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Cap 4

 

 

 

 

 

 

 

 

Estoy inquieto. Jongin lleva encerrado en el estudio del barco más de una hora. He intentado leer, ver la televisión, tomar el sol (completamente vestido…), pero no puedo relajarme y tampoco librarme de este nerviosismo. Me cambio para ponerme unos pantalones cortos y una camiseta, me quito la pulsera escandalosamente cara y voy en busca de Sungmin.

— Kim —me saluda levantando la vista de su novela de Anthony Burgess, sorprendido. Está sentado en la salita que hay junto al estudio de Jongin.

—Me gustaría ir de compras.

—Sí, señor —dice poniéndose en pie.

—Quiero llevarme la moto de agua.

Se queda boquiabierto.

—Eh… —Frunce el ceño; no sabe qué decirme.

—No quiero molestar a Jongin con esto.

Él contiene un suspiro.

—joven Kim… Mmm… No creo que al señor Kim le guste eso y yo preferiría no perder mi trabajo.

¡Oh, por todos los santos…! Tengo ganas de poner los ojos en blanco, pero en vez de eso, los entorno y suspiro profundamente para expresar, espero, la cantidad adecuada de indignación frustrada por no ser el dueño de mi propio destino. Pero no quiero que Jongin se enfade con Sungmin (ni conmigo, la verdad). Paso delante de él caminando confiadamente, llamo a la puerta del estudio y entro.

Jongin está al teléfono, inclinado sobre el escritorio de caoba. Levanta la vista.

—Nana, ¿puedes esperar un momento, por favor? —dice por el teléfono con expresión seria. Me mira educadamente expectante. Mierda. ¿Por qué me siento como si estuviera en el despacho del director? Este hombre me tuvo esposado ayer. Me niego a sentirme intimidado por él. Es mi marido, maldita sea. Me yergo y le muestro una amplia sonrisa.

—Me voy de compras. Me llevaré a alguien de seguridad conmigo.

—Bien, llévate a uno de los gemelos y también a Sungmin —me dice. Lo que está pasando debe de ser serio porque no me hace ninguna objeción. Me quedo de pie mirándole, preguntándome si puedo ayudar en algo.

—. ¿Algo más? —añade impaciente. Quiere que me vaya.

—¿Necesitas que te traiga algo? —le pregunto.

Él me dedica una sonrisa dulce y tímida.

—No, cariño, estoy bien. La tripulación se ocupará de mí.

—Vale. —Quiero darle un beso. Demonios, puedo hacerlo… ¡Es mi marido! Me acerco decidido y le doy un beso en los labios, lo que le sorprende.

—Nana, te llamo luego —dice por el teléfono. Deja el BlackBerry en el escritorio, me acerca a él para abrazarme y me da un beso apasionado. Cuando me suelta, estoy sin aliento. Me mira con los ojos oscuros y llenos de deseo—. Me distraes. Necesito solucionar esto para poder volver a mi luna de miel. —Me recorre la cara con el dedo índice y me acaricia la barbilla, haciendo que levante la cabeza.

—Vale, perdona.

—No te disculpes. Me encanta que me distraigas. —Me da un beso en la comisura de la boca—. Vete a gastar dinero —dice liberándome.

—Lo haré. —Le sonrío y salgo del estudio. Mi subconsciente niega con la cabeza y frunce los labios: No le has dicho que querías coger la moto de agua, me regaña con voz cantarina. La ignoro… ¡Arpía!

Sungmin está esperando.

—Todo aclarado con el alto mando… ¿Podemos irnos? —Le sonrío intentando no mostrar sarcasmo en mi voz. Sungmin no oculta su sonrisa de admiración.

—Después de usted, joven Kim.

Sungmin me explica pacientemente los controles de la moto de agua y cómo conducirla. Transmite una especie de autoridad tranquila y amable; es un buen profesor. Estamos en la lancha motora, cabeceando y meciéndonos en las tranquilas aguas del puerto junto al Fair Lady. Min ki nos observa, su expresión oculta por las gafas de sol, y un miembro de la tripulación se ocupa de manejar la lancha. Vaya…

Tengo a tres personas pendientes de mí solo porque me apetece ir de compras. Es ridículo. Me ciño el chaleco salvavidas y miro a Sungmin con una sonrisa encantadora. Él me tiende la mano para ayudarme a subir a la moto de agua.

—Átese la cinta de la llave del contacto a la muñeca, joven Kim. Si se cae, el motor se parará de forma automática —me aconseja.

—Vale.

—¿Listo?

Asiento entusiasmado.

—Pulse el botón de encendido cuando esté a un metro y medio del barco. Lo seguiremos.

—De acuerdo.

Empuja la moto para que se aparte de la lancha y me alejo flotando hacia al puerto. Cuando Sungmin me da la señal, pulso el botón y el motor cobra vida con un rugido.

—¡Bien, joven Kim, poco a poco! —me grita Sungmin.

Aprieto el acelerador. La moto de agua se lanza hacia delante y de repente se para. ¡Mierda! ¿Cómo lo hace Jongin para que parezca tan fácil? Lo intento de nuevo y de nuevo se para. ¡Mierda, mierda!

—¡Tiene que mantener la potencia, joven Kim!

—Sí, sí, sí… —murmuro entre dientes. Lo intento una vez más apretando la palanca muy suavemente y la moto vuelve a lanzarse hacia delante, pero esta vez sigue sin detenerse. ¡Sí! Y avanza un poco más. ¡Ja!

