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16 b

Deambulo indolentemente por el piso. Jongin sigue trabajando. Me he duchado, me he puesto unos pantalones de chándal y una camiseta mía, estoy aburrido. No me apetece leer. Si me quedo quieto, me acuerdo de Julien y de sus dedos sobre mi cuerpo.

Echo un vistazo a mi antiguo dormitorio, la habitación de los sumisos. Sehun puede dormir aquí: le gustarán las vistas. Son las ocho y cuarto y el sol está empezando a ponerse por el oeste.

Las luces de la ciudad centellean allá abajo. Es algo maravilloso. Sí, a Sehun le gustará estar aquí.

Me pregunto vagamente dónde colgará Jongin las fotos que me hizo Sehun. Preferiría que no lo hiciera. No me apetece verme a mí mismo.

Salgo de nuevo al pasillo y acabo frente a la puerta del cuarto de juegos, y, sin pensarlo, intento abrir el pomo. Jongin suele cerrarla con llave, pero, para mi sorpresa, la puerta se abre. Qué raro. Sintiéndome como un niño que hace novillos y se interna en un bosque prohibido, entro. Está oscuro. Pulso el interruptor y las luces bajo la cornisa se encienden con un tenue resplandor. Es tal como lo recordaba. Una habitación como un útero.

Surgen en mi mente recuerdos de la última vez que estuve aquí. El cinturón… tiemblo al recordarlo. Ahora cuelga inocentemente, alineado junto a los demás, en la estantería que hay junto a la puerta. Paso los dedos, vacilante, sobre los cinturones, las palas, las fustas y los látigos. Dios. Esto es lo que necesito aclarar con el doctor Flynn. ¿Puede alguien que tiene este estilo de vida dejarlo sin más? Parece muy poco probable. Me acerco a la cama, me siento sobre las suaves sábanas de satén rojo, y echo una ojeada a todos esos artilugios.

A mi lado está el banco, y encima el surtido de varas. ¡Cuántas hay! ¿No le bastará solo con una? Bien, cuanto menos sepa de todo esto, mejor. Y la gran mesa. No sé para qué la usa Jongin, nosotros nunca la probamos. Me fijo en el Chesterfield, y voy a sentarme en él. Es solo un sofá, no tiene nada de extraordinario: no hay nada para atar a nadie, por lo que puedo ver. Miro detrás de mí y veo la cómoda. Siento curiosidad. ¿Qué guardará ahí?

Cuando abro el cajón de arriba, noto que la sangre late con fuerza en mis venas. ¿Por qué estoy tan nervioso? Tengo la sensación de estar haciendo algo ilícito, como si invadiera una propiedad privada, cosa que evidentemente estoy haciendo. Pero si él quiere casarse conmigo, bueno… Dios santo, ¿qué es todo esto? Una serie de instrumentos y extrañas herramientas —no tengo ni idea de qué son ni para qué sirven— están dispuestos cuidadosamente en el cajón. Cojo uno.

Tiene forma de bala, con una especie de mango. Mmm… ¿qué demonios haces con esto? Estoy atónito, pero creo que me hago una idea. ¡Hay cuatro tamaños distintos! Se me eriza el vello y en ese momento levanto la vista.

Jongin está en el umbral, mirándome con expresión inescrutable. Me siento como si me hubieran pillado con la mano en el tarro de los caramelos.

—Hola.

Sonrío muy nervioso, consciente de tener los ojos muy abiertos y estar mortalmente pálido.

—¿Qué estás haciendo? —dice suavemente, pero con cierto matiz inquietante en la voz.

Oh, no. ¿Está enfadado?

—Esto… estaba aburrido y me entró la curiosidad —musito, avergonzado de que me haya descubierto: dijo que tardaría dos horas.

—Esa es una combinación muy peligrosa.

Se pasa el dedo índice por el labio inferior en actitud pensativa, sin dejar de mirarme ni un segundo. Yo trago saliva. Tengo la boca seca.

