises Holdings, Inc.

 

¡Oh, Jongin! No se trata de eso. Esto es muy frustrante. Y él, cómo no, también tiene un apartamento allí. ¿Dónde más tendrá propiedades? Y era de esperar que sacara a relucir lo de Sehun. ¿Es que nunca me libraré de eso? Estaba borracho, por Dios. Yo nunca me emborracharía con Julien. Me quedo mirando la pantalla, pero supongo que no puedo seguir discutiendo con él por email.

 

Tendré que esperar el momento oportuno, esta noche. Miro el reloj. Julien aún no ha vuelto de su reunión con Jin, y todavía tengo que solucionar lo de Bom. Vuelvo a leer su correo electrónico y decido que el mejor modo de abordar esto es enviárselo a Jongin. Desviar su atención hacia ella en lugar de hacia mí.

 

De: Xiao Luhan

Fecha: 13 de junio de 2011 11:15

Para: Kim Jongin

Asunto: Re Cita para almorzar o Carga irritante

Jongin:

Mientras tú estabas muy ocupado interfiriendo en mi carrera y salvándote el culo por mis imprudentes masivas, yo he recibido el siguiente correo de la señora Jung. No tengo ningunas ganas de verme con ella… y aunque las tuviera, no se me permite salir de este edificio. Cómo ha conseguido mi dirección de correo electrónico, la verdad es que no lo sé. ¿Qué sugieres que haga? Te adjunto su e-mail:

 

Querido Luhan:

Me gustaría mucho quedar para comer contigo. Creo que empezamos con mal pie, y me gustaría arreglarlo. ¿Estás libre algún día de esta semana?

Jung Bom  

 

 Xiao Luhan

Ayudante de Julien Kang, editor de SIP

 

De: Kim Jongin

Fecha: 13 de junio de 2011 11:23

Para: Xiao Luhan

Asunto: Carga irritante

No te enfades conmigo. Lo único que me preocupa es tu bienestar.

Si te pasara algo, no me lo perdonaría nunca.

Yo me ocuparé de la señora Jung.

 

Kim Jongin

Presidente de Kim Enterprises Holdings, Inc.

 

De: Xiao Luhan

Fecha: 13 de junio de 2011 11:32

Para: Kim Jongin

Asunto: Hasta luego

¿Podemos hablarlo esta noche, por favor?

Intento trabajar, y tus continuas interferencias me distraen mucho.

 

Xiao Luhan

Ayudante de Julien Kang, editor de SIP

 

Julien vuelve después de las doce y me dice que mi viaje a Namdaemun está descartado, aunque él sí que irá, pero que no puede hacer nada para cambiar la política de la dirección. Entra en su despacho y cierra de un portazo. Obviamente está furioso. ¿Por qué está tan indignado? En el fondo, yo sé que sus intenciones no son en absoluto honorables, pero estoy seguro de que podría manejarle, y me pregunto qué sabe Jongin sobre las anteriores ayudantes de Julien .

Aparto esos pensamientos de mi mente y sigo trabajando, pero tomo la decisión de intentar hacer que Jongin cambie de opinión, aunque las posibilidades sean escasas.

A la una en punto, Julien asoma la cabeza por la puerta del despacho.

—Lu, ¿podrías traerme por favor algo para comer?

—Claro. ¿Qué te apetece?

—Pastrami con pan de centeno, sin mostaza. Te daré el dinero cuando vuelvas.

—¿Algo para beber?

—Coca-Cola, por favor. Gracias, Lu.

Se mete en su despacho y yo cojo el bolso.

Oh, no. Le prometí a Jongin que no saldría. Suspiro. No se enterará. Iré muy rápido.

En recepción, Sully me ofrece su paraguas porque llueve a cántaros. Al salir por la puerta principal, me envuelvo bien con la chaqueta y echo una mirada furtiva en ambas direcciones bajo el inmenso paraguas. Todo parece en orden. Ni rastro de la Chico Fantasma.

 

Bajo con paso decidido la calle en dirección a la tienda, esperando pasar inadvertido. Sin embargo, a medida que me voy acercando mayor es la escalofriante sensación de que me vigilan y no sé si es mi agudizada paranoia o si es verdad. Maldita sea. Espero que no se trate de D.o con un arma.