¡Sigue avanzando! Tengo ganas de gritar por la emoción, pero me controlo. Me voy alejando del yate hacia el puerto. Detrás de mí oigo el ruido ronco de la lancha. Aprieto el acelerador un poco más y la moto coge velocidad, deslizándose por el agua. Noto la brisa cálida en el pelo y la fina salpicadura del agua del mar y me siento libre. ¡Esto es genial! No me extraña que Jongin nunca me deje conducirla. En vez de dirigirme a la orilla y acabar con la diversión, giro para rodear el majestuoso Fair Lady. wow… Esto es divertidísimo.

Ignoro a Sungmin y al resto de la gente que me sigue y aumento la velocidad una vez más mientras rodeo el barco. Cuando completo el círculo, veo a Jongin en la cubierta. Creo que me mira con la boca abierta, pero desde esta distancia es difícil decirlo. Valientemente suelto una mano del manillar y le saludo con entusiasmo.

Parece petrificado, pero al final levanta la mano de una forma un poco rígida. No puedo distinguir su expresión, pero algo me dice que es mejor así. Terminada la vuelta decido dirigirme al puerto deportivo acelerando por el agua azul del Mediterráneo, que brilla bajo el sol de última hora de la tarde. En el muelle espero a que Sungmin amarre la lancha. Tiene la expresión lúgubre y se me cae el alma a los pies, aunque Min ki parece algo divertido. Me pregunto si habrá habido algún incidente que haya enturbiado las relaciones galo-americanas, pero en el fondo me doy cuenta de que seguramente el problema soy yo.

Min Ki  salta de la lancha y la amarra mientras Sungmin me hace señas para que me sitúe a un lado de la embarcación. Con mucho cuidado acerco la moto a la lancha y yo quedo a su altura. Su expresión se suaviza un poco.

—Apague el motor, joven Kim —me dice con tranquilidad estirándose para coger el manillar y tendiéndome una mano para ayudarme a pasar a la lancha.

Subo a bordo con agilidad, sorprendido de no haberme caído.

—joven Kim—dice Sungmin algo nervioso y sonrojándose—, al señor Kim no le ha gustado mucho que haya conducido la moto de agua. —Es evidente que está a punto de morirse de la vergüenza y me doy cuenta de que seguramente ha recibido una llamada enfurecida de Jongin. Oh, mi pobre marido, patológicamente sobreprotector, ¿qué voy a hacer contigo?

Sonrío a Sungmin para tranquilizarlo.

—Bueno, Sungmin, el señor Kim no está aquí y si no le ha gustado, estoy seguro de que tendrá la cortesía de decírmelo en persona cuando vuelva a bordo.

Sungmin hace una mueca de dolor.

—Está bien, joven Kim —me dice y me tiende el bolso.

Cuando bajo de la lancha veo el destello de una sonrisa reticente en los labios de Sungmin y eso me da ganas de sonreír a mí también. Le tengo cariño a Sungmin, pero no me gusta que me regañe… No es ni mi padre ni mi marido.

Suspiro. Jongin estará furioso… Y ya tiene suficientes cosas de las que preocuparse en este momento. ¿En qué estaría pensando? Mientras estoy de pie en el muelle esperando a que Sungmin baje de la lancha, siento que mi BlackBerry vibra dentro del bolso y me pongo a rebuscar hasta que la encuentro. «Your Love Is King» de Sade es el tono de llamada que tiene Jongin … y solo Jongin.

—Hola.

—Hola —responde.

—Volveré en la lancha. No te enfades.

Oigo su exclamación silenciosa de sorpresa.

—Mmm…

—Pero ha sido divertido —le susurro.

Suspira.

—Bueno, no quisiera estropearle la diversión, joven Kim. Pero ten cuidado. Por favor.

Oh, madre mía. ¡Me ha dado permiso para divertirme!

—Lo tendré. ¿Quieres algo de la ciudad?

—Solo a ti, entero.

—Haré todo lo que pueda para conseguirlo, señor Kim.

—Me alegro de oírlo, joven Kim.

—Nos proponemos complacer —le respondo con una sonrisa.

Oigo la sonrisa en su voz.

—Tengo otra llamada. Hasta luego, nene.

—Hasta luego, Jongin.

Cuelga. Me parece que he evitado la crisis de la moto de agua. El coche me espera y Sungmin tiene la puerta abierta aguardándome. Le guiño un ojo al subir y él niega con la cabeza, divertido.

En el coche abro mi correo en el BlackBerry.

De: Kim Luhan

Fecha: 17 de agosto de 2014 16:55

Para: Kim Jongin

Asunto: Gracias…

Por no ser demasiado cascarrabias.

Tu esposo que te quiere.

xxx

De: Kim Jongin

Fecha: 17 de agosto de 2014 16:59

Para: Kim Luhan

Asunto: Intentando mantener la calma

De nada.

Vuelve entero.

Y no te lo estoy pidiendo.

x

Kim Jongin

Marido sobreprotector y presidente de Kim Enterprises Holdings, Inc.