Entra lentamente en la habitación y cierra la puerta sin hacer ruido. Sus ojos son como una llamarada gris. Oh, Dios. Se inclina con aire indiferente sobre la cómoda, pero intuyo que es una actitud engañosa. La diosa que llevo dentro no sabe si es el momento de enfrentarse a la situación o de salir corriendo.

—¿Y, exactamente, sobre qué le entró la curiosidad, joven Xiao? Quizá yo pueda informarle.

—La puerta estaba abierta… Yo…

Miro a Jongin y contengo la respiración, inseguro como siempre de cuál será su reacción o qué debo decir. Tiene la mirada oscura. Creo que se está divirtiendo, pero es difícil decirlo.

Apoya los codos en la cómoda, con la barbilla entre las manos.

—Hace un rato estaba aquí preguntándome qué hacer con todo esto. Debí de olvidarme de cerrar.

Frunce el ceño un segundo, como si no echar la llave fuera un error terrible. Yo arrugo la frente: no es propio de él ser olvidadizo.

—¿Ah?

—Pero ahora tú estás aquí, curioso como siempre —dice con voz suave, desconcertado.

—¿No estás enfadado? —musito, prácticamente sin aliento.

Él ladea la cabeza y sus labios se curvan en una mueca divertida.

—¿Por qué iba a enfadarme?

—Me siento como si hubiera invadido una propiedad privada… y tú siempre te enfadas conmigo —añado bajando la voz, aunque me siento aliviado.

Jongin vuelve a fruncir el ceño.

—Sí, la has invadido, pero no estoy enfadado. Espero que un día vivas aquí conmigo, y todo esto —hace un gesto vago con la mano alrededor de la habitación— será tuyo también.

¿Mi cuarto de juegos…? Le miro con la boca abierta: la idea cuesta mucho de digerir.

—Por eso entré aquí antes. Intentaba decidir qué hacer. —Se da golpecitos en los labios con el dedo índice—. ¿Así que siempre me enfado contigo? Esta mañana no estaba enfadado.

Oh, eso es verdad. Sonrío al recordar a Jongin cuando nos despertamos, y eso hace que deje de pensar en qué pasará con el cuarto de juegos. Esta mañana Cincuenta estuvo muy juguetón.

—Tenías ganas de diversión. Me gusta el Jongin juguetón.

—¿Te gusta, eh?

Arquea una ceja, y en su encantadora boca se dibuja una sonrisa, una tímida sonrisa. ¡Wow!

—¿Qué es esto? —pregunto, sosteniendo esa especie de bala de plata.

—Siempre ávido por saber, joven Xiao. Eso es un dilatador anal —dice con delicadeza.

—Ah…

—Lo compré para ti.

¿Qué?

—¿Para mí?

Asiente despacio, con expresión seria y cautelosa. Frunzo el ceño.

—¿Compras, eh… juguetes nuevos para cada sumiso?

—Algunas cosas. Sí.

—¿Dilatadores anales?

—Sí.

Muy bien… Trago saliva. Dilatador anal. Es de metal duro… seguramente resulte bastante incómodo. Recuerdo la conversación que tuvimos después de mi graduación sobre juguetes sexuales y límites infranqueables. Creo recordar que dije que los probaría. Ahora, al ver uno de verdad, no sé si es algo que quiera hacer. Lo examino una vez más y vuelvo a dejarlo en el cajón.

—¿Y esto?

Cojo un objeto de goma, negro y largo. Consiste en una serie de esferas que van disminuyendo de tamaño, la primera muy voluminosa y la última muy pequeña. Ocho en total.

—Un rosario anal —dice Jongin observándome atentamente.

¡Oh! Las examino con horror y fascinación. Todas esas esferas, dentro de mí… ¡ahí! No tenía ni idea.

—Causan un gran efecto si las sacas en mitad de un orgasmo —añade con total naturalidad.

—¿Esto es para mí? —susurro.

—Para ti.

Asiente despacio.

—¿Este es el cajón de los juguetes anales?

Sonríe.

—Si quieres llamarlo así…

Lo cierro enseguida, en cuanto noto que me arden las mejillas.

—¿No te gusta el cajón de los juguetes anales? —pregunta divertido, con aire inocente.