Solo es fruto de tu imaginación, me suelta mi subconsciente. ¿Quién demonios querría dispararte? En cuestión de quince minutos, estoy de vuelta… sano, salvo y aliviado. Creo que la exagerada paranoia y la vigilancia extremadamente protectora de Jongin están empezando a afectarme.

Cuando le llevo el almuerzo, Julien está hablando por teléfono. Levanta la vista, tapando el auricular.

—Gracias, Lu. Como no vienes conmigo, tendrás que quedarte hasta tarde. Necesito estos informes. Espero que no tuvieras planes.

Me sonríe afectuosamente y me ruborizo.

—No, no pasa nada —le digo con una sonrisa radiante y el corazón encogido.

Esto no acabará bien. Jongin se pondrá hecho una fiera, seguro.

Cuando vuelvo a mi mesa, decido no decírselo inmediatamente, porque eso le daría tiempo de sobra para interferir de algún modo. Me siento y me como el sándwich de ensalada de pollo que me preparó esta mañana la señora Jones. Es delicioso. Un sándwich exquisito.

Naturalmente, si me fuera a vivir con Jongin, ella me prepararía el almuerzo todos los días de la semana. La idea me produce desasosiego. Yo nunca he soñado con grandes riquezas ni con todo lo que eso conlleva… solo con el amor. Encontrar a alguien que me quiera y no intente controlar todos mis movimientos. Suena el teléfono.

 

—Despacho de Julien Kang …

—Me aseguraste que no saldrías —me interrumpe Jongin en un tono frío y duro.

Se me encoge el corazón por enésima vez en el día de hoy. Por favor… ¿Cómo diantres lo ha sabido?

—Julien me envió a comprarle el almuerzo. No podía decir que no. ¿Me tienes vigilado?

Se me eriza el vello al pensarlo. No me extraña que fuera tan paranoico: había alguien vigilándome. Me enfurece pensarlo.

—Por esto es por lo que no quería que volvieras al trabajo —gruñe Jongin.

—Jongin, por favor. Estás siendo… —tan Cincuenta—… muy agobiante.

—¿Agobiante? —susurra, sorprendido.

—Sí. Tienes que dejar de hacer esto. Hablaré contigo esta noche. Desgraciadamente, hoy tengo que trabajar hasta tarde porque no puedo ir a Namdaemun.

—Luhan, yo no quiero agobiarte —dice en voz baja, horrorizado.

—Bien, pues lo haces. Y ahora tengo trabajo. Ya hablaremos luego.

 

Cuelgo. Estoy rendido y ligeramente deprimido. Después de un fin de semana maravilloso, la realidad se impone. Nunca he tenido tantas ganas de marcharme. Huir a algún lugar tranquilo y apartado donde pueda reflexionar sobre este hombre, sobre cómo es y sobre cómo tratar con él. En cierta medida sé que es una persona destrozada —ahora lo veo claramente—, y eso resulta desgarrador y agotador a la vez. A partir de los pocos retazos de información sobre su vida que me ha dado, entiendo por qué. Un niño que no recibió el amor que necesitaba; un entorno de malos tratos espantoso; una madre incapaz de protegerle y que murió delante de él.

Me estremezco. Mi pobre Cincuenta… Soy suyo, pero no para tenerme encerrado en una jaula dorada. ¿Cómo voy a conseguir que entienda eso? Sintiendo un gran peso en el corazón, me pongo sobre el regazo uno de los manuscritos que Julien quiere que resuma y sigo leyendo. No se me ocurre ninguna solución sencilla para el problema del control enfermizo de Julien. Tendré que hablarlo con él más tarde, cara a cara.

Al cabo de media hora, Julien me envía un documento que debo adecentar y pulir para que mañana puedan imprimirlo a tiempo para el congreso. Eso me llevará toda la tarde e incluso hasta la noche. Me pongo a ello.