Su respuesta me hace sonreír. Mi obseso del control…

¿Por qué he querido ir de compras? Odio ir de compras. Pero en el fondo sé por qué y camino decidido por delante de Chanel, Gucci, Dior y las otras boutiques de diseñadores y al fin encuentro el antídoto a lo que me aqueja en una tiendecita para turistas llena a reventar. Es una pulsera de tobillo de plata con corazones y campanitas. Tintinea alegremente y solo cuesta cinco euros. Me la pongo nada más comprármela. Este soy yo, estas son las cosas que me gustan. Inmediatamente me siento más cómodo. No quiero perder el contacto con el chico al que le gustan esas cosas, nunca. No solo estoy abrumado por el propio Jongin, sino también por lo rico que es. ¿Me acostumbraré alguna vez a eso?

Sungmin y Min Ki me siguen diligentemente entre las multitudes de última hora de la tarde y no tardo en olvidarme de que están ahí. Quiero comprarle algo a Jongin, algo que aleje su mente de lo que está pasando en Seul. Pero ¿qué se le puede comprar a alguien que lo tiene todo? Me detengo en una pequeña plaza moderna rodeado de tiendas y me pongo a estudiarlas una por una. Mientras miro una tienda de electrónica me viene a la mente nuestra visita a la galería unas horas antes y el día que visitamos el Louvre. Estábamos contemplando la Venus de Milo cuando Jongin dijo algo que ahora resuena en mi cabeza: «Todos admiramos las formas humanas. Nos encanta mirarlas tanto si están esculpidas en mármol como si se ven reproducidas en óleos, sedas o películas».

Eso me da una idea, una un poco atrevida. Pero necesito ayuda para elegir y solo hay una persona que puede ayudarme. Saco el BlackBerry de mi bolso con alguna dificultad y llamo a Sehun.

—¿Sí? —dice con voz adormilada.

—Sehun, soy Lu.

—¡Lu, hola! ¿Dónde estás? ¿Estás bien? —Ahora suena más alerta; está preocupado.

—Estoy en Cannes, en el sur de Francia. Y estoy bien.

—En el sur de Francia, ¿eh? ¿En un hotel de lujo?

—Mmm… no. Estamos en un barco.

—¿Un barco?

—Uno grande… y lujoso —especifico con un suspiro.

—Ya veo. —Su tono se ha vuelto frío… Mierda, no debería haberle llamado. Esto es lo último que necesito ahora mismo.

—Sehun, necesito tu consejo.

—¿Mi consejo? —Suena asombrado—. Claro —dice y esta vez suena mucho más amable. Le cuento mi plan…

Dos horas después, Sungmin me ayuda a salir de la lancha motora y a subir por la escalerilla hasta la cubierta.

Min Ki está ayudando a los miembros de la tripulación con la moto de agua. A Jongin no se le ve por ninguna parte y yo me escabullo al camarote para envolver su regalo, sintiendo un placer infantil.

—Has estado fuera un buen rato. — Jongin me sorprende justo cuando estoy poniendo el último trozo de celo. Me giro y lo encuentro de pie en el umbral de la puerta del camarote, mirándome fijamente. ¿Voy a tener problemas por lo de la moto de agua? ¿O será por lo del fuego en la oficina?

—¿Todo está controlado en la oficina? —le pregunto.

—Más o menos —dice y una expresión irritada cruza momentáneamente su cara.

—He estado haciendo compras. —Espero que eso le mejore el humor y rezo para que esa irritación que veo no esté dirigida a mí. Me sonríe con ternura y sé que nosotros estamos bien.

—¿Qué has comprado?

—Esto. —Pongo el pie sobre la cama y le enseño la pulsera de tobillo.

—Muy bonita —dice. Se acerca y roza las campanitas para que tintineen dulcemente junto a mi tobillo.

Frunce el ceño y me roza con suavidad la marca roja, lo que hace que me cosquillee toda la pierna.

—Y esto. —Le tiendo la caja para intentar distraerle.

—¿Es para mí? —me pregunta sorprendido. Asiento tímidamente. Coge la caja y la agita un poco. Me dedica una sonrisa infantil y deslumbrante y se sienta a mi lado en la cama. Se inclina, me coge la barbilla y me da un beso—. Gracias —me dice con una felicidad tímida.

—Pero si todavía no lo has abierto…

—Seguro que me encanta, sea lo que sea. —Me mira con los ojos brillantes—. No me hacen muchos regalos, ¿sabes?

—Es difícil comprarte algo, porque ya lo tienes todo.

—Te tengo a ti.

—Es verdad. —Le sonrío. Oh, y qué verdad, Jongin…

Desenvuelve el regalo en cuestión de segundos.

—¿Una Nikon? —Me mira perplejo.

—Sé que tienes una cámara digital pequeña, pero esta es para… eh… retratos y esas cosas. Tiene dos lentes.

Parpadea sin comprender.

—Hoy en la galería te han gustado mucho las fotos de Florence D’Elle. Y me he acordado de lo que me dijiste en el Louvre. Y, bueno, también están esas otras fotografías… —Trago saliva y hago un esfuerzo por no pensar en las fotos que encontré en su armario.

Él contiene la respiración y abre mucho los ojos cuando comprende al fin. Sigo hablando de forma atropellada antes de que pierda toda la valentía.

—He pensado que tal vez… eh… te gustaría hacer fotos… de mi cuerpo.

—¿Fotos? ¿Tuyas? —Me mira con la boca abierta, ignorando la caja que tiene en el regazo.

Asiento intentando desesperadamente evaluar su reacción. Finalmente devuelve su atención a la caja y sigue con los dedos el contorno de la ilustración de la cámara que hay en la tapa con reverencia y fascinación.