Le miro fijamente y me encojo de hombros, tratando de disimular con descaro mi incomodidad.

—No estaría entre mis regalos de Navidad favoritos —comento con indiferencia, y abro vacilante el segundo cajón.

Él sonríe satisfecho.

—En el siguiente cajón hay una selección de anillos para el pene.

Lo cierro inmediatamente.

—¿Y en el siguiente? —musito.

Vuelvo a estar pálido, pero esta vez es de vergüenza.

—Ese es más interesante.

¡Oh! Abro el cajón titubeante, sin apartar los ojos de su hermoso rostro, que muestra ahora cierta arrogancia. Dentro hay un surtido de objetos de metal y algunas pinzas de ropa. ¡Pinzas de ropa! Cojo un instrumento grande de metal, como una especie de clip.

—Pinzas genitales —dice Jongin.

Se endereza y se acerca con total naturalidad hasta colocarse a mi lado. Yo las guardo enseguida y escojo algo más delicado: dos clips pequeños encadenados.

—Algunas son para provocar dolor, pero la mayoría son para dar placer —murmura.

—¿Qué es esto?

—Pinzas para pezones… para los dos.

—¿Para los dos? ¿pezones?

Jongin me sonríe.

—Bueno hay dos pinzas, baby. Sí, para los dos pezones. Pero no me refería a eso. Me refería a que son tanto para el placer como para el dolor.

Ah. Me coge las pinzas de las manos.

—Levanta el meñique.

Hago lo que me dice, y me pone un clip en la punta del dedo. No duele mucho.

—La sensación es muy intensa, pero cuando resulta más doloroso y placentero es cuando las retiras.

Me quita el clip. Mmm, puede ser agradable. Me estremezco de pensarlo.

—Esto tiene buena pinta —murmuro, y Jongin sonríe.

—¿No me diga, joven Xiao? Creo que se nota.

Asiento tímidamente y vuelvo a guardar las pinzas en el cajón. Jongin se inclina y saca otras dos.

—Estas son ajustables.

Las levanta para que las examine.

—¿Ajustables?

—Puedes llevarlas muy apretadas… o no. Depende del estado de ánimo.

¿Cómo consigue que suene tan erótico? Trago saliva, y para desviar su atención saco un artefacto que parece un cortapizzas de dientes muy puntiagudos.

—¿Y esto?

Frunzo el ceño. No creo que en el cuarto de juegos haya nada que hornear.

—Esto es un molinete Wartenberg.

—¿Para…?

Lo coge.

—Dame la mano. Pon la palma hacia arriba.

Le tiendo la mano izquierda, me la sostiene con cuidado y me roza los nudillos con su pulgar.

Me estremezco por dentro. Su piel contra la mía siempre consigue ese efecto. Luego pasa la ruedecita por encima de la palma.

—¡Ay!

Los dientes me pellizcan la piel: es algo más que dolor. De hecho, me hace cosquillas.

—Imagínalo sobre tus pezones —murmura Jongin lascivamente.

¡Oh! Me ruborizo y aparto la mano. Mi respiración y los latidos de mi corazón se aceleran.

—La frontera entre el dolor y el placer es muy fina, Luhan —dice en voz baja, y se inclina para volver a meter el artilugio en el cajón.

—¿Pinzas de ropa? —susurro.

—Se pueden hacer muchas cosas con pinzas de ropa.

Sus ojos arden.

Me inclino sobre el cajón y lo cierro.

—¿Eso es todo?

Jongin parece divertido.

—No.

Abro el cuarto cajón y descubro un amasijo de cuero y correas. Tiro de una de las correas… y compruebo que lleva una bola atada.

—Una mordaza de bola. Para que estés callado —dice Jongin, que sigue divirtiéndose.

—Límite tolerable —musito.

—Lo recuerdo —dice—. Pero puedes respirar. Los dientes se clavan en la bola.

Me quita la mordaza y simula con los dedos una boca mordiendo la bola.

—¿Tú has usado alguna de estas? —pregunto.

Se queda muy quieto y me mira.

—Sí.

—¿Para acallar tus gritos?

Cierra los ojos, creo que con gesto exasperado.