 

Cuando levanto la vista, son más de las siete y la oficina está desierta, aunque aún hay luz en el despacho de Julien. No me había dado cuenta de que todo el mundo se había ido, pero ya casi he terminado. Le vuelvo a mandar el documento a Julien para que lo apruebe, y reviso mi bandeja de entrada. No hay nada de Jongin, así que echo un vistazo rápido a mi BlackBerry, y justo en ese momento me sobresalta su zumbido: es Jongin.

—Hola —murmuro.

—Hola, ¿cuándo acabarás?

—Hacia las siete y media, creo.

—Te esperaré fuera.

—Vale.

Se le nota muy callado, nervioso incluso. ¿Por qué? ¿Estará temeroso de mi reacción?

—Sigo enfadado contigo, pero nada más —susurro—. Tenemos que hablar de muchas cosas.

—Lo sé. Nos vemos a las siete y media.

Julien sale de su despacho.

—Tengo que dejarte. Hasta luego.

Cuelgo.

Miro a Julien, que se acerca con aire despreocupado hacia mí.

—Necesito que hagas un par de cambios. Ya te he vuelto a enviar el informe.

Mientras guardo el documento, se inclina sobre mí, muy cerca… incómodamente cerca. Me roza el brazo con el suyo. ¿Por accidente? Yo retrocedo, pero él finge no darse cuenta. Su otra mano descansa en el respaldo de mi silla y me toca la espalda. Yo me incorporo para no apoyarme en el respaldo.

—Páginas dieciséis y veintitrés, y ya estará —murmura con la boca a unos centímetros de mi oreja.

 

Su proximidad me produce una sensación desagradable en la piel, pero procuro ignorarla.

Abro el documento y empiezo a introducir los cambios, nervioso. Él sigue inclinado sobre mí, y todos mis sentidos están en alerta máxima. Resulta muy molesto e incómodo, y por dentro estoy chillando: ¡Apártate!

—En cuanto esto esté hecho, ya se podrá imprimir. Ya organizarás eso mañana. Gracias por quedarte hasta tarde para terminarlo, Lu.

Su voz es suave, amable, como si estuviera acechando a un animal herido. Se me revuelve el estómago.

 

—Creo que lo mínimo que puedo hacer es recompensarte con una copa rápida. Te la mereces.

Me coloca detrás de la oreja un mechón de pelo que se ha desprendido del recogido, y me acaricia suavemente el lóbulo.

Yo me encojo, apretando los dientes, y aparto la cabeza. ¡Maldita sea! Jongin tenía razón. No me toques.

—De hecho, esta noche no puedo.

Ni ninguna otra noche, Julien.

—¿Solo una rápida? —intenta persuadirme.

—No, no puedo. Pero gracias.

Julien se sienta en el borde de mi mesa y frunce el ceño. En el interior de mi cabeza suena con fuerza una alarma. Estoy solo en la oficina. No puedo marcharme. Inquieto, echo un vistazo al reloj. Faltan cinco minutos para que llegue Jongin.

—Yo creo que formamos un gran equipo, Lu. Siento no haber podido conseguir lo del viaje a Namdaemun. No será lo mismo sin ti.

 

Seguro que no. Sonrío débilmente, porque no se me ocurre qué decir. Y por primera vez en todo el día, siento un ligerísimo alivio por no poder ir.

—¿Así que has tenido un buen fin de semana? —pregunta suavemente.

—Sí, gracias.

¿Qué pretende con esto?

—¿Viste a tu novio?

—Sí.

—¿A qué se dedica?

Es el amo de tu culo…

—A los negocios.

—Interesante. ¿Qué clase de negocios?

—Oh, está metido en asuntos muy diversos.

Julien ladea la cabeza y se inclina hacia mí, invadiendo mi espacio privado… otra vez.

—Estás muy evasivo, Lu.

—Bueno, telecomunicaciones, industria y agricultura.

Julien arquea las cejas.

—Cuántas cosas… ¿Para quién trabaja?

—Trabaja por cuenta propia. Si el documento te parece bien, me gustaría marcharme, si estás de acuerdo.

Se aparta. Mi espacio privado vuelve a estar a salvo.

—Claro. Perdona, no pretendía retenerte —miente.

—¿A qué hora cierra el edificio?

—El vigilante está hasta las once.

—Bien.