¿Qué estará pensando? No es la reacción que esperaba y mi subconsciente me observa como si fuera una animal de granja domesticado. Jongin nunca reacciona como yo espero. Levanta la vista de nuevo con los ojos llenos de… ¿qué? ¿Dolor?

—¿Por qué has pensado que podría querer algo así? —me pregunta desconcertado.

¡No, no, no! Has dicho que te iba a encantar…

—¿No lo quieres? —le pregunto negándome a escuchar a mi subconsciente, que se está cuestionando por qué iba a querer nadie hacerme fotos eróticas a mí. Jongin traga saliva y se pasa una mano por el pelo.

Parece tan perdido, tan confuso. Inspira profundamente.

—Para mí esas fotos eran como una póliza de seguros, Lu. He convertido a los hombres en objetos durante mucho tiempo. —Hace una pausa incómoda.

—¿Y te parece que hacerme fotos es… convertirme en un objeto a mí también? —Me quedo sin aire y pálido cuando toda la sangre abandona mi cara.

Cierra los ojos con fuerza.

—Estoy muy confundido —susurra. Cuando abre los ojos de nuevo se ven perdidos y llenos de pura emoción.

Mierda. ¿Es por mí? ¿Por mis preguntas de antes sobre su madre biológica? ¿Por el incendio en la oficina?

—¿Por qué dices eso? —le pregunto en voz baja. Tengo la garganta atenazada por el pánico. Creía que estaba feliz. Que los dos lo estábamos. Creía que le estaba haciendo feliz. No quiero confundirle. ¿O sí? Mi mente empieza a funcionar a toda velocidad. No ha visto al doctor Flynn en tres semanas. ¿Es eso? ¿Esa es la razón para que este así? Mierda, ¿debería llamar al doctor? Pero en un momento posiblemente único de extraordinaria profundidad y claridad consigo entenderlo: el incendio, Monggu Yanggu, la moto de agua… Está asustado.

Tiene miedo por mí y verme esas marcas en la piel solo lo ha empeorado. Ha estado todo el día fijándose en ellas, sintiéndose mal, y no está acostumbrado a sentirse incómodo por su forma de infligir dolor. Solo pensarlo me provoca un escalofrío. Se encoge de hombros y una vez más sus ojos se van a mi muñeca, donde estaba la pulsera que me ha comprado. ¡Bingo!

— Jongin, estas marcas no importan —le aseguro levantando la muñeca y señalando la marca—. Me diste una palabra de seguridad. Mierda, Jongin … Lo de ayer fue divertido. Disfruté. No te machaques con eso. Me gusta el sexo duro, ya te lo he dicho. —Me ruborizo hasta ponerme de color escarlata a la vez que intento sofocar el pánico que empiezo a sentir. Me mira fijamente y no tengo ni idea de lo que está pensando. Tal vez esté sopesando mis palabras.

Continúo tartamudeando un poco.

—¿Es por el incendio? ¿Crees que hay alguna conexión con lo de Monggu Yanggu? ¿Por eso estás preocupado? Habla conmigo, Jongin, por favor.

No aparta la mirada de mí pero tampoco dice nada y el silencio se cierne sobre nosotros otra vez, como esta misma tarde. ¡Maldita sea! No me va a decir nada, lo sé.

—No le des más vueltas a esto, Jongin —le regaño en voz baja y las palabras resuenan en mi cabeza, removiendo un recuerdo del pasado reciente: lo que él me dijo acerca de su estúpido contrato. Extiendo la mano, cojo la caja de su regazo y la abro. Me observa pasivamente, como si fuera una criatura extraterrestre fascinante. Sé que el vendedor de la tienda, muy amablemente, ha dejado la cámara lista para usarla, así que la saco de la caja y le quito la tapa a la lente. Le apunto y su hermosa cara llena de ansiedad queda justo en el centro del marco. Pulso el botón y lo mantengo presionado y diez fotos de la expresión alarmada de Jongin quedan capturadas digitalmente para la posteridad.

—Pues yo te acabo de convertir en un objeto a ti —le digo volviendo a pulsar el obturador. En el último momento sus labios se curvan casi imperceptiblemente. Vuelvo a pulsarlo y esta vez está sonriendo… Una sonrisita, pero sonrisa al fin y al cabo. Pulso el botón otra vez y veo que se relaja físicamente y hace un mohín, completamente falso, un ridículo mohín de personaje de Acero azul y eso me hace reír. Oh, gracias a Dios. El señor Temperamental ha vuelto… Y nunca me he alegrado tanto de verlo.

—Creía que era un regalo para mí —dice enfurruñado, aunque creo que es fingido.

—Bueno, se suponía que tenía que ser algo divertido, pero parece que es un símbolo de la opresión del hombre —le respondo haciéndole más fotos y viendo en un primer plano como la diversión crece en su cara.

Entonces sus ojos se oscurecen y su expresión se vuelve depredadora.

—¿Quieres sentirte oprimido? —susurra con una voz suave como la seda.

—No. Oprimido no… —murmuro a la vez que le hago otra foto.

—Yo podría oprimirlo muy bien, joven Kim —me amenaza con voz ronca.

—Sé que puede, señor Kim. Y lo hace con frecuencia.

Su cara se pone triste. Mierda. Bajo la cámara y le miro.

—¿Qué pasa, Jongin? —Mi voz rezuma frustración. ¡Dímelo!

No dice nada. ¡Arrrggg! Me saca de quicio. Me acerco la cámara al ojo otra vez.

—Dímelo —insisto.