—No, no son para eso.

¿Ah?

—Es un tema de control, Luhan. ¿Sabes lo indefenso que te sentirías si estuvieras atado y no pudieras hablar? ¿El grado de confianza que deberías mostrar, sabiendo que yo tengo todo ese poder sobre ti? ¿Que yo debería interpretar tu cuerpo y tu reacción, en lugar de oír tus palabras?

Eso te hace más dependiente, y me da a mí el control absoluto.

Trago saliva.

—Suena como si lo echaras de menos.

—Es lo que conozco —murmura.

Tiene los ojos muy abiertos y serios, y la atmósfera entre los dos ha cambiado, como si ahora se estuviera confesando.

—Tú tienes poder sobre mí. Ya lo sabes —susurro.

—¿Lo tengo? Tú me haces sentir… vulnerable.

—¡No! —Oh, Cincuenta…—. ¿Por qué?

—Porque tú eres la única persona que conozco que puede realmente hacerme daño. Alarga la mano y me recoge un mechón de pelo por detrás de la oreja.

—Oh, Jongin… esto es así tanto para ti como para mí. Si tú no me quisieras…

Me estremezco, y bajo la vista hacia mis dedos entrelazados. Ahí radica mi otra gran duda sobre nosotros. Si él no estuviera tan… destrozado, ¿me querría? Sacudo la cabeza. Debo intentar no pensar en eso.

—Lo último que quiero es hacerte daño. Yo te amo —murmuro, y alargo las manos para pasarle los dedos sobre las patillas y acariciarle con dulzura las mejillas. Él inclina la cara para acoger esa caricia. Arroja la mordaza en el cajón y, rodeándome por la cintura, me atrae hacia él.

—¿Hemos terminado ya con la exposición teórica? —pregunta con voz suave y seductora. Sube la mano por mi espalda hasta la nuca.

—¿Por qué? ¿Qué querías hacer?

Se inclina y me besa tiernamente, y yo, aferrado a sus brazos, siento que me derrito.

—Lu, hoy han estado a punto de agredirte.

Su tono de voz es dulce, pero cauteloso.

—¿Y? —pregunto, gozando de su proximidad y del tacto de su mano en mi espalda.

Él echa la cabeza hacia atrás y me mira con el ceño fruncido.

—¿Qué quieres decir con «Y»? —replica. Contemplo su rostro encantador y malhumorado.

—Jongin, estoy bien.

Me rodea entre sus brazos aún más fuerte.

—Cuando pienso en lo que podría haber pasado —murmura, y hunde la cara en mi pelo.

—¿Cuándo aprenderás que soy más fuerte de lo que aparento? —susurro para tranquilizarle, pegado a su cuello, inhalando su delicioso aroma.

No hay nada en este mundo como estar entre los brazos de Jongin.

—Sé que eres fuerte —musita en tono pensativo.

Me besa el pelo, pero entonces, para mi gran decepción, me suelta. ¿Ah?

Me inclino y saco otro artilugio del cajón abierto: varias esposas sujetas a una barra. Lo levanto.

—Esto —dice Jongin, y se le oscurece la mirada— es una barra separadora, con sujeciones para los tobillos y las muñecas.

—¿Cómo funciona? —pregunto, realmente intrigado.

—¿Quieres que te lo enseñe? —musita sorprendido, y cierra los ojos un momento.

Le miro. Cuando abre los ojos, centellean.

—Sí. Quiero una demostración. Me gusta estar atado —susurro, mientras la diosa que llevo dentro salta con pértiga desde el búnker a su chaise longue.

—Oh, Lu —murmura.

De repente parece afligido.

—¿Qué?

—Aquí no.

—¿Qué quieres decir?

—Te quiero en mi cama, no aquí.

Coge la barra, me toma de la mano y me hace salir rápidamente del cuarto.

¿Por qué nos vamos? Echo un vistazo a mi espalda al salir.

—¿Por qué no aquí?

Jongin se para en la escalera y me mira fijamente con expresión grave.