Sonrío, y mi subconsciente se recuesta en su butaca, aliviada de saber que no estamos solos en el edificio. Apago el ordenador, cojo la maleta y me levanto, listo para irme.

—¿Te gusta, entonces? ¿Tu novio?

—Le quiero —contesto, y miro directamente a los ojos de Julien.

—Ya. —Julien tuerce el gesto y se levanta de mi escritorio—. ¿Cómo se apellida?

Enrojezco.

—Kim. Kim Jongin  —mascullo.

Julien se queda con la boca abierta.

—¿El soltero más rico de Seul? ¿Ese Kim Jongin?

—Sí. El mismo.

Sí, ese Kim Jongin, tu futuro jefe, que se te merendará si vuelves a invadir mi espacio privado.

—Ya me pareció que me era familiar —dice Julien, sombrío, y vuelve a levantar una ceja—.

Bien, pues es un hombre con suerte.

Me lo quedo mirando. ¿Qué contesto a eso?

—Que pases una buena noche, Lu.

Julien sonríe, pero esa sonrisa no se refleja en sus ojos, y regresa a toda prisa a su despacho sin volver la vista.

Suspiro, aliviado. Bien, puede que este problema ya esté solucionado. Cincuenta ha vuelto a obrar su magia. Su nombre me basta como talismán, y ha hecho que ese hombre se retirara con la cola entre las piernas. Me permito una sonrisita victoriosa. ¿Lo ves, Jongin? Incluso tu nombre me protege; no tienes que molestarte en tomar esas medidas tan drásticas. Ordeno mi mesa y miro el reloj. Jongin ya debe de estar fuera.

El Audi está aparcado en la acera, y Sungmin se apresura a bajar para abrirme la puerta de atrás. Nunca me he alegrado tanto de verle, y entro a toda prisa en el coche para guarecerme.

Jongin está en el asiento de atrás, y clava en mí sus ojos, muy abiertos y prudentes. Con la mandíbula tensa y prieta, preparado para mi rabia.

—Hola —musito.

—Hola —contesta con cautela.

 

Se me acerca, me coge la mano y la aprieta fuerte, y se me derrite un poco el corazón. Estoy muy confuso. Ni siquiera he decidido qué tengo que decirle.

—¿Sigues enfadado?

—No lo sé —murmuro.

Él levanta mi mano y me acaricia los nudillos con besos livianos y delicados.

—Ha sido un día espantoso —dice.

—Sí, es verdad.

Pero, por primera vez desde que se fue a trabajar esta mañana, empiezo a relajarme. Solo estar con él es como un bálsamo relajante, y todos esos líos con Julien, y el intercambio de e-mails beligerantes, y el incordio añadido que supone Bom, se desvanecen. Solo estamos yo y mi controlador obsesivo, en la parte de atrás del coche.

—Ahora que estás aquí ha mejorado —dice en voz baja.

Seguimos sentados en silencio mientras Sungmin avanza entre el tráfico vespertino, ambos meditabundos y contemplativos; pero noto que Jongin también se va relajando lentamente, mientras pasa el pulgar suavemente sobre mis nudillos con un ritmo tenue y calmo.

Sungmin nos deja en la puerta del edificio del apartamento, y ambos nos refugiamos rápidamente en el interior. Jongin me coge la mano mientras esperamos el ascensor, y sus ojos controlan la entrada del edificio.

—Deduzco que todavía no habéis encontrado a D.o.

—No. Kangin sigue buscándolo —reconoce, consternado.

Llega el ascensor y entramos. Jongin baja la vista hacia mí con sus ojos grises inescrutables. Oh, está sencillamente guapísimo, con el pelo alborotado, la camisa blanca, el traje oscuro. Y de repente ahí está, surgida de la nada, esa sensación. Oh, Dios… el anhelo, el deseo, la electricidad. Si fuera visible, sería una intensa aura azul a nuestro alrededor y extendiéndose entre los dos; es algo muy fuerte. Él me mira y separa los labios.

—¿Tú lo sientes? —musita.

—Sí.

—Oh, Lu.