—No pasa nada —dice y de repente desaparece del visor. En un movimiento rápido y ágil tira la caja de la cámara al suelo del camarote, me agarra, me tumba sobre la cama y se sienta a horcajadas sobre mí.

—¡Oye! —exclamo y le hago más fotos mientras me sonríe con oscura resolución. Agarra la cámara por la lente y el fotógrafo se convierte en el fotografiado cuando me apunta con la Nikon y presiona el botón del obturador.

—¿Así que quiere que le haga fotos, joven Kim? —me dice divertido. De su cara no puedo ver más que el pelo alborotado y la amplia sonrisa de su boca bien delineada—. Bien, pues para empezar, creo que deberías estar riéndote —continúa y me hace cosquillas sin piedad bajo las costillas, lo que hace que chille, me retuerza, me ría y le agarre la muñeca en un vano intento de detenerle. Su sonrisa se hace más amplia y vuelve a hacerme fotos.

—¡No! ¡Para! —le grito.

—¿Estás de broma? —gruñe y deja la cámara a un lado para poder torturarme con ambas manos.

—¡ Jongin! —protesto sin dejar de reírme y de resoplar. Nunca me había hecho cosquillas antes. ¡Joder, basta! Muevo la cabeza de lado a lado e intento escapar de debajo de su cuerpo y apartarle las manos sin dejar de reír, pero es implacable. No deja de sonreír, disfrutando de mi tormento.

—¡ Jongin, para! —le suplico y se detiene de repente. Me coge las dos manos, me las sujeta a ambos lados de la cabeza y se inclina sobre mí. Estoy sin aliento, jadeando por la risa. Su respiración es tan agitada como la mía y me está mirando con… ¿qué? Mis pulmones dejan de funcionar. ¿Asombro? ¿Amor?

¿Veneración? Dios, esa mirada…

—Eres. Tan. Hermoso —dice entre jadeos.

Le miro a esa cara que tanto quiero hipnotizado por la intensidad de su mirada; es como si me estuviera viendo por primera vez. Se inclina más, cierra los ojos y me besa, embelesado. Su respuesta despierta mi libido… Verle así, anulado, por mí… Oh, Dios mío… Me suelta las manos y enrosca los dedos en mi pelo, manteniéndome donde estoy sin ejercer fuerza. Mi cuerpo se eleva y se llena de excitación en respuesta a su beso. Y de repente cambia la naturaleza del beso; ya no es dulce y lleno de veneración y admiración. Ahora se vuelve carnal, profundo, devorador… Su lengua me invade la boca, cogiendo y no dando, en un beso con un punto desesperado y necesitado. Mientras el deseo se va extendiendo por mi sangre, despertando a los músculos y los tendones a su paso, siento un escalofrío de alarma.

Oh, Cincuenta, ¿qué pasa? Inspira bruscamente y gruñe.

—Oh, pero qué haces conmigo… —murmura, salvaje y perdido. Con un movimiento rápido se tumba sobre mí y me aprieta contra el colchón. Con una mano me coge la barbilla y con la otra me recorre el cuerpo, el pecho, la cintura, la cadera y el culo. Vuelve a besarme y mete la pierna entre las mías, me levanta la rodilla y se aprieta contra mí, con la erección tensando su ropa y presionando contra la mía. Doy un respingo y gimo junto a sus labios, perdiendo de la cabeza por la pasión. No hago caso a las alarmas distantes que suenan en el fondo de mi mente. Sé que me desea, que me necesita y cuando intenta comunicarse conmigo, esta es su forma preferida de expresión. Le beso con total abandono, deslizando los dedos entre su pelo, cerrando las manos y aferrándome con fuerza. Sabe tan bien y huele a Jongin, mi Jongin.

De repente se para, se levanta y tira también de mí de modo que me quedo de pie delante de él, todavía perplejo. Me desabrocha el botón de los pantalones cortos y se arrodilla apresuradamente para bajármelos junto con el boxer de un tirón. Antes de que me dé tiempo a respirar de nuevo, estoy otra vez tirado sobre la cama debajo de él, que ya se está desabrochando la bragueta. ¡wow! No se va a quitar la ropa ni a mí la camiseta. Me sujeta la cabeza y sin ningún tipo de preámbulo se introduce en mi interior con una embestida, haciendo que dé un grito, más de sorpresa que de ninguna otra cosa. Oigo el siseo de su respiración entre dientes.

—Sssí —susurra junto a mi oído.

Se queda quieto y después gira la cadera una vez para introducirse más adentro, haciéndome gemir.

—Te necesito —gruñe con la voz baja y ronca. Me roza la mandíbula con los dientes, mordiendo, succionando y después me besa otra vez con brusquedad, mientras que frota duramente mi erección entre nuestros cuerpos. Le rodeo con las piernas y los brazos, acunándolo y apretándolo contra mí, decidido a hacer desaparecer lo que sea que le preocupa.

Empieza a moverse una y otra vez, frenético, primitivo, desesperado. Yo, antes de perderme en ese ritmo loco que ha establecido, me pregunto una vez más qué le estará llevando a esto, qué le preocupa. Pero mi cuerpo toma el control y ahoga el pensamiento, acelerando y aumentando las sensaciones hasta que me inundan y voy al encuentro de cada embestida. Escucho su respiración difícil, trabajosa y feroz junto a mi oreja. Sé que está perdido en mí. Gimo en voz alta y jadeo. Esa necesidad que tiene de mí es tremendamente erótica. Estoy llegando… llegando… y él me está llevando más allá, abrumándome, arrastrándome con él.