—Lu, puede que tú estés preparado para volver ahí dentro, pero yo no. La última vez que estuvimos ahí, tú me abandonaste. Te lo he repetido muchas veces, ¿cuándo lo entenderás?

Frunce el ceño y me suelta para poder gesticular con la mano libre.

—Mi actitud ha cambiado totalmente a consecuencia de aquello. Mi forma de ver la vida se ha modificado radicalmente. Ya te lo he dicho. Lo que no te he dicho es… —Se para y se pasa la mano por el pelo, buscando las palabras adecuadas—. Yo soy como un alcohólico rehabilitado, ¿vale? Es la única comparación que se me ocurre. La cumpulsión ha desaparecido, pero no quiero enfrentarme a la tentación. No quiero hacerte daño.

Parece tan lleno de remordimiento, que en ese momento me invade un dolor agudo y persistente. ¿Qué le he hecho a este hombre? ¿He mejorado su vida? Él era feliz antes de conocerme, ¿no es cierto?

—No puedo soportar hacerte daño, porque te quiero —añade, mirándome fijamente con expresión de absoluta sinceridad, como un niño pequeño que dice una verdad muy simple.

Muestra un aire completamente inocente, que me deja sin aliento. Le adoro más que a nada ni a nadie. Amo a este hombre incondicionalmente.

Me lanzo a sus brazos con tanta fuerza que tiene que soltar lo que lleva para cogerme, y le empujo contra la pared. Le sujeto la cara entre las manos, acerco sus labios a los míos y saboreo su sorpresa cuando le meto la lengua en la boca. Estoy en un escalón por encima del suyo: ahora estamos al mismo nivel, y me siento eufórico de poder. Le beso apasionadamente, enredando los dedos en su cabello, y quiero tocarle, por todas partes, pero me reprimo consciente de su temor.

A pesar de todo, mi deseo brota, ardoroso y contundente, floreciendo desde lo más profundo. Él gime y me sujeta por los hombros para apartarme.

—¿Quieres que te folle en las escaleras? —murmura con la respiración entrecortada—.Porque lo haré ahora mismo.

—Sí —musito, y estoy seguro de que mi oscura mirada de deseo es igual a la suya.

Me fulmina con sus ojos, entreabiertos e impetuosos.

—No. Te quiero en mi cama.

De pronto me carga sobre sus hombros y yo reacciono con un chillido estridente, y él me da una palmada fuerte en el trasero, y yo chillo otra vez. Se dispone a bajar las escaleras, pero antes se agacha para recoger del suelo la barra separadora.

La señora Jones sale del cuarto de servicio cuando atravesamos el pasillo. Nos sonríe, y yo la saludo boca abajo, con expresión de disculpa. No creo que Jongin se haya percatado siquiera de su presencia.

Al llegar al dormitorio, me deja de pie en el suelo y tira la barra sobre la cama.

—Yo no creo que vayas a hacerme daño —susurro.

—Yo tampoco creo que vaya a hacerte daño —dice.

Me coge la cabeza entre las manos y me besa larga e intensamente, encendiéndome la sangre ya inflamada.

—Te deseo tanto —murmura jadeando junto a mi boca—. ¿Estás seguro de esto… después de lo de hoy?

—Sí. Yo también te deseo. Quiero desnudarte.

Estoy impaciente por tocarle… mis dedos se mueren por acariciarle. Abre mucho los ojos y por un segundo duda, tal vez sopesando mi petición.

—De acuerdo —dice cautelosamente.

Acerco una mano al segundo botón de su camisa y noto cómo contiene la respiración.

—No te tocaré si no quieres —susurro.

—No —contesta enseguida—. Hazlo. No pasa nada. Estoy bien —añade.

Desabrocho el botón con delicadeza y deslizo los dedos sobre la camisa hasta el siguiente. Él tiene los ojos muy abiertos, brillantes. Separa los labios y respira con dificultad. Incluso cuando tiene miedo es tan hermoso… a causa de ese miedo. Desabrocho el tercer botón y palpo el vello suave que asoma a través de la amplia abertura de la camisa.

—Quiero besarte aquí —murmuro.

Él inspira bruscamente.

—¿Besarme?

—Sí.