Con un leve gruñido, me agarra y sus brazos se deslizan a mi alrededor, y poniendo una mano en mi nuca inclina mi cabeza hacia atrás, mientras sus labios buscan los míos. Hundo los dedos en su cabello y le acaricio la mejilla, mientras él me empuja contra la pared del ascensor.

—Odio discutir contigo —jadea pegado a mi boca, y su beso tiene una cualidad de pasión y desespero que es un reflejo de lo que yo siento.

 

El deseo estalla en mi cuerpo, toda la tensión del día buscando una salida, presionando contra él, exigiendo más. Somos solo lenguas y aliento y manos y caricias, y una sensación dulce, muy dulce. Pone la mano en mi cadera y me abre el pantalón, bruscamente. Sus dedos me acarician los muslos.

—Santo Dios, llevas pantaloneta —masculla con asombro reverente, mientras con el pulgar me acaricia la piel por encima de la línea de la pantaloneta—. Quiero ver esto —suspira, y me abre completamente el pantalón, descubriendo la parte superior de mis muslos.

Da un paso atrás y aprieta el botón de parada, y el ascensor se detiene poco a poco entre los pisos veintidós y veintitrés. Tiene los ojos turbios, los labios entreabiertos y respira con dificultad, como yo. Nos miramos fijamente, sin tocarnos. Yo agradezco el sostén de la pared que tengo detrás, mientras me deleito en el atractivo sensual y carnal de este hermoso hombre.

—revuelvete el pelo —ordena con voz ronca. Yo levanto la mano y alboroto mi melena, que queda como una nube densa—. Desabróchate los dos botones de arriba de la camisa —murmura, con los ojos muy abiertos.

Me hace sentir tan lascivo… Alargo una mano ansiosa y desabrocho los dos botones, y  mi clavicula queda seductoramente a la vista.

Él traga saliva.

—¿Tienes idea de lo atractivo que estás ahora mismo?

Yo me muerdo el labio con toda la intención. Él cierra un segundo los ojos, y luego vuelve a abrirlos, ardientes. Avanza y apoya las manos en las paredes del ascensor, a ambos lados de mi cara. Está todo lo cerca que puede, sin tocarme.

Levanto el rostro para mirarle a los ojos, y él se inclina y me acaricia la nariz con la suya: ese es el único contacto entre los dos. Estoy tan excitado, encerrado en este ascensor con él. Le deseo… ahora.

—Yo creo que sí, joven Xiao. Yo creo que le gusta volverme loco.

—¿Yo te vuelvo loco? —susurro.

—En todos los sentidos, Luhan. Eres un adonis, un dios.

Y se acerca, me coge una pierna por encima de la rodilla y se la coloca alrededor de la cintura, de modo que ahora estoy de pie sobre una pierna y apoyado contra él. Le siento pegado a mí, le noto duro y anhelante sobre el vértice de mis muslos, mientras desliza los labios por mi garganta. Gimo y le rodeo el cuello con los brazos.

—Voy a tomarte ahora —masculla, y, en respuesta, arqueo la espalda y me pego a él, anhelando el contacto.

Del fondo de su garganta surge un quejido ronco y quedo, y cuando se desabrocha la cremallera me excito aún más.

—Abrázame fuerte, nene —murmura, y como por arte de magia saca un envoltorio plateado que sostiene frente a mi boca.

Yo lo cojo con los dientes, él tira, y lo rasgamos entre los dos.

—Buena chico. —Se aparta ligeramente para ponerse el condón—. Dios, estos próximos seis días se me van a hacer eternos —dice con un gruñido, y me mira con los ojos entreabiertos—.

Espero que no les tengas demasiado cariño a esta  pantaloneta.

La rasga con dedos expertos y se desintegran entre sus manos, me quita mis boxers y mientras dos de sus dedos prepara mi ano. La sangre bombea frenética por mi glande y jadeo de deseo.

Sus palabras son embriagadoras, y olvido la angustia que he pasado durante el día. Y solo somos él y yo, haciendo lo que mejor hacemos. Sin apartar sus ojos de mí, Jongin se hunde despacio en mi interior. Mi cuerpo cede y echo la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, gozando de sentirle dentro. Él se retira y entra de nuevo, muy lento, muy suave. Gimo.