Esto es lo que quiero. Lo quiero tanto… por él y por mí.

—Córrete conmigo —jadea y se eleva un poco de forma que tengo que soltarle—. Abre los ojos —me ordena—. Necesito verte. —Su voz es urgente, implacable.

Parpadeo para abrir los ojos un momento y lo veo sobre mí: la cara tensa por la pasión, los ojos salvajes y brillantes. Su pasión y su amor son mi liberación y cuando veo la señal dejo que me embargue el orgasmo, echo atrás la cabeza y mi cuerpo late a su alrededor.

—¡Oh, Lu! —grita y se une a mi clímax, empujando hacia mi interior y sintiendo como mi cavidad engulle fervientemente su hombría. Después se queda quieto y cae sobre mí. Rueda hacia un lado para que yo quede encima. Él sigue en mi interior. Cuando los efectos del orgasmo remiten y mi cuerpo se calma, quiero hacer un comentario sobre eso de ser convertido en objeto y oprimido, pero me muerdo la lengua porque no estoy seguro de cuál es su estado de ánimo. Le miro para examinarle la cara. Tiene los ojos cerrados y me rodea con los brazos, abrazándome fuerte. Le doy un beso en el pecho a través de la fina tela de su camisa de lino.

—Dime, Jongin, ¿qué ocurre? —le pregunto en voz baja y espero nervioso a ver si ahora, saciado por el sexo, está dispuesto a contármelo. Siento que me abraza un poco más fuerte, pero esa es su única respuesta.

No va a hablar. La inspiración me surge de repente.

—Prometo serte fiel en la salud y en la enfermedad, en lo bueno y en lo malo y en las alegrías y en las penas —le digo en un susurro.

Se queda petrificado. Solo abre mucho sus ojos insondables y me mira mientras sigo recitando los votos matrimoniales.

—Y prometo quererte incondicionalmente, apoyarte para que consigas tus objetivos y tus sueños, honrarte y respetarte, reír y llorar contigo, compartir tus esperanzas y tus sueños y darte consuelo en momentos de necesidad. —Me detengo deseando que me hable. Sigue observándome con los labios abiertos, pero no dice nada—. Y amarte hasta que la muerte nos separe —finalizo con un suspiro.

—Oh, Lu… —susurra y vuelve a moverse para que quedemos el uno al lado del otro, lo que rompe nuestro precioso contacto. Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos—. Prometo cuidarte y mantener en lo más profundo de mi corazón esta unión y a ti —susurra de nuevo, con la voz ronca—. Prometo amarte fielmente, renunciando a cualquier otro, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, nos lleve la vida donde nos lleve. Te protegeré, confiaré en ti y te guardaré respeto. Compartiré contigo las alegrías y las penas y te consolaré en tiempos de necesidad. Prometo que te amaré y animaré tus esperanzas y tus sueños y procuraré que estés seguro a mi lado. Todo lo que era mío, es nuestro ahora. Te doy mi mano, mi corazón y mi amor desde este momento y hasta que la muerte nos separe.

Se me llenan los ojos de lágrimas. Su expresión se suaviza y me mira.

—No llores —murmura deteniendo una lágrima con el pulgar y enjugándomela.

—¿Por qué no hablas conmigo? Por favor, Jongin.

Cierra los ojos como si estuviera soportando un gran dolor.

—Prometí darte consuelo en momentos de necesidad. Por favor, no me hagas romper mis votos —le suplico.

Suspira y abre los ojos. Tiene la expresión sombría.

—Ha sido provocado —me dice sin más explicaciones. De repente parece tan joven y tan vulnerable…

Oh, mierda.

—Y mi principal preocupación es que haya alguien por ahí que va a por mí. Y si va a por mí… —Se detiene, incapaz de continuar.

—Puede que me haga daño a mí —termino. Él se queda pálido y veo que por fin he descubierto la raíz de su ansiedad. Le acaricio la cara—. Gracias —le digo.

Frunce el ceño.

—¿Por qué?

—Por decírmelo.

Niega con la cabeza y la sombra de una sonrisa asoma a sus labios.

—Puede ser muy persuasivo, joven Kim.

—Y tú puedes estar rumiando y tragándote todos sus sentimientos y preocupaciones hasta que revientes. Seguro que te mueres de un infarto antes de cumplir los cuarenta si sigues así, y yo te quiero a mi lado mucho más tiempo.

—Tú sí que me vas a matar. Al verte en la moto de agua… Casi me da un ataque al corazón. —Vuelve a tumbarse en la cama, se tapa los ojos con el brazo y siento que se estremece.

— Jongin, es solo una moto de agua. Hasta los niños montan en esas motos. Y cuando vayamos a tu casa de Osaka y empiece a esquiar por primera vez, ¿cómo te vas a poner?

Abre la boca y se gira para mirarme. Me dan ganas de reírme al ver la expresión de angustia que muestra su cara.

—Nuestra casa —dice al fin.

Le ignoro.

—Soy un adulto, Jongin, y mucho más duro de lo que crees. ¿Cuándo vas a aprender eso?

Se encoge de hombros y frunce los labios. Creo que es mejor cambiar de tema.

—¿Sabe la policía lo del incendio provocado?

—Sí —asegura con expresión seria.

—Bien.

—Vamos a reforzar la seguridad —me dice práctico.