Jadea mientras desabrocho el siguiente botón y me inclino hacia delante muy despacio, para dejar claras mis intenciones. Él contiene la respiración, pero se queda inmóvil cuando le doy un leve beso en medio de esos suaves rizos ahora visibles. Desabrocho el último botón y alzo la cara hacia él. Me está observando fijamente con una expresión de satisfacción, tranquila y… maravillada.

—Cada vez es más fácil, ¿verdad? —pregunto con un hilo de voz.

Él asiente, y yo le aparto lentamente la camisa de los hombros y la dejo caer al suelo.

—¿Qué me has hecho, Lu? —murmura—. Sea lo que sea, no pares.

Y me acoge en sus brazos. Hunde las dos manos en mi cabello y me echa la cabeza hacia atrás para acceder fácilmente a mi cuello. Desliza los labios hasta mi barbilla y me muerde suavemente, haciéndome gemir. Oh, cómo deseo a este hombre. Mis dedos palpan a tientas la cinturilla de su pantalón, desabrocho el botón y bajo la cremallera.

—Oh, nene.

Suspira y me besa detrás de la oreja. Noto su erección, firme y dura, presionándome la mia. Le deseo… en mi boca. De pronto doy un paso atrás y me pongo de rodillas.

—¡wow! —gime.

Le bajo los pantalones y los boxers de un tirón, y su miembro emerge libremente. Antes de que pueda detenerme, lo tomo entre los labios y chupo con fuerza. Él abre la boca y yo disfruto de su repentina perplejidad. Baja la mirada hacia mí, y observa todos mis movimientos con los ojos enturbiados y llenos de placer carnal. Ah. Me cubro los dientes con los labios y succiono con más fuerza. Él cierra los ojos y se rinde al exquisito placer sensual. Sé lo que le hago,  es placentero, liberador y endiabladamente sexy. La sensación es embriagadora: no solo soy poderoso… soy omnisciente.

—Joder —sisea, y me acuna dulcemente la cabeza, flexiona las caderas y penetra mi boca más a fondo.

Oh, sí, deseo esto, y rodeo su miembro con la lengua, tiro con firmeza… una y otra vez.

—Luu…

Intenta echarse atrás.

Oh, no, no lo hagas, Kim. Te deseo. Sujeto sus caderas con fuerza duplicando mis esfuerzos y noto que está a punto.

—Por favor —jadea—. Voy a correrme, Lu.

Bien. La diosa que llevo dentro echa la cabeza hacia atrás en pleno éxtasis, y él se corre, entre gritos lúbricos, dentro de mi boca.

Abre sus brillantes ojos grises, baja la vista hacia mí y yo le miro sonriendo, lamiéndome los labios. Él me devuelve la sonrisa, y es una sonrisa pícara y salaz.

—¿Ah, o sea que ahora jugamos a esto, joven Xiao?

Se inclina, me coge por las axilas y me pone de pie con fuerza. De pronto su boca está pegada a la mía. Y gruñe lascivamente.

—Estoy notando mi propio sabor. El tuyo es mejor —musita pegado a mis labios.

De pronto me quita la camiseta y la tira al suelo, me levanta y me arroja sobre la cama. Coge mis pantalones por los bajos y me los quita bruscamente rozando mi miembro con un solo movimiento. Ahora estoy desnudo y abierto para él en su cama. Esperando. Anhelando. Me saborea con la mirada, y lentamente se quita el resto de la ropa sin apartar los ojos de mí.

—Eres un hombre precioso, Luhan —murmura con admiración.

Mmm… Inclino la cabeza a un lado y le sonrío, coqueto.

—Tú eres un hombre precioso, Jongin y sabes extraordinariamente bien.

Me sonríe maliciosamente y coge la barra separadora. Me agarra el tobillo izquierdo, lo sujeta rápidamente y aprieta la anilla de la esposa, pero no mucho. Comprueba el espacio que queda, deslizando el meñique entre mi tobillo y el metal. No deja de mirarme a los ojos; no necesita ver lo que está haciendo. Mmm… ya ha hecho esto antes.