—Eres mío, Luhan —susurra pegado a mi cuello.

—Sí. Tuyo. ¿Cuándo te convencerás? —jadeo.

Él gruñe y empieza a moverse, a moverse de verdad. Y yo sucumbo a su ritmo incesante, saboreo cada embestida, hacia delante y hacia atrás, su respiración entrecortada, su necesidad de mi reflejando la mía de él.

Esto hace que me sienta poderoso, fuerte, deseado, amado… amado por este hombre fascinante, complicado, a quien yo también amo con todo mi corazón. Él empuja más y más fuerte, sin aliento, y se pierde en mí mientras yo me pierdo en él.

—Oh, nene —gime Jongin, rozándome el mentón con los dientes, y alcanzo un intenso orgasmo. Él se para, me sujeta fuerte, y también llega al clímax mientras susurra mi nombre.

Ahora que Jongin, exhausto y tranquilo, ha recuperado el aliento, me besa con ternura. Me mantiene de pie contra la pared del ascensor, tenemos las frentes pegadas, y siento mi cuerpo como de gelatina, débil, pero gratificado y saciado por el orgasmo.

—Oh, Lu —susurra—. Te necesito tanto.

Me besa la frente.

—Y yo a ti, Jongin.

Me suelta, me pone el pantalón  y me abrocha los dos botones de la camisa. Luego marca una combinación numérica en el panel y vuelve a poner en marcha el ascensor, que arranca bruscamente y me lanza a sus brazos.

—Sungmin debe de estar preguntándose dónde estamos —dice sonriendo con malicia.

Oh, no… Me paso los dedos por el pelo alborotado en un vano intento de disimular la evidencia de nuestro encuentro sexual, pero enseguida desisto y me hago una pequeña coleta.

—Ya estás bien —dice Jongin con una mueca de ironía, mientras se sube la cremallera del pantalón y se mete el condón en el bolsillo.

Y una vez más vuelve a ser la imagen personificada del emprendedor americano, aunque en su caso la diferencia es mínima, porque su pelo casi siempre tiene ese aspecto alborotado. Ahora sonríe relajado y sus ojos tienen un encantador brillo juvenil. ¿Todos los hombres se apaciguan tan fácilmente? Se abre la puerta, y Sungmin está allí esperando.

—Un problema con el ascensor —musita Jongin cuando salimos.

Yo soy incapaz de mirar a la cara a ninguno de los dos, y cruzo a toda prisa la puerta doble del dormitorio de Jongin en busca de una muda de ropa interior.

* * *

Cuando vuelvo, Jongin se ha quitado la chaqueta y está sentado en la barra del desayuno charlando con la señora Jones. Ella sonríe afable y dispone dos platos de comida caliente para nosotros. Mmm, huele muy bien: coq au vin, si no me equivoco. Estoy hambriento.

—Espero que les guste, señor Kim, Lu —dice, y se retira.

Jongin saca una botella de vino blanco de la nevera, y nos sentamos a cenar. Me cuenta lo cerca que está de perfeccionar un teléfono móvil con energía solar. Está animado y emocionado con el proyecto, y entonces sé que su día no ha ido tan mal del todo.

Le pregunto por sus propiedades. Sonríe irónico, y resulta que solo tiene apartamentos en Namdaemun, en Osaka, y el del Escala. Nada más. Cuando terminamos, recojo su plato y el mío y los llevo al fregadero.

—Deja eso. Gail lo hará —dice.

Me doy la vuelta y le miro, y él me responde fijando sus ojos en mí. ¿Llegaré a acostumbrarme a que alguien limpie lo que voy dejando por ahí?

—Bien, ahora que ya está más dócil, joven Xiao, ¿hablaremos sobre lo de hoy?

—Yo opino que el que está más dócil eres tú. Creo que se me da bastante bien eso de domarte.

—¿Domarme? —resopla, divertido. Cuando yo asiento, arruga la frente como si meditara mis palabras—. Sí, Luhan, quizá si se te dé bien.

—Tenías razón sobre Julien —digo entonces en voz baja y serio, y me inclino sobre la encimera de la isla de la cocina para estudiar su reacción.