—Lo entiendo. —Bajo la mirada hacia su cuerpo. Todavía lleva los pantalones cortos y la camisa y yo la camiseta. Aquí te pillo, aquí te mato, un placer conocerlo, joven… Pensar eso me hace reír.

—¿Qué? —me pregunta Jongin.

—Tú.

—¿Yo?

—Sí, tú. Todavía estás vestido.

—Oh. —Se mira, después me mira a mí y una enorme sonrisa aparece en su cara—. Bueno, ya sabe lo difícil que me resulta mantener las manos lejos de usted, joven Kim… Sobre todo cuando te ríes como un niño.

Oh, sí, las cosquillas. Ah… Las cosquillas… Me muevo rápidamente y me coloco a horcajadas encima de él, pero se da cuenta inmediatamente de mis intenciones y me agarra las dos muñecas.

—No —me dice y lo dice en serio.

Hago un mohín, pero decido que no está preparado para eso.

—No, por favor —me pide—. No puedo soportarlo. Nunca me hicieron cosquillas cuando era pequeño. —

Se queda callado y yo relajo las manos para que no tenga necesidad de sujetarme—. Veía a Yunho con Minho y Minam, haciéndoles cosquillas, y parecía muy divertido pero yo… yo…

Le pongo el dedo índice sobre los labios.

—Jongin, lo sé. —Le doy un suave beso en los labios, justo donde hace un segundo estaba mi dedo, y después me acurruco sobre su pecho. Ese dolor familiar empieza a crecer dentro de mí y surge una vez más la profunda compasión que siento en mi corazón por la infancia de Jongin. Sé que haría cualquier cosa por ese hombre; le quiero tantísimo…

Me rodea con los brazos y hunde la nariz en mi pelo, inhalando profundamente mientras me acaricia la espalda. No sé cuánto tiempo estamos tumbados así, pero al rato rompo el silencio que hay entre nosotros.

—¿Cuál ha sido la temporada más larga que has pasado sin ver al doctor Flynn?

—Dos semanas. ¿Por qué? ¿Sientes una necesidad irreprimible de hacerme cosquillas?

—No. —Río—. Creo que te ayuda.

Jongin suelta una risa burlona.

—Más le vale. Le pago una buena suma de dinero para que lo haga. —Me aparta el pelo y me gira la cara para que lo mire. Levanto la cabeza y le miro a los ojos.

—¿Está preocupado por mi bienestar, joven Kim? —me pregunta.

—Un buen esposo se preocupa por el bienestar de su amado esposo, señor Kim —sentencio mordaz.

—¿Amado? —susurra, y la conmovedora pregunta queda en el aire entre los dos.

—Muy amado. —Me acerco para besarle y él me dedica una sonrisa tímida.

—¿Quieres bajar a tierra a comer?

—Quiero comer donde tú prefieras.

—Bien. —Sonríe—. Pues a bordo es donde puedo mantenerte seguro. Gracias por el regalo. —Extiende la mano y coge la cámara. Estira el brazo con ella en la mano y nos hace una foto a los dos abrazándonos después de las cosquillas, el sexo y la confesión.

—Un placer. —Le devuelvo la sonrisa y los ojos se le iluminan.

Paseamos por el opulento y dorado esplendor del dieciochesco Palacio de Versalles. Lo que una vez fue un modesto alojamiento para las cacerías, el Rey Sol lo transformó en un magnífico y fastuoso símbolo de poder, que, paradójicamente, antes de que acabara el siglo XVIII presenció la caída del último monarca absolutista.

La estancia más impresionante con diferencia es la Galería de los Espejos. El sol de primera hora de la tarde entra a raudales por las ventanas del oeste, iluminando los espejos que se alinean uno detrás de otro en la pared oriental y arrancando destellos de las doradas hojas que lo decoran y de las enormes arañas de cristal.

Es imponente.

—Es interesante ver lo que creó un déspota megalómano al que le gustaba aislarse rodeado de esplendor —le digo a Jongin, que está de pie a mi lado. Me mira y ladea la cabeza, observándome con humor.

—¿Qué quiere decir con eso, Joven Kim?

—Oh, no era más que una observación, señor Kim. —Señalo con la mano lo que nos rodea. Sonriendo, me sigue hasta el centro de la sala, donde me detengo y admiro la vista: los espectaculares jardines que se reflejan en los espejos y el no menos espectacular Kim Jongin, mi marido, cuyo reflejo me mira con ojos brillantes y atrevidos.

—Yo construiría algo como esto para ti —me asegura—. Solo para ver cómo la luz hace brillar tu pelo como aquí y ahora. —Me coloca un mechón tras la oreja—. Pareces un ángel. —Me da un beso bajo el lóbulo de la oreja, me coge la mano y murmura—: Nosotros, los déspotas, hacemos esas cosas por las personas que amamos.

Me ruborizo, le sonrío tímidamente y le sigo por la enorme estancia.

—¿En qué piensas? —me pregunta Jongin y da un sorbo a su café de después de cenar.

—En Versalles.

—Un poco ostentoso, ¿no? —me dice sonriendo. Miro a mi alrededor, a la subestimada grandeza del comedor del Fair Lady, y frunzo los labios—. Esto no es nada ostentoso —añade Jongin, un poco a la defensiva.

—Lo sé. Es precioso. Es la mejor luna de miel que alguien podría desear.

—¿De verdad? —me pregunta, sinceramente sorprendido y con su sonrisita tímida.