—Ahora, hemos de comprobar cómo sabe usted. Si no recuerdo mal, es usted una rara y delicada exquisitez, joven Xiao.

Oh.

Me sujeta el otro tobillo, y me lo esposa también con rapidez y eficacia, de manera que quedan unos sesenta centímetros de separación entre mis pies.

—Lo bueno de este separador es que es extensible —dice.

Aprieta algo en la barra y después empuja, y mis piernas se abren más. Wow, noventa centímetros de separación. Con la boca muy abierta, inspiro profundamente. Dios, esto es muy erótico. Estoy ardiendo, inquieto y ansioso.

Jongin se lame el labio superior.

—Oh, vamos a divertirnos un poco con esto, Lu.

Baja la mano, coge la barra y la gira de golpe, cogiéndome por sorpresa y dejándome tumbado boca abajo.

—¿Ves lo que puedo hacerte? —dice turbadoramente, y vuelve a girarla de golpe y quedo de nuevo tumbado boca arriba, mirándole boquiabierto y sin respiración—. Estas otras esposas son para las muñecas. Pensaré en ello. Depende de si te portas bien o no.

—¿Cuándo no me porto bien?

—Se me ocurren unas cuantas infracciones —dice en voz baja, y me pasa los dedos por las plantas de los pies.

Me hace cosquillas, pero la barra me mantiene en mi sitio, aunque yo intento apartar las plantas de sus dedos.

—Tu BlackBerry, para empezar.

Jadeo.

—¿Qué vas a hacer?

—Oh, yo nunca desvelo mis planes —dice sonriendo, y sus ojos brillan malévolos.

¡wow! Está tan alucinantemente sexy que me deja sin respiración. Se sube a la cama y se coloca de rodillas entre mis piernas. Está gloriosamente desnudo y yo estoy indefenso.

—Mmm… Está tan expuesto, joven Xiao.

Desliza los dedos de ambas manos por la parte interior de mis piernas, despacio, dibujando pequeños círculos. Sin apartar los ojos de mí.

—Todo se basa en las expectativas, Lu. ¿Qué te voy a hacer?

Sus palabras quedas penetran directamente en la parte más profunda y oscura de mi ser. Me. retuerzo sobre la cama y gimo. Sus dedos continúan su lento avance, suben por mis pantorrillas, pasan por la parte posterior de mis rodillas. Yo quiero juntar las piernas instintivamente, pero no puedo.

—Recuerda que, si algo no te gusta, solo tienes que decirme que pare —murmura.

Se inclina sobre mí y me besa y chupa el vientre con delicadeza, mientras sus manos me acarician y siguen ascendiendo tortuosas y tentadoras por la parte interna de mis muslos.

—Oh, por favor, Jongin —suplico.

—Oh, joven Xiao. He descubierto que puede ser usted implacable en sus ataques amorosos sobre mí. Creo que debo devolverle el favor.

Mis dedos se aferran al edredón y me rindo ante él, ante su boca que emprende un delicado viaje hacia abajo y sus manos hacia arriba, convergiendo en el vértice de mis muslos, expuesto y vulnerable. Cuando desliza sus dedos dentro de mí gimo y alzo la pelvis para recibirlos.

Jongin responde con un jadeo.

—Nunca dejas de sorprenderme, Lu. Estás tan húmedo —murmura sobre la línea donde mi vello púbico se encuentra con mi vientre, y cuando su boca llega a mi sexo, todo mi cuerpo se arquea.

Oh, Dios.

Inicia un ataque lento y sensual, su lengua gira y gira alrededor de mi glande, mientras los dedos de su otra mamo se mueven en mi interior. Es intenso, muy intenso, porque no puedo cerrar las piernas, ni moverme. Arqueo la espalda e intento absorber la sensación.

—Oh, Jongin —grito.

—Lo sé, Lu —susurra, y para destensarme un poco, sopla suavemente sobre la punta de mi sexo, más sensible de mi cuerpo.

—¡Aaah! ¡Por favor! —suplico.

—Di mi nombre —ordena.

—¡Jongin! —grito con una voz tan estridente y ansiosa que apenas la reconozco como mía.