A Jongin le cambia la cara y se le endurece la mirada.

—¿Ha intentado algo? —pregunta con una voz gélida y letal.

Yo niego con la cabeza para tranquilizarle.

—No, Jongin, y no lo hará. Hoy le he dicho que soy tu novio, y enseguida ha reculado.

—¿Estás seguro? Podría despedir a ese cabrón —replica Jongin.

Envalentonado por el vino, suspiro.

—Sinceramente, Jongin, deberías dejar que yo solucione mis problemas. No puedes prever todas las contingencias para intentar protegerme. Resulta asfixiante, Jongin. Si no dejas de interferir a todas horas, no progresaré nunca. Necesito un poco de libertad. A mí jamás se me ocurriría meterme en tus asuntos.

Él se me queda mirando.

—Yo solo quiero que estés seguro y a salvo, Luhan. Si te pasara algo, yo…

Se calla.

—Lo sé, y entiendo por qué sientes ese impulso de protegerme. Y en parte me encanta. Sé que si te necesito estarás ahí, como yo lo estaré por ti. Pero si albergamos alguna esperanza de futuro para los dos, tienes que confiar en mí y en mi criterio. Claro que a veces me equivocaré, que cometeré errores, pero tengo que aprender.

Me mira fijamente, con una expresión ansiosa que me incita a acercarme a él, hasta colocarme de pie entre sus piernas, mientras sigue sentado en el taburete de la barra. Le cojo las manos para que me rodee con ellas, y luego apoyo las mías en sus brazos.

—No puedes interferir en mi trabajo. No está bien. No necesito que aparezcas como un caballero andante para salvarme. Ya sé que quieres controlarlo todo, y entiendo el porqué, pero no puedes hacerlo siempre. Es una meta imposible… tienes que aprender a dejar que las cosas pasen. —Le acaricio la cara con una mano mientras él me observa con los ojos muy abiertos—.

Y si eres capaz de hacer eso, de concederme eso, vendré a vivir contigo —añado en voz baja.

Inspira bruscamente, sorprendido.

—¿De verdad?

—Sí.

—Pero si no me conoces…

Frunce el ceño y de pronto parece ahogado y aterrado por la emoción, algo totalmente impropio de Cincuenta.

—Te conozco lo suficiente, Jongin. Nada de lo que me cuentes sobre ti hará que me asuste y salga huyendo. —Le paso los nudillos por la mejilla suavemente. Su rostro pasa de la angustia a la duda—. Pero si pudieras dejar de presionarme… —suplico.

—Lo intento, Luhan. Pero no podía quedarme quieto y dejar que fueras a Namdaemun con ese… canalla. Tiene una reputación espantosa. Ninguna de sus ayudantes ha durado más de tres meses, y nunca se han quedado en la empresa. Yo no quiero eso para ti, cariño. —Suspira—. No quiero que te pase nada. Me aterra la idea de que te hagan daño. No puedo prometerte que no interferiré, no, si creo que puedes salir mal parado. —Hace una pausa y respira hondo—. Yo te quiero, Luhan. Utilizaré todo el poder que tengo a mi alcance para protegerte. No puedo imaginar la vida sin ti.

Madre mía. La diosa que llevo dentro, mi subconsciente y yo miramos boquiabiertos y estupefactos a Cincuenta.

Tres palabritas de nada. Mi mundo se paraliza, vacila, y luego empieza a girar sobre un nuevo eje; y yo saboreo el momento mirando sus sinceros y hermosos ojos grises.

—Yo también te quiero, Jongin.

Y le beso, y el beso se intensifica.

Sungmin, que ha entrado sin que le viéramos, carraspea. Jongin se echa hacia atrás, sin dejar de mirarme intensamente. Se pone de pie y me rodea la cintura con el brazo.

—¿Sí? —le espeta a Sungmin.

—La señora Jung está subiendo, señor.

—¿Qué?

Sungmin se encoge de hombros a modo de disculpa. Jongin respira hondo y sacude la cabeza.

—Bueno, esto se pone interesante —masculla. Y me dedica una mueca de resignación.

¡Maldita sea! ¿Por qué no nos dejará en paz esa condenada mujer?

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