—Por supuesto que sí.

—Solo nos quedan dos días. ¿Hay algo que quieras ver o hacer?

—Únicamente estar contigo. —Se levanta de la mesa, la rodea y me besa en la frente.

—¿Y vas a poder estar sin mí una hora? Tengo que mirar mi correo para ver qué está pasando en casa.

—Claro —le digo sonriendo a la vez que intento ocultar mi decepción por tener que estar una hora sin él.

¿Es raro que quiera estar con él todo el tiempo?

—Gracias por la cámara —me dice y se encamina al estudio.

En el camarote decido que yo también debería ponerme al día con mi correo y abro el portátil. Tengo un mensaje de mi madre y otro de Tae contándome los últimos cotilleos y preguntándome cómo va la luna de miel. Bueno, genial hasta que alguien ha decidido quemar Kim Enterprises, Inc. Cuando termino de escribir la respuesta a mi madre, un correo de Tae entra en mi bandeja de entrada.

De: Lee Taemin

Fecha: 17 de agosto de 2014 11:45

Para: Kim Luhan

Asunto: ¡Oh, Dios mío!

Lu, me acabo de enterar del incendio en la oficina de Jongin.

¿Se sabe si ha sido provocado?

T xox

¡Tae está conectado ahora mismo! Me lanzo a abrir mi nuevo juguete (Skype) para ver si está conectado.

Escribo rápidamente un mensaje.

Lu: Hola, ¿estás ahí?

Tae: ¡SÍ, Lu! ¿Qué tal estás? ¿Cómo va la luna de miel? ¿Has visto mi correo? ¿Sabe ya Jongin lo del incendio?

Lu: Estoy bien. La luna de miel genial. Sí, he visto tu correo. Sí, Jongin lo sabe.

Tae: Me lo suponía. No se sabe mucho de lo que ha pasado. Y Minho no quiere contarme nada.

Lu: ¿Vas tras una historia, Tae?

Tae: Qué bien me conoces…

Lu: Jongin tampoco me ha contado mucho.

Tae: ¡A Minho se lo ha contado Taeyeon!

¡Oh, no! Estoy segura de que Jongin no quiere que eso se vaya contando por todo Seul. Intento mi técnica de distracción patentada para el tenaz Lee Taemin.

Lu: ¿Cómo están Minho y Onew?

Tae: A Onew lo han aceptado en el curso de psicología en Seul para hacer el máster. Minho es adorable.

Lu: Bien por Onew.

Tae: ¿Qué tal tu ex dominante favorito?

Lu: ¡Tae!

Tae: ¿Qué?

Lu: ¡YA SABES QUÉ!

Tae: Perdona…

Lu: Está bien. Más que bien.

Tae: Bueno, mientras tú seas feliz, yo también.

Lu: Estoy pletóricamente feliz.

Tae: Tengo que irme corriendo. ¿Hablamos luego?

Lu: No sé. Tendrás que comprobar si sigo conectado. ¡La diferencia horaria es una mierda!

Tae: Sí, cierto. Te quiero, Lu.

Lu: Yo a ti también. Hasta luego. x

Tae: Hasta luego. <3

Seguro que Tae sigue de cerca esta historia. Pongo los ojos en blanco y cierro Skype para que Jongin no pueda ver ese chat. No le gustaría el comentario del ex dominante. Además no estoy seguro de que se pueda decir que es ex… Suspiro en voz alta. Tae lo sabe desde nuestra noche de borrachera tres semanas antes de la boda, cuando al fin sucumbí a las insistentes preguntas de Lee Taemin. Fue un alivio contárselo a alguien al fin.

Miro el reloj. Ha pasado más o menos una hora desde la cena y ya empiezo a echar de menos a mi marido. Vuelvo a cubierta para ver si ha terminado lo que estaba haciendo. Estoy en la Galería de los Espejos y Jongin está de pie a mi lado, sonriéndome con amor y ternura.

«Pareces un ángel.» Le sonrío, pero cuando miro al espejo estoy de pie solo y la sala es gris y no tiene ningún adorno. ¡No! Giro la cabeza para volver a ver su cara, pero ahora su sonrisa es triste y nostálgica. Me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja. Después se vuelve sin decir una palabra y se aleja lentamente. Sus pasos resuenan entre los espejos mientras cruza la enorme sala hacia las ornamentadas puertas dobles que hay al final. Un hombre solo, sin reflejo…

Y entonces me despierto, boqueando para poder respirar, ahogado por el pánico.

—¿Qué pasa? —me susurra desde la oscuridad a mi lado, con la voz teñida de preocupación.

Oh, está aquí. Está bien. Me lleno de alivio.

—Oh, Jongin… —Todavía estoy intentando que los latidos de mi corazón recuperen su velocidad normal. Me abraza y solo entonces me doy cuenta de que tengo lágrimas corriéndome por la cara.

—Lu, ¿qué te ocurre? —Me acaricia la mejilla para enjugarme las lágrimas. Hay angustia en esa pregunta.

—Nada. Una estúpida pesadilla.

Me besa la frente y las mejillas surcadas de lágrimas para consolarme.

—Solo es un mal sueño, cariño. Estoy aquí. Yo te protegeré.

Me dejo envolver por su olor y me acurruco contra él intentando olvidar la pérdida y la devastación que he sentido en el sueño. Y en ese momento me doy cuenta de que mi miedo más profundo y oscuro es perderle.

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