—Otra vez —musita.

—¡Jongin, Jongin, Kim Jongin! —grito con todas mis fuerzas.

—Eres mío.

Su voz es suave y letal, y ante la ultima relación y su último giro de  lengua sucumbo, espectacularmente, al orgasmo. Y como tengo las piernas tan separadas, la espiral de sensaciones dura y dura y me siento perdido.

Soy vagamente consciente de que Jongin me ha tumbado ahora boca abajo.

—Vamos a intentar esto, nene. Si no te gusta o resulta demasiado incómodo, dímelo y pararemos.

¿Qué? Estoy demasiado perdido en la dicha del orgasmo para elaborar una idea consciente o coherente. Ahora estoy sentado en el regazo de Jongin. ¿Cómo ha ocurrido esto?

—Inclínate, nene —me murmura al oído—. Apoya la cabeza y el pecho sobre la cama.

Aturdido, hago lo que me dice. Él me echa las dos manos hacia atrás y las esposa a la barra, al lado de los tobillos. Oh… tengo las rodillas a la altura de la barbilla y el trasero al aire y expuesto, absolutamente vulnerable, completamente suyo.

—Lu, estás tan hermoso… —dice maravillado, y oigo cómo rasga el envoltorio de aluminio.

Sus dedos se deslizan desde la base hasta la punta   hacia mi sexo, y se demoran ligeramente sobre mi culo.

—Cuando estés listo, también querré esto. —me muestra un anillo de represion. Jadeo con fuerza y noto cómo me tenso ante su sujerencia—. Hoy no, dulce Lu, pero un día… te deseo de todas las formas posibles y quiero poseer cada centímetro de tu cuerpo. Eres mío.

Yo pienso en el dilatador anal, y todo se contrae en mis entrañas. Sus palabras me provocan un gemido, y sus dedos siguen deslizándose hasta moverse alrededor de un territorio más familiar. Los saca rápidamente. Momentos después, me penetra con fuerza.

—¡Ay! Cuidado —grito, y se queda quieto.

—¿Estás bien?

—No tan fuerte… deja que me acostumbre.

Él sale de mí despacio y vuelve a entrar con cuidado, llenándome, dilatándome, una vez, dos, y ya soy suyo.

—Sí, bien, ahora sí —murmuro, gozando de la sensación.

Él gime, y empieza a coger ritmo. Se mueve… se mueve… despiadado… adelante, atrás, llenándome… y es delicioso. Me hace feliz estar indefenso, feliz rendirme a él, y feliz saber que puede perderse en mí del modo que desea. Soy capaz de hacer esto. Él me lleva a esos lugares oscuros, lugares que yo no sabía siquiera que existían, y juntos los llenamos de una luz cegadora.

Oh, sí… una luz cegadora y violenta.

Y me dejo ir, gozando de lo que me hace, descubriendo esa dulce, dulce rendición, y vuelvo a correrme gritando muy fuerte su nombre. Y entonces él se queda quieto y vierte en mí todo su corazón y toda su alma.

—Lu, nene —grita, y se derrumba a mi lado.

Sus hábiles dedos deshacen las ataduras, y me masajea los tobillos y luego las muñecas. Cuando termina y por fin estoy libre, me acoge en sus brazos y me adormezco, exhausto.

Cuando recupero la conciencia, estoy acurrucado a su lado y él me está mirando fijamente.

No tengo ni idea de qué hora es.

—Podría pasarme la vida contemplando cómo duermes, Lu —murmura, y me besa la frente.

Yo sonrío y me desperezo lánguidamente a su lado.

—No pienso dejar que te vayas nunca —dice en voz baja, y me rodea con sus brazos.

Mmm…

—No quiero marcharme nunca. No me dejes marchar nunca —musito medio dormido, sin fuerzas para abrir los párpados.

—Te necesito —susurra, pero su voz es una parte distante y etérea de mis sueños.

Él me necesita… me necesita… y cuando finalmente me deslizo en la oscuridad, mis últimos pensamientos son para un niñito de ojos grises y pelo cobrizo sucio y revuelto, que me sonríe tímidamente.

Parte A.